CINE Aunque no es su tema exclusivo, muchas de las más exitosas novelas de Claudia Piñeiro se centran en el retrato de la clase media acomodada y de su desesperación por mantener sus aparentes vidas impolutas y sus privilegios a cualquier precio. Ese es el aspecto de su obra que además se ha llevado al cine, ya en tres oportunidades: con Las viudas de los jueves, Betibú y ahora con Tuya, de Edgardo González Amer, que se estrena el próximo jueves, donde una mujer se convierte en cómplice de un crimen para defender su modo de vida y el de su familia. Policial de ocultamientos, Tuya también es un estudio de personaje, el de la aparentemente sumisa Inés, una mujer que se sacude la pasividad para convertirse en artífice de su destino.
› Por Mariano Kairuz
Hace unos años, Claudia Piñeiro quedó identificada como la autora de policiales de country, aunque la verdad es que sólo escribió dos, Las viudas de los jueves y Betibú. En el primero describía el particular fenómeno socioeconómico de los barrios cerrados desde adentro –y muchos lo interpretaron como una respuesta al caso García Belsunce, aunque no había ocurrido cuando empezó a escribir–; luego regresó, pero esta vez para examinarlo desde afuera, y lo hizo, en parte, como una respuesta a las reacciones que había provocado el libro anterior. En todo caso, junto con su compacta y también exitosa novela Tuya (2003), Piñeiro pareció durante un tiempo especializarse en un recorte social específico, entroncado: familias de clase media alta con bastante mugre que esconder. Esa es la línea, dentro de la obra de Piñeiro, que el cine ha decidido adoptar y adaptar hasta ahora, y que las novelas mencionadas sean las tres primeras de su autoría que se han convertido en películas –contando el estreno, el próximo jueves, de Tuya– no parece casual.
Tuya está protagonizada por una madre y esposa de un hogar no de country pero sí de barrio bien, de un hogar acomodado y de apariencia impoluta en la que los problemas se barren bajo la alfombra y todos hacen como que no ven. Hasta que no queda otra que ver y las cosas se complican.
El guionista y director Edgardo González Amer hace una operación muy eficiente a la hora de adaptar a la pantalla esa suerte de monólogo interior de Inés, la protagonista, que es el que conduce el relato de Tuya, llevándonos a observar a esta mujer desde una perspectiva cambiante, que va desde cierto prejuicio de clase –al principio podemos verla como una suerte de “boluda total” que ante la posibilidad de ver resquebrajada su burbuja de confort y privilegios no hace otra cosa que negar y esconder– hacia cierta comprensión profunda de un personaje inseguro y dañado, pero dispuesto a defender lo que quiere con uñas y dientes (y si le sale mal, a cobrarse venganza).
Apenas empieza Tuya, Inés (Andrea Pietra) descubre una carta, escrita en rouge, marcada con un corazón y firmada “tuya”, que le revela lo que debería haber sabido desde hace tiempo: que Ernesto, su marido, tiene una amante. Muy poco después, mientras intenta convencerse de que se trata de un affaire sin importancia, Inés intercepta una perturbada llamada de “tuya”, tras la cual Ernesto (Jorge Marrale) escapa a su encuentro bajo una inverosímil excusa laboral. Inés decide seguirlo, y se convierte en testigo del empujón con el que accidentalmente su marido mata a la amante (Ana Celentano). Pero éste es apenas el punto de partida: el primer gran golpe del argumento no es el episodio del accidental crimen, sino la actitud que adopta Inés a continuación, cuando decide defender a su marido, convertirse en su cómplice, ayudarlo a borrar sus huellas; impedir a toda costa que este incidente desafortunado empañe la perfecta foto familiar.
Andrea Pietra compone una Inés de verdad convincente, la distancia justa entre la sumisión, la angustia y la determinación de esa suerte de ama de casa desesperada creada por Piñeiro, un personaje fuera del country pero encerrado, física y psicológicamente, en su hogar, entregado por completo a su marido, en un principio atenazada por el miedo a perder la vida presuntamente envidiable a la que se ha consagrado durante tanto tiempo que ya parece ser lo único que le queda.
Hay algo interesante en estos retratos de clase que trazan los relatos de Piñeiro que el cine ha adaptado hasta ahora: asumen el prejuicio del que lo ve desde afuera (y acaso desde abajo), también la imagen que se hacen de sí mismos quienes se ven desde adentro; expone conflictos y contradicciones, pero no lapida a sus personajes. “El recorte de estos libros míos que se convirtieron en películas tiene que ver con la clase media, que en la Argentina va de un extremo a otro –dice Claudia Piñeiro en conversación con Radar–; el country me sirvió cuando quise contar los años ’90, cierto sector que hizo un ascenso económico, y también porque ofrece ese aspecto del policial clásico que es el misterio del cuarto cerrado. Pero a Tuya siempre la imaginé más bien en un barrio, tipo Vicente López, Martínez, Adrogué o Temperley; un espacio de clase media acomodada pero no un lugar cerrado.”
“En definitiva –escribe Piñeiro en el libro–, y por más que a una le pese, a toda mujer, en algún momento, le meten los cuernos. Es como la menopausia, puede tardar más o menos, pero ninguna se salva. Lo que pasa es que hay algunas que nunca se enteran. Y ésas la pasan mejor, porque para ellas la vida sigue igual. En cambio, las que nos enteramos empezamos a preguntarnos quién será ella, dónde fallamos, qué tenemos que hacer, si tenemos que perdonar o no, cómo cobrarles a ellos lo que nos hicieron, y para cuando el susodicho ya dejó a la otra, el enredo mental que nos armamos es tan grande que ya no podemos volver atrás. Hasta corremos el riesgo de terminar inventando una historia mucho más grave y rebuscada que la verdadera. Y yo no quería equivocarme como se equivocan tantas mujeres. Porque en definitiva, una mujer que dibujaba un corazón con rouge y firmaba ‘tuya’ no podía ser alguien importante en la vida de Ernesto.”
El recorrido de Inés en Tuya hace que cambie nuestra percepción de ella: al principio podemos creer que es una mujer dominada y pasiva, sin orgullo propio, pero eventualmente se responde el porqué de determinadas cosas que hace y la vemos convertirse en artífice de su propio destino. Se desarma el estereotipo de clase condenatorio que parece asomar al empezar el relato.
–Bueno, ésa es la idea, y es cierto que la protagonista es una boluda total al principio. Pero si bien uno puede no compartir todo lo que va pensando a lo largo de la novela, yo creo que está bien lejos de serlo; tiene un razonamiento, una lógica y hasta un plan. Esto parte bastante de mi formación: yo escribí mucho con María Inés Andrés, una directora de televisión formadora de guionistas que enseñaba hace muchos años, cuando no había carrera de cine ni de guión ni nada por el estilo, y entonces creaba su propio semillero y los que necesitaban guionistas recurrían a ella. María Inés nos obligaba a ponernos en los zapatos del personaje que teníamos que construir; entender por qué hacía lo que hacía; no hace estereotipos. Uno al malo y al perverso tiene que entenderlo. Y también a esta mujer, que primero puede parecernos una estúpida: hay que pensar de dónde viene, por qué hace lo que hace; qué la llevó a pensar el mundo de la manera en que lo piensa, buscarle los matices. Yo conocí a una mujer que cuando descubrió que el marido la engañaba y que se iba a Europa quince días con la amante, se encerró en su casa con las persianas bajas para que todos creyeran que ella era la que se había ido de viaje con él. Conocí bien a esta persona; era una mujer encantadora, muy preparada, que estudió letras en Puan: no te daba en absoluto el perfil de alguien que haría una cosa así. Y yo sé que después se arrepintió de haber hecho lo que hizo para mostrarle a su familia que su matrimonio seguía adelante, que se sintió muy tonta; pero después de todo, lo hizo: estuvo una quincena escondida en su casa. Nada es blanco o negro; a veces uno hace cosas que no se cree capaz de hacer hasta que llega el momento. Pero la idea es que estas mujeres que describo en mis libros no sean ni estúpidas ni mártires; entender que cada uno hace lo que puede con su vida.
En su aspecto más clásica y duramente policial, la película encuentra una serie de escenas sugestivas, que refleja la trama de ocultamientos que estructura la novela: el del marido (que oculta una amante, o más: aparece Juanita Viale), el de la mujer (que separa dinero a espaldas de Ernesto; que hace la vista gorda); el de la hija adolescente de ambos (que les oculta un embarazo sin que, no tan increíblemente, sus padres lleguen a advertirlo). El punto de vista de la espía del infiel, cuando deviene testigo involuntaria del crimen, la circulación de elementos –la carta con el corazón en rouge; llaves obtenidas furtivamente, un par de guantes de látex celestes que sirven para esconder huellas y que adquieren una proporción icónica en la aventura y la pesquisa casi detectivesca de Inés–, quedan puestos en escena con precisión por González Amer, cuyo mayor mérito sin embargo tal vez sea su capacidad para mantener cierta ligereza a lo largo del relato, y un sentido del humor dosificado pero potente. Una de las escenas clave de la película, en la que Inés confronta a su marido a la mañana siguiente del crimen y le revela que lo sabe todo, está jugada por Pietra y Marrale con mucha gracia y tensión a la vez. A pesar de haber hecho un estudio intensivo del film noir para la puesta en escena de Tuya, Edgardo González Amer dice haber encontrado a dos de sus mayores referentes en grandes artistas del humor negro: Tarantino (la escena citada, dice “y, salvando las distancias, está modelada sobre el comienzo de Pulp Fiction”) y los Coen, “en especial Fargo”. “Pero para mí lo más importante era poder contar no solo el aspecto policial de la historia, sino el drama familiar; que la subtrama de la hija de Inés y Ernesto jamás se sintiera tediosa o fuera de lugar, porque después de todo es parte orgánica de lo mismo: narrar la soledad de la hija, de esta nena a la que le ocurre algo, es retratar a esos padres cruzados por una ceguera que les impide ver lo que está pasando bajo su mismo techo.” Es, “sin pretender ponerme filosófico, metáfora, y a la vez un detalle argumental totalmente realista”.
Cerca de diez años y al menos siete intentos insumió llevar Tuya al cine. Uno de ellos fue el de Alejandro Doria, quien llegó a anunciar públicamente el proyecto. “Había habido alguna propuesta anterior, pero no funcionó, y cuando apareció Doria, tan entusiasmado, pensamos, ya está, es él; así que cuando enfermó sólo se nos ocurrió esperar a que se pusiera mejor y la hiciera, pero eso no ocurrió –cuenta Piñeiro–. Luego la actriz que iba a hacerlo con él quedó muy enganchada y me acercó varios directores, pero nunca aparecía el dinero. También se vendió la opción a un director alemán que quiso hacerla, primero como película y luego como miniserie, pero tampoco consiguió la plata. Hubo en el medio algún productor que no me gustó y al que no me hubiera sentido cómoda vendiéndole los derechos.” Y finalmente, a instancias del productor Alberto Trigo, entró en escena González Amer, escritor (publicó los libros El probador de muñecas, Todos estábamos un poco cuerdos y el finalista del Premio Planeta La danza de los torturados) y director de dos largometrajes previos, El infinito sin estrellas (2007) y Familia para armar (2011). “Tuvimos muy buena onda con él”, dice Piñeiro, cosa que se hizo evidente para el director. “La propuesta económica que le hicimos no es la que hubiera preferido para un libro tan codiciado”, dice González Amer, “y sin embargo nos dio la oportunidad a nosotros”.
De las tres películas adaptadas hasta ahora sobre novelas de Piñeiro, Tuya es la que más cerca se mantiene de su original literario. “A mí me gustan las tres y la verdad es que yo soy bastante desprendida con el texto, creo que la película es el hecho artístico de otro. Por ahí es porque tengo mucho trabajo en teatro, donde está claro desde el principio que el texto es sólo el punto de partida para que lo represente otro. Lo que tengo es la libertad de dárselo o no a alguien para que lo haga, pero una vez que vendo los derechos, creo que estaría mal que uno pudiera condicionar el uso del texto. Tuve muy buena onda con los directores con los que trabajé y me reuní con ellos y les dije lo que me parecía cada guión y tomaron algo de lo que les dije y lo que no les pareció no lo tomaron. Para Betibú Miguel Cohan se paró muy sobre el policial, dejando afuera cosas que tenían más que ver con las vidas de los personajes y sus relaciones; mientras que Marcelo (Piñeyro, en Las viudas...) se paró más en cómo vivían los personajes. En el caso de Tuya creo que es más fiel porque el libro lo permite; a pesar de que es un monólogo interior, la trama es bastante cerrada, y tengo la sensación de que no hubo que dejar tanto afuera. Las otras novelas tienen más capas.”
Finalmente, es en Tuya también, en una escena clave ambientada en el aeropuerto de Ezeiza, que Piñeiro cumplió con una antigua fantasía suya: hacer un cameo. El que quiera, podrá leerlo como una rúbrica que hace la autora sobre esta adaptación de su texto. “En realidad yo ya estaba en Las viudas..., pero no se enteraba nadie, porque aparecía solo de espaldas mirando el partido de tenis de Echarri, era más un chiste que otra cosa. Pero siempre quise hacerlo; me había quedado la idea porque Las viudas... se inspira en un cuento de John Cheever, ‘El nadador’, que es también una película con Burt Lancaster en la que Cheever tiene uno o dos cameos. Cheever me encanta y tiene mucho que ver con mundos cerrados, de Estados Unidos y en otra época, pero muy parecidos a los que cuento en Las viudas.... Ese nadador que va nadando de piscina en piscina a mí se me apareció muerto, y esa imagen fue el disparador de mi libro. Ya cuando lo escribía tenía la fantasía de que la llevaran al cine y pensaba: si hacen la película ¡quiero un cameo! Si no lo hice antes fue por timidez, creo que si se lo hubiera pedido a Marcelo o a la productora Vanesa Ragone seguramente me lo hubieran permitido, así que ahora se lo dije a González Amer desde el momento en que firmamos el contrato. Soy sólo un extra, pero funciono como marco de una escena fundamental. González Amer me había propuesto ser la policía que aparece al principio y al final, pero era un papel con letra y yo me dije: No, ¡mirá si le arruino el final de la película a este pobre hombre!”
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