› Por Ana María Shua
En defensa de la pureza y perfección del idioma, hay gente que abomina del chat o los mensajes de texto con abreviaturas, sin mayúsculas y faltas de ortografía porque estarían causándole al español un daño irreparable. Por su parte, a través de los medios, siempre temibles, el lenguaje incorrecto de periodistas y animadores ejercería sobre la audiencia una influencia deletérea. El temor a la mala influencia de la televisión sobre el idioma es tan antiguo... como la televisión. Entre tanto la lengua cambia, vive, crece, se modifica, se interrelaciona con otras lenguas. En los años cincuenta y sesenta muchos suponían que el doblaje de las series iba a producir una generación de argentinos que hablarían de “golpizas” y “balaceras”, que dirían “voltéate” en lugar de “date vuelta”. Lo que produjo, en realidad, es un pueblo familiarizado con muy variadas formas dialectales del español.
Mi única hermana se dedica a las investigaciones sociales en Chicago. Cierta vez tuvo que trabajar en un tema de mercado. Un canal latino había comprado el teleteatro argentino Muñeca brava y quería saber si la mayoría hispana en Chicago, formada por mexicanos, iba a aceptar y entender el dialecto argentino. Se organizaron grupos de mujeres que veían el teleteatro en dos versiones: la argentina original y una versión “doblada”... al mexicano. Para gran alivio general, las mujeres mexicanas entendían perfectamente la versión original y la preferían.
Voces milenaristas alertan constantemente sobre los males de permitir que la lengua siga modificándose. Yo misma me irrito al ver que se usa en español el anglicismo “controversial” cuando tenemos la linda palabra “polémico”, “reluctante” por “renuente”, “remover” por “quitar”, sin hablar de nuevas palabras horribles como “empoderar”. Sin embargo, sé que nada de esto empobrece el lenguaje. Al contrario, deberíamos dar la bienvenida a nuevos sinónimos que lo hacen más rico y variado.
El inglés, la lengua del imperio, penetra todas las demás, pero a su vez se ve penetrada, ¡y cómo! por el español. Para felicidad del idioma inglés, no existen instituciones que intenten controlarlo y limitarlo, como hace (por suerte, inútilmente) la Real Academia con el español, estableciendo listas y reglamentos. Nadie considera que el inglés necesite ese tipo de encasillamientos. De hecho, su enorme riqueza tiene que ver con la invasión de los normandos a Inglaterra en la Edad Media y la consiguiente incorporación de términos de origen latino.
¿Por qué resulta tan perturbadora para muchos la utilización de nuevos códigos en el lenguaje escrito (sms, chats)? Para empezar, ¿a qué tipo de comunicación escrita formal y “correcta” reemplazan esos textos? A ninguna. Son una forma de comunicación nueva. Gente que ignoraba casi el lenguaje escrito, chicos que escribían sólo para cumplir con sus tareas, adultos que no habían vuelto a escribir desde la escuela, redescubren la posibilidad y la maravilla de escribir. Y en una muestra de la incesante capacidad de creación del ser humano, inventan nuevos códigos con abreviaturas que les resultan accesibles, rápidas y comprensibles. ¡Viva la letra!
El tema de la ortografía en español merece una nota dedicada exclusivamente al tema. Dos premios Nobel abogaron por la abolición de las reglas ortográficas: Juan Ramón Jiménez y Gabriel García Márquez. Se olvida una y otra vez que la ortografía es una convención arbitraria, y no una cuestión ética. Durante muchos años la buena ortografía fue marca de clase: era muy importante enseñarla en la escuela, porque su dominio era un paso hacia el ascenso social. Hoy la gente joven le presta poca atención. En una comunicación formal, basta con dejar que el procesador de textos se encargue de la cuestión. Si la comunicación no es formal, todo vale. Se vuelve a una ortografía vacilante, en que una palabra puede escribirse de muchas formas distintas, no tan diferente de la que usaban nuestros próceres en el siglo XIX, apenas ayer.
En los Mabinogion, esos textos medievales de la literatura popular galesa, una historia estremecedora da cuenta de lo antiguo que es ese terror al cambio, común a toda la humanidad, porque implica una pérdida de la identidad que se asimila a la muerte. Un ejército de galeses invade Europa, llegan victoriosos hasta Roma, hacen cautivas a muchas romanas, que toman como esposas y se vuelven a Gales llevándolas con ellos. Para que sus hijos mantengan la pureza del idioma galés, los guerreros les cortan la lengua a sus mujeres romanas.
Hoy, por suerte, nadie tiene el poder de cortarle la lengua a quien aporte cambios al lenguaje. Ya sabemos que el diccionario es una herramienta útil y no un libro sagrado, ni un código legal. El chat o los mensajes de textos son nuevos códigos, comparables al código Morse, o al lenguaje de los telegramas. No hay que asustarse. Hoy, como siempre, se teme a lo que no se conoce.
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