ARTE En un laberinto de estantes llenos de objetos, algunos funcionales y reconocibles, otros sencillamente inútiles o fantásticos, circula un mago vestido de levita y con sombrero de copa. El espacio es su laboratorio: la revelación del desorden que hay debajo de cualquier superficie. La escena es parte de El mago desnudo, la instalación de la reconocida artista brasileña Laura Lima que se puede visitar en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires: a partir de ese mago cansado que destruye, arma y desarma, Lima propone una forma de ver el mundo más allá de sus límites, aceptando el fracaso como parte de la construcción del universo.
› Por Sofía Dourron
En 1994 la artista brasileña Laura Lima, que por esos años asistía a la ecléctica Escuela de Artes Visuales Parque Lage, realizó su primera obra pública. Subió a una de las frondosas montañas del sur de Río de Janeiro, buscó una vaca y la llevó a pasar el día a la playa Arpoador, en el barrio de Ipanema. La vaca convivió durante la jornada con paseantes semidesnudos que se asoleaban en la arena tibia, y al caer la noche fue deleitada con un concierto de violín del compositor Jorge Mautner. Ese día en la playa, conducida por su intuición, su laxa educación artística y su formación filosófica, la artista encontró su objeto de estudio: los seres vivos, humanos o animales, y sus relaciones carnales y sociales. Este primer episodio-obra encauzó su producción en una serie de esculturas cuya materia prima consistió mayormente en cuerpos humanos objetivados, capaces de cumplir mínimas instrucciones e improvisar sus propios movimientos, liberados casi por completo del control de su autora. Así nació la serie Hombre-carne/Mujer-carne y la construcción de una arquitectura de sentido que desplazaba su centro del sujeto y disolvía grácilmente la individualidad que operaba en esos cuerpos.
Este febrero Laura Lima atravesó la espesura que separa a Río de Buenos Aires, un viaje en avión de aproximadamente tres horas, pero que para ciertos eventos culturales pareciera comparable a una travesía mesiánica en una balsa de madera. La institución de destino fue el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires que, junto al Bonnefantenmuseum de Holanda, hizo posible el desembarco. Lima recibió recientemente el Bonnefanten Award for Contemporary Art, también conocido como BACA, un galardón que otorga una generosa suma de dinero en moneda europea, pero que también propicia la edición de un libro y dos exhibiciones, una en el museo benefactor ubicado en la medieval ciudad de Maastricht, y otra, en esta ocasión, en la institución local.
El mago desnudo, la obra en cuestión que cuenta con tres instalaciones previas, se despliega a lo largo y ancho de la planta baja del museo, llenando el espacio de piso a techo con objetos de todo el arco de la cotidianidad moderna: objetos útiles, otros bastante inútiles, algunos de funciones desconocidas y varios simplemente irreconocibles. En medio de este laberinto de estantes abigarrados, de aparente desorden y convulsión, circula un mago que viste levita y sombrero de copa, levita de mangas cortas por supuesto, para combatir el calor y prevenir cualquier intento de estafa al espectador. En la filosofía de Laura Lima la vorágine de cuerpos siempre al borde del caos absoluto no es causa de pánico, ni siquiera de confusión. El laboratorio del mago no es sino la revelación del hervidero caótico que subyace a cualquier superficie. El laboratorio-taller-oficina-casa del mago es para Lima una imagen del mundo, un mundo ina-barcable que nunca terminamos de conocer ni de entender, del cual formamos parte como pequeñas partículas que se adosan unas a otras para formar un todo cuya finalidad nadie puede determinar. El mago, portador del misterio más abstracto posible, arma y desarma, construye y destruye, en el medio también duerme, come y reflexiona. El producto de su trabajo es asimismo un misterio, sus trucos no tienen sentido, no entretienen ni asombran, cuanto mucho su labor incesante puede cautivar la atención de un espectador por su mera incomprensión. Como un mago viejo y cansado, el mago desnudo se ha quedado sin trucos.
Sin embargo, el mago hastiado propone, quizá muy a su pesar, un modo de mirar una obra de arte, incluso una manera de apreciar el mundo. En un universo carente de jerarquías, donde lo mismo da un mago que un aspa de ventilador de techo, una licuadora o una pila de libros de filosofía, las posibilidades de ordenamiento y clasificación parecieran extenderse hasta el infinito, o en su defecto las posibilidades serán al menos muchas más de las que imaginamos. Lima propone entonces luchar contra el reflejo innato de buscar siempre los límites de las cosas para simplemente sumergirse en el vaho cósmico de su obra. Y así como el mago fracasa en la construcción de sus aberraciones cerámicas o tecnológicas, que luego desaparecen en el magma material que lo rodea, el sujeto irrelevante y diluido debe aceptar el fracaso y la pérdida como parte de la construcción del universo. Entre el nacimiento y la muerte hay una permanencia, dice Lima, un ánima que se encuentra en las cosas, en una silla de plástico, en una planta y en un ser humano. No hay entonces una construcción del sujeto, sino un sujeto que junto a la silla y la planta forma una materia que se transforma, pasando de un estado a otro, cuánticamente hablando.
En función de esta imagen cuántica del universo, que atraviesa todo el trabajo de la artista, se conforman sus esculturas de cuerpos humanos, desde aquellos que enfundados en arneses empujan columnas dóricas hasta los que yacen en el piso confinados a un espacio en extremo limitado, iluminados por una bella y única lámpara. Los cuerpos se convierten en objetos, también los objetos se convierten en sujetos en obras como “Bar Restaurant”, un bar en el cual una pila de papeles, un rollo de fieltro verde, un paraguas y un conjunto de bloques geométricos de colores brillantes forman, entre otros, una serie de extrañas parejas que beben cerveza dispensada por un sobrio y atento mozo. Los vasos se vacían y se vuelven a llenar una y otra vez, la cerveza nunca se agota. En esta relación alterada entre los personajes el absurdo encuentra un rol primordial, cada personaje, tanto el mozo como el alto cono amarillo patito, asumen con naturalidad la absoluta carencia de sentido de su intercambio y, en última instancia, de su presencia. Si bien la imagen no carece de sorna, detrás del superficial tinte humorístico surge un estado de reflexión y aparente indiferencia respecto del significado de la existencia. Laura Lima vaticina –aliándose a una larga lista de absurdistas existenciales– el fracaso de todo intento por encontrar el significado absoluto y predeterminado dentro del universo, propugna en cambio una multiplicidad de construcciones de significado modeladas a la medida de cada ser humano.
En el libro que acompaña la exhibición, la filosofía del absurdo se enmaraña con la “filosofía ornamental” de la artista, que en sus propias palabras “abandona el hábito de la superficialidad puritana y salta a otras formas de superficialidad ‘pura’: de belleza, de placer y de gozo. Es como si, en el salto al vacío, Yves Klein se permitiese dar dos piruetas antes de caer aplastado. Para mí, es importante afirmar que el oro y la ornamentación dejan de representar el poder y la ostentación pequeñoburguesa para ser entendidos como arquitectura del delirio y de la sinrazón, fuentes esenciales de conocimiento en el arte y en el lenguaje”. En la misma línea de trabajo que Oro flexible, obra en la cual Lima interviene y altera reproducciones de pinturas renacentistas con tinta de oro, aquí utiliza el catálogo de la colección del Bonnefantenmuseum, Collectie Nederlandse en Duitse schilderkunst 1500-1800, como soporte para su propio libro. Un libro sobre otro libro, todo lo dorado que un libro puede ser.
En definitiva, entonces, la ornamentación áurea de Lima y la falsa pirueta de Yves Klein resultaron para la artista en actos políticos, tan políticos como la creación de una galería regida por artistas, para artistas, como A Gentil Carioca, proyecto fundado por Lima junto a Ernesto Neto y Marcio Botner en 2003. El acto político, según Lima, lejos de la política partidaria y panfletaria, es aquel que reconoce su propio tiempo con todas las circunvalaciones que esto implica. Un artista políticamente consciente sería entonces aquel que tiene noción del tiempo en el que vive y se entrega y responde a él. Trasladar una vaca de su montañoso entorno natural a una playa urbana, reemplazar el personal de un museo por un grupo de niños escandinavos, el deambular de un mago sin trucos en un estrafalario laberinto, la observación de los lazos sociales que aglutinan a los seres vivos en este proyecto que llamamos sociedad son los breves actos con los cuales Laura Lima enfrenta a su entorno. Las pretensiones son austeras, no se esperan resultados causales ni inmediatos, nadie saldrá transformado ante la visión del caos. Las acciones de Laura Lima existen como propuestas, como imágenes en potencia, como eso que sólo existe en el límite de no existir.
Laura Lima. El mago desnudo se puede visitar hasta el 7 de junio en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Avda. San Juan 350.
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