SERIES Cuando Danny Rayburn decide volver a casa en medio de una fiesta familiar, sólo su madre y su hermana están dispuestas a recibirlo. Su padre y sus dos hermanos no están tan seguros de volver a hacerle un lugar a alguien que parece estar siempre huyendo. Sólo que esta vez su regreso parece ir en serio, y también así será el drama que terminará estallando en la familia Rayburn. Protagonizada por un elenco estelarizado nada menos que por Sam Shepard y Sissi Spacek, Bloodline es la nueva gran apuesta de Netflix, un family-noir que mezcla drama con una trama policial, que incluye secretos no tan bien guardados y venganzas en cámara lenta.
› Por Mariano Kairuz
“No somos gente mala pero hemos hecho algo malo”, dice el slogan promocional de Bloodline. ¿Quiénes son los que no son “gente mala”? Los Rayburn, la próspera familia propietaria de un hotel-bungalow en los soleados y pantanosos Florida Keys. Quiénes son los que han hecho –y están por hacer– qué cosas malas, es el misterio que se va desovillando a lo largo de los trece episodios de esta serie que pertenece a lo que la crítica estadounidense ha dado en llamar family-noir, un drama familiar con elementos de thriller que constituye, después de House of Cards y Orange is the New Black, la nueva gran apuesta de Netflix.
Pasan las décadas, y la noción de familia muta, se transforma y deforma, se expande y mutila, por momentos hasta parece desvanecerse, pero no deja de ser uno de los centros esenciales y más efectivos motores del drama. La familia, siempre disfuncional de un modo u otro, es el eje sobre el que pueden desplegarse infinidad de temas, pero fundamentalmente los del amor, identidad, educación y pertenencia; herencia y desarraigo, camaradería y competencia, destino y vocación, poder, etcétera. El caso paradigmático de su potencial dramático dentro de la cultura popular contemporánea es la saga de El Padrino: desde los años ’70, cada vez que nos encontramos con la historia del hijo pródigo pero renuente, que rechaza primero el mandato paterno para asumirlo eventual y fatalmente, con aún más fuerza y compromiso que su antecesor, pensamos inevitablemente en la obra de Mario Puzzo y Coppola. El ejemplo más moderno –que contiene a su vez inexorables ecos de El Padrino– es Game of Thrones, que cruza numerosas dinastías rivales, cada una con sus reyes destronados, padres que reniegan de sus hijos, hermanos incestuosos, abandonados, tullidos, bastardos; alianzas y enfrentamientos, lealtades y traiciones determinados por los lazos de sangre. Hay otras, por supuesto (Empire), pero la flamante Bloodline es una de las que más directamente se ha abocado al tema desde su debut, con su primera temporada completa (trece episodios de casi una hora) para ver de corrido o administrar a placer, hace algo menos de un mes.
“A veces uno sabe que algo se avecina. Uno lo siente en el aire, dentro suyo, y no puede dormir por las noches. La voz en tu cabeza te dice que algo va a salir terriblemente mal, y que no hay nada que puedas hacer para impedirlo. Así es como me sentí cuando mi hermano volvió a casa.” El que habla es John Rayburn, desde su voz en off al principio del primer episodio, y la cosa arranca, efectivamente, con el regreso al hogar de Danny Rayburn (Ben Mendelsohn), tras estar alejado mucho tiempo. El hombre llega con su mala traza, una amargura imborrable en el gesto y el aspecto de estar casi siempre borracho, y es recibido con recelo por sus tres hermanos menores: John (Kyle Chandler), el golden boy, correctísimo guardián de la familia, devenido agente de la policía local; el temperamental Kevin (Norbert Leo Butz) y la más pequeña y componedora del clan, además abogada y representante legal de los Rayburn, Meg (Linda Cardellini). Tampoco sus padres, Sally y Robert (interpretados por las dos estrellas veteranas del programa, Sissy Spacek y Sam Shepard) parecen muy contentos con el primogénito, pero ella al menos sí prefiere tenerlo cerca, y en especial tenerlos a todos juntos ahora. La ocasión es un festejo por los 45 años de la posada turística de la familia, y en particular por sus patriarcas, con cuyos nombres es bautizado un muelle en honor a su lugar destacado en la comunidad local.
Aunque un par de veces parece a punto de arrepentirse, Danny ha llegado con planes propios: quedarse esta vez allí, alejándose de sus habituales problemas con la ley; intentar hacer las paces con su padre y ayudar a administrar el negocio familiar, para con un poco de suerte dejar de ser la oveja negra. El problema es que los demás –papá, y sus hermanos varones, en particular Kevin– no están muy convencidos que digamos: creen haber presenciado esta situación, la tentativa de Danny por empezar de nuevo, demasiadas veces, siempre conduciendo al fracaso y la catástrofe. Todo está dispuesto para que, en un principio nos identifiquemos, con matices, con la desconfianza de la familia modelo de la cual Danny es un descastado; el propio Danny es especialmente desagradable, vomita desprecio y resentimiento a su paso, y se mueve con una pulsión agresiva, que solo inspira una sensación de amenaza.
Pero unos pocos, fragmentarios flashbacks nos empiezan a indicar pronto que hay algo más, que la oscuridad debajo de la fachada soleada de la vida en el hotel de los Cayos de Florida los envuelve de una manera u otra a todos, a cada uno de los hermanos y al padre, y también hay un flash-forward, un breve pero intenso y contundente vistazo al futuro cercano, que pone todo en perspectiva, embarrando a cada uno de los personajes. “Hemos hecho algo malo”. Todos tienen, como suele decirse, algún cadáver en el ropero.
Creada por Todd A. Kessler, Glenn Kessler, y Daniel Zelman, equipo que se hace conocer como KZK (y que hasta hace poco fue responsable de la serie Damages, con Glenn Close y Rose Byrne) Bloodline fue diseñada directamente para ser vista en esta nueva modalidad que impuso el streaming, es decir, no de un episodio por semana sino en binge-watching, la maratón de unos cuantos episodios de corrido; y por lo tanto sus cliffhangers, sus trucos para mantener al público enganchado, están pensados en función de este esquema de consumo. Un flashback (o flash-forward) brutal y manipuladoramente fragmentario, es el anticipo o la huella de una línea argumental que habrá de continuar no mucho después. Por lo tanto es difícil contar mucho más sobre el oscuro pasado de los Rayburn que vuelve a la superficie tras la reunión familiar, sin arruinarle las cosas al espectador. Apenas tal vez que hay una quinta hermana, Sarah, muerta en un accidente treinta años atrás, y que su fantasma ronda las existencias de aquellos que la sobrevivieron.
El otro gran protagonista de Bloodline, es, como suele decirse, su escenografía, el espacio natural del Cayo de la Florida, los Florida Keys, que ofrecen ahí mismo, en la costa sobre la que se asienta el hotel de los Rayburn, su cara más paradisíaca, luminosa, entre el cielo azul, la arena blanquísima y el agua cristalina con sus arrecifes de coral; pero cuando uno se adentra en el pueblo, o en sus lagunas pantanosas y repletas de amenazas, descubre unos suburbios más bien sórdidos e inhóspitos para la vida a pie. “Para nosotros el Cayo se convirtió en un espacio icónico de la sensibilidad de los Estados Unidos”, dice Todd Kessler, uno de los tres creadores de la serie. “Es un poco como New Orleans o Las Vegas, o Los Angeles: incluso la mayoría de la gente que nunca estuvo allí sabe de qué se trata. Al principio queríamos ambientar los guiones en un lugar que hiciera nuestras vidas más sencillas a la hora de instalarnos para trabajar, pero no hay ninguno como este, con su color de agua y esa sensación de que de verdad estás en el paraíso, y a la vez de que hay una corriente subterránea, de que algo muy terrible ocurre bajo la superficie.”
A lo largo de un rodaje que implicó ocho meses filmando en un calor extremo y entre mosquitos (y reptiles y tiburones en las escenas acuáticas), el reparto se empapó bien en el ambiente caluroso, pesado y pegajoso en que transcurre la historia. “La naturaleza allí es una isla, una suerte de micromundo”, dice Glenn Kessler. “Es un lugar al que la gente va de vacaciones por varias razones, en parte porque está aislado del resto del mundo”, dice Cardellini (Meg). “Un lugar hermoso, pero también uno en el que tenés la sensación de que pueden ocurrir cosas muy raras.”
“Si manejás un auto, es un lugar muy restringido: hay una sola ruta, que recorrés una y otra vez de punta a punta”, explica Mendelsohn, alias Danny. “Ahora bien, si tenés un bote, ¡bam! La cosa de pronto tiene sentido: realmente tenés que ir con un bote o una lancha para entender ese lugar. Lo cierto es que filmar ahí en verano es un verdadero desafío, afecta tu composición del personaje, y es lo que los guionistas buscan: nadie debe parecer estar seco jamás, nadie debe verse bien; uno debe sentir el lugar. Es un calor húmedo que realmente puede hacerte daño; tuvimos algunos días realmente difíciles. Y cuando filmás arriba de un bote es peor, porque no hay a dónde ir.”
En el influyente sitio Indiewire, David Canfield señala que Bloodline se inscribe desde sus primeros minutos “en una nueva tendencia de la televisión americana que es el family noir, construyendo una visión incómoda y pesimista sobre la familia. Los roles de cada uno de sus integrantes en esta serie han sido formateados por un evento cataclísmico en la infancia de los Rayburn”. “Queríamos meter la pala en ese pedazo de tierra que es la familia”, dice el coguionista Todd Kessler, que algo más de una década atrás se curtió en el tema de las familias con secretos criminales escribiendo para Los Soprano. “Todos jugamos un papel dentro de nuestras respectivas familias. ¿Pero qué es lo que ocurre cuando uno llega al punto en el que ya no quiere jugar ese papel que le tocó o se labró?” Por otro lado, agrega su hermano y coguionista Glenn, “los mismos hechos pueden ser interpretados de maneras distintas por cada miembro de la familia”, que es un poco lo que ocurre en Bloodline y ha posicionado a los Rayburn en torno de la hermana muerta, del patriarca, y especialmente de Danny. Lo que sostiene el verosímil de este asunto que ya ha sido bastante transitado por el cine y la televisión (nuevamente, desde siempre, pero desde El Padrino en su faceta más moderna) y que ahora parece estar volviendo con fuerza en formato seriado, en comedias y dramas, son –a pesar de algunos estereotipos, y de algunos diálogos no del todo logrados– sus actuaciones. El público televisivo americano está familiarizado con el good guy, el muchacho correcto que tan bien le calza a Kyle Chandler, por la serie Friday Night Lights (también hizo de padre y guardián responsable y culposo en la película de JJ Abrams Súper 8); Shepard y Spacek son dos números puestos para encarnar personajes propios del más cenagoso y transpirado sur estadounidense (Shepard viene de varias experiencias televisivas y de un papel no enteramente distinto en la versión para cine de la obra Agosto; y ya trabajó con Spacek en varias ocasiones, en películas como Streets of Laredo, y Crímenes del corazón) pero la verdadera revelación de Bloodline es el australiano Mendelsohn. Acaso el más desconocido de un cast que incluye entre sus personajes secundarios a Chloe Sevigny (en plan un poco de reventada, como la hermana del mejor amigo de Danny, un dealer y white trash en libertad bajo fianza); Ben Mendelsohn interpreta con cierta sutileza el resentimiento de Danny hacia sus hermanos y su padre; la sutileza suficiente al menos como para que en un principio solo veamos el odio pero no alcancemos a intuir su vulnerabilidad, su condición –parcial– de víctima, su injusta posición de paria, que no sospechemos siquiera que eventualmente podemos llegar a desarrollar cierta empatía con este auténtico desgraciado (en todo sentido posible de la palabra). Para Cardellini, Mendelsohn es quien consigue convertir a Danny en un centro alrededor del cual el resto de los personajes interactúan, “un catalizador, que los desafía moralmente. El que obliga a los demás a confrontar la verdad, por muy desagradable que sea”.
“Para mí, Danny es el héroe de la familia: su aceptación del rol de oveja negra es lo que le permitió a la familia seguir prosperando. Todos sobrevivieron dentro de la familia, él tuvo que hacerlo por fuera de esta”, dice Mendelsohn, cuya formación actoral se reduce a unas cuantas clases en el colegio secundario y un videocasete de Taxi Driver que vio, asegura, unas cien veces. Su carrera consistió hasta ahora en un largo y dificultoso camino, que arrancó en el ’85 con un papel en el programa para chicos en la televisión de su país, The Henderson Kids, luego alcanzó cierto reconocimiento local por su personaje, un adolescente rebelde en The Year My Voice Broke, y hace unos años, haciendo de un narcotraficante en Animal Kingdom (film también australiano que acá fue directo a dvd pero tuvo cierta trascendencia internacional por la nominación al Oscar de su actriz Jackie Weaver) y otro criminal en la reciente Starred Up.
“Siempre me tomé como un elogio que me creyeran apto para interpretar este tipo de papeles, como el de Animal Kingdom y como el de Danny en Bloodline”, dice Mendelsohn: “Esos son los personajes que te permiten exhibir más sentimientos; son personajes desafectados y destructivos”. Los que son, en definitiva y siguiendo aquello de que las familias infelices lo son cada una a su manera, los más incómodos y los más creíbles, querramos o no reconocernos en ellos.
La temporada uno de Bloodline está completa en Netflix.
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