Dom 26.04.2015
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LA TIERRA SIN MAL

FOTOGRAFIA La última muestra de Adriana Lestido fue hace ya dos años, la gran retrospectiva en el Museo Nacional de Bellas Artes. Ahora la fotógrafa vuelve con imágenes nunca mostradas, un compendio de dos series hechas en México donde aparece la presencia cada vez más fuerte de los paisajes y la sosegada desaparición paulatina de los seres humanos en sus imágenes. Con esta selección de poco más de treinta fotos, Lestido procura escenas de mundos dentro del mundo, momentos silenciosos y acciones cotidianas del hombre en la vida de los bosques y las selvas en un México poco reconocible y en absoluto literal.

› Por Romina Resuche

Adriana Lestido muestra sus fotos cuando lo siente necesario. La exposición que genera la exhibición de la propia obra la abruma un poco. Dice que no muestra mucho y que lo hace de tanto en tanto. Su última exhibición en Buenos Aires fue Lo que se ve, una retrospectiva, enorme y concluyente de lo que hizo en casi 30 años de camino con/en/desde la fotografía. Ese primer paso hacia el cierre de un ciclo, a su vez lleno de otros ciclos y procesos, hizo que ahora prefiera mostrar otra cosa, algo no visto antes: el cruce de dos series hechas en México, durante 2010. La muestra lleva por título el nombre del país donde se hicieron las fotos. Puro y duro. Las cosas por su nombre. Y con esa decisión, un sello de Lestido: la simpleza.

En el texto de la muestra en Rolf Art, otra Adriana (Lauría, la curadora) habla de involucrarse con el paisaje. Con palabras describe el ambiente, el contexto natural, el modo en que la vida que percibía esa vida pasaba por esos lugares que aquí y ahora no son escenarios, ni ya territorios, sino fotografías. Como introducción a la selección y puesta en la pequeña y prolija galería, las frases asociadas a las imágenes informan y buscan una continuidad poética con la obra montada. Sin embargo, y aún en sus marcos blancos, las fotos de Lestido se emancipan de todo eso, incluso hasta de la idea de un México reconocible o literal.

“Me encanta que no se identifique mucho el lugar, que sea de alguna forma secundario”, dice Lestido. “El lugar es lo de menos, es ese como podría ser otro. Lo que importa es el clima que pueda envolverlo, o lo que esté pasando, y eso va mucho más allá, tiene que ver con otra cosa.”

México le atrae por su intensidad. Es uno de sus lugares. Dice que ahí se siente muy cómoda, que ahí no hay medias tintas. Su primer viaje fue en 1996, iba de luna de miel. Se enamoró de esas tierras y conoció a una de sus grandes amigas, Patricia Mendoza, directora del Centro de la Imagen. Con el tiempo, invitaciones varias la llevaron a volver para mostrar su trabajo, dar talleres o responder a encargos. Dos de esas muchas visitas fueron en un mismo año, 2010, cuando hizo las dos series que hoy se muestran.

La primera de ellas se hizo justo después de una exhibición en el Centro Fotográfico Manuel Alvarez Bravo –en Oaxaca– junto a Sebastián Szyd, Juan Travnik, Oscar Pintor y Marcos Zimmerman. Este evento le dejaba unos días libres y a sólo dos horas de un lugar que le había fascinado en una estadía anterior: Hierve el agua. Esta población de difícil acceso es una maravilla natural que –al ser centro de disputa entre dos pueblos campesinos cercanos, que se debaten entre conservarla como está o explotarla para los visitantes– mantiene alejados a los turistas y curiosos a los viajeros. “En el lugar hay unas cabañitas muy, muy precarias, muy elementales –cuenta entusiasmada Lestido–, pero que dan al abismo, pasan las nubes y los cóndores por abajo, es impresionante. Hay cascadas petrificadas y, de las piletas, el agua cae sobre el precipicio. Para llegar hay que subir mucho la montaña, el camino de llegada también es increíble. Quería volver a ese lugar mágico. Hice fotos sin ninguna intención de nada, pero después las revelé y me gustaron.” De esas fotografías, ocho pueden verse en la exhibición.

La segunda serie mexicana surgió en el siguiente viaje. Un pedido específico para el grupo de revistas Expansión, a propósito del Año Internacional de los Bosques, la llevó a recorrer todo el país. Lestido aceptó el trabajo porque podía trabajar a su manera, sin condicionamientos y acompañada por el criterio editorial de Mendoza, su amiga y colega. Fueron tres semanas intensivas que comenzaron en el norte, en Durango, siguieron en el sur, en Yucatán y terminaron en Itlxan. Los chicleros y los trabajadores de las fábricas de carbón llamaron a su mirada, dentro de esa naturaleza profunda que le pedían buscar. “Fui a zonas muy vírgenes, donde no es que el hombre no vaya, pero se siente mucho el espíritu de la selva”, relata. De estas imágenes, 24 forman parte de la edición que se exhibe en Rolf.

Hierve el agua, Oaxaca, 2010, toma directa, gelatina de plata sobre papel baritado.

En el encuentro de ambas series aunadas en una sala, Lestido reconoce lo que le pasa con ellas. “Son fotos que me da mucho placer mirar, me producen sensación de libertad, cierto alivio y alegría, que es algo que no me había pasado antes con mis fotos, que me alegre verlas”, confiesa. Y sigue: “Quizá porque son en general muy luminosas a pesar de que hay algunas densas como las de la fábrica de carbón. Las de Hierve el Agua son un poco distintas, por ahí tienen más que ver con lo que vino después, con la serie de la Antártida, que tiene otra frecuencia.”

Bruma, superficies, profundidades, ambientes, zonas, presencias, halos de luz, miradas, muy pocos objetos muy específicos, otros retratos, acciones, reacciones, hasta silencios hay en sus paisajes mexicanos. Ya en series anteriores, como Madres e hijas, hay bastantes paisajes. Ahí son –según Lestido– “como un personaje más”. En El Amor, casi todo es paisaje. Es que eso es lo que fue creciendo en su fotografía, esa presencia cada vez más fuerte de los paisajes. Ella misma explica que, en verdad “lo que se fue dando naturalmente, es la desaparición paulatina de los seres humanos en las fotos”. En la serie más grande de México aún pueden verse algunos hombres pero en la Antártida, ninguno. “Ya nada”, dice.

Alguna vez contó que luego de la retrospectiva su intención era cerrar un ciclo. La transición aún continúa. “Todo esto es distinto –aclara–, pero de alguna manera siento que la Antártida es como llegar a otro lugar interno, simboliza para mí un pasaje: el fin del mundo, el origen, el fin y el principio. Mi fantasía es que las fotos de la Antártida me van a terminar de liberar de toda esta etapa, será llegar al final de algo para poder pasar a otra cosa. A partir de ahí, no sé.”

Muchos de los que conocen su fotografía e investigaron sobre su vida sabrán quizá que la representa la agencia francesa Vu, que vive tanto en San Telmo como en Mar de las Pampas, que trabajó mucho tiempo como fotoperiodista en diarios y agencias argentinos, que medita, que alguna vez ganó las becas Guggenheim y Hasselblad, que por estos días muestra también su trabajo curatorial sobre la obra de Bernand Plossu y Françoise Núñez –Juntos, en el MNBA– que da clínicas por el país y por el mundo, y muy especialmente sus talleres, íntimos, como retiros, siempre en un entorno natural y como fuente de aprendizaje circular, recíproca.

En esos talleres –que son casi un secreto a voces, más cercano a la transformación que a la formación– Lestido invita a involucrarse con los procesos, abrirse, permitir que surja lo que tenga que surgir y a habitar el no sé que ella misma se propone para sí. Desde la improvisación (en sus palabras, “un trabajo muchísimo más duro y más intenso y difícil que si uno cumple un plan previsto”), entregarse. Con cada nuevo grupo, la residencia compartida hace interactuar a las distintas energías de cada uno, dando lugar a lo nuevo, a la transformación.

Para Lestido, sin transformación no hay creación y esto se logra poniendo el cuerpo “en el mejor sentido –dice–, en el sentido de estar realmente presente”. Comprende, claro, que es un equilibrio difícil de lograr. “Uno puede perderse totalmente en eso, pero creo que es preferible correr el riesgo de perderse y dejarse transformar por lo que suceda –en base a una muestra, en un trabajo, en las relaciones, en el amor– a querer controlar todo y plasmar a rajatabla una idea. Es riesgoso pero vital –asiente–; es la única forma en que es posible un encuentro.”

Molinillo, Durango dia 2, 2010, toma directa, gelatina de plata sobre papel baritado.

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