CINE. SE ESTRENA CASA VAMPIRO, LO NUEVO DE JEMAINE CLEMENT Y LOS NEOCELANDESES DE FLIGHT OF THE CONCHORDS
› Por Mariano Kairuz
“Queríamos hacer un documental que documentara cosas que no ocurren en la vida real”, dice Jemaine Clement, citando como inspiración a Christopher Guest y su mockumentary seminal This is Spinal Tap!, dirigido por Rob Reiner a principios de los ‘80. Y aunque la verdad es que hoy hay mucho falso documental que registra lo imposible y lo sobrenatural –el cine de terror está plagado de este truco narrativo– lo que hicieron Clement y Taika Waititi con What We Do in the Shadows es completamente otra cosa: una película de vampiros que no da ni pretende dar miedo, una comedia, una parodia, una ridiculización del mito, muy en la vena de lo que Guest hizo con los rockeros tres décadas atrás. Y además una pieza de humor deadpan –a cara de poker, a falta de una mejor traducción–, con la marca de sus dos directores y estrellas principales, Waititi y Clement, respectivamente, uno de los directores y uno de los cocreadores, actores, guionistas y músicos de la serie de culto Flight of the Conchords.
Todo está en el rostro: desde esa cara de poker al descaro con el que pueden decirse (o cantarse) ciertas cosas, Clement hace humor con su timidez, con su carácter de aparato social, con su ego más o menos reprimido, y, fundamentalmente, con su origen tan provincianamente neocelandés. Por eso es que hay una línea, no del todo sutil, que une a Flight of the Conchords, la serie que dejó a todos su fans pidiendo más tras las dos breves temporadas por HBO, y What We Do in the Shadows, la película de bajo presupuesto que tras un exitoso recorrido festivalero (incluidos Sundance, Toronto, Mar del Plata y el reciente Bafici) llega el próximo jueves a las salas porteñas como Casa Vampiro, un título más directo y menos sugestivo que el original, traducible como “Lo que hacemos en las sombras”.
En su serie, Clement y su cocreador Bret MacKenzie interpretaban, con sus nombres propios verdaderos, a dos músicos neocelandeses de alrededor de treinta años, algo parcos y torpes en sus relaciones sociales, laborales y amistosas, que sobreviven casi sin dinero, instalados en un departamento minúsculo en Brooklyn mientras intentan pegarla con sus canciones en el ambiente hipster neoyorquino. Los guiones ridiculizaban la pequeñez del universo de sus protagonistas, su habitual ingenuidad y literalidad, y el tono monocorde con que sus canciones (melodías de verdad disfrutables que funcionan más allá del chiste de sus letras) dicen las cosas más inapropiadas, brutalmente sinceras, y hasta obscenas. El provincianismo neocelandés –su complejo de inferioridad frente a los australianos, la repentina fama turística prodigada por el éxito de El Señor de los Anillos de Jackson– es fuente de buena parte de los chistes, a veces dirigido sobre la cerrada pronunciación del inglés de sus protagonistas, que ninguno de sus vecinos norteamericanos parece identificar correctamente. Algunas canciones (como la declaración de amor en forma de balada “If that’s what you’re into”) sencillamente hicieron valer el programa entero, pero los aspectos más absurdos de su humor probaron ser exportables, y en los años siguientes a Flight, su director y coguionista James Bobin fue contratado por Disney para hacerse cargo de la resurrección en cine de los Muppets. Bobin se llevó consigo a sus socios creativos, y por la primera de las dos películas de la Rana René (o Kermit), Bret MacKenzie se ganó un Oscar a mejor canción original (por “Man or Muppet”, una maravilla digna de los Conchords) y en la segunda Clement interpretó al divertido “Prison King”, un criminal que parodia el estereotipo de los matones carcelarios de mil películas, y que además, cómo no, canta y baila. Mientras tanto, los seguidores de los Conchords seguían preguntando: ¿y la tercera temporada para cuándo? Pero Clement y MacKenzie insisten en que quedaron agotados tras dos años de escribir, protagonizar y musicalizar todo ellos; que tal vez una película sí, pero otra temporada la ven difícil.
Las ridiculización de los estereotipos del hipster (como en Flight) o temibles (como el Prison King) también es el eje de Casa Vampiro, esta vez dirigida sobre los colmilludos, en plena era post Twilight. La idea la tuvieron Clement y Waititi hace unos diez años, pensando en lo absurdos que se ven estos tipos que salen a dar vueltas por el centro de Wellington el viernes por la noche vestidos con las aristocráticas capas y camisas que aprendieron a usar cinco siglos atrás y que hoy son objeto de burla de los transeúntes. What We Do in the Shadows se mete, en el consabido estilo falso-documental, en las existencias cotidianas de cuatro no-muertos de distintas generaciones: Viago (Waititi), de casi 400 años de edad; el ex vampiro hitleriano Deacon, de 180 (Jonathan Brugh); Petyr, verdadero Nosferatu como el de Murnau y Herzog que mora en el sótano a los 80 siglos de edad; y el dandy de casi 900 Vladislav, una suerte de Lestat (Clement). Todos ellos conviven en una residencia suburbana de esta ciudad neocelandesa y dedican sus noches a las actividades más mundanas, discutiendo sobre a quién le toca lavar los platos, o valiéndose de sus nuevos esclavos humanos para googlear chicas vírgenes (“nos gusta alimentarnos de vírgenes por la misma razón por la que no te gustaría saber que alguien tuvo sexo con el sandwich que estás a punto de comerte”) e imágenes de la salida del sol, que nunca pueden experimentar en carne propia, como bien indica la leyenda. Un grupo de documentalistas los sigue todo el tiempo con sus cámaras, incluso en sus a menudo frustradas salidas en busca de sangre fresca, o en sus encuentros con la jauría local de pulguientos hombres-lobo.
Nacido en 1974, con mitad de sangre maorí, Jemaine Atea Mahana Clement empezó su carrera como comediante formando un dúo con Waititi que se dio a conocer como Humourbeasts, y en el que empezó a darle forma a este estilo de candor y deadpan que atraviesa casi todas sus creaciones. Ahora Hollywood lo recluta para papeles secundarios (como la voz de Nigel, la cacatúa en la superproducción animada Rio y un extraterrestre desagradable al principio de Hombres de Negro 3), y le ofrecen mucho, dice, el papel de “amigo arrogante del protagonista”. A pesar de que en los últimos meses se lo vio en papeles más serios y de algún modo adultos y convencionales en los films indie –aun inéditos por acá– People, Places, Things y Don Verdean; la mayoría de sus personajes hasta ahora estuvieron marcados por uno de los temas más comunes de la comedia moderna: las vidas y los días de hombres grandes que se resisten a madurar, tipos de 30 y pico de años (o, tratándose de vampiros, de 80, 200 y hasta 8000 años), a los cuales los años no han vuelto ni un poco más sabios.
Pase lo que pase con sus carreras (“No planificamos mucho”, dice sobre él, Waititi y MacKenzie) probablemente hagan varias secuelas de Casa Vampiro durante, dice, “los próximos doscientos años”: “Seguiremos a nuestros personajes, y nos pondremos al día una vez al siglo. Probablemente ya estemos muertos, pero nuestros hijos tendrán la misión de retomar nuestro legado”.
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