Dom 03.05.2015
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SEX Y HUMOR

Hace cuatro años, la célebre y popular dibujante de Mujeres alteradas pegó un giro de novela. Precisamente, Maitena escribió una llamada Rumble, y lejos de explotar su fama para que derramara sobre el libro, lo dejó correr solito para que hiciera su propio camino. Después de dar a conocer Lo mejor de Maitena, la recopilación de su parte más brillante, moderna y costumbrista, ahora sorprende con Lo peor de Maitena, antología de dibujos e historietas de sus tiempos iniciáticos, cuando trajinaba las redacciones de revistas como Fierro, SexHumor y Cerdos & Peces. En esta entrevista, Maitena recrea su vida en aquella segunda mitad de los años ’80 y cuenta cómo fue viviendo sus propias transformaciones, su relación con lectores, fama y anonimato, y adelanta algo –muy poco– del misterioso tercer volumen que no sería ni lo mejor ni lo peor de sí misma.

› Por Martín Pérez

El problema son los globitos. Eso es lo que no le cierra a Maitena de la historieta. “Si hay que escribir, escribo. Me encanta escribir, pero novelas y relatos. En cambio, con el texto dentro del globito no quiero saber nada”, explica, y cuenta por ejemplo que le gusta cuando la historieta es más cinematográfica, mas narrativa, como la que desplegó el norteamericano David Small –más conocido por sus libros para niños– en Stitches, sus memorias de una infancia traumática. “Está contada de manera genial, parece como si estuvieras viendo una película”, se entusiasma la autora de Mujeres alteradas, y aclara que es un libro que se puede entender sin necesidad de leer nada, porque además tiene pocos globitos. Ese es su problema, insiste, los globitos. Cuando la historieta es demasiado una viñeta del texto se aburre, confiesa. Por eso hace años dejó de leerlas. Y de hacerlas.

Sentada en el escritorio que preside su estudio, un amplio departamento de varios ambientes en el mismo edificio sobre la avenida Callao donde hace años tiene su hogar, sólo que unos pisos debajo, Maitena hace memoria, y asegura que ya van nueve años que no escribe globitos. Desde que se retiró de todo, en el 2006, ese año sabático que se tomó a ver qué pasaba, y lo que pasó es que recién después del año sintió que apenas se estaba empezando a relajar, a pasarla bien. Así que no pudo hacer otra cosa que seguir sabática. No le costó mucho, dice. Pero no se trata ahora de discutir sobre las virtudes de no hacer nada, sino de revelar que el año pasado, casi en secreto, Maitena volvió a la historieta. La culpa la tuvo una convocatoria de la revista Fierro, para adaptar cuentos de Julio Cortázar.

“Fue divertido, hace mucho que no lo hacía.” Hubo varias idas y vueltas, claro. Le habían pasado un cuento que era medio bajón, dice, y quiso buscar algo más sexy. Pero el que pidió, “La señorita Cora”, que para ella iba más de calenturas adolescentes, por supuesto que ya lo tenía El Tomi. Otro que quiso, “Instrucciones para subir una escalera”, estaba en manos de Max Cachimba, cuándo no. Así que se quedó con el que le habían dado al principio: “No se culpe a nadie”. Pero decidió hacer las cosas de otra manera, sin sentarse a armar las páginas antes, dibujar lo que le venía a la gana. Se lo pasó bien, dice. Pero su método fue medio hippie. Y el resultado también. Al final no lo pudo armar, le faltaban dibujos, otros no encajaban, había claros problemas de continuidad. Y como a esa altura había perdido el entusiasmo inicial, se bajó de la convocatoria. “Pero está dibujada, y algunos de los dibujos están buenísimos”, aclara.

“Me gustó hacerlo, esa fue mi reconciliación con la historieta”, explica Maitena, que sigue retirada de todo, pero ha vuelto a sacar libros con sus dibujos. Un par de años atrás fue el turno de Lo mejor de Maitena, una antología de las viñetas e historietas con los que se hizo famosa, sus Mujeres alteradas y Superadas. Y ahora llega el turno de presentar Lo peor de Maitena, el libro más esperado por quienes siempre tuvieron bien en claro que su carrera no empezó en Para Ti, que Maitena dibuja desde su más tierna edad, pero nada tenían de tiernas las historietas guarras y calentorras que todavía muchos recuerdan publicadas en revistas como la primera Fierro, SexHumor y Cerdos & Peces.

¿Lo peor es por lo de la peor de la escuela?

–Culo, caca, pis. ¡Exacto! Todas en el baño hablando de pijas, pedos y sangre. Eso de Lo peor es un chiste, es un libro que se supone que no los tiene, pero empieza con uno. Todos mis libros tienen humor, de alguna manera. La novela que escribí empieza con una onomatopeya: ¡rumble! Son cosas que pasan solas, pero cuando veo que todo cierra, me encanta, y me dan ganas de hacer más libros. Después de todo, ya me di cuenta que tengo la fortuna de poder hacer el libro que se me cante.

NOCHES ILUSTRADAS

“¡Qué embole!”, confiesa haber pensado Maitena cuando la llamaron de su editorial para decirle que había llegado la hora de reeditar sus libros. Porque ya lo había hecho muchas veces. Incluso había juntado las Mujeres alteradas por un lado, y las Superadas por el otro. Así que la idea de un enorme Todo Maitena le resultó soporífero, confiesa.

“Hagamos otra cosa”, propuso. “Pero si no tenés otra cosa”, le respondieron, no sin razón. Y ahí fue cuando decidió vaciar sus cajones. Mirando carpetas que hace años no revisaba se le ocurrieron tres libros, todos juntos. “Porque esto es una trilogía: Lo mejor, Lo peor y hay un tercer libro, del que no quiero adelantar nada. Pero los tres están armados con material ya dibujado”.

Para el primer tomo, ese Lo mejor que apareció en 2013, resumió mil páginas de historietas en unas trescientas. “Acorté títulos, borré globos y eliminé cuadritos enteros, con el agregado de bocetos a lápiz que nunca antes había publicado. Fue como un sueño: poder elegir lo mejor y hacer con eso un libro nuevo”, escribió en la contratapa. “Si la vida nos diera esa oportunidad, la felicidad estaría asegurada”, remató. Lo implícito en ese final algo melanco, hoy Maitena lo confiesa sin problemas: por entonces no la estaba pasando bien. Se queda mirando el autorretrato escondido detrás de las solapas de aquel libro, y lo confirma. “Mirá cómo me dibujaba, no estaba en un buen momento”, comenta en voz baja. Tal vez por eso a la hora de seleccionar, calcula, dejó afuera su parte más dark, y puso primero lo alegre, el chiste tonto, el chascarrillo. “Eso es lo que primó: la frescura, el humor: reíte, che. Me gustó que eso saliera como lo mejor mío. Y tal vez en realidad no lo sea, en una de esas la parte más densa es realmente lo mejor. Por eso creo que es un libro en sí mismo, no sólo un rejunte.”

Para el segundo, el flamante Lo peor, la idea fue la misma: buscar un tono, un ritmo propio, que sirviera para repasar esas páginas antiguas. “Lo primero que busqué fue que no sea nostálgico, que no tuviese sentido sólo si viviste aquella época. Que lo pudiera leer alguien de veinte años y no se quedase afuera. Y creo que lo logré”, señala, satisfecha. Hay cosas que dejó de lado, porque el título es Lo peor, pero no Lo malo, bromea. Por eso no está Fló, por ejemplo, su primer tira, que publicó originalmente en el diario Tiempo Argentino y terminó compilando en un librito apaisado llamado Y en este rincón, las mujeres, para De La Flor, cuando su nombre como humorista todavía no había perdido el apellido.

Lo que quedó es un delicioso repaso por esas páginas con las que se convirtió en una de las pocas autoras femeninas del género durante la segunda mitad de los ’80. Personajes como Coramina o La Fiera, que publicaba en revistas como Sex Humor y SexHumor Ilustrado, o las más sofisticadas que publicaba en la Fierro, entre ellas una ambiciosa y larguísima llamada Barrio chino, casi un libro por derecho propio, con guión de Juan Carlos Martini, su pareja por entonces. “Son historietas que dibujaba de madrugada, después de estar todo el día haciendo ilustraciones para textos escolares”, recuerda Maitena, que después de que terminaba el día, de hacerle la cena a sus hijos y mandarlos a dormir, volvía al tablero a dibujar lo que realmente le gustaba, historietas que eran como las de sus ídolos: Guido Crepax, Milo Manara o Liberatore. “Siempre cuento que al día siguiente dejaba listos dos sobres: uno con las ilustraciones para los manuales, y otro con las historietas para SexHumor. Y mi pesadilla era que fuesen al lugar equivocado”.

Fue lo que le sucedió a Héctor Germán Oesterheld, que hacía cuentos para niños y textos de divulgación, y un día se le cruzaron los sobres, y se le multiplicó el trabajo, porque en cada editorial les gustó lo que hacía para la otra.

–Eso porque era Oesterheld, que era un genio. Yo estoy segura que si las maestras llegaban a ver mis historietas porno, se buscaban a otra ilustradora, una que no estuviese tan reñida con la moral.

En este mundo de Cincuenta sombras de Grey, tus lectoras de Para Ti y La Nación ahora podrían entender eso que en los ’80 sólo podías publicar en Fierro o SexHumor...

–Creo que sí, pero lo que no les gustaría es que lo vean sus hijas de 14 o 15 años, algo que a mí me encantaría. Porque serían sus lectoras naturales. La adolescencia y el comic van muy bien juntos. Hay cosas que está bueno ver por primera vez en una historieta.

DEL BARRIO CHINO

Cuando se le pregunta a Maitena qué se acuerda de aquellos años, responde breve y rápidamente.

“Todo”, dice.

Y se sirve otra taza de un café corto y fuerte. “Ese magma negro, como lo llama mi hija”, se ríe. Recuerda, por ejemplo, que en su mesa de trabajo se mezclaban las revistas porno con las revistas de armas. “Siempre me gustaron las armas”, confiesa. “Pero las tenía porque las necesitaba para hacer una historieta como Barrio chino, que era un policial”. Es que para hacer Barrio chino, explica, se tomó todo muy en serio, y buscó locaciones como para una película. Fotografiaba, y después copiaba. “Yo quería dibujar bien, y para mí eso era representar la realidad”, cuenta. “Tardé mucho tiempo en entender que el dibujo era otra cosa. Hoy pienso que eso no es dibujar bien, sino estar aprendiendo a dibujar.”

Pero gracias a esa obsesión por el realismo, en las historietas de Maitena se cuela el Buenos Aires de esos años, de fines de los ’80. La noche, especialmente. “Es que por esos años llegué a hacer 14 páginas mensuales, una locura. ¡Es una página cada dos días! Y encima tenía una vida, no era una nerda de tablero. Siempre me gustó la música y la noche y los bares. Así que terminaba de laburar y salía un rato. Porque cuando estás trabajando tantas horas seguidas, ponele que empezaste a las 5 y ya son las 3 y te levantás del tablero, irte así a la cama es bravo. Necesitás que te pase algo más.”

En esa época, recuerda, salía de caravana con su amiga Mariana Kirby. Era la chica más linda y afortunada de la noche porteña, a la que incluso el Indio Solari le había regalado flores. “Ella siempre me decía: poneme en una historieta. Entonces yo la puse: esta es ella”, dice Maitena, y abre un ejemplar de Lo peor en las últimas páginas de Barrio chino y señala un cuadrito. “La dibujé saliendo de Caras Mas Caras, que era nuestro bar, divina en su vestido, cruzando la calle, y no le puse ni un globito en el cuadro, está ella sola. ¿Podés creer que se ofendió cuando le di la revista? ¿Cómo saben que soy yo?, se quejó. “¿Qué querés? ¿Que pase alguien gritando tu nombre?, le dije. Y sí, me respondió. ¡La quería matar!”

En el piso del estudio están las cajas y carpetas que guardaban los originales que Maitena debió escanear para un libro que, explica, siempre estuvo en los planes de todos. “Siempre hubo la idea de hacer un Maitena antes de Maitena, pero prefiero que se llame Lo peor. Porque Lo mejor se supone que lo es porque son los chistes que me hicieron famosa y fueron traducidos a tantos idiomas y publicados en tantos países”, explica. “Y Lo peor es porque no gané ni un mango con esto, porque mis historietas no salían de La Urraca. Pero era lo era que quería hacer, yo quería ser dibujante de estas historietas. Y fue un fracaso para mí no haber podido trascender haciéndolo.”

¿Y por qué pensás que no pudiste?

–Porque me faltaba. No es casualidad que a mi trabajo le fue bien cuando estuvo maduro. Es la dura realidad. Pero en ese momento no entendía por qué. Recuerdo que me ofrecía en los diarios, y cuando no me daban laburo pensaba que era porque ellos eran hombres y yo mujer. Pero no. La verdad era que le faltaba un golpe de horno.

¿Cuál era ese golpe?

–Llegó cuando dejé de hacer estas historietas y durante un par de años me puse a escribir guiones de televisión, sketches para Gabriela Acher. Eso me fogueó en el tema del guión. El material de este libro me sirvió para no tener pudor de hablar de lo que sea, y lo de la Acher para afinar el texto de humor. Y después todo se unió. Pero cada paso que das, estás aprendiendo algo, no hay que olvidarse de eso. Yo ya tenía 30 años cuando sucedió el éxito de Mujeres Alteradas, y la verdad que no me lo esperaba.

NO PASARAN

Maitena dice que recuerda cuándo fue que se sintió por primera vez Super Maitena. Fue cuando salió en La Nación la viñeta abrazando a la Estatua de la Libertad, después del atentado contra las Torres Gemelas. “Salió por todos lados y colapsó los mails del diario”, recuerda. “Había gente emocionada y conmovida, todavía me paran por la calle para recordarme eso. Y si a la gente le pasa, vale. Pero yo me di cuenta ahí de que me había transformado en alguien que tenía peso, en una firma dentro del diario.”

¿Te gustó eso?

–Y sí. Vanidades. Fue una droga que me duró un tiempo. Hasta que encontrás otra más fuerte, como siempre.

Pero no le fue fácil. Si las Mujeres alteradas pegaron enseguida, pasando en un par de semanas de las páginas de adentro de Para Ti a la contratapa, en el diario fue otra cosa. “Nunca me olvido de una carta de lectores que escribió la mujer de Alemann, quejándose por Superadas”, dice con una sonrisa. “Igual me dolió, eh. Porque recién empezaba, y de pronto vi que había comentarios y me mandé a leer. Y me bajoneó. Lo que esta señora decía era que durante 32 años había empezado su día leyendo la tira Trudy, la historieta de Jerry Marcus, un espacio donde había encontrado durante todo ese tiempo alegría y ánimo para sobrellevar su día a día. Y ahora solo encontraba mujeres con los ojos desorbitados, dientes para afuera, nerviosas, sacadas”.

Pero eso es para llevar como una escarapela...

–Lo quise poner en el Todo Superadas, pero lo terminé dejando afuera.

Pero esa resistencia inicial, para una histérica como ella, fue justo lo que necesitaba para esforzarse y encontrar su lugar. “Lo que pasa es que para mi lo genial era tener que hablar de las cosas que yo hablaba, en esa clase de lugares”, explica. “Y lo que yo decía era que la familia es una mierda, y metete tu cariño en el orto, como dice Capusotto. Mis temas eran el sufrimiento de las mujeres, los engaños, los amantes, la desesperación, la culpa, el remordimiento, la dieta que se rompe. Y es mucho más interesante tratar esos temas ante un público como el de Para Ti o La Nación que ante el de Página/12, que ya sabés que piensa como vos. Porque el humor tiene que molestar. Te tiene que joder un poco. Y lo que pasó es que con el tiempo los lectores de La Nación también me amaron. Así que hay una parte de mí que debe ser facha, y que los fachos tienen también su corazoncito”.

Incluso terminó haciendo por otros en el diario lo que Cascioli hizo por ella. Porque el ex director de Humor estaba asesorando a La Nación, y fue quien propuso su contratación. “Tuvieron que comprarme el pase a precio de estrella, y tres años antes me ignoraron en un concurso del que participé y no salí ni a los premios”, se enorgullece Maitena, que recuerda que Cascioli también fue el que la entrevistó cuando fue con su carpetita a la vieja redacción de La Urraca, en la calle Salta. “Al Tano le resultó curioso quién era mi viejo, y que su hija estuviese dibujando esas porquerías”, recuerda. “Eso me emboló, y tardé muchos años en volver.” Lo que Maitena propuso en La Nación fue que contratasen nuevos dibujantes para la página de historietas, abriendo la puerta para una renovación que comenzó con Liniers. “Les dije: páguenles lo mismo que le pagan al sindicato al que le compran las tiras norteamericanas. Y así fue”.

Cuando empezó en ese mundo por entonces ajeno, Maitena confiesa haber aprendido a hacer trampa. En Para Ti, recuerda, empezó a entregar sobre el cierre, para tratar de pasar algunas cosas. “Porque el director estaba en llamas, como en todo cierre, así que los dibujos iban al taller derecho, después de pasar por corrección. El tipo no tenía tiempo de leerlos”. La primera vez que supo que se había zarpado, fue con una página dedicada a las suegras, que terminaba diciendo “La perfecta”, y la viñeta ilustraba un velorio. “Yo no creo eso, eh. Pero era un buen chiste. Un poco fuerte, eso sí. Otra vez, fue un dibujo de una mina en bolas, fumando. Pero cuando vi la revista y descubrí que habían pasado, me hizo gracia. Hay una satisfacción cuando te das cuenta que te podés colar ahí”.

¿Y en el diario?

–No pasó lo mismo, ahí hubo un par que no salieron. Creo que tenían que ver con la religión y con el tamaño del pene. Esas son cosas en serio, ¿viste?

SER Y NO SER

Ahora que llega el momento de discutir sobre las virtudes de no hacer nada, hay que dejar en claro que a Maitena le es imposible justamente eso, no hacer nada. “No puedo parar, soy una pila, una infumable”, cuenta al recordar ese momento en que decidió tomarse un sabático. “Así que me la pasaba haciendo cosas. No trabajaba, pero trabajaba. Me enroscaba en las cosas que cuando tenés laburo no te enroscás. Decís: no puedo, no tengo tiempo. Ahora tenía, y entonces iba.” O si no cocinaba. Invitaba a sus amigos a comer, ponía las mesas, se encerraba en la cocina. “¡Al pedo!”, se escandaliza. “Ponía el acto creativo en todas partes, hasta tenía una huerta. Llegué incluso a empezar a dibujar un manual de cocina y cuando estaba muy avanzado, lo abandoné. Hasta que por suerte empecé a hacer una novela. Y la pasé genial. Fue un gran viaje”, dice de Rumble, que finalmente editó hace ya cuatro años.

¿Cómo te sentís con la novela, ahora que ya pasó el tiempo?

–Ahora me siento genial, cuando la saqué estaba muerta de miedo. Por eso no la defendí, y casi ni la apoyé. Pero estuvo bueno también eso. Es como dicen los ingleses: si sucede, conviene. Porque le hizo bien. El que llegó a ella, lo hizo con más respeto. No abusé de mi fama como dibujante. No me puse a decir: si te gustan mis muñequitos te va a gustar mi novela. Es algo que podría haber hecho, y haber vendido mucho más, pero elegí otro camino, que le permitió seguir viva. Hay gente que aún hoy me dice que no tiene ni idea de que escribí una novela, y pasaron cuatro años y todavía me llegan mails de personas que dicen que acaban de terminar de leer Rumble. Y eso para mí es lo más importante.

Tanto cuando hablás de tu novela como de las reediciones de tus libros de historieta, es como si te pusieras del otro lado del mostrador. Parecés el cliente, no el vendedor...

–Es que no me gusta el marketing, la idea del consumo. Yo soy un objeto de consumo, me hago cargo de eso. De ser best seller, vender muchos libros y haber trabajado para eso. Sé perfectamente cómo es, conozco ese juego. Y tal vez lo esté jugando ahora un poquito de nuevo. Pero lo dejé de hacer. Vendí mucho menos, y me parece genial. No se puede estar siempre ahí arriba, o se puede, sí. Pero no es lo mío. Trato simplemente de ser honesta...

¿Y es fácil hacerlo?

–Claro que sí. Haces sólo lo que de verdad tenés ganas que suceda, y listo. No me vuelve loca que no me reconozca la gente por la calle, así que cuando dejé de publicar, traté de dejar también de aparecer. Me dejé el pelo largo, y como dejé de beber también bajé de peso. Tuve un cambio de fisonomía, me transformé en otra persona. Y estuvo bueno eso, porque no tenía ganas de que me reconozca todo el mundo, de ir a cualquier programa a hablar de cualquier cosa, a hacerte famoso y trabajar de famoso.

Para eso, calcula Maitena, fue fundamental irse a vivir a Uruguay, a un lugar donde no era nadie. Pero ahora está de regreso en Buenos Aires, porque su hija Antonia terminó la escuela primaria, y no era cuestión de seguir con la historia del pueblito. “Se quería matar, soñaba con irse a Nueva York”, cuenta una madre que no puede no entenderla. “¡Rumble!”, dice con una sonrisa. Y explica que se vino con la idea de escribir, pero todavía no funciona. Pero no va a abandonar. “Yo creo que si trabajás con ideas, aprendes que siempre tenés más, siempre vienen. Por eso me da mucha ternura cuando alguien dice: esto tengo que patentarlo. Porque capaz que sí, en una de esas te lo roban, pero ya tendrás otra idea. Si sos una persona que trabaja con ideas, no hay una sola. Viene una tras otra. Es algo que no podés parar, ni medir. Está más allá de vos.”

LO QUE QUEDABA AFUERA

Como descubrió que le encanta hacer libros, Maitena asegura que seguirá haciéndolos. Por lo pronto, aún le queda por delante el tercer volumen de lo que ella denomina como una trilogía. Ese libro que vendrá después de Lo mejor y Lo peor. Hay historietas de la época del último libro que se guardó para el que sigue. También toda la producción que realizó para dibujar Barrio chino, fotografiando las calles de Once y de San Telmo. Pero cada vez que aparece en la charla ese libro que falta, Maitena calla. “Es una cosa de recortes, pero no es ni lo mejor ni lo peor. Cuenta otra parte.” ¿Será su biografía en dibujos? “Vemos”, responde misteriosa.

Pero en lo que se refiere al volumen que acaba de salir, todavía tiene algo que confesar. “Cuando todavía no había vuelto a ver el material, pensaba que iba a ser un libro más sensual, mucho más hot”, explica. Pero dice que no se aguantó la lectura de las historietas. “No soporté los globitos”, revela, regresando a su problemita. “Estuve a punto de vaciarlos a todos, y que quedasen sólo los dibujos. Y después me imaginé cambiándolos, pero me di cuenta que era una tarea absurda”, se resigna Maitena, injusta más que nunca con un trabajo que, es cierto, resulta más hot y sexy en los bocetos que en las historietas. Pero que recupera un mundo perdido, mas nocturno y callejero y lleno de personajes queribles, en el que se pueden rastrear las mismas obsesiones que la convirtieron en la humorista gráfica que supo ser. “Mi universo tiene cosas que siempre se repiten, sea en el formato que sea”, calcula. “Son el humor, el sexo, el tema de género, los hijos. En esta época, sin embargo, no hay hijos. Supongo que ya no me parecían un tema interesante. Hice esa tira, Flo, cuando eran chicos. Pero cuando se hicieron grandes, ya fue”, se ríe.

Pero hay algo que se dio cuenta recién cuando dejó de hacer sus Mujeres Alteradas y las Superadas, y es que había dejado afuera de sus páginas algo suyo que resultaba fundamental. “Cuando arranqué con la página en Para Ti, andaba mucho de noche, de rock n’ roll. De hecho, estaba en pareja con una chica, pero ella no estaba en esas historias. Podía dibujar una torta aquí o allá, pero siempre en la mesa de al lado. No lo ponía en el cotidiano de una tira donde se suponía que cabían todas las mujeres. Eso me decían todo el tiempo: “Vos las hacés a todas”. Y yo decía que sí. Pero, bueno, esas no estaban”.

Eran otros tiempos, Maitena lo sabe. Hoy, dice, seguro que aparecería normalmente. Pero lo que siempre le sorprendió, explica, era cómo podía haber escondido algo así, porque al escribir o dibujar, se supone que esas cosas por algún lado salen. “Por algún lado se te escapa la tortuga, dicen. Pero a mí no se me escapó, llegué a pensar. Y ahora veo que no. ¡Cómo no se me iba a escapar! Si ni siquiera era tan tortuga. Lo que pasa es que está todo acá, en este libro lleno de chicas que se tocan. Me di cuenta que este es mi libro más torta. Y me encantó eso, porque me hubiese dado mucha culpa dejar afuera ese lado de mi vida.”

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