CINE Puede pensarse a priori que hacer un documental sobre la vida de Michel Foucault intimidaría a más de un cineasta, sobre todo teniendo en cuenta los resultados más bien irregulares de las biografías que se le dedicaron. En Foucault contra sí mismo, François Caillat optó por una deconstrucción crítica donde la voz del director y los testimonios no necesariamente convergen en la misma dirección, y se interesó por centrar los momentos de giro de su pensamiento: del estructuralismo a un humanismo radicalizado, del foco en la locura de la época clásica a la sexualidad en tiempos del psicoanálisis. Con este documental que se exhibe mañana, lunes 4 de mayo, en la Alianza Francesa, se inaugura además la serie de proyecciones del ciclo Esperando al Doc.BsAs.
› Por Paula Vazquez Prieto
Dilema cáustico si los hay, la eterna discusión entre el sistema y el individuo, entre el peso de la estructura colectiva y el ejercicio de la voluntad individual, sigue dando que hablar y reactualizando debates que nunca parecen saldados. Algo de eso hace el nuevo documental de François Caillat, Foucault contra sí mismo que ensaya en cuatro movimientos y un epílogo una inusual deconstrucción de la obra del filósofo francés Michel Foucault, nutriéndose de sus contradicciones y sus itinerarios pendulares para la puesta en escena de un escenario revelador. Caillat, de raigambre académica pero con intereses amplios y eclécticos, se ha internado en el mundo de la música, la filosofía y la historia a través de un particular estilo de documental que hace de la puesta en escena su clave de estilo y que entreteje juegos de verdades, reflexiones y experimentaciones dando luz a terrenos insospechados. “Me sitúo un poco al margen de la posición principal del documental, pongo en escena muchas cosas y, en general, la gente no está acostumbrada a eso; asimilan la puesta en escena desde la ficción”, contaba Caillat hace unos años a la revista chilena La Fuga a propósito de la presentación de El caso Valerie y Tres soldados alemanes en el Fidocs, una especie de versión trasandina del DocBsAs. “Esto tiene que ver con la presencia de la tradición, porque la historia del documental en Francia, y también en otros países, es de origen dominante en el cine social, etnográfico y militar. En esos tres ámbitos la puesta en escena es menos importante que la extracción del discurso de las palabras verdaderas.”
Caillat pone en foco hechos puntuales o personajes emblemáticos como punto de partida para trazar caminos novedosos, o por lo menos originales. En El caso Valérie (2004), la desaparición misteriosa de una joven en un pueblo de los Alpes dispara la pregunta metafísica sobre la ausencia; los testimonios exceden las particularidades policiales del enigma y se adentran en confesiones íntimas que muestran el revés de la verdad, aquello que uno vincularía más con el orden del secreto. Lo mismo hacía unos años antes en Tres soldados alemanes (2001), cuando a partir de la exhumación del cadáver de un soldado anónimo de la Segunda Guerra Mundial en la región de Lorena, desplegaba una especie de investigación novelada sobre fantasmas y recuerdos que reconstruían una memoria dispersa en objetos y representaciones que nunca acallaban el murmullo de esa intermitencia. Luego de haber incursionado en la efervescencia parisina de los años posteriores al Mayo del ’68 en Juventud enamorada (2011) desde una perspectiva emocional, casi a modo de relato iniciático, el director cambia el punto de vista y elige a una figura clave del pensamiento moderno francés como algo más que una suerte de inspiración. Foucault se convierte, en la mirada de Caillat, en un luminoso rompecabezas cuyas obras dialogan entre sí, ensayando contradicciones y descorriendo velos disciplinares que alumbran conexiones tan imprevistas como fructíferas.
Foucault contra sí mismo trae al presente los últimos 25 años del tejido filosófico elaborado por Foucault entre principios de la década del 60 y su temprana muerte en 1984, los posibles quiebres detectados por Caillat entre su etapa sistémica y estructuralista y su atención posterior al potencial creativo del sujeto, y las voces que hoy lo enseñan y discuten en su plena y consciente vitalidad.
El documental se inicia con un primer movimiento en el que se abordan las variaciones sobre el poder que analiza en su texto emblemático Historia de la locura en la época clásica: aquí la voz en off se alterna con la presencia de académicos como Geoffroy de Lagasnerie o Arlette Farge sentados en la sala Richelieu de la Biblioteca Nacional de Francia, cuya mirada no es complaciente sino que aspira a reactualizar el espíritu incisivo de Foucault, derribando el encierro del pensamiento en compartimentos, proponiendo mezclas de soportes y formatos, y alimentando diversas versiones de una misma historia. Para Foucault la deuda de la filosofía en su tiempo consistía en rastrear la historia de las formas en las que las cosas se convierten en una problemática: en el siglo XVII la locura, como otras “desviaciones”, se encierra porque atenta contra la integridad del orden social; en el siglo XIX, la locura se constituye como enfermedad mental, se proponen curas y tratamientos, y su encierro se torna más confortable y sometido a la lupa de la ciencia. Caillat combina las reflexiones de sus entrevistados con imágenes evocadoras de ese pasado, vestimentas, instrumentos, espacios, todos ellos atravesados por ese poder que se mide y se expone. Así, Historia de la locura en la época clásica se puede pensar como la revelación de las fronteras que dividen al pensamiento y el análisis del ejercicio del poder allí donde se oculta.
Más de diez años después de la locura Foucault alumbró su estudio sobre la sexualidad y ensayó un profundo cambio en ese ejercicio reflexivo en el que la contradicción queda al descubierto. Ya Oscar Wilde lo había señalado en su libro de ensayos El crítico como artista: “No hay arte donde no hay estilo, y no hay estilo donde no hay unidad, y la unidad es propia del individuo”. El Foucault de los años ’70, atravesado por la práctica política activa, por sus encendidas discusiones en el seno del prestigioso Colegio de Francia donde daba clases, por las manifestaciones callejeras en defensa de estudiantes y presidiarios, es un intelectual con una poderosa conciencia de sí mismo, con un espíritu crítico irrenunciable. Si la locura se silenciaba tras los muros del manicomio límpido y ascético de la época decimonónica, el cuerpo se encorseta en la modernidad no para su negación sino para su disimulo, y es ese mismo gesto el que lo exhibe. El corsé, la ropa interior, y los diversos atuendos del siglo XIX encubren y evocan aquello que es la materia misma del erotismo: La voluntad de saber, tal reza el subtítulo de su primer volumen sobre la historia de la sexualidad, expone las palabras de un poder que habla, que nombra, y que nos hace apropiarnos de un discurso que sentimos y creemos propio y verdadero.
Uno de los aspectos más interesantes de la puesta de Caillat es la elección de un distanciamiento evidente de la voz en off respecto al discurso de sus entrevistados. Todos ellos tienen una relación particular con Foucault: han sido clave en su formación, han seguido su etapa estructuralista, sus años como activista en plena eclosión maoísta, sus últimos itinerarios como viajero en los ’80. El mismo Leo Barsani fue el artífice de la presencia de Foucault en la Universidad de Berkeley y aquí su palabra permite conocer las verdaderas conexiones entre la vida personal y la vida profesional de Foucault en sus últimos años californianos. Ellos hablan de y a través de Foucault, su intimidad intelectual asoma entre palabras serias y oratorias preparadas; la voz en off, en cambio, es impersonal y a la vez automática, dice lo que hay que entender y funciona como guía de un relato que se presenta como “estallado”, en palabras de Caillat. Herederas del espíritu de Alain Resnais y Chris Marker, epítomes de la llamada Rive Gauche, las voces de Foucault contra sí mismo son voces circulares, de tiempo progresivo, que encierran el relato casi como anticipo de la instancia de montaje. “Experimenté mucho con el espiral en varias películas, y también con este sistema de dar vueltas alrededor de una cosa y, al mismo tiempo, querer avanzar”, comenta Caillat a La Fuga a propósito de esa dramaturgia de la contradicción que se pliega en simultáneo a su avance. Cuando, en el segundo movimiento, el documental aborda a Foucault como activista e introduce imágenes de archivo de mayo del ’68, la presencia material de intelectuales como Jean-Paul Sartre o Gilles Deleuze en las calles parisinas, también destaca la comunión de sus escritos de época como Vigilar y castigar con la participación en el campo social y la atención al presente como corolario de una Historia que hace eclosión en la actualidad.
Caillat vuelve una y otra vez sobre la contemporaneidad del pensamiento de Foucault: en su tercer movimiento la pregunta es: ¿Qué lugar hay para el individuo?, para dar lugar a la escenificación final de esa lucha del intelectual contra la alteridad que representa su mismo pensamiento pasado. En 1965, Foucault publicaba Las palabras y las cosas y allí se planteaba cómo se constituía el saber de una época. Casi escuchando el contrapunto de Wilde en sus ensayos, eso de que los artistas trabajan “inconscientemente” como portavoces anónimos y colectivos de su época, Foucault analizaba las estructuras que subyacen al pensamiento individual y hasta llegaba a plantear la idea del hombre como una “invención” en una entrevista televisiva. Las palabras y las cosas fue un libro duramente criticado por la corriente marxista de los ’60, nos recuerda Caillat, sobre todo porque ponía en entredicho el poder de la acción humana, la praxis. en palabras de Sartre. Sin embargo, veinte años después Caillat redescubre un Foucault humanista que ubica la subjetividad en el centro de su pensamiento y desmonta al psicoanálisis como ciencia del deseo para reemplazarlo por una economía del placer capaz de ser pensada como el arte de reinventarse a sí mismo. Este interés por las prácticas subjetivas de aquellos años de explosión de las minorías sexuales se alimentó con sus viajes a San Francisco y la exploración de aquella contracultura que se gestaba en los márgenes, permitiéndole atender no solo a la configuración del poder sino también a su resistencia.
El círculo propuesto por Caillat nunca se cierra y las aristas discursivas que configuran el retrato de Foucault lo enriquecen en lugar de limitarlo. El uso del poder simbólico conquistado en su recorrido legítimo por la academia, desde su lugar como intelectual, a partir de sus publicaciones, o luego de su paso por La Sorbona y el Colegio de Francia, para desarrollar una práctica innovadora que amplíe el campo de pensamiento de la filosofía, que incorpore nuevos objetos y fenómenos al espacio de discusión, es el gran legado de Foucault. Esa misma resistencia a la domesticación institucional es la que sostiene militantemente Caillat frente a los límites genéricos del documental, logrando que su película traspase fronteras y logre imaginaciones imprevistas.
Foucault contra sí mismo se exhibe el lunes 4 de mayo a las 19.30 en la Alianza Francesa, Córdoba 946. Inaugura la serie de proyecciones de Esperando al Doc. BsAs, la muestra de documentales organizada por la productora Cine-Ojo que se hace cada mes de octubre en Buenos Aires. Para información sobre el resto de las proyecciones: www.alianzafrancesa.org.ar
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