PLASTICA Nació en Italia, pero creció en Tucumán y, de adulto, el artista y famoso grabador Raoul Veroni (1913-1992) se vino a vivir a Buenos Aires –tenía un taller en Parque Chacabuco– y pasaba sus vacaciones en Villa Gesell. Allí paseaba y pintaba obras con plumín y acuarela, sin intención de exhibirlas. Ahora, gracias a la curaduría de su hijo, el también artista Ral Veroni, se pueden ver por primera vez esas delicadezas de verano, realizadas por puro placer, en veinticinco obras de pequeño formato.
› Por Eugenia Viña
Hay que imaginar el lugar hace 45 años, cuando los experimentos botánicos de Carlos Gesell –que volvía de sus viajes de Europa y Estados Unidos con las valijas repletas de semillas– ya habían dado sus frutos. Decidido a transformar los médanos en bosques, logró que, donde había dunas, crecieran sequoias, fresnos y casuarinas, junto a los nativos pinos y eucaliptos.
En ese mismo bosque y bajo la sombra de esos árboles el artista Raoul Veroni (1913-1992) en sus gesellinas vacaciones –allá por la década del 70– daba largos paseos. Merecido descanso para un hombre que trabajaba sin pausa a lo largo de todo el año, con jornadas dobles: por la mañana bien temprano en el taller de su casa con su propia obra dedicada a la realización de ediciones artesanales, y desde las seis de la tarde hasta las doce de la noche en el diario La Prensa como ilustrador.
Naturaleza, exposición curada por su propio hijo, el artista Ral Veroni, permite entrar en la intimidad de la vida del reconocido y talentoso grabador, en las que a través de delicadas acuarelas delineadas con plumín, configura fragmentos de un paisaje nacidos del puro placer: Su hijo describe la rutina de sus días: “Se levantaba temprano, al menos más temprano que yo, que siendo chico me despertaba con el ruido de la minerva, la vieja prensa alemana Phoenix Press II. La primera habitación de nuestra casa-taller en Parque Chacabuco era donde trabajaba, al lado del jardín. Allí imprimía y sacaba las estampas de aguafuerte. Si tenía que hacer litografías (una técnica de grabado en piedra) para ilustrar alguna de sus ediciones tenía una piecita mínima arriba en la terraza. Bajaba con las piedras de 40 kilos por la escalera cada vez que tenía que mojarlas con abundante agua. En general se tiraba un rato antes de irse a trabajar, tipo cinco de la tarde. Se daba una ducha de agua fría –incluso en invierno– y se iba caminando a los zancos. A veces, si estaba muy compenetrado con un trabajo, lo veía trabajar hasta el último minuto y salía rápido, evitando el descanso”.
El descanso llegaba en Gesell y la Galería Mar Dulce expone 25 obras de pequeño formato que Veroni hacía con total desinterés ni intenciones de firmar. Cuenta su hijo que “todos los días durante un mes salíamos por los médanos a ver la puesta de sol. De regreso seleccionaba los tallos y las flores que le llamaban la atención. Se sentaba en la mesa del hotel y dibujaba con suma facilidad –tenía por aquel entonces 60 años–. Tomaba la flor con su mano izquierda a la distancia suficiente que le daba su antebrazo y con la derecha la plantaba en el papel, en los recortes de papel hecho a mano que le habían sobrado de la realización de sus libros. Hacía estas obras en el comedor, luego de las caminatas –con total desinterés de exponerlas– mientras yo jugaba y mamá cocinaba. A veces los tiraba o los dejaba por ahí sin firmarlos. Mi mamá, que también era artista, se enojaba. Le pedía que los cuidara y les pusiera su nombre porque eso era arte”.
Raoul Veroni, como buen hombre de espíritu renacentista, tenía asociados el placer y la belleza con la naturaleza. Si bien había nacido en Milán, creció en Tucumán, entre los montes y cordilleras de Tafí del Valle. La bucólica vida al aire libre es algo que el artista llevaría siempre consigo y a la que le daría vida una y otra vez a través de sus grabados, de sus libros y su obra pictórica, donde reinan orgánicamente la poesía y la belleza.
Su voluntad clásica junto a una capacidad inmensa de trabajo le habilitaron, como recuerda su hijo, llegar a tener el trazo y la técnica comparables a las de Durero. Testimonio de su búsqueda intensa por la belleza y la excelencia son, entre otras obras, sus exquisitos sellos Urania y La cabellera, ediciones de bibliófilo, creadas enteramente por él. Recuerda Ral: “La rutina estaba dada según el proceso del libro. Estaba la realización del diagramado, la creación de los grabados, luego sacar las pruebas, hacer el tiraje para la edición, componer a mano el texto, imprimirlo, cortar el papel, hacer la encuadernación. Cada libro le llevaba alrededor de seis meses de ejecución y luego lo veía empezar el mismo proceso otra vez con otro título. En las preliminares aparecían los bocetos, los dibujos, las viñetas, el poema elegido, los libros de lectura apilados en la mesa, los manuales tipográficos, los pedidos de papel, y así”.
Corona de cristo, rosa, laurel, olivo, amapola, enamorada del muro, hoja de hiedra, entre otras tintas y acuarelas, conviven con una constelación de obras, Colectiva32, compuesta por delikatessen de artistas contemporáneos, Sofía Wiñosqui, Elina Méndez, Isol, Turdera, Andy Mermet y Fabio Risso Pino, entre otros.
Naturaleza, acuarelas de Raoul Veroni + Colectiva32 se pueden ver hasta el 9 de mayo en Galería Mar Dulce, Uriarte 1490, CABA.
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