MUSICA Autor de un clásico hermosísimo como “Ain’t No Sunshine”, Bill Withers fue versionado por artistas tan diversos como Dr. Dre, Mick Jagger, Lenny Kravitz, Ike & Tina Turner, Grace Jones, Liza Minelli y Fiona Apple, entre muchos otros. Sus canciones también tienen covers al K-Pop y se rescataron para la película Austin Powers. Pero él permanecía relativamente en las sombras por una razón tan sencilla como insólita: en los ’80 dejó el mundo de la música sin resentimiento y hasta el momento no volvió, ni con discos-regreso ni con actuaciones nostálgicas. A los 76 años, su relativa invisibilidad acaba de ser reparada cuando ingresó al Rock & Roll Hall of Fame en la última edición de la ceremonia, y de la mano de Stevie Wonder. Y ahí, contento pero firme, otra vez se negó a cantar. No porque no pueda: sencillamente, está feliz y retirado.
› Por Sergio Marchi
En la pasada ceremonia del Rock & Roll Hall of Fame, se reparó una injusticia: la ausencia entre los inducidos de Bill Withers, un hombre que lo dejó todo y jamás volvió a reclamarlo. Fue una estrella mundial en los ’70, se retiró misteriosamente en los ’80, le ofrecieron organizar “giras regreso” desde ese entonces, y siempre dijo no. Un gesto inédito que sostiene desde hace treinta años. Stevie Wonders fue quien hizo la presentación, y después cantó algunos de sus temas. Withers, que encandiló al auditorio con una elocuencia poco frecuente, decidió no cantar, pero no se privó de hacer chistes.
–Un momento, paren el teleprompter, que me voy a salir del libreto – anunció al arrancar su discurso.
–¡Yo no lo usé! –rió Stevie Wonder, bromeando con su propia ceguera.
Ambos se veían felices y radiantes. A los 76 años, Withers aceptó la inducción, pero no quiso exponerse. No porque no pueda cantar sino, simplemente, porque no quiso. No estaba ni asustado, ni resentido, ni en pose de estrella, ni tampoco parecía faltarle voz. Tan sólo dejó atrás su pasado como músico activo. No es algo que suceda a menudo en la historia de la música. Lo que se dice, un renunciamiento histórico.
Bill Withers no es un enigma: es un hombre transparente y articulado como pocos. Hace seis años, se realizó un documental sobre su vida titulado igual que su segundo álbum, de 1972: Still Bill. Allí se lo ve jovial para su edad, con una capacidad de reflexión que sorprende y un interés por la música que no decae. Lo que no le importa es el negocio de la música ni el estrellato. Pero en lo que otros es una pose para que el mundo le ruegue su retorno, en Bill Withers es simplemente una determinación digna: no dejar que los demás le digan qué hacer. “Nunca abandoné el negocio de la música –dijo Withers alguna vez–, simplemente me puse a hacer otra cosa.” El corte final sucedió en 1985, con la edición de su disco Watching You, Watching Me, un título premonitorio visto desde el presente, pero que en aquel entonces fue un disco más al que no le siguió otro. No había pasado demasiado desde que Withers volviera a llegar a la punta de los rankings en 1981 con un tema cuyo intérprete formal era el saxofonista de smooth-jazz, Grover Washington Jr.: “Just The Two of Us”.
Unos discos que no produjeron grandes hits, justo cuando dejó el sello Sussex por Columbia Records promovieron este estado de las cosas. En Columbia, encontró a un ejecutivo que quiso decirle cómo podía obtener mejores rendimientos en las listas de ventas, y le sugirió que grabara un cover de “In The Ghetto”, un tema popularizado por Elvis Presley. “Me puse pálido”, reconoció cuando le hicieron la oferta que para él fue un desprecio. En lugar de buscar el escándalo que le permitiese forzar la cancelación de su contrato, o apoyos que le permitiesen hacer las cosas en sus propios términos, simplemente cumplió con sus obligaciones contractuales que culminaron en 1985. Y no volvió a firmar ningún nuevo contrato. No fue una especulación, ni una jugada maestra: tan sólo sentir que no quería más de eso.
En treinta años de ausencia, Bill Withers se ha acomodado a una vida relajada y sin presiones. Su mujer, Marcia, es la que maneja el negocio de los derechos editoriales que devienen de sus canciones cuando suenan por la radio o alguien más las interpreta. Eso le permite vivir sin sobresaltos. El que no se acomodó a su ausencia es el mundo, que sigue reclamando sus canciones. Aunque sus éxitos se pueden contar con los dedos de la mano, son tan sólidos que cada tanto alguien tiene un golpe de suerte con uno de ellos.
Una floja banda de pop negro llamada Club Noveau, reventó los rankings con “Lean on Me” en 1987. Hamish Stuart, exmiembro de Average White Band, fue guitarrista de Paul McCartney a comienzos de los ‘90, y en el momento en que Paul le daba permiso para hacer lo suyo, elegía cantar “Ain’t No Sunshine”, el primer éxito de Withers (y hasta la grabó en el “Unplugged” de Paul). Mick Jagger y Lenny Kravitz hicieron juntos “Use Me” en el tercer disco solista del stone. Dr. Dre utilizó un sample de “Granma’s Hands” para el simple “No Diggity” de Blackstreet, tan poderoso que derrocó a “La Macarena” en 1996. “Just The Two of Us” fue hecho hasta en K-Pop coreano, y también rescatado para una deliciosa secuencia de la película Austin Powers. Los temas de Withers fueron versionados por una diversidad de artistas que van desde Ike & Tina Turner, hasta Gwar, Fiona Apple, Grace Jones, Liza Minelli y el grupo de glam-rock Mud. Esas canciones tienen un atractivo universal, que trasciende los géneros.
Bill Withers fue siempre un electrón suelto dentro del engranaje musical. Su voz está claramente afectada por el aleluya de las iglesias negras, y por los gospels que cantaba su abuela a pura palma en el porche de su casa, pero su estilo, acústico y moderado, parece tener más elementos en común con la escena californiana blanca de cantautores surgida a comienzos de los ’70 (Crosby, Stills & Nash, James Taylor, Jackson Browne), que con sus pares del soul y el funk de la época (Isaac Hayes, Stevie Wonder, Marvin Gaye). Quizás encarne un punto medio como el que ofrecían el vehemente Richie Havens o el más político Gil Scott-Heron, aunque sea más sobrio y más cotidiano que ambos. “Mis canciones hablan de emociones –dijo Withers–, y por eso las hice, sabiendo que si hablo de mis propias emociones también estoy tocando las de alguna otra persona.”
Lo gracioso es cómo compuso esas canciones: “Mentalmente, mientras ensamblaba baños para Boeing 747 y ponía cámaras en ellos. Así que si viajaste en uno, ¡te conozco demasiado bien!”, bromeó en un programa de televisión al que lo invitaron cuando “Ain’t No Sunshine” fue aclamada en 1971. Ni siquiera él o su grabadora le tenían fe y fue confinada al lado B de su primer simple, “Harlem”. Hasta los treinta años su vida no tuvo nada que ver con la música, salvo en la herencia gospel de la abuela. Bill Withers nació el 4 de julio de 1938 en un pueblito minero donde no había demasiado para hacer: Slab Fork, West Virginia. Bill era determinado y orgulloso, aunque no ambicioso: lo que lo llevó a salir del pueblo fue su tartamudeo. En esos tiempos no existía conciencia de lo que podía ser discriminatorio o no, y un maestro llegó a decirle que lo suyo no era un defecto sino un signo de discapacidad. Cuando Bill tuvo la edad suficiente para decidir, se alistó en el ejército, y una vez adentro se sometió a diversos tratamientos, según la leyenda. Withers lo niega: “Lo más cerca que estuve de una terapia fue cuando me pegaron en la cara con un repasador para quitarme la tartamudez”. Aparentemente, funcionó; la disciplina militar o el repasador.
Nueve años en el ejército le templaron un poco el carácter y le dieron amplios conocimientos de mecánica, que después le servirían para ganarse la vida trabajando en empresas de aeronavegación, colocando baños y cámaras. Pero lo que no sabía era que mientras trabajaba y cantaba, labraba su futuro. Con la misma determinación conque se alistó en el ejército, un día se mudó a Los Angeles y reunió dinero para pagar un demo de sus canciones. Mientras juntaba las monedas, intentó presentarse en vivo en pequeños clubes de Los Angeles. El destino le hizo escuchar una conversación en la que el dueño de un local se quejaba amargamente porque, pese a los dos mil dólares semanales que le pagaba al cantante Lou Rawls, no lograba que llegara con puntualidad a sus actuaciones. “¡Yo ganaba apenas cien por semana! ¡Y ese tipo ni siquiera tenía que levantarse temprano!”
Un pequeño sello llamado Sussex se interesó por grabar a Bill Withers y le dio dos noticias, una buena y una mala. La buena era que el productor de su disco iba a ser nada menos que el legendario organista de Stax, Booker T., que pondría a disposición a su no menos legendario grupo, The M. G’s. Steve Cropper no pudo ser de la partida, por lo que en el disco debut de Bill Withers el guitarrista fue Stephen Stills. Y Graham Nash se hizo presente para darle su apoyo al vocalista novato. La mala noticia era que por el poco presupuesto que podían adjudicarle, debería grabar un álbum entero en cuatro sesiones de tres horas, tiempo que después se redujo aun más. No obstante, las cosas salieron estupendas.
Just As I Am, el debut discográfico de Bill Withers, fue una inversión tacaña que proporcionó dividendos extraordinarios con “Ain’t No Sunshine”, que llegó al número dos y ganó un Grammy, y “Granma’s Hands”, el tributo que Bill le hizo a su abuela, que nació esclava y murió libre.
Lo mejor en la carrera de Bill Withers llegaría con otras canciones. “Lean on Me”, número 1 en 1972, se convirtió en una suerte de himno solidario, un tanto cursi, pero efectivo: “Apóyate en mí cuando no te sientas fuerte/ Y seré tu amigo/ Y te ayudaré a aguantar/ Porque no pasará mucho tiempo/ hasta que yo también necesite alguien en quien apoyarme”. Un día fue invitado a visitar una prisión de incógnito, para sorprender a los que estaban a la sombra por diversas razones. Pero el sorprendido fue Bill porque cuando caminaba por los lúgubres pasillos carcelarios escuchó que el coro de los internos practicaba una melodía que le era familiar. La suya: “Lean on Me”.
Otro de sus temas más populares, “Use Me”, fue una canción inusual no sólo por la descarga sexual que se desprende de ese riff ominoso tocado sobre el clarinete (que le ganó por un mes a “Superstition” de Stevie Wonder), sino por la historia que propone: la de un hombre que es abusado por una mujer. Sus amigos, sus parientes, todo el mundo le dice que ella se aprovecha de él, que lo maltrata enfrente de otros, que gasta su dinero, y él responde que lo sabe pero que no le importa. Y a ella le dice: “Usame hasta gastarme”. Ni Mick Jagger y Lenny Kravitz juntos pudieron lograr el empate con la versión original de Withers, que es uno de los clásicos del soul más contundentes de una época en que los hits parecían caerse de las ramas de los árboles de los barrios negros. Y hubo otros, como “Lovely Day”, “Kissing My Love” y “Just The Two of Us”, otro número dos, igual que “Ain’t No Sunshine”. “Pero después aparecieron esos expertos a decirme que tenía que poner vientos en mis temas, que dónde estaban las chicas del coro, que mis canciones no eran lo suficientemente negras. Yo tengo otro nombre para los A&R (Artistas y Repertorio, los encargados de lidiar con los músicos en las grabadoras): antagonistas y redundantes.”
El documental sobre su vida, Still Bill (2009), hizo que la gente volviera a interesarse por el hombre detrás de aquellas canciones. Cinematográficamente, el trabajo es aburrido y carente de ritmo (lo contrario a la música de Withers), pero cada vez que el cantante expresa lo que siente suena tan inteligente, sensato y humilde, que el espectador se queda para ver qué es lo próximo que va a decir. Es conmovedora su visita a un centro de rehabilitación para personas con problemas del habla, donde da un discurso, y escucha arrasado en lágrimas a un chico tartamudo cantar una canción.
Sorprende en un reportaje cuando le preguntan por su aparición en el mitológico festival Zaire 74 (participó junto a James Brown, Spinners, Miriam Makeba, B. B. King y otros) que se realizó en Kinshasha, como prólogo a la pelea de Muhammad Alí contra George Foreman. “No pensé que fuera un evento histórico: eran dos tipos que se iban a pelear a las cuatro de la madrugada y nosotros íbamos a tocar antes. Y además había que enfrentar la realidad: íbamos a un lugar donde existía una dictadura. Se nos hacían muy evidentes las diferencias sociales.”
Bill Withers es un hombre que rechazó lo que otros matarían por alcanzar. Sus canciones están vivas en el corazón del mundo, pero el hombre público tiene que tomarse el pulso para detectar si hay vida. Cada tanto le suena el teléfono, y del otro lado aparece una voz que le pregunta a él si está vivo o muerto.
Invariablemente responde: “Dejame que lo chequee”.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux