› Por Paula Pérez Alonso
“¿Coetzee viene todos los años?”, escuché varias veces la semana pasada. Vino en 2014 y ahora, y al cierre del Filba en 2011. Y va a seguir viniendo dos veces al año para participar de la Cátedra de Literaturas del Sur que dirige en la UNSAM (Universidad Nacional de San Martín). La cátedra comenzó sus actividades con el seminario de posgrado “La literatura de Australia” dictado por dos escritores de ese país, Gail Jones y Nicholas Jose, y continuará como un espacio de reflexión e intercambio del que participarán autores, críticos literarios, investigadores y docentes de Africa, Australia y América latina.
El atractivo programa del seminario de Jones y Jose, ambos académicos, muestra en cada módulo cómo desde distintos ángulos, en su constitución y en su política, Australia es una multicultura cuyas identificaciones coloniales no han sido resueltas. La turbulenta historia y las ambigüedades de su identidad son algunos de los grandes temas de la actual literatura australiana.
Coetzee vive allí desde 2002 y está entusiasmado con la perspectiva de este acercamiento. Con ánimo exploratorio, coordinó una mesa en el Malba en la que los escritores australianos dialogaron con Tununa Mercado y Luis Chitarroni sobre “los desafíos de las literaturas del Sur” y cuestionaron la insistencia del eje Norte-Sur que domina desde hace tanto tiempo la escena. ¿Hay una posibilidad de mover ese eje? ¿Qué puntos de contacto existen en las literaturas de este hemisferio?
Para el diálogo, estructurado por preguntas sutiles que insinuaban la posibilidad de ciertas coincidencias y divergencias, quiso que uno de los argentinos fuera un escritor del interior. En Australia existe un fuerte regionalismo dentro de la escritura, y también una división conceptual y física entre el centro, a menudo considerado en términos místicos, y la periferia, las regiones costeras, donde vive la mayoría de la población. Tununa, con la frescura y el encanto de una niña y sus rasgos aindiados que resaltaba una pashmina roja sobre una blusa blanca, abrió su comentario con el recuerdo de su exilio en México y contó que la Córdoba en la que creció y se formó se relacionaba con el resto del mundo sorteando a Buenos Aires, sin someterse al poder central.
Luis Chitarroni, escritor que se hizo editor al lado de Enrique Pezzoni, otro derrochador de inteligencia, humor, vitalidad y gusto, sin perder nunca de vista la ironía y la forma, habló de cómo fue pensar y producir una escritura después de varias generaciones que escribieron contra Borges.
Gail Jones, interesantísima, inteligente, moderna, refiere datos precisos. Australia es un país independiente desde 1901, un continente complejo en el que convivieron 650 tribus indígenas y 700 dialectos. No duda en dar un ejemplo incómodo de los estertores del discurso imperial: la primera novela de Virginia Woolf, The Vogaye Out, sitúa parte de su narración en Brasil en julio, y “es verano”. Denuncia la falta de cuidado, la ignorancia o el desdén cuando ni siquiera verifica la información de un locus “exótico”, demasiado lejano. Jones habla de Uluru, la roca más grande del mundo situada en el centro de Australia, un sitio sagrado en el medio del desierto, venerada por los aborígenes y que hoy el hombre blanco considera parte de su identidad. Una tierra habitada por presencias ancestrales, atravesada por las legendarias “huellas de sueño” de los indios (Dreaming tracks), los Songlines que inspiraron a Chatwin y que los mitos refieren como seres totémicos que vagaron por el continente en el Tiempo del Sueño (Dreamtime) cantando los nombres de todo aquello que se cruzaba a su paso para darle vida: pájaros, plantas, rocas, hoyos; los antiguos caminos que extenuaron los buscadores de fortuna, en pos de las míticas “Golden cities” –infinitos Eldorado–; el poder de un lugar solar, magnético, de frondosa fertilidad imaginativa.
Nicholas Jose se pregunta cómo el devenir de un continente que fue una colonia penitenciaria en 1700 y 1800, una tierra de desechos y de exilio, que después recibió cantidad de migraciones europeas, que asentaron capa sobre capa desde la colonia inglesa hasta las generaciones actuales, pudo afectar a la literatura de ese país. Rescata a Patrick White, Nobel de Literatura en 1973, hoy olvidado.
¿Cómo es que esto está sucediendo? El año pasado Coetzee estuvo en la Feria del Libro con Paul Auster, leyendo de su libro de cartas Aquí y ahora, y la UNSAM les otorgó un Honoris Causa. Fue entonces cuando por iniciativa de Carlos Ruta, rector de la universidad, surgió la idea de crear la cátedra de Literaturas del Sur, que desarrollará cursos, talleres, conferencias, proyectos de investigación y lecturas públicas, todo con la coordinación académica de Anna Kazumi Stahl. Dos veces al año
Coetzee va a venir a Argentina con escritores del Sur para participar de los seminarios; en este caso fueron los australianos, y en septiembre traerá a dos escritores sudafricanos. El proyecto es ambicioso, quieren trascender el intercambio discursivo. La editorial de la Universidad, UNSAM Edita, acaba de publicar Cinco campanas de Gail Jones, traducido por Teresa Arijón, y Rostro original de Nicholas Jose. Ambos títulos, inéditos en castellano, inician la colección Letras, de poesía y novelas. En la presentación en la Feria del Libro, Jones, que vivió largas temporadas en Berlín y en China, estaba feliz con la perspectiva, se sentía parte de algo importante: “El proyecto apuesta a una nueva construcción simbólica del mapa meridional; es un momento de avanzada”.
Estos escritores bien reconocidos no han adoptado las actitudes del escritor maduro, satisfecho o adocenado, que disfruta de su lugar de confort; las luchas son siempre vitales y más si no aspiran a lo unívoco e idéntico; su ánimo de cruce anuncia mundos diferentes por venir, aunque la vida sea siempre la misma.
El entusiasmo de Coetzee es fresco y contagioso. Muy lejos del aislamiento o de la torre de marfil que podría significar el Nobel y la consagración internacional, su sensibilidad no es “profesional” e inaccesible. Propone olvidar el eje Norte-Norte, ser independientes y soberanos, desbaratar la tensión entre las culturas jóvenes y las consagradas. En este primer encuentro quedaron flotando las líneas de especulación y reflexión que no buscan respuestas sino que pretenden ampliar el horizonte, crear un mapa nuevo. Coetzee lo dijo de forma poética: compartimos un mismo cielo.
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