TEATRO La nueva obra del destacado joven dramaturgo y director Ariel Farace se llama Constanza muere y tiene como protagonista casi excluyente a Analía Couceyro como una anciana excéntrica y simpatiquísima que reflexiona sobre el acto de morir. Y, de paso, se interroga sobre si es posible representar el fin de la vida, siempre único y definitivo, en un medio cuya esencia es la repetición.
› Por Mercedes Halfon
El plot de esta obra podría resumirse así: una tarde de domingo, rodeada de encendidas imágenes de su vida, Constanza muere. Podría resumirse todavía más y decir tan solo el título de la pieza: Constanza muere. Eso es lo que ocurre en esta obra de teatro de Ariel Farace, donde una anciana algo excéntrica, interpretada por Analía Couceyro, ensaya a lo largo de una hora diferentes reflexiones, pasos de baile, diálogos, poemas y canciones referidos al acto de morir. Farace –director y dramaturgo de lo más destacado de la joven escena local– va por su tercera pieza con nombre emparentado: Luisa se estrella contra su casa, Ulises no sabe contar y ahora Constanza muere. Siempre un nombre propio que realiza una acción, siempre una anécdota principal encriptada en su mismo título.
Ser o no ser, es una frase del acervo cultural del teatro, digámoslo en primer lugar. Pero justo es una frase que no se dice en esta pieza, porque su protagonista no duda sobre morir, sino que la muerte es algo que está junto a ella, constantemente, desde su más tierna infancia. La muerte en esta obra es un muchacho con traje de burro y una guadaña clásica en la mano. El otro personaje –además de la simpática Constanza– es La música. Su imagen es casi la de una niña, pero mejor sería describirla como una chica joven con vestido de cuento clásico, que lo que hace es sólo estar ahí, observar y tocar un poco el piano. La anciana, La música y La muerte son los tres personajes de esta casi fábula, realizada con magistral economía por Farace. Un cuento con mucho de abstracción.
Pero más allá de la decisión de poner un personaje encarnando la muerte, toda la obra –un poco al estilo Six Feet Under– ronda sobre esa cuestión. ¿Cuáles serán nuestras últimas palabras antes de morir? ¿Qué cara pondremos? ¿Qué estaremos haciendo? ¿Agonizando en una cama de hospital, cruzando una calle, regando una planta? ¿La muerte se puede esperar? Preguntas difíciles, porque no hay nada más abstracto que la muerte o mejor dicho que la idea de la muerte. Es algo que muy difícilmente se pueda trasladar a la representación teatral, sin que medie mucho de artificio en el proceso. Inevitablemente, una muerte teatral resulta falsa, ficcional. La muerte ocurre una única vez para cada ser, es lo irrepetible por excelencia y el teatro, si algo es, es la repetición.
La gran pregunta es, entonces, ¿se puede representar la muerte arriba de un escenario? Farace, obviamente, opina que sí y explica: “Enfrentamos ese problema con una frase provocadora que nos sirvió de guía: ‘La muerte no existe’. La muerte propia no es otra cosa que una ficción, una cantidad de escenas que creamos pero de las que nunca podremos dar cuenta. La muerte se nos hizo sólo y únicamente representación. Personaje que una vez descubierto nos acompaña, como un animal fiel, toda la vida. La muerte se volvió un campo imaginario para actuar. El final más obvio y absoluto de todas las historias”.
Esa particular relación que el director establece entre muerte y ficción es el mayor hallazgo y a la vez el centro por el que gravitan todos los elementos de la pieza. Si la muerte es una ficción, Constanza, de 70 años, no tiene que ser representada por una mujer de esa edad, sino que perfectamente puede ser una chica con peluca blanca y voz ronca ridículamente forzada. Si que esté a punto de morir es una convención, perfectamente puede hacer unos pasos de danza clásica o cantar desaforadamente “Rasguña las piedras”. Si la muerte es una ficción, la casa donde Constanza va a estirar la pata no necesita ser una casa realista con paneles oficiando de paredes, puertas y ventanas. Si la muerte es una ficción, los recuerdos de Constanza pueden ser la casa misma, convertirse en el decorado de la pieza, un laberinto –hermosamente realizado por la escenógrafa y artista visual Mariana Tirantte– de objetitos, teteras, pelotas de goma, juguetes, repasadores, helechos, cualquier objeto con valor sentimental.
En esta deriva poética entonces, Constanza y La muerte y La música se cruzan para hacer una obra con temática triste y expresión disparatada. La dramaturgia de Farace en ese sentido, se acerca mucho más a la poesía que a la prosa, en su modo de asociar. Hay incluso más de un fragmento de poema de Sylvia Plath (Morir es un arte, como todo./ Yo lo hago excepcionalmente bien./ Tan bien que es una barbaridad./ Tan bien que parece real./ Se diría, supongo, que tengo el don) traficado entre los textos. Farace cuenta: “Leo poesía desde niño. Mis primeras lecturas fueron poemas. Luego llegó la narrativa, aunque siempre me incliné por la prosa poética o ciertas narrativas que hacían del lenguaje materia de creación poética y uso musical de la palabra. Mi formación literaria se pareció a la búsqueda del tesoro, fui encontrando gemas mientras caminaba, observando atento qué se escondía entre la hierba. Encontré grandes amigos, el cielo bajo que el vivo se configuró en esas andanzas, paso a paso: página a página”.
Todos los textos que Analía Couceyro dice con su voz rasposa de mentira, se tornan juguetones, líricos, delirados. Porque, ¿puede alguien antes de morir hablar de las beldades de un paquete de Criollitas? ¿O del modo en que un saquito de té se abandona y convierte en una bebida tibia? Estamos lejísimos, a años luz de la solemnidad que implicaría “hablar de la muerte”. Y en eso, la actriz tiene mucho que ver. Con su adorable creación de Constanza logra hacer esa poesía cercana, sin que pierda ni un ápice de extrañeza. Querible y sorprendente. Nadie habla así en la vida real y sin embargo es porque alguien puede hablar así que resulta interesante ir al teatro. Como concluye Ariel Farace: “En la creación me atraen los mundos imaginarios, esos que en cada uno conviven con lo que nuestro tiempo llama realidad. Creo que son tan reales el dragón como el río, el teatro lo sabe bien y desde siempre. La vida parece ser una cosa increíble de imaginar”.
Constanza muere, con Analía Couceyro, Matías Vértiz, Florencia Sgandurra se puede ver los jueves a las 22 en El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034. Entrada: $ 140.
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