FOTOGRAFIA Todo comenzó con un evento en la Casa de la Cultura de la Villa 21-24: el ensayo fotográfico y el documental Puja, venir al mundo, que muestran la experiencia de diferentes mujeres durante el embarazo, el parto y el puerperio para hacer visible la violencia obstétrica. Aquel evento, que interactuaba con el público, fue el puntapié inicial de Proyecto Puja, trabajo de investigación que ahora, con la colaboración del Programa de DD.HH. del Ministerio de Cultura de la Nación, recorre centros barriales urbanos y periféricos de todo el país, ahí donde las reivindicaciones de género resultan demasiado lejanas.
› Por Mara Laporte
Diecisiete fotografías prolijamente instaladas en una pared blanquísima. En un extremo de la sala, desde unas imágenes en loop, alguien habla en francés, subtitulado.
Una mujer que recorre la muestra junto a una amiga se para en seco frente a una foto y se queda un rato mirándola. Se acerca, se aleja, se vuelve a acercar. Lee el cartel al pie. “Si hubiera sabido esto, no me hubiera pasado lo que me pasó”, dice mientras se aleja del espacio.
La mujer no es crítica de arte ni mucho menos. La mujer se llama Daiana, tiene poco más de 20 años y está hablando de sus experiencias de parto. “Con los tres míos me pasó. Me los arrancaron. A lo bruto”, sentencia.
La muestra en cuestión, organizada en la Casa Central de la Cultura Popular de la Villa 21-24, en Barracas, corresponde al ensayo fotográfico “Puja, venir al mundo”, de Ana Luz Sanz, Valeria Alvarez y Maxime Boniface, que recorre la experiencia de varias mujeres durante diferentes momentos del embarazo, parto y puerperio, y que dejan en evidencia numerosas situaciones de violencia obstétrica vividas en diferentes centros de atención públicos y privados de Buenos Aires.
La exposición fotográfica se complementa con la proyección del documental homónimo –con guión de Carlos Cantini– y un momento de reflexión final con el público. El evento de Barracas, además, marcó el puntapié inicial de un proyecto de colaboración entre los organizadores y el Programa de Derechos Humanos del Ministerio de Cultura de la Nación, que tiene que ver con la cristalización de una idea de recorrido conjunto por diferentes centros barriales urbanos y periféricos de todo el país. Allí donde las cuestiones de derechos humanos y reivindicaciones de género resultan, todavía, poco menos que una entelequia.
Porque la intención final del Proyecto Puja, que actualmente conforma la cooperativa Cuenco, no sólo es visibilizar las situaciones de violencia ejercida sobre las mujeres en el sistema de salud durante el parto y el puerperio sino también, y sobre todo, generar un intercambio entre los expositores, el público y las organizaciones locales que trabajan sobre la temática, con el objetivo último de difundir información sobre los derechos que asisten a la mujer en el momento de parir. El reciente apoyo del Programa de Derechos Humanos del Ministerio de Cultura a este proyecto artístico le proporciona a la iniciativa un importante impulso de difusión territorial; esto es, la posibilidad de aproximación directa a la realidad de muchísimas otras “Daianas”. Y de escuchar sus voces y experiencias.
En ocasiones, cuando comienza a gestarse un proyecto, la distancia entre la idea vislumbrada en un principio y el alcance final de aquello que se imaginó suele resultar mayor de lo esperado. Los fotógrafos Ana Luz Sanz, Mariana Morena, Valeria Alvarez y Nicolás Carvalho coincidieron hace un par de años en el taller “Fotografía y compromiso” dictado por Sub Cooperativa de Fotógrafos. Desde allí, decidieron emprender un proyecto artístico colectivo. Así explica Ana Luz Sanz los vaivenes iniciales de este recorrido: “Empezamos con el Proyecto Puja en el 2013, cuando con algunos compañeros del Taller nos planteamos el interés por abordar la temática del parto respetado en el marco de un contexto general de derechos de la mujer y violencia de género”. Pero lo que se encontraron entonces en las salas de parto que visitaron, demasiado lejos del respeto y de la aplicación institucional de la ley, fue una sucesión de situaciones de violencia institucional, de prácticas agresivas sobre las parturientas, los recién nacidos y sus familias. Así, la idea inicial del proyecto mutó, y lo que nació como un trabajo sobre parto respetado devino investigación y ensayo fotográfico sobre violencia obstétrica. Una violencia que atraviesa todas las clases sociales. “Recorrimos hospitales, algunas clínicas privadas, investigamos. Y a partir de lo que vimos y de los testimonios de la gente nos dimos cuenta de que había que visibilizar esta situación, dar imagen y voz a estas mujeres y tantas otras que, desde las instituciones, atraviesan el proceso de parir como un hecho extremadamente violento”, explica Sanz. El resultado de este registro fue un total de unas 3000 fotos, de las que en un principio se editaron 30, que comenzaron a exponerse en diferentes espacios. Pero si algo caracteriza a Puja es su auto-concepción como proyecto dinámico, que se permite la reconstrucción y reformulación constante, permeable, sobre todo, a los aportes de muchas mujeres y parejas que permanentemente se acercan con ganas de colaborar, de sumar sus testimonios. Con ganas de ser parte. Y desde esa dinámica de producción siempre abierta, decidieron crear un documental. “Yo aparecí en la parte audiovisual”, explica Maxime Boniface, cineasta francés radicado en Buenos Aires que se ocupó de la producción del video. “Porque entendimos que quizás el formato de fotografía no alcanzaba para contar todo lo que teníamos para contar y lo que queríamos transmitir sobre el tema. Y esto surgió casi naturalmente, porque cada vez que íbamos a sacar fotos también filmábamos testimonios, así que teníamos los dos materiales. Después, con todo eso, generamos la edición en video.”
Y en esta red de historias entrecruzadas, que en su propio entramado se sostienen mutuamente y fortalecen, queda otro nacimiento por contar. Fabiana Almeida es la hija de Taty Almeida. Y es la coordinadora del Programa de Derechos Humanos del Ministerio de Cultura de la Nación. Desde este “doble lugar”, nos cuenta: “En el año ’95, un grupo de militantes armamos una serie de pancartas, un collage de fotos y objetos que representaban las historias de vida de varios compañeros detenidos-desaparecidos. Con esta muestra, junto con Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, comenzamos a recorrer escuelas, marchas del 24M, de la Resistencia, con la idea de difundir las historias de cada uno de nuestros compañeros. Con el tiempo, el material, que era absolutamente artesanal, empezó a deteriorarse, y las Madres decidieron guardarlo para preservarlo”. Pero ese material era una documentación histórica importantísima, por lo que en el 2010, con las celebraciones del Bicentenario, Almeida planteó en el Ministerio de Cultura el proyecto de trasladar su contenido a un soporte en lona vinílica. Su propuesta se aceptó. Así nació, dentro del Ministerio de Cultura, el Programa de Derechos Humanos, y así surgió “Ellos quieren contarnos”, una muestra itinerante que recorre todo el país y que se propone, a través del renovado ejercicio de la memoria histórica, estimular a los jóvenes a participar y construir sus propias historias. “Es una charla en primera persona –cuenta Almeida–. Cuando se puede, una Madre nos acompaña a cada charla, junto con representantes sociales y militantes locales de DD.HH.” Y lo que ocurrió fue que, de a poco, el programa comenzó a crecer, a partir de la demanda de la gente. “Fue tan grande la demanda –explica Almeida– que empezamos a abrir otros canales y caminos.” A las charlas sumaron un Taller de Herramientas de Comunicación Popular y otro de Igualdad de Género, al que empezaron a acercarse mujeres y adolescentes embarazadas que promovían el debate sobre cuestiones de género. Allí, también, comenzaron a recoger muchísimos testimonios sobre situaciones de violencia obstétrica. “Fue entonces cuando conocimos el Proyecto Puja, que nos pareció interesantísimo en tanto hecho artístico y cultural y decidimos apoyarlo, sumarlo a nuestro Programa, llevarlo a nuestras charlas. Para que los y las jóvenes puedan empezar a entender sus derechos.” Hernán Oviedo, cocoordinador del Programa de DD.HH., completa esta idea: “No-sotros, a partir de este contacto con el Proyecto Puja y nuestro apoyo dentro del marco de DD.HH. del Ministerio de Cultura, estamos empezando a convocar a otros organismos, como el Ministerio de Salud, la Comisión Nacional de la Mujer o la Secretaría de Derechos Humanos, por ejemplo. Nuestra idea es difundir este proyecto, extender la red, intentar que esto se viralice”.
Cultura y derechos. Llegar hasta donde nadie llega”.
¿Ensayo fotográfico? ¿Video documental? En la fotografía, como en el arte en general, existen desplazamientos genéricos. En este sentido, desde el punto de vista semiológico, toda fotografía sería en última instancia documental, en la medida en que toda imagen nos remite a un concepto, a una realidad que representa o documenta. Y si ver la imagen de un hecho, desde esta perspectiva, es ver el hecho mismo, cuando la lente se adentra en los espacios y comportamientos humanos en sociedad, la fotografía comienza a jugar un papel importante en la transmisión de una cultura visual colectiva, erigiéndose en un verdadero documento social de su tiempo.
El Proyecto Puja está conformado, en cuanto a su definición genérica, por un ensayo fotográfico y un video documental. Sin embargo, es más que eso. Porque lo que Puja muestra no son hechos circunstanciales ni fortuitos de una realidad contingente, sino situaciones que corresponden a una realidad mucho más profunda y estructural. En esta línea, las imágenes que nos trae este proyecto son el producto sedimentado de un trabajo de investigación y, lejos de corresponder a una espontaneidad inocente, representan un recorte determinado por la mirada de las fotógrafas y fotógrafos que le dieron cuerpo. Más que un documento, limitado a reflejar la realidad desde un lugar denotativo, Puja es un trabajo testimonial que suma un eslabón más a los parámetros de la fotografía documental: muestra y analiza lo que muestra; testimonia, evidencia y busca provocar la concientización a través del ejercicio reflexivo. Es por eso que cuando Boniface habla de contar “lo que querían contar” está asumiendo un compromiso y una postura ideológica: las 17 fotografías y el video que conformaban aquella muestra de la Villa 21-24, así como todas las que siguen circulando en las diferentes exposiciones organizadas por el proyecto fueron perfiladas a partir de la observación, la interpretación y la construcción de un discurso formal y retórico cargado de contenido político, en el sentido más amplio del término.
Un puñado de imágenes alcanzan para reflejar el desamparo, el maltrato o el destrato que se ejerce sobre las mujeres y los recién nacidos en los centros de salud. Un grupo de parturientas hacinadas en un pasillo en pleno trabajo de parto; una mujer que espera en una camilla tapada de carpetas y papeles; otra mujer en plena puja de parto, aplastada por una partera que se le arroja encima del vientre para acelerar el proceso; una toma lejana de un recién nacido solo sobre una mesada, sin nadie alrededor que lo contenga. Maltratar o destratar. “Una definición breve de lo que significa violencia obstétrica”, apunta Ana Luz Sanz, “tiene que ver con la industrialización del parto, la deshumanización del embarazo, parto y puerperio”. Prácticas invasivas hasta hoy naturalizadas, consideradas “daños colaterales” necesarios, justificados incluso desde la sentencia bíblica del “parirás con dolor” que no es más que el precio que la mujer debe pagar –abnegación, agresión, sufrimiento– por haber engendrado un hijo desde el placer y el sexo. Detrás de estas imágenes subyace la disputa sobre el cuerpo de la mujer, desde la sociedad y sus instituciones. Hablar de violencia obstétrica no sólo supone reconocer diversas situaciones de humillación en el contexto del parto, sino también reclamar derechos contemplados en la ley. Porque lo cierto es que, siguiendo los lineamientos de la Organización Mundial de la Salud, tanto la Ley 25929 (Ley de derechos de padres e hijos durante el proceso de nacimiento), de noviembre del 2004, aún por reglamentar, como la Ley 26485 (Ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales) sancionada en marzo del 2009, plantean en nuestro país el derecho al parto humanizado.
Visibilizar, difundir, concientizar. “Tiene que ver con empoderar a la mujer e informar, porque las leyes están y se desconocen”, plantea Sanz. Y Fabiana Almeida coincide: “La contracara de la violencia obstétrica es en realidad el derecho que tenemos de elegir, de parir como queremos y deseamos”. Este recorrido de visibilización y reflexión, que ya estuvo en Ushuaia y en el II Festival Internacional de Cine por los Derechos Humanos de Bogotá en abril; en Santiago del Estero y en el Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA) en mayo; en el marco de la Semana por la Equidad de Género, en Corrientes, a principios de junio; en espacios universitarios como la UNSAM y UNCuyo, tiene su continuidad en diversas muestras por venir, como la participación este domingo 21 en el XVI Festival Internacional de Cine de Derechos Humanos o en las Casas del Bicentenario del Chaco, en julio, y de Córdoba, en agosto.
Porque como sostiene Michel Odent, médico obstetra y referente absoluto en materia de parto respetado, “para cambiar el mundo es preciso cambiar la forma de nacer”. Esta inscripción, que acompaña el pie de foto de una de las fotografías de la colección, es también la premisa que inspiró a Puja. Un proyecto de construcción colectiva que plantea un desafío de reflexión desde múltiples lenguajes y que viene a recordar que es posible vivir el parto como un acto íntimo de celebración y no como un sufrimiento o una condena.
Puja, el documental se puede ver hoy, a las 16, en la Fundación Mercedes Sosa, Humberto Primo 378, en el marco del 16o Festival Internacional de Derechos Humanos.
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