MúSICA > FKA TWIGS, LA CHICA QUE HACE LA DIFERENCIA
› Por Micaela Ortelli
Uno se olvida que los bailarines tienen cuerpos golpeados. Frustrados, tenaces, triunfantes. Cuerpos fuertes. Como los deportistas, los luchadores principalmente. La diferencia es que viendo una pelea se presencia el momento de la herida y, salvo accidentes, viendo bailar no. La herida ya cerró. Y los moretones se soportan: ese dolor físico no debe manifestarse en una danza.
Tahliah Barnett es una chica tranquila y reservada, que disfruta el silencio y estar puertas adentro. Es inglesa y vive en Londres pero ahora está en la casa de Los Angeles de su novio Robert Pattinson, el protagonista de la saga adolescente Crepúsculo. Pattinson está en Irlanda filmando una película y dicen los chimenteros que la pareja habría cancelado una boda que, en principio, nunca había confirmado. Ella fue a los Premios MTV hace dos semanas; estuvo nominada como artista a seguir, pero no ganó.
En su tierra sin embargo es “una de las artistas más excitantes de la última década”, según el vanguardista Festival Internacional de Manchester, que la tuvo de participante (registró la creación y ensayo de una coreografía durante siete días). Cuando reseñó su primer disco el año pasado, el semanario musical NME dijo que “Twigs está decidida a construir el sonido del futuro ella sola”. Pero a la prensa no especializada lo que le interesa es que haya conquistado al último galán del país, amor legitimado en la última Met Gala de Nueva York, donde Barnett logró llamar la atención entre los looks más excéntricos (estaban Beyoncé, Rihanna, Miley), con un vestido multicolor de Christopher Kane estampado con cuerpos desnudos y un anillo que se asumió de compromiso.
Twigs es una presencia llamativa, con esos ojos tan grandes, los labios de frutilla, la argolla en la nariz. Cuando se supo del noviazgo con Pattinson los odiadores empezaron a acosarla por Twitter: la palabra más usada fue “mono”. Es una clase de hostigamiento para el que está preparada. Cuando era chica y era la única mestiza de su clase, su padrastro –un melómano que le inculcó la pasión por la música– le decía que a veces las personas la iban a tratar distinto por su color de piel, y que posiblemente iba a tener que trabajar diez veces más que otra persona para llegar al mismo nivel de reconocimiento, pero que nunca usara eso de excusa para no hacer algo. A Twigs lo que en verdad la frustra es trabajar tanto por algo que en verdad no le importa a nadie. “Yo le gusto a la gente que busca algo distinto”, dijo hace un tiempo a The Guardian. “Pero en general el mundo no es receptivo a la diferencia”.
La llaman así por el ruido –como ramitas– que le hacen las piernas cuando estira; la sigla FKA significa “antes conocida como” porque alguien ya tenía registrado el nombre Twigs. Nació en 1988 y se crió en el campo, en Gloucestershire. A su padre, que es jamaiquino, lo conoció de grande; su madre –mitad española– era profesora de salsa. Y Twigs, la alumna becada de un buen colegio, que aprovechó maestros e instalaciones más que ninguno ahí adentro. Con esfuerzo, la mandaron a ballet y canto lírico. A los 17 se fue a hacer carrera a Londres.
Como bailarina, al principio. Twigs se hizo de una buena reputación y la llamaban para actuar en videos y shows de artistas pop como Kylie Minogue y Jessie J, o en algún sketch cómico de la BBC, un logro si se quiere importante que a ella no la llenaba para nada. Paralelamente aprendió el oficio de la producción y empezó a componer mientras se mantenía con cuatro trabajos distintos. Tiene una obsesión por aprender. A las horas de espera en los estudios de filmación de aquellos videos las aprovechaba para observar; ahora puede dirigir todos los suyos, una obra distinguida que abarca el videoarte y la ciencia ficción y avanza casi en paralelo con la música. “Video Girl” es una de las primeras canciones que escribió y también una de las más raras; ahí renegaba de ser aquella chica precisamente: decía que estaba decidida a hacer su propio camino –en el video se lo canta y baila a un condenado a muerte–.
La ayudó el ojo de Tic Zogson, el cazatalentos de la discográfica Young Turks (The xx), que le enseñó a usar la caja de ritmos Tempest con la que arrancó. En el estudio trabajó con un señor que sabe de pop como Paul Epworth (Coldplay, Adele) y el prodigio venezolano Arca, detrás del impresionante Yeezus de Kanye West y Vulnicura de Björk. A ella recuerda Twigs con su curadísima selección de sonidos. También a la canadiense Grimes, menos avant garde pero con el mismo ethos de trabajo. Con un perfil muy bajo, Twigs lanzó sus primeros EPs por Bandcamp y You Tube y deslumbró. El año pasado, antes de que saliera el disco debut, la prestigiosa Academy Films le ofreció un convenio para producir sus videos. Hace un mes apareció de sorpresa M3LL155X (pronunciado Melisa), un nuevo EP –un gran videoclip, a la vez– que coprodujo con Boots, conocido por su trabajo en el último disco de Beyoncé.
FKA Twigs es un proyecto tan moderno que su traslado al escenario puede resultar incómodo. En estudio Twigs construye una imagen poderosa, aún con esa expresión que parece triste y jugando a la sometida –“hacemelo fuerte, soy tu muñeca”, canta bajo el cuerpo desinflado de una love doll–. Decidió estar embarazada en M3LL155X aunque no se muestra maternal: rompe bolsa y resbala en pintura; va a parir y se saca de adentro un interminable paño de colores. Siendo una artista en crecimiento que no maneja fortunas para puesta en escena, el vivo no puede ser sino una abstracción de semejante contexto. Entonces es ella sola con antideslizantes en los pies. Un cuerpo que puede moverse como un robot o una serpiente, que transformó el sufrimiento en músculos. Dicen que el cuerpo se acostumbra a todo: Twigs, por ejemplo, también convive con un zumbido en el oído de la época en que escuchaba punk con auriculares malos.
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