CINE > J.J. ABRAMS
El próximo 17 de diciembre se estrena La guerra de las galaxias: El despertar de la fuerza, también conocida como Episodio VII: la película que viene a darle nueva vida a la saga de George Lucas después de que el creador abandonara su propia criatura culpa de tres muy flojas precuelas. El que carga con la responsabilidad de recrear el venerado universo de los Jedis es J.J. Abrams, ahijado cinematográfico de Lucas y Spielberg, el creador de Lost, el revitalizador de Viaje a las estrellas con dos películas muy buenas, el realizador sensible detrás de Super 8 y un largo etcétera de producciones que lo convirtieron en uno de los favoritos actuales de la industria, el más exitoso de los nerds, el alumno más aventajado de la generación que terminó apoderándose de Hollywood.
› Por Mariano Kairuz
Entre fines de los años ‘70 y mediados de la década siguiente, Steven Spielberg y George Lucas inventaron la figura contemporánea de la cultura geek; erigieron el nerdismo en un imperio. Tres décadas más tarde y con unos veinte años de edad menos, J.J. Abrams, el creador de las series Alias y Lost y director de Súper 8, el tipo que revitalizó la saga Viaje a las estrellas, se consolidó como uno de los mejores alumnos de aquellos y, ahora que quedó al mando de la resurrección de La guerra de las galaxias, acaso también como su más legítimo heredero. Si aquellos fueron pioneros que se alimentaron de la ciencia ficción y la fantasía que se producía cuando todavía era un mercado marginal, Abrams pertenece a la generación que vio convertirse todas estas locuras y bizarradas en el plato principal del cine mainstream. La generación de geeks que terminó apoderándose de Hollywood.
Y ahora que se viene su Star Wars (el próximo 17 de diciembre en Argentina), el trabajo que hizo con Star Trek presenta un doble filo. Por un lado, le insufló nueva vida a un universo con una larga historia y millones de fanáticos y realizó dos películas extraordinarias que, sin decepcionar a los fieles, consiguió acercarlo también a un público no iniciado. Por otro lado, cuando aceptó ponerse al frente de “la otra” saga galáctica, algunos fans de un lado y otro se resintieron: ¿será este el nerd profesional de nueva generación al que todo –cualquier cosa que pertenezca al mundo de la ciencia ficción y la fantasía– le da lo mismo?
Sin embargo, Abrams fue en varias ocasiones muy claro al respecto: “Cuando recuerdo mi infancia, puedo recomponer la lista de cosas que fueron inmensamente importantes para mi. La guerra de las galaxias está en esa lista y Viaje a las estrellas no. Cuando a los diez años vi La guerra de las galaxias por primera vez, me voló la cabeza. Lo que me encantaba era su energía visceral, su claridad, su enorme corazón y esa especie de inocencia. No fue hasta que trabajé en Viaje a las estrellas que pude enamorarme de sus ideas un poco más sofisticadas y filosóficas, y esos debates morales en los que de chico yo no terminaba de prenderme”.
Lo cierto es que, cuando George Lucas vendió LucasFilms a Disney por cuatro mil millones de dólares tres años atrás y la compañía compradora puso en marcha todo para reiniciar Star Wars, Abrams fue uno de los primeros cineastas a los que le ofrecieron el peligroso honor de ponerse al hombro la franquicia, y en un principio dijo que no, gracias. Unos meses más tarde, ya se había pasado al otro lado de la fuerza. La razón por la que declinó inicialmente no fue su compromiso con Star Trek, sino que sabía las penurias que los fans le habían hecho pasar a George Lucas por su trilogía de precuelas, los Episodios I, II y III, tan indiscutiblemente inferiores a los films originales; tan decepcionantes incluso –o especialmente– para los incondicionales.
Y Abrams se juntó con Lawrence Kasdan –guionista de El imperio contraataca y El regreso del Jedi y director de larga e interesante carrera– para trabajar en el desarrollo de tres nuevas historias, de las cuales el creador de Lost solo dirigió la primera, para supervisar más o menos de cerca las restantes. Y realizó el rodaje a lo largo del año pasado, en fílmico –el hoy casi completamente abandonado soporte de 35mm– con poco abuso, dice, de efectos digitales, y más sets y maquetas, bien materiales, para recuperar la experiencia “táctil, absolutamente creíble” que fue ver la primera película en 1977; y convocó a los protagonistas originales, Mark Hammill, Harrison Ford y Carrie Fisher, para que repitieran a sus personajes Luke Skywalker, Han Solo y Leia, muchos años después. No se sabe qué papel jugarán estos personajes; en rigor, no se sabe casi nada acerca de Star Wars: El despertar de la fuerza (también conocida como Episodio VII), porque los trailers no revelan demasiado sobre la nueva trama, apenas los rostros de los nuevos protagonistas (Daisy Ridley, John Boyega, Domhnall Gleeson, Oscar Isaac), que la historia de Darth Vader y el Jedi que venció al Imperio junto a los rebeldes se ha convertido en una suerte de leyenda moderna y difusa para las nuevas generaciones, y que hay un nuevo villano, Kylo Ren, portador de un impresionante sable láser de diseño en cruz.
El resto es especulación, y los inter-nerds están que arden con sus preguntas y presunciones; todo basado en una millonaria campaña de marketing y en la convicción de Abrams de que los trailers tienen que dejar de contarnos las películas completas, como lo hacen a menudo. “Aunque nací antes de internet estoy consciente de que vivimos una era de informacion instantánea que la gente ha asumido como un derecho adquirido, pero tambien me gusta recordar que no tiene nada de malo crear un poco de expectativa”, dice. En cualquier caso, en apenas diez días más El despertar de la fuerza llegará a los cines de casi todo el mundo y ahí veremos si está a la altura de la enorme ansiedad que se ha generado.
Jeffrey Jacob Abrams nació en Long Island, Nueva York en 1966, pero a los seis años ya se había mudado junto a su familia a Los Angeles. Hijo del publicitario y productor de decenas de telefilms Gerald W. Abrams, y de la productora ejecutiva Carol Ann Kelvin, J.J. pasó buena parte de su infancia y adolescencia haciendo películas en súper 8, el formato en el que su generación (la misma de Tim Burton) y la anterior hicieron su escuela. Estas obras amateur le valieron su primer trabajo con Spielberg cuando tenía 15 años. La historia –que circuló bastante cuatro años atrás, cuando Abrams estrenó su largometraje Súper 8, con producción del director de E.T.– se remonta a 1981, la época en que el muchacho se enteró de la existencia de un programa televisivo al que el periodista Gerard Ravel llevaba a artistas jóvenes y prometedores de diferentes rubros. Al final de cada emisión, el conductor invitaba a que nuevos talentos se pusieran en contacto con él. Abrams llamó, Ravel viajó hasta su casa para ver su material en súper 8; hizo dos programas con él, y lo contactó con otro adolescente de intereses afines: Matt Reeves. La primera charla telefónica entre Reeves y Abrams duró cuatro horas: “Fue como si hubiéramos encontrado a nuestro gemelo”, dice Abrams: “Ambos hacíamos películas sobre, cómo no, los losers de la escuela”. Reeves y Abrams forjaron una amistad y sociedad duradera: juntos crearon, en 1999, la serie Felicity, que duró cuatro temporadas en Warner, y algunos años después, J.J. produjo Cloverfield: monstruo, exitoso debut en la dirección de Matt. Pero mucho antes de todo esto, en 1982, se llevó a cabo en el cine Nuart de Los Angeles una muestra de “Los mejores films adolescentes en 8mm”, a las que el LA Times le dedicó un artículo titulado “Maravillas sin barba del cine” (porque Spielberg, Lucas, Scorsese, los cineastas del momento, tenían barbas en ese entonces), que versaba en su mayoría sobre Abrams. Allí, el quinceañero contaba que había hecho su primer film a los 7 años, con plastilina, y declaraba: “Veo películas de Spielberg y Carpenter, y yo mismo quiero hacerlas”. La asistente de Spielberg, Kathleen Kennedy, leyó y llamó a Abrams con un encargo: que restaurara unos cortos en súper 8 que Spielberg hizo de chico, y que había recuperado recientemente. Abrams y su amigo Bryan Burk –con quien también lleva una amistad y sociedad larguísima; con él fundó en 2001 su productora Bad Robot, el sello detrás de Lost y series como Fringe, Alcatraz, y muchas otras– pusieron manos a la obra, con mucho entusiasmo y a cambio de una paga de 300 dólares.
Por primera vez, este chico nada atlético y poco sociable que pasaba sus recreos escolares jugando solo con una capa roja atada al cuello, le encontraba un propósito y una dirección real a ese interés que su abuelo materno había ayudado a fomentar. Dueño de un comercio de artículos electrónicos, Harry Kelvin le había enseñado a interesarse en cómo funcionan las cosas (cómo está hecho un electrodoméstico: una revelación cercana a la magia y por lo tanto, dice Abrams, al cine) y fue quien lo llevó por primera vez al tour por los estudios Universal cuando tenía siete u ocho años. De algún modo, dice, fue más figura paterna que su propio padre, quien, aunque lo llevó de visita a sets televisivos y de algunas de las películas que producía, “estaba siempre trabajando”. Fue su padre, no obstante, quien tras terminar el secundario le recomendó que se anotara en la escuela neoyorquina Sarah Lawrence, porque “era más importante que aprendiera sobre qué temas hacer películas que cómo hacerlas”. En la Sarah Lawrence conoció a algunos de sus primeros colaboradores profesionales: con Jill Mazursky (hija del gran director Paul Mazursky) escribieron el tratamiento del primer guión que vio producido profesionalmente, el de la comedia Taking Care of Business, con Charles Grodin y James Belushi. En los años siguientes firmaría solo o a medias films de alto perfil como Una segunda oportunidad (Regarding Henry, con Harrison Ford), Eternamente joven (con Mel Gibson), y Armageddon (la del meteorito gigante dirigida por Michael Bay, con Bruce Willis). A fines de los ‘90 creó Felicity; y un par de años después, ya en su propia productora Bad Robot, Alias, con Jennifer Garner como una super doble agente; un trabajo que llamó la atención de Tom Cruise, quien entonces le ofreció el que sería su debut como director cinematográfico: Misión Imposible III.
Un lustro más tarde ya estaba conduciendo las nuevas dos películas de Viaje a las estrellas, entre las cuales estrenó la más personal Súper 8, que lo volvió a conectar con Spielberg. Súper 8 fue para él, de hecho, una suerte de “film perdido de Amblin”, la productora que Spielberg tenía en los 80 y bajo la cual apadrinó films como Los Goonies, obvio referente de la película de Abrams. En ella se fundía su interés inclaudicable por el fílmico –“No sé si es la resolución imperfecta de su imagen, pero hay algo en el film analógico que es infinitamente más poderoso, más evocativo que el digital; el digital nos está deshumanizando; nos zambulle en experiencias que no son para nada experiencias reales”, alega– y su afecto por el cine que vió en su adolescencia (“la inocencia y cierta ternura de los chicos protagonistas”), a la vez que funcionó como una suerte de dolorosa catarsis: “Mientras escribía la película, a mi madre le diagnosticaron un cáncer cerebral, así que terminé escribiendo un relato acerca de perder a tu mamá cuando yo estaba perdiendo a la mía”.
Abrams dice que siempre le resultó más sencillo trabajar cuando se le imponen restricciones. “Cuando el director de la ABC Lloyd Braun me llamó para pedirme que escribiera un programa sobre gente que sobrevive a la caída de un avión, recuerdo que pensé; bueno, algo va a salir. Y lo hice muy rápido, porque tenía una misión específica. Cuando le conté mi idea me djo que era mucho más extraño de lo que jamás podría haber imaginado, porque estaba esperando una cruza entre Robinson Crusoe y El señor de las moscas. Pero así nació Lost. Si alguien me hubiera pedido que hiciera un programa extraño, yo hubiera dicho: no sé, ni siquiera se qué significa eso”.
En ese sentido, nada podría haberle ofrecido más restricciones que Star Wars. La primera, la razón por la que originalmente dijo que no, fue que George Lucas había quedado duramente golpeado por los ataques de sus fans iracundos: es un universo demasiado querido y cuidado por sus seguidores, que parecen considerarse guardianes de un legado ancestral.
“Con Kasdan nos propusimos contar una historia que pudiera funcionar de manera autónoma y al mismo tiempo, como el film original del ‘77, que estuvieran implicadas en ellas las que la preceden y las que podrían continuarla en el futuro”, dice Abrams. “En aquella película, Luke no era aun el hijo de Darth Vader ni el hermano de la princesa Leia, pero todo era posible. El despertar de la fuerza cuenta con esta increíble ventaja, en tanto es un relato que conocen millones de personas y es tan orgánico que no necesitamos reiniciarlo; está todo ahí. A su vez, estos personajes que escribimos se encuentran en situaciones nuevas, de modo que si no sabés nada de Star Wars, podés simplemente acompañarlos. Y si sos un fan, la experiencia que atraviesan tendrá significados adicionales”.
No mucho tiempo atrás, dijo también que cada tanto extraña los tiempos en los que podía escribir algo –una película, o una serie– que no tuviera ninguna veta fantástica, “Algo como Felicity, que sea tan solo un montón de personajes encantadores y románticos que se enamoran y cuyos problemas son conseguir trabajo o elegir a qué fiesta ir”. A veces sueña, dice, con volver a hacer una película de escala indie, de menos de un millón de dólares, para recordar “cómo era hacer películas cuando era chico”. Pero todos a su alrededor le dicen que no. Que por ahora no.
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