Dom 06.12.2015
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FOTOGRAFíA > FOTOTECA LATINOAMERICANA

VER EL INFINITO

Acaba de inaugurarse en Palermo la Fototeca Latinoamericana (Fola), un museo dedicado exclusivamente a la fotografía latinoamericana contemporánea, y lo hace con dos muestras contundentes: por un lado La vida relatada con el ojo: Matiz y Kahlo con fotos en su mayoría inéditas del célebre colombiano Leo Matiz, que retrató la intimidad de Frida Kahlo y Diego Rivera, y por otro Este es mi lugar, una antología con imágenes de, entre muchos otros, Guillermo Srodek-Hart, Alejandro Kuropatwa, Ataúlfo Pérez Aznar, Marcos López, Pablo Cabado, Roberto Huarcaya y Graciela Iturbide.

› Por Marina Oybin

Cámara en mano, Leo Matiz recorrió el mundo desatando inolvidables fotos. Fue un gran fotógrafo, caricaturista, diseñador, pintor. Ecléctico, hizo desde trabajos para cine –le tomó sus primeras fotos para castings a María Félix cuando aún era una tímida muchacha de provincia–, hasta fotorreportajes en una peligrosa prisión en las Islas Marías, en el Pacífico. “No puedo dormir: he venido a ver el infinito”, decía Matiz a pura adrenalina. Tras denunciar a Siqueiros por plagio, tuvo que huir de México. Gran amigo de Frida Kahlo y Diego Rivera, logró captar a una Frida íntima, distendida. Ahora, una selección de esas fotos, la mayoría inéditas, puede verse en la flamante Fototeca Latinoamericana (Fola), un museo dedicado exclusivamente a la fotografía latinoamericana contemporánea.

Con 1200 metros cuadrados, Fola ocupa un amplio galpón de estilo neoyorquino en Palermo, en el Distrito Arcos, donde se exhibe medio centenar de fotos de la nutrida colección de Gastón Deleau, su director. El museo Fola, cuya colección incluye más de 200 obras de unos 80 artistas de 12 países de la región, inauguró con dos muestras: La vida relatada con el ojo: Matiz y Kahlo, con fotos de Matiz, y Este es mi lugar, con fotografías, entre muchos otros, de Guillermo Srodek-Hart, Alejandro Kuropatwa, Ataúlfo Pérez Aznar, Morfi Jiménez y Marcos López, con su sello de sub-realismo criollo. Hay también inolvidables fotos de Pablo Cabado, Roberto Huarcaya y Graciela Iturbide, con su emblemática “Mujer ángel”, tomada en el Desierto de Sonora, en 1979. Una foto famosa en la que no hay artificio, sin embargo todo es extraño, agobiante, teatral.

La muestra evidencia que la fotografía latinoamericana se expande, huye del formato tradicional. Hay desde fotografía analógica y digital pasando por un rompecabezas de Regina Silveira con íconos latinoamericanos, fotos intervenidas con grabados, hasta un libro objeto de Roberto Huarcaya.

Apenas uno entra en la sala se topa con la fotografía de la extraordinaria grieta que la artista colombiana Doris Salcedo abrió en la Tate de Londres. Es apenas un registro que pone en primer plano una gran obra de arte. Esta imagen, dice Rodrigo Alonso, curador de la muestra, apunta a cuestionar la idea de lo latinoamericano y también del límite inestable entre el registro fotográfico puro y duro, y la foto artística.

Por estos días en Buenos Aires, la oferta en materia de exhibiciones fotográficas es inmejorable. Con foco también en latinoamericana, en el Centro Cultural Kirchner (CCK), se puede ver la fabulosa Aquí nos vemos. Fotografía en América Latina 2000-2015 (hasta el 15 de diciembre). Con curaduría de Juan Travnik, Adriana Lestido y Gabriel Díaz, reúne a 68 autores de Argentina, México, Brasil, Perú, Paraguay, Uruguay, Cuba, Colombia y Chile.

Pablo Cabado de la serie the passages that follow.

Entre 2016 y 2017, el museo Fola proyecta muestras de Chema Madoz, Robert Mapplethorpe, Graciela Iturbide y una sobre el Machu Pichu con Martín Chambi y Javier Silva. En el espacio dedicado a muestras internacionales, se exhibe La vida relatada con el ojo: Matiz y Kahlo, con fotografías de Frida Kahlo y Diego Rivera retratados en la intimidad de su casa de Coyoacán. En la célebre Casa Azul, el reconocido fotógrafo colombiano Leo Matiz (1917- 1998), gran amigo de la pareja, logró acercarse a una Frida de entrecasa, alegre.

Como Gabriel García Marquez, Matiz nació en Aracata. Fue el primero de siete hermanos. Su madre, campesina, lo tuvo a los 13 años. Cuando vendió su famosa foto del pescador arrojando la monumental red, decidió irse a México, donde ya habían hecho pie Porfirio Barba Jacob, Rómulo Rozo y Julio Abril. Llegó en la época del México de oro con Diego Ribera, José Clemente Orozco, Rufino Tamayo y David Alfaro Siqueiros. “Salió de Barranquilla casi sin dinero, y llegó a México casado, con perro, carro y dinero”, recuerda Alejandra Matiz, hija del fotógrafo, al frente de la fundación que lleva el nombre de su padre y conserva 300 mil fotos suyas.

A ritmo vertiginoso, hizo fotografías en la revista mexicana “Así”. Al poco tiempo, lo enviaron a hacer un fotorreportaje en la colonia penal Islas Marías, en el Pacífico, un establecimiento penitenciario del Gobierno Federal de México que desde 1905 funciona como prisión. En esa isla, rodeada por tiburones, eran recluídos los presos más peligrosos: jamás volvían a pisar tierra firme. En 1905, se decretó que las islas Marías fueran adaptadas como una colonia penitenciaria. En 1940, se autorizó a los presos a vivir con sus familias, incluso podían construirse sus propias casas. Hoy, los reclusos están obligados a cuidar el ganado, trabajar en la construcción, en los comedores y en el mantenimiento de las escuelas de la isla. Muchos viven con sus familias.

Con un periodista, Matiz, que apenas tenía unos veinte años, viajó hasta la isla: desató un fabuloso fotorreportaje. “Su tarea consistía en hacerse pasar por prisionero para tomar fotos en la cárcel: si lo descubrían lo mataban”, cuenta Alejandra Matiz, estudiosa de la vida y obra de su padre. Se metieron con los presos en la selva plagada de alimañas, fueron a la salina, convivieron con ellos día y noche.

La experiencia en la prisión fue tan intensa que la revista publicó siete notas con fotos de Matiz. El fotorreportaje y las crónicas de “La isla de los desesperados donde viven hombre marcados” son inolvidables: revelaron las brutales condiciones de vida de los presos entre muros de mar. Luego de este trabajo, Matiz se hizo conocido en México. Expuso en el Museo de Arte Moderno (Moma), y trabajó con David Alfaro Siqueiros en el proyecto del mural “Cuauhtémoc contra el mito”. Fue nombrado Caballero de las Artes y las Letras de Francia.

Oscar Pintor, En casa de Valerie, París, 1990.

Viajero apasionado, a Matiz le fascinaba ir detrás de la noticia. Las Naciones Unidas lo envió a Medio Oriente cuando se creó el Estado de Israel, en New York hizo reportajes para la revista Life y Norte como enviado especial en Sudamérica. Cuando en 1978 en Bogotá, perdió un ojo cuando le dieron un puñetazo para robarle su cámara, le puso el cuerpo a una aguda depresión. Alejandra Matiz cuenta que desde entonces fue “su otro ojo”.

La vida relatada con el ojo: Matiz y Kahlo reúne una selección de fotografías de una Frida plácida, contenta. Las fotos ponen el foco en la vida cotidiana: algunas están intervenidas digitalmente con los colores originales de los vestidos de Frida. Casi todas son inéditas; unas pocas se exhibieron este año en el museo Museo Sejong, en Corea. Matiz compartió reuniones con la pareja en México y en EE.UU. “Se cambiaban mujeres, se divertían, mi padre decía que Frida le fregaba la vida a Diego”, comenta Alejandra Matiz. En una foto, se ve a Frida con ropa de estilo masculino y pelo a lo garçon, rebanado por ella misma tras una fuerte pelea con Diego. Era su modo de castigarlo: a Diego le fascinaba que luciera esos holgados vestidos Tijuana que ella misma arreglaba para ocultar las secuelas físicas de su accidente y sus enfermedades. Tras la muerte de Frida en 1954, sus vestidos se guardaron durante cincuenta años bajo llave. En su testamento, Rivera exigió quince años de veto para preservar la intimidad de la pareja. Después de medio siglo, un equipo de restauradoras alemanas puso en condiciones la vestimenta.

Los últimos días de Matiz en México fueron a contrarreloj. Tras un fortísimo enfrentamiento con Siqueiros, tuvo que huir. Denunció a Siqueiros por plagio: lo acusó de ampliar las fotos que él había tomado de la revolución mexicana y usarlas para sus murales y cuadros. “Siqueiros amplió las fotos de mi papá sobre la pared y las llenó de color, sin poner su crédito. Mi papá se puso furioso: le mostró a la gente sus fotos y los cuadros. Siqueiros tenía mucho poder, le envió las brigadas de choque que fueron por todo lo de mi papá: le incendiaron su estudio”, señala Alejandra Matiz, quien conserva en la fundación, en México, todos los artículos escritos sobre su padre durante ese enfrentamiento, documentos, y también, claro, sus fotorreportajes.

Matiz escribió su verdad en diarios y revistas de México. El mundo artístico debatió el tema. Siqueiros dictó la conferencia “Mis trucos”. “El Coronelazo, en líos por una fotografía” decía el título de una nota que arrancaba: “(…) un gran escándalo en contra de Alfaro Siqueiros está en puerta, ya que Leo Matiz, el fotógrafo, asegura que el pintor utilizó fotografías suyas que fueron amplificadas pintando sobre las mismas los motivos que tanto se le han festejado en Bellas Artes”. En el artículo titulado “Ni chantaje ni mentira”, escrito por Matiz y publicado en la revista América en 1947, el fotógrafo se defendió al tiempo que se despidió de México. “De todas maneras aunque he sido defraudado, me siento honrado de haber sido colaborador de Siqueiros”, escribió.

Prevenido por el embajador de Colombia, Matiz logró salvar negativos y fotos antes de que le quemaran su estudio. Temiendo que lo mataran, la Embajada de Colombia lo ayudó a huir de México: recién volvió cincuenta años después.

La muestras La vida relatada con el ojo: Matiz y Kahlo y Este es mi lugar pueden visitarse en la Fototeca latinoamericana (FOLA), en el Distrito Arcos, Godoy Cruz 2620/2626 (también ingreso directo desde el shopping), los lunes, martes, jueves, viernes, sábado y domingo de 12 a 20 hs. Hasta febrero de 2016.

luis gonzalez palma, de la serie ara solís (aquí estoy ante mi), 2010.

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