COCAíNA ANDINA: EL PROCESO DE UNA DROGA GLOBAL
Ya desde los tiempos de la conquista y la colonización de América, la “hoja divina de los incas” generó una mirada llena de desconfianza. ¿Qué efectos causaba, por qué la mascaban los indios de la mañana a la noche? Muchos años después, en 1860, llegaría el otro descubrimiento, el de la cocaína científica. De la legalidad a la ilegalidad, de las primeras investigaciones que lograron aislar el alcaloide hasta el surgimiento de las redes latinoamericanas de narcotráfico, Cocaína Andina: El Proceso de una droga global (Eudeba) reconstruye la historia de una sustancia que refleja los aspectos más conflictivos de la globalización. En esta entrevista, el historiador norteamericano Paul Gootenberg, especialista en la región andina, repasa las principales facetas de una investigación que entreteje política, economía, tradiciones ancestrales y medicina.
› Por Nicolás G. Recoaro
“Por todas las partes de las Indias que yo he andado, he notado que los indios naturales muestran gran deleitación en traer en las bocas raíces, ramos y yerbas… En el Perú, en todo él se usó y usa traer esta coca en la boca, y desde la mañana hasta que se van a dormir la traen sin la echar de ella. Creo yo que algo lo debe de causar, aunque más me parece una costumbre aviciada y conveniente para semejante gente que estos indios son”, especulaba en 1553 el cronista conquistador Pedro Cieza de León, en el clásico Crónica del Perú. La “hoja divina de los incas” casi nunca tuvo buena prensa. Resistida tempranamente por los colonialistas europeos y los hombres de medicina, la coca se incorporó tardíamente a la “revolución psicoactiva” en el naciente capitalismo de los siglos XVII y XVIII. Un período extraordinariamente intenso de expansión global y cambio en el estilo de vida y la conciencia social, alimentado por el consumo de nuevas estimulantes coloniales como el café, el ron, el tabaco, el opio y el intenso chocolate.
Este rechazo hacia la coca comenzó a cambiar para principios de 1800. La botánica, la ciencia de los alcaloides y las nuevas ideas sobre la racionalidad de los indígenas despertaron una aletargada curiosidad por la Erythroxylon coca. El “descubrimiento” europeo de la cocaína alcaloidea en 1860, aislada definitivamente a partir de la hoja de coca por un avanzado estudiante alemán de Química llamado Albert Niemann, terminó con las especulaciones acerca de su vitalidad. Nacía la cocaína científica. Ya sin el velo prejuicioso sobre la planta andina, las últimas décadas del siglo XIX aceleraron de un modo frenético la experimentación con este estimulante “caro y raro” que carecía de aplicaciones prácticas. La droga “moderna” –como la llamó el historiador Joseph Spillane– encontró su función como anestésico local recién en 1884. Los primeros investigadores de la cocaína eran alemanes, rusos y británicos. También descollaron los poco reconocidos peruanos. El joven doctor austríaco Sigmund Freud fue quizá el más famoso de todos ellos. Fascinado por la “magia” de la droga, entre julio de 1884 y julio de 1887, el padre del psicoanálisis publicó los cinco célebres ensayos conocidos como “los escritos sobre la cocaína”.
Mientras Freud experimentaba en Viena, un ignoto químico limeño, Alfredo Bignon, ponía en jaque con sus investigaciones caseras el monopolio de la producción mundial de la nueva “droga milagrosa”, que estaba en poder de dos laboratorios alemanes, Merk y Gehe. Por esos años, el padre del psicoanálisis apenas podía costear la droga, pero el olvidado peruano redujo su costo en cien veces en menos una década y ayudó a que estallara a nivel mundial su uso médico y popular. Esta y muchas historias más dan cuerpo a Cocaína Andina. El proceso de una droga global, el adictivo libro del historiador norteamericano Paul Gootenberg, que abarca más de cien años de historia cocaínica. Desde las primeras investigaciones decimonónicas que lograron aislar el alcaloide hasta la formación de las redes latinoamericanas de narcotráfico que dominaron la segunda mitad del siglo XX; pasando por el boom comercial de los afrancesados vinos de coca Vin Mariani, el crac del mercado global, el frustrado trust estatal peruana y la política prohibicionista norteamericana. No quedan afuera el golpe de Estado contra Allende, la ascensión de la Coca Cola y aun la caída de Pablo Escobar.
“Por las controversias acerca de las drogas ilícitas, este es un tema muy atractivo, poco explorado desde la historiografía, ni siquiera en países como Perú, y con una fuerte relevancia social. Es un campo fascinante por la variedad de temas y disciplinas que abarca, en lo que podríamos llamar la nueva historia de las drogas”, explica Paul Gootenberg en diálogo con Radar desde Nueva York, donde trabaja como profesor de Historia y codirector de Estudios Latinoamericanos en la Stony Brook University.
En Cocaína Andina, Gootenberg se propone dar cuerpo a esta nueva historia global de las drogas ilícitas, haciendo foco en la cocaína, cuyo estudio sólo se había esbozado previamente a través de escritos médicos y periodísticos desde perspectivas acaso temporal y espacialmente reducidas. “Este es un fenómeno tan grande y en muchos aspectos ‘amenazante’ –al igual que las políticas globales prohibicionistas que todavía se impulsan– que vale la pena comprender en profundidad y desde nuevos ángulos de abordaje.”
Cocaína Andina permite entender el largo y complejo proceso de construcción de la cocaína como una droga global, partiendo en 1850 y llegando hasta los años dulces de la década de 1980. “En el comienzo de mi trabajo, no imaginaba cubrir un rango tan amplio desde lo cronológico y lo geográfico. Una historia de la cocaína que aborda el ascenso de la droga como una exportación legal y reconocida hasta 1910, su caída en la ilegalidad desde 1910 a1950 y la progresiva conversión del pequeño comercio al auge del narcotráfico en los años 80”, reflexiona Gootenberg.
“En la primera parte de mi carrera académica, era un historiador económico un tanto convencional, interesado en el auge de los commodities. Por la década de 1990, la cocaína era una de las materias primas en auge, que unía a los países andinos con la economía mundial. Por lo tanto, la cocaína era una mercancía más, la cual decidí investigar”, reconoce Gootenberg. Para el académico especializado en la región andina y sus commodities, la hoja de coca andina y la cocaína industrializada ofrecen un caso histórico impactante para reflexionar acerca de las cadenas productivas. “La cocaína es el único complejo global de drogas que surgió de fuentes indígenas y de empresarios americanos –explica el peruanista–. En su pico, durante la década de 1990, llegó a mover entre 40 y 50 mil millones de dólares al año. Uno de los mayores booms exportadores en la historia de la región. Y de forma totalmente ilegal.”
El libro tiene un profundo trabajo de archivo que combinaste con incursiones en el territorio.
–Puse mucha energía en la búsqueda sistemática de nuevos materiales y de actores desconocidos en la historia de la cocaína. Busqué romper con los clichés y la visión eurocéntrica, incorporar el aporte andino y sudamericano sobre el tema. Gran parte de la investigación se llevó a cabo en Nueva York (en la Academia de Medicina), en Washington DC (en el Archivo Nacional, la Biblioteca Nacional de Medicina y las bibliotecas de la DEA), también en Londres, Lima y en la ciudad de Huánuco, que era la capital mundial del comercio legal de cocaína, en el Valle de Huallaga. Uno de los momento más extraños de la investigación se dio en las oficinas de la DEA, donde trabajaba mientras los agentes planificaban los primeros pasos de la ofensiva del Plan Colombia. También encontré en los archivos muestras de cocaína que tenían más de un siglo de antigüedad. No comprobé si las muestras seguían activas.
Estados Unidos fue históricamente el mayor consumidor y a la vez el principal impulsor de las políticas prohibicionistas. ¿Cómo llegamos a la situación de guerra global contra el narco?
–Estados Unidos ha sido la mayor “cultura de la droga” del mundo. A principios del siglo XX, ese uso problemático de drogas contribuyó a impulsar un esfuerzo misionero algo contradictorio para prohibir las drogas a nivel mundial, que con el tiempo fue consagrado en 1961 por las Naciones Unidas. Una cruzada impulsada por la arrogancia y el imperialismo occidental. La cocaína era un problema menor en la década del ‘60, pero luego de las políticas policiales, los traficantes se multiplicaron y profesionalizaron. El comercio se expandió: en 1980, entraron 100 toneladas de cocaína a EE.UU., y en 1990, alrededor de 1000 toneladas, pese a la guerra contra las drogas. Se persiguió sin distinciones a los cárteles colombianos y a los campesinos andinos pobres. Con terribles costos humanos en países como Bolivia, Colombia, Perú, y en los últimos años en México y Centroamérica. Por diversas razones, el impacto de la cocaína está disminuyendo actualmente en los Estados Unidos, pero ha crecido enormemente desde el año 2000 en países como Brasil, quizá el principal país consumidor de cocaína en el mundo, y en la Argentina. Y también crece en algunos mercados europeos, africanos y asiáticos.
La exportación y la consolidación de las políticas prohibicionistas en América Latina fueron logradas gracias a las alianzas de seguridad que se forjaron durante la Guerra Fría. Gootenberg explica que las élites políticas y militares sudamericanas se asustaron porque creían que las drogas serían una nueva fuente de subversión. “Las geografías de mercancías ilícitas y el contrabando –resalta– fueron moldeadas por los regímenes y los acontecimientos de la Guerra Fría, como la Revolución Boliviana (1952), la Revolución Cubana (1959), y el golpe instigado por Norteamérica contra Allende en Chile, que era en realidad la capital del tráfico de cocaína durante los años 50 y 60.”
La sangrienta dictadura de Pinochet, para complacer a los Estados Unidos, desplazó rápidamente las crecientes rutas de tráfico de cocaína al norte de Colombia, donde la droga apenas existía antes de 1973. Gootenberg completa: “Las dictaduras de Argentina y Brasil también colaboraron. No creo que haya sido un accidente que la cocaína surgió en toda su fuerza durante la presidencia anticomunista de Richard Nixon, y estaba relacionado con las culturas y los acontecimientos políticos de la Guerra Fría, tanto en América Latina y en el cambio de drogas y culturas políticas de los Estados Unidos, durante la década de 1970.”
Hoy en día sigue activo el estigma sobre la hoja de coca, por ejemplo contra las políticas que lleva adelante el gobierno de Evo Morales en Bolivia.
–El de Evo es un caso especial, y en cierto modo las políticas de Estados Unidos en contra de su gobierno parecen un retroceso a los viejos tiempos de la Guerra Fría. Por diversas razones, cuando el MAS de Morales asumió en 2006, se invirtieron las políticas antidroga de Estados Unidos contra la hoja de coca, que se habían vuelto impopulares en el país andino. Desde 2008, Bolivia exige en la ONU por los derechos de los indígenas a plantar coca, por medio del control social y comunitario. Según la mayoría de los especialistas, esta política está trabajando para contener la coca ilícita y la producción de cocaína. Y protege de manera especial a Bolivia del tsunami de violencia y violación de derechos que plagaron los programas de erradicación de drogas, como en el caso colombiano.
Gootenberg cuenta que en su libro no aborda en profundidad la larga relación que tiene la sociedad argentina con la cocaína. “El uso de la coca ha sido común en las provincias andinas del norte argentino, y a medida que la migración empezó a llegar a Buenos Aires, la ciudad ganó una gran población de usuarios de coca para la década de 1950, una de los mayores del mundo. En esos años, la cocaína como uso recreativo probablemente era común en algunos sectores de la población, como en los clubes de tango, un fenómeno similar pero a pequeña escala de los clubes de mambo en Cuba. Incluso Argentina tenía fábricas de cocaína medicinal.” El historiador cree que es probable que ese período se cerró durante la larga noche de la dictadura. La cocaína despertó en los años noventa como droga de las celebridades.
“Sin embargo, todas estas son en su mayoría especulaciones. No se ha escrito una historia de la droga en la Argentina. En la última década, un nuevo capítulo se ha abierto de forma espectacular con la cocaína: el desplazamiento de su epicentro en Colombia hacia el sur. Y desde ese momento, la Argentina se enfrenta de primera mano con la droga que conquistó a los Estados Unidos en la década del ochenta.”
El romance de oro con la coca reverbera en el clásico de W. Golden Mortimer History of Coca: “The Divine Plant” of the Incas (que argumentaba extensamente a favor de la singularidad y superioridad de la hoja de coca) y en el relato de Mark Twain acerca de su cruzada juvenil para cumplir el sueño americano de hacer una fortuna con la coca. La era de la coca americana ha sobrevivido en la gaseosa nacional, la Coca-Cola, lanzada al mercado en 1886 por John S. Pemberton, un farmacéutico de Atlanta, como una imitación seca y sureña de la bebida medicinal de Mariani. En el término de una década, la Coca-Cola se convertía en un producto revolucionario y la empresa se volvía una pujante compradora de la hoja. Para principios de los 1900, los norteamericanos importaban entre seiscientas y mil toneladas métricas de coca al año, principalmente para estos rubros populares. Nueva York era el centro mundial de la hoja de coca, así cómo Hamburgo era el de la cocaína (…) Como otros actores corporativos en la política de drogas, la Coca-Cola Company de Atlanta sufrió una notable conversión entre 1900 y 1920, de apasionado blanco de los reformistas de las drogas a un aliado del gobierno. El concepto y la receta originales de Coca-Cola nacieron directamente de la alegre cultura norteamericana de la coca de la época, pese a las negativas de la empresa. Sin el extracto líquido de coca peruana –codificado como “F. E. Coco” (fluid extract of Coca) en la fórmula– la Coca-Cola nunca habría sido capaz de atraer a las multitudes a la fuentes de soda. Luego de 1900, las prácticas empresariales pioneras de la compañía, tales como su sistema de distribución de botellas y sus publicidades audaces, amplificaron su éxito a escala nacional. Para 1914, cientos de imitadores crecían a lo largo y ancho de los diversos estados con nombres comerciales combinados de kola o de coca –un ejemplo poco agraciado es “Kola-Coca”–, mientras que otros, como una bebida llamada sencillamente Dope (droga), se aprovechaban de las connotaciones a estupefacientes de la popular bebida. A pesar del triunfo económico de Coca-Cola, los críticos, muchos de ellos reformadores sociales del movimiento progresista, todavía igualaban sus sentimientos refrescantes a “la droga” y asociaban las canciones publicitarias de la Coca con el consumo de estupefacientes. Los críticos también explotaban los miedos del Jim Crow, con historias sensacionalistas sobre “negros” intoxicados en juergas de cantina. Difícilmente Coca-Cola fuera la causa de problemas raciales o de drogas en el Sur, pero para evitar propaganda negativa su famoso presidente Asa G. Candler retiró discretamente la cocaína del producto en 1903.
El farmacéutico Alfredo Bignon trasnochaba en el laboratorio ubicado en la parte trasera de su Droguería y Botica Francesa, situada a la vuelta de la Plaza de Armas de Lima. Una vez más, repasó mentalmente su ardua nueva fórmula para fabricar cocaína. Al día siguiente, el 13 de marzo de 1885, presentaría sus hallazgos en la Academia Libre de Medicina de Lima, donde un distinguido panel de doctores y químicos peruanos juzgaría su innovación en un informe oficial de diez páginas. Bignon se sentía satisfecho. Usando simples métodos de precipitación e ingredientes locales (hoja de coca andina recién cultivada, querosén, carbonato de sodio) era capaz de producir una cocaína “cruda” químicamente activa en “una preparación fácil y económica en el lugar mismo donde se cultivaba la coca”: en casa, en Perú. Esto, de seguro, le traería la gloria científica, sino la riqueza; un sueño que compartía con el joven Sigmund Freud, quien en ese mismo momento trabajaba en sus propios “escritos sobre la cocaína” en la lejana Viena. Ayudaría a su nación por adopción a responder a la demanda mundial de cocaína que se había disparado, satisfaciendo así el interés comercial recientemente gatillado por las noticias que hablaban del poder milagroso de la droga como anestésico local. Era exactamente lo que querían algunas célebres compañías de drogas europeas como la Merck de Darmstadt. Para Bignon, este era solo el primero de una docena de originales experimentos que realizaría con la nueva droga y que comunicaría a través de prestigiosos journals médicos de Lima, París y Nueva York durante los años siguientes. La transformación de la humilde hoja de coca de los indios en la moderna cocaína se convertiría, creía Bignon, en uno de los logros nacionales heroicos del Perú.
Exactamente setenta y cuatro años después, en las calles de la ciudad de Nueva York, otro peruano emprendedor llamado Eduardo Balarezo pasaba a la historia de la cocaína, aunque a una página menos respetable. El titular del New York Daily Mirror del 20 de agosto de 1949 clamaba: “Desbaratan el cartel de droga más grande; encuentran al líder en la ciudad; Perú encarcela a 80 personas”. Balarezo, un ex marino de Lambayeque, fue arrestado como el supuesto líder de un cartel de cocaína que operaba por toda la costa del Pacífico. Las autoridades lo describían como un zambo chueco y, según los rumores, como socio del mafioso “Lucky” Luciano. En el proceso del arresto de Balarezo, la policía y oficiales del Federal Bureau of Narcotics (FBN) de Harry J. Aslinger, asistidos por el jefe de la Policía Nacional del Perú, el capitán Alfonso Mier y Terán, allanaron nueve casas, encontrando trece kilos de polvo por un valor de calle estimado en 154.000 dólares. Balarezo, un ciudadano naturalizado de los EE.UU., vio cómo se evaporaba su vida neoyorkina. En nueve meses, Joseph Martin, el fiscal de alto perfil de la Guerra Fría del caso de Alger Hiss, se había encargado de supervisar el juicio y la sentencia de Balarezo. El cartel conducía hasta los campos de coca en el Alto Amazonas cerca de Huánuco, Perú, a través de las turbulentas políticas de derecha de Lima, vía marinos contrabandistas de poca monta en la Grace Line hasta los bares portorriqueños de Harlem.
Las figuras ilustres del saber popular colombiano sobre las drogas revelan aptitudes sociológicas claras para el negocio. Quien quiera que haya sido el primero en pasar los cargamentos a través de Leticia hizo el extraordinario y rápidamente emulado descubrimiento de las posibilidades que entrañaba el trasbordo hacia el Norte. Los relatos públicos retratan los años 70 como una época caótica contaminada de las idas y venidas de montones de nuevos narcos. La actividad de la cocaína se hizo cada vez más intensa en Colombia, y los colombianos prontamente se liberaron de su rol secundario bajo los traficantes chilenos y cubanos. Hacia 1973, un informe estimó que pasaban 1200 kilos al año por Leticia. Astutos hombres de negocio como Benjamín Herrera, Alberto Bravo, Jaime Caicido y los más célebres Pablo Escobar y Carlos Lehder se convirtieron en héroes schumpeterianos de este negocio mayorista de la cocaína. Con todo, se sabe poco acerca de este rápido giro de 1970-75, cuando los colombianos comenzaron a llegar con efectivo para llevarse la pasta de coca directamente de manos de los campesinos peruanos y bolivianos. Rápidamente se extendieron hasta las calles de Queens, Miami, Los Angeles, dejando afuera a los competidores peruanos con un nuevo y despiadado nivel de violencia, elevando a alturas inimaginables aquellas redes panamericanas que habían sido construidas por cientos de narcos andinos y cubanos desde los años 50. Probablemente pocos o ninguno en absoluto, de los narcos precolombianos continuaron en este mercado mucho más competitivo y más riesgoso.
Junto con la cocaína alcaloide alemana, creció la fascinación médica, comercial y popular por la hoja herbal de la coca. También un movimiento global, la “cocamanía” fue particularmente marcada en Francia y Gran Bretaña (y alcanzó su auge más tarde en los Estados Unidos), y tuvo raíces culturales y asociaciones particulares, algunas de ellas con un acento andino importante. En 1863, Angelo Mariani lanzó su notablemente exitoso Vin Mariani, un elíxir de coca-Bordeaux que invadió el mundo con sus sofisticadas campañas medicinales. Entre 1863 y 1885, antes del ascenso de la cocaína, Mariani se convirtió en el comprador más grande de coca andina, mayormente de Bolivia (…) Los vinos de coca domésticos y los brebajes herbales eran muy exitosos en Londres, una ciudad que, como las de Francia, tenía fuertes tradiciones de materia médica herbal. Con el boom de la cocaína de mediados de la década de 1880, los Jardines Botánicos Reales en Kew, que habían hecho maravillas con la chichona y el caucho del Amazonas y que tenían lazos históricos con la coca que se remontaban a su director de la década de 1840, el botánico pionero de la coca Sir William Hooker, dieron inicio a un programa intenso de investigación sobre la coca y de experimentos botánicos coloniales en la India, Malasia, Jamaica, Guayana, África occidental, entre otros lugares, como también hicieron los holandeses, los franceses e incluso, por un tiempo breve, los alemanes en Africa.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux