Dom 14.08.2016
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CUARTO MUNDO

Ya están en Netflix todas las temporadas de Raising Hope, una comedia que se centra en la cuestión de clase en Estados Unidos, tema bien poco visitado desde la mítica Roseanne y que volvió a aparecer después de la crisis de 2008. Las peripecias de la familia Chance (“oportunidad”: hasta en el apellido hay una ironía) van desde criar a una bebé hija de una asesina serial hasta los problemas con el sistema de salud; y aunque algunas situaciones son grotescas y de un fino humor negro, su creador trata a sus personajes con genuino afecto y con clarísima empatía.

› Por Ana Fornaro

A fines de los años ‘80, la televisión abierta estadounidense lanzó Roseanne, una serie protagonizada por los comediantes Roseanne Barr y John Goodman que se convirtió rápidamente en un éxito de audiencia pero sobre todo en un fenómeno cultural: la comedia ponía en escena a una familia de clase trabajadora cuando en Estados Unidos (a diferencia de Inglaterra) la cuestión de clase todavía estaba divorciada de la industria del entretenimiento. Durante casi una década, la ficción tocó temas hasta entonces tabúes en comedias familiares: alcoholismo, embarazo adolescente, masturbación, obesidad, aborto y la lista sigue. Pero sobre todo puso en centro a la pobreza, un estigma en una sociedad construida en base a la filosofía meritócrata del Sueño Americano. Sin nombrarlo directamente, Roseanne hacía alusión a ese segmento de la población identificado despectivamente como white trash (basura blanca), condenados de la tierra caucásicos sin casas pero con autos, que sobreviven en instalaciones suburbanas o trailers, comiendo comida rápida. Pero después de Roseanne, y por fuera de las series animadas, el universo de las comedias de situaciones estuvo plagado de citadinos privilegiados (Friends, Will and Grace, Mad about You, Seinfield, Frasier, entre otros) y hubo que esperar hasta el derrumbe financiero de 2008 y la recesión para que volvieran los gags de clase. La vuelta fue intensa. Al mismo tiempo que The Middle (sobre una familia que hace equilibrios en la clase media) en 2010 apareció la delirante y políticamente incorrecta Raising Hope, ahora disponible en Netflix con sus cuatro temporadas. Creada por Greg García (que ya dado muestras de su humor negro sobre basura blanca en My Name Is Earl) arranca cuando Jimmy Chance, un chico de 21 años que vive con sus padres y una bisabuela con demencia senil, pierde la virginidad con una asesina serial dejándola embarazada. La chica es ejecutada por el Estado y Jimmy y su familia –que sobrevive limpiando casas de ricos– deciden hacerse cargo de la bebé. Los padres de Jimmy, protagonizados por la genial Martha Plimpton y Garret Dillahunt, fueron a su vez padres adolescentes, y ven en Hope la posibilidad de empezar de nuevo. A ellos se les suma el personaje de Maw Maw, la bisabuela a quien le usurpan la casa, un chiste andante que brilla con la actuación de la leyenda de Hollywood Cloris Leachman, que en la serie se la pasa semidesnuda. Con un humor bestial y la insistencia en el absurdo, Raising Hope es hermana, por el tono y la inteligencia, de comedias de culto como Arrested Development y Community pero mantiene cierta ternura, lo que hace que no termine siendo una sátira del todo oscura. Aunque los ridiculiza, García quiere a sus personajes y hace visible la trama en la que están insertos. La casa de la familia Chance está decorada con banderas de Estados Unidos; el personaje de Plimpton (Virginia) no reconoce ni a un ex presidente pero ve una foto de Bush y dice que es lindo; Jimmy, al igual que sus padres, no terminó el colegio ni tiene mucha perspectiva de futuro, aunque sea el más sensato del clan. A la bebé Hope la mandan a una guardería para perros. A pesar de cierto mensaje familiar dulzón que persiste a lo largo de las temporadas, ninguno de los personajes parece con muchas posibilidades de salvarse. La familia Chance no tiene chances de insertarse en el sistema y los avatares suelen tener que ver con la falta de seguro médico, la casa que se cae a pedazos, lo precario de sus trabajos y otras situaciones que alternan lo cotidiano y lo bizarro, llegando incluso a momentos metaficcionales. Así en uno de los episodios, Jimmy, por error, vende los derechos de la historia familiar a una productora. En una velada de cine, los Chance se enfrentan al tráiler de sus propias vidas, viendo una versión –aún– más grotesca de sí mismos. Se reconocen. Pero no se reconocen. Ése es el subtexto, la tensión, que mantiene Greg García a lo largo de Raising Hope: la delgada línea que existe entre la conciencia y la negación de clase y los problemas que eso conlleva. En otro episodio, Jimmy decide que no es buena idea seguir mandando a su hija a la guardería para perros y busca una beca en un jardín de infantes privado. Mientras lee el formulario le dice preocupado a su madre: “¡Pero este cupo es solo para gente pobre!” y su madre le contesta: “¿Y nosotros qué te pensás que somos? Jimmy responde: “No sé. Clase media-baja-baja-baja...”

Aunque la serie fue exitosa y la crítica coincidió en sus elogios, desde la academia señalaron que Raising Hope era demasiado indulgente con los estereotipos white trash y que ese tipo humor hoy en día ya no era admisible para, por ejemplo, las minorías étnicas o de género. Discusiones sobre lo políticamente correcto aparte, Raising Hope reabrió a los ponchazos el debate sobre las clases sociales, una discusión que nunca terminó de darse en el país más poderoso del mundo donde un uno por ciento detenta toda la riqueza y hay 50 millones de personas viviendo en la pobreza. Algo de lo que García (que proviene de una familia de clase obrera) no pierde oportunidad de señalar. En el capítulo de la película-farsa sobre los Chance, uno de los personajes secundarios, dice: “¿Mirar una película sobre una familia pobre que cría a la hija de una asesina serial? Nadie querrá verla. Al menos no en mi grupo demográfico”.

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