Dom 18.04.2004
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BALLET

El lago de los chistes

Son todos hombres maduros (arriba de los 40), profesionales eximios de la danza clásica. Pero cada domingo, sin depilarse, salen al escenario luciendo tutús y zapatillas de punta para encarnar las fantasías más desopilantes con que el ballet desvela la imaginación de los neófitos. Saltos en falsete, partenaires distraídos, axilas sudorosas: ésos son los deliciosos accidentes que pone en escena Ballet con Humor, la compañía que mina a fuerza de carcajadas la severidad de una disciplina apegada a rigores casi marciales.

Por Cecilia Sosa
¿Qué cuerpo masculino, aun el más peludo y viril, no despertó alguna vez sudoroso y temblequeando luego de haberse soñado vestido con tutú? Si el repertorio de fantasías puede ser casi infinito, la pollerita de gasa es casi un objeto fetiche de la masculinidad corrompida. Pues bien: la compañía Ballet con Humor, formada íntegramente por hombres, duplicó la apuesta y se subió al escenario con el tutú puesto. Y el resultado dista bastante de la ambigua consigna “los chicos sólo quieren divertirse” (aunque se diviertan y mucho), porque los “chicos” ya pasan los cuarenta largos y llevan más de veinte desempeñándose como bailarines profesionales. Así, y casi como una especie de Les Luthiers del ballet, la compañía desnuda sobre el escenario todo lo que alguna vez se secreteó en algún ensayo y despliega todos los equívocos, furcios y tropiezos que se disimulan sobre las tablas. Sí, sí: todas las burlas del ambiente, contadas por los que más saben. Y -¡atención!– sin perder ni un poquito de glamour ni de estilo.
¿Qué pasaría, por ejemplo, si en medio de una coreografía eterna la bailarina comenzara a sospechar que su partenaire no la podrá sostener en el próximo salto, que le faltará el aire para completar la secuencia o que irremediablemente tropezará y caerá como plomo en el último giro? ¿Y si el partenaire tiene las manos transpiradas o –peor– lo abandonó el desodorante? ¿Y si la música se desvanece en lo mejor de un pas-de-deux? O, en el otro extremo, ¿no sería maravilloso contar con una tercera pierna para profundizar el vértigo de un trompo y subrayar el virtuosismo?
Y bien, todo eso sucede en la obra que la compañía Ballet con Humor montó en el Teatro Margarita Xirgu. Superada la primera impresión de ver irrumpiendo en escena esos cuerpos de pechos planos y axilas sin depilar envueltos en la más delicada indumentaria clásica, es posible relajarse y disfrutar de todo aquello que sería la perdición en cualquier otro teatro. Y no hace falta esconder sonrisas avergonzadas con abanicos: mejor unirse al coro de carcajadas que la troupe agradece a la platea con un nuevo y desvergonzado error. En manos (y piernas musculosas, claro) de una encantadora compañía de varones con sobrada pericia y técnica eximia, la disciplina más pura, rígida y pautada descubre su momento catártico: un mazazo brutal al hechizo de la más sublime y etérea de las danzas.
¿Nunca un escándalo? “No, al contrario. A los bailarines profesionales les encanta. Julio (Bocca) y Maxi (Guerra) son fanáticos. Siempre nos piden que actuemos con ellos. En general, todos se sienten muy identificados. Y es porque lo que hacemos es lo que de verdad pasa en cualquier ensayo, sólo que un poco magnificado”, dice Claudio González, de 45 años, responsable de las coreografías de la obra y miembro del Ballet estable del Teatro Argentino de la Plata. Sin los brillos es difícil reconocer a Adrián Dellabora (43, autor del diseño del vestuario y bailarín del Teatro de La Plata) y Daniel Negroni (55, maestro de baile y miembro del Ballet estable de Colón), que entre café y cigarrillos despliegan su encanto sin plumas. “Aunque no parezca, las coreografías están marcadas. Todo tiene que salir perfectamente, pese a que los pasos sean absurdos: por ejemplo, esto [mueve los brazos como Speedy González] tiene que ir con la música. Sigue siendo ballet, no un mamarracho”, aclara el coreógrafo.
Uno de los tramos más memorables de la obra es “Cuatro al paso”, una clase-ensayo donde cuatro fortachonas “bailarinas” –cada una más diva, megalómana e insegura que la otra.- son apuntaladas por la voz de una profesora que machaca, burla y humilla hasta los extremos más inimaginables. “La piernita.... Más arriba, Silvina, así no vas a ningún lado...” (y Silvina se contorsiona en las posiciones más inverosímiles); o “Ahá, ¿y qué pasa, Paola, si te caés así en la función...” (mientras Paola lucha contra el espanto). Lo cierto es que esa vocecita mordaz no es ningún invento: es una grabación tomada en las clases de EsmeraldaAgoglia, bailarina profesional y... ¡actual directora del Ballet Estable del Teatro Nacional de La Plata!
¿Qué dijo ella cuando se enteró?
Negroni: Le encantó, está fascinada. La grabamos sin que se diera cuenta, después cortamos y pegamos. Y la verdad es que Esmeralda es así o peor. El año pasado participamos de un homenaje que se le hizo en el Teatro Cervantes. Bailaron Maximiliano Guerra, Julio Bocca, Eleonora Cassano, Iñaki, Víctor Filimonov [primer Bailarín del Teatro Argentino de la Plata e invitado de lujo de Ballet con Humor]. Nos aplaudió a rabiar.
Ballet con Humor nació en 1986, cuando los miembros del Instituto de Ballet del Teatro Colón festejaban la primavera con tragos y números en los que imperaba el cambio de roles: las chicas hacían de chicos y al revés. Y a los que hacían “al revés” el asuntito les gustó, así que, una vez terminados los festejos, se quedaron con los tutús puestos. La primera función, para un grupo de amigos, fue en la inmensa sala de ensayos del noveno piso del Teatro Cervantes. Y la recepción fue tal que la compañía decidió hacer público el secreto. Desde entonces, programas variados del grupo se pudieron ver en el Teatro San Martín, el Teatro Nacional de La Plata, el Centro Cultural Recoleta y hasta en Canal à. A esta altura, los modos satíricos impuestos por la compañía se transformaron en una broma privada del mundillo de la danza.
Negroni: Hoy mismo, en el Colón, tuvimos una reunión después de un ensayo porque salía todo mal, y uno de los bailarines dijo: “Tenemos que ir a Ballet con Humor. Esto no puede ser: miren lo que estamos haciendo”.

Billy Eliot, un poroto
Ahora el telón debe subir y bajar hasta cuatro veces para acallar los aplausos, pero el inicio en la profesión no fue nada sencillo para la mayoría de los miembros de la compañía.
González: Hace treinta años había muchos prejuicios, muchos más que ahora. Si un varón quería hacer danza era gay: no se concebía que pudiera querer bailar y también tener esposa e hijos, o que fuera gay pero también quisiera ser artista. Por eso la mayoría de nosotros empezó a bailar tarde, a los 18 o 20 años y siempre medio ocultos, porque no estaba bien visto. Te decían que tenías que estudiar una carrera. En el caso de Julio (Bocca), la madre era bailarina, y en el de Maxi (Guerra) el padre tocaba el piano, pero son casos excepcionales.
A fuerza de sortear tapujos y desavenencias familiares, los miembros de la compañía se conocieron en el Instituto de Ballet del Colón, donde coincidieron en un curso especial para varones. “Ahora los hombres pueden hacer una carera normal que dura ocho años y dos de perfeccionamiento, pero en nuestra época era un curso especial. Nosotros éramos grandes, pasábamos los veinte, y tuvimos que hacer en cuatro años intensivos lo que ahora se hace en ocho”, dice Dellabora, que en la obra interpreta a Odile en una versión tan satírica como latina de El lago de los cisnes.
En el Instituto del Colón no sólo se iniciaron en los bailes clásicos; también aprendieron francés, mímica, teatro, danza española, eslava, argentina, gimnasia y tango, todos recursos que destellan en clave paródica en los distintos actos de la obra. Pero hay rubros en los que se tuvieron que foguear –nunca más literal– solos.
¿Cómo aprendieron a usar las zapatillas de punta?
González: Fue un trabajo complicado, no teníamos ninguna preparación. Las mujeres las empiezan a usar desde chiquitas, pero para el hombre está vedado: sólo usa media punta. Tuvimos que hacer mucha práctica. Antes de cada función hacemos mucho calentamiento y usamos una puntera de siliconas para bajar un poco el dolor. Y una vez que estás en el escenario te olvidás.
Dellabora: Los dolores vienen después.
¿Hay número para ustedes o las tienen que hacer a medida?
Dellabora: Hasta un 38 se consigue. Pero para algunos hay que pedir especiales. Con estas patotas... Por suerte tenemos una empresa que nos las regala: cuestan carísimas, y sólo duran por tres funciones. Y ya con los tutús tenemos un presupuesto importante.
Otra de las técnicas que no se enseñan en el Instituto del Colón es a levantar cuerpitos de más de 70 kilos, y menos a hacerlos volar por el aire cual delicadas princesas latinoamericanas.
Negroni: Para el partenaire no es lo mismo levantar un cuerpo de 40 kilos que uno de 65 o 70. Hay que ayudarse mutuamente. Si te toca volar saltás vos también; no esperás que el otro te levante, porque se muere. Al igualar pesos, todo se vuelve un trabajo doble. Pero nos las arreglamos; tomamos las técnicas del original y las vamos adaptando.

Sin afeites ni jubilación
La catarsis de Ballet con Humor no exime a la compañía de sus obligaciones como miembros del staff de los teatros oficiales, donde se someten a una rutina de entrenamiento digna de un jugador de fútbol. Los de La Plata ensayan de martes a sábados de 14 a 17 y los del Colón de 11 a 17. Y más, como ahora, en víspera de los estrenos. ¿Jubilación? Por ahora falta: en La Plata llega recién cumplida la cuarta década o tras veinte años de aportes. El Colón exige aportes por treinta años o cumplir 65 con las calzas puestas. Parece increíble. “La caja que teníamos la tomó la ANSeS y se transformó en una fundación binaria. Ahora hay una junta de médicos internacionales tratando de adecuarla un poco. La condición del bailarín, problemas de vista, cardíacos, osteoporosis. Sí, en cualquier momento nos quedamos duros”, sonríe Negroni.
Por eso, y más allá de las risas, Ballet con Humor es una reacción a los códigos casi marciales de una rutina que en la obra –aseguran– a veces quedan demasiado suaves, pero también responde a la intención de abrir el ballet a un público amplio. “Quieras o no, el ballet sigue siendo una disciplina elitista. Mucha gente que nos viene a ver nunca vio ballet. Es como que de golpe te lleven a ver Wagner. Te querés matar. Por eso buscamos una cosa más light”, dicen. En realidad, las fuentes de inspiración son múltiples y exceden el baile clásico: de Ginastera a la danza contemporánea, y de ahí al tema de la china y el paisano, las embarazadas borrachas y las bailarinas sobrealimentadas. Y –claro– la animación.
González: Me encantan los dibujos animados de los años ‘30: Tom y Jerry, Speedy González... Y los Tres Chiflados y Groucho Marx: ese humor inocente que no va a pasar de moda. Ser guarango puede caer mal. Una vez montamos una obra con una procesión de monjes que se tiraban pedos para apagar las velas y a muchos les pareció un poco escatológico. En general buscamos trabajar con el absurdo pero con ciertos límites, no zarparnos. Primero que nada es el ballet: con humor, pero ballet. Hay una parte en la que Víctor Filimonov baila en serio, y si le sale mal, lo matamos.
Porque –atención– una cosa es clara: aunque salgan a escena vestidos y maquillados como la más fulgurante de las divas, la intención no es travestirse.
–No buscamos ser como el Ballet del Trocadero [selecta compañía de hombres que creció al amparo del público neoyorquino]. Ellos parecen mujeres y lo hacen demasiado bien. No es nuestra idea. No nos depilamos, no nos ponemos tetas: no somos transformistas. Y a veces hasta nos toca hacer de hombres.

Ballet con Humor se puede ver
los domingos de abril y mayo, a las 21, en el Teatro Margarita Xirgu, Chacabuco 875.

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