FOTOGRAFíA
Línea de fuga
Convocados por Luciana Betesh y Victoria Simón, siete jóvenes fotógrafos argentinos salieron a recorrer el país con un itinerario, una cámara y una buena dosis de confianza en el azar. El resultado es una muestra en el Museo de Arte Moderno y un bello libro editado por Asunto Impreso, Rutas y Caminos, que revela una Argentina extraña y fantasmal, alejada de ballenas, cataratas y otras atracciones for export.
› Por Mariano Kairuz
Tránsito, pasaje y fuga. Pero sobre todo fuga. Así como las road movies tienden a ser films sobre huidas, puede que en un libro de fotos del camino haya algo que siempre está escapándose, que se escamotea y deja huellas. El punto de fuga, también, como lugar de encuentro, en la mirada, allá adelante (o allá atrás), de todos los vectores que trazan el camino. Fuga de figuras vivas: las personas que casi no aparecen, o aparecen recortadas, o en sombras, o convertidas en siluetas o movimientos; los perros que corren y se convierten en bultos oscuros, manchas vitales en una imagen encuadrada. Los espacios fotografiados en Rutas y caminos no parecen ser lugares a los que se llega sino lugares que se dejan atrás. Apenas están habitados y tienen un aspecto más bien inhóspito. Ése es el mapa que componen –no exactamente por azar, pero sí por la libre combinación de siete visiones personales– las series fotográficas que conforman Rutas y caminos –primer libro de la colección Y que produce la Fundación Octubre y edita Asunto Impreso–, cuyas imágenes pueden recorrerse hasta fin de mes en el Museo de Arte Moderno. La iniciativa corresponde a Luciana Betesh y Victoria Simón, que convocaron a siete fotógrafos con un doble propósito: “Por un lado”, cuenta Victoria, “generar un lugar donde puedan mostrar sus trabajos fotógrafos jóvenes que no tengan (o tengan poca) obra publicada, pero que estén desarrollando un trabajo sólido desde hace algún tiempo; por otro, crear un producto alternativo a esos libros sobre la Argentina más for export, dedicados a cataratas o ballenas, y mostrar una cara más personal, tal vez más críptica en algunas series, pero igual de legítima. Es decir, corrernos del lugar del consumo turístico y mostrar otra cosa”. Y Luciana agrega: “La idea es poner en escena un país más fresco, lejos de la imagen única del mate y el tango. Pero tampoco nos desvela especialmente reflejar ‘la realidad’. Las fotos de Rutas y caminos se despegan completamente de ese concepto”.
Simón y Betesh dieron a sus fotógrafos una consigna y carta blanca, pero no les propusieron búsquedas específicas ni perspectivas que integraran las siete visiones en un conjunto homogéneo. Los artistas pasarían viajando no más de una semana (a veces, incluso, no más de cuatro días, y a veces solos) y las editoras recién se pondrían a reflexionar sobre los resultados en el momento de darle forma al libro. “Estaba la idea de recorrer a solas cierto paisaje, un trayecto: casi como un diario de viaje en imágenes”, dice Betesh. “Después, al ver esa sensación general de nostalgia, de desolación, que domina las fotos”, completa Victoria, “nos preguntábamos hasta qué punto los paisajes ‘eran así’, porque nada de eso estaba planteado desde el principio. Nuestra única intervención estética consistió en elegir los fotógrafos: sabíamos que trabajarían bien el tema del viaje y el paisaje, dándole peso y profundidad”.
Victoria Simón se resiste a descubrir un sentido en las coincidencias que aparecen en el libro; no quiere que se lo interprete como un libro de tesis y teme que el carácter individual de cada fotógrafo se disuelva en la uniformidad de una “corriente”. Y sin embargo arriesga un denominador común: “La tendencia a fotografiar lo ausente”.
1 El fin
Esteban Pastorino recorrió el tramo más austral de la Ruta 3, en Tierra del Fuego.
“No conocía el paisaje, pero estaba interesado en trabajar con una idea de imagen que pudiera proponer cierta contemplación. Así que en un principio tomé decisiones técnico-formales como la elección del color y el contraste y la definición de la imagen. La ausencia de gente en mis fotos está relacionada con esa idea de lo contemplativo; para que se dé, creo, tiene que haber un mínimo de aislamiento. No fue algo muy difícil de lograr: ¿cuántas personas andan por los montes de Tierra del Fuego en invierno?”
2 La extensión
Ignacio Iasparra partió desde la ciudad de Buenos Aires y atravesó la provincia de norte a sur hasta Carmen de Patagones. En el camino pasó por ciudades y pueblos como Azul, Olavarría, Bahía Blanca, Sierra de la Ventana, Saldungaray, Pedro Luro, Villalonga, Stroeder, Médanos y Tres Arroyos.
“La mayoría de los convocados para el libro fuimos a ver con qué nos encontrábamos. Yo elegí mi itinerario: estaba interesado en cubrir la patita de la “p” de la provincia. Un camino en el que, efectivamente, no hay nada. Fui solo: manejaba de día y sacaba fotos de noche. Fue agotador.
Intenté captar la esencia del lugar, evitar la mirada costumbrista, más ligada al imaginario colectivo que a lo que es el campo. Me interesaba ver era el extrañamiento de un paisaje donde la línea del horizonte es muy marcada, cortante, y hay muy poca arboleda.
En la mayoría de las fotos se ve bastante huella humana. Por lo general no retrato personas; por ahora me interesan más sus pasos. Hay lugares donde es increíble que no haya personas; incluso parece que faltaran, como en el semáforo o la estación de servicio. La huella era lo importante, porque ahí lo que aparece es la ausencia.
Les pregunté a unos amigos si creían que mis imágenes eran demasiado deprimentes. No era mi intención. Melancólicas, sí. Puede que eso (cierta diferencia de “tono” respecto de buena parte del resto del libro) se deba al uso del color y al hecho de que está todo bien nítido, sin efectos. La idea fue ésa: que se viera todo bien”.
3 El árbol
Guadalupe Miles siguió el camino de las mujeres wichis y chorotas de la comunidad Kates, La Estrella, en su recolección diaria de la leña. Acompañó a los hombres wichis de la comunidad Kanohis, El Cañaveral, en la búsqueda y extracción de la miel. Ambas comunidades residen en el departamento de Rivadavia del Chaco salteño.
“Lo mejor que tuvo esta experiencia fue la libertad que se nos dio y el modo en que compartimos nuestro trabajo con las editoras, que respetaron cada propuesta en todas las etapas de desarrollo.Yo me concentré mucho en el camino de los hombres y las mujeres en el Chaco, y cuando vi cómo había trabajado el resto de los fotógrafos me sorprendí por lo marcada que era en mi serie la presencia de la gente. En ese sentido, mi propuesta es muy diferente de las demás, donde está más la huella de lo humano. Mi serie no trabaja desde la ausencia sino, quizás, desde lo vital.”
4La sed
Carolina Furque recorrió una cuesta andina de Catamarca, deteniéndose en las localidades de Andalgalá, Santa María y Belén.
“Salí a la ruta sin saber bien qué iba a hacer, imaginando cosas distintas en cada curva. Y durante el recorrido fui descubriendo qué me seducía y qué podía contar. Mirando las planchas de contacto encontré historias posibles que no había visto ni imaginado mientras hacía las fotos. Así se completó esa búsqueda. En general trabajo de esa forma; a veces funciona muy bien, otras veces no.
En los caminos de montaña que elegí, la gente se presiente más de lo que se ve. Muchas veces desde el camino ves una casita a lo lejos o cruzás un tipo que pasa a caballo o que lleva a pastar a sus animales. La gente es como una presencia silenciosa y cuando por fin aparece resulta muy tímida. Quizá por eso me entusiasmé retratando a la gente con la que me cruzaba. Está esa foto con dos niños, los hijos de un hombre que apareció entre unos matorrales mientras yo hacía unas fotos en una curva. Conversamos ahí un rato, bajo un árbol. Luego me invitó a que lo acompañara, me presentó a toda su familia y me mostró su casa por ahí cerca, escondida en una quebrada. Me alegra que de ese encuentro haya salido una imagen, que haya quedado una marca. Si la fotografía me sirve para algo es para eso: ir al encuentro de gente y de situaciones que, si no fuera por la excusa de una foto, no conocería en mi vida”.
5 El tren
Julieta Escardó viajó por la ruta 81 desde la ciudad de Formosa hasta Embarcación (Salta), siguiendo el recorrido que realizaba el antiguo ramal ferroviario C-25.
“Elegí fotografiar un ramal de tren en desuso que unía Formosa capital con Embarcación, en Salta. Conocí ese trayecto hace años, cuando recorría la zona haciendo un relevamiento fotográfico de escuelas rurales, y me quedaron, borrosas pero persistentes, las imágenes de las estaciones abandonadas y los pueblos de los alrededores, alguna vez prósperos y hoy casi fantasmas. El tren no pasa hace más de diez años, pero aun así, para la vida de la gente del lugar, sigue teniendo un protagonismo radical. Conviven con su cadáver. La mayoría de las estaciones están devastadas: se llevaron todo lo llevable y un poco más, algunas fueron ocupadas como viviendas, y sólo una fue ejemplarmente convertida en biblioteca pública.
Hoy muy poca gente puebla estos parajes. Los viejos no paran de evocar los buenos tiempos, los más chicos asumen el privilegio de tener su propio parque de ferro-diversiones y los no tan chicos ponen cada tanto una moneda sobre las vías, esperando volver a verla hecha una laminita.
Decidí trabajar en blanco y negro sencillamente porque los colores monocordes y opacos del monte me resultan poco atractivos, y quería buscar una imagen ríspida que hablara de la aridez del lugar. Por eso, también, los contraluces y los flaires dentro del cuadro. La idea de los trípticos (secuencias de tres fotos más chicas que el promedio de las que contiene el libro) tiene que ver, creo, con las malas influencias del cine en mi manera de percibir las imágenes. Me los imagino como fotogramas de una secuencia en movimiento”.
6 El cruce
Santiago Porter cruzó la Patagonia de oeste a este, desde Esquel hasta Comodoro Rivadavia (provincia de Chubut), pasando por los pueblos de Tecka, Gobernador Costa, Sarmiento y Rada-Tilly.
“En general, en mis fotos no hay personas. De alguna manera lo que hago es elegir el paisaje como una figura metafórica, no por lo que el lugar es o significa sino por lo que a mí se me representa visualmente después. Trabajo mucho sobre la idea de la soledad y la introspección, y el paisajepatagónico –un lugar solitario y aletargado– me sugiere mucho de eso. Lo que yo hago es buscar vestigios.
Así que este proyecto me calzó como anillo al dedo. Las habitaciones de hotel, por ejemplo, son recurrentes en mí, como el tema de las mesas, los teléfonos y los utensilios que fueron usados y limpiados y vueltos a poner, o que están por ser usados. Son vestigios, rastros que los ausentes dejan en los lugares por los que pasaron.
La panorámica de la ruta es una de las imágenes más emblemáticas del viaje. La ruta vacía. Es, además, muy afín a la ruta que hice yo: esa cosa patagónica, gris, oscura y solitaria, esa mezcla de melancolía y proyección. La imagen de la ruta es como la del hotel, muy icónica, muy representativa de la fugacidad del viaje. Toda la serie está inundada de melancolía, algo que rara vez puedo sacarme de encima a la hora de hacer fotos, algo a lo que siento que está muy vinculado; ese pensamiento instrospectivo y el hecho de hacer fotos.
El dinosaurio está en Sarmiento, un pueblo que está unos cuantos kilómetros antes de Comodoro Rivadavia. Ahí hicieron ese parque temático de la prehistoria que tiene dos o tres dinosaurios. Todavía no está inaugurado y es verdaderamente desolador. No es un lugar verdaderamente turístico; es una ciudad al costado de la ruta, en medio de la Patagonia, y ahí emergen estas bestias tamaño natural. Es infernal. Están como esperando no se sabe bien qué. Algo, que surja de adentro la vida”.
7 El pasajero
Sebastián Szyd hizo el recorrido del autobús que parte desde San Salvador de Jujuy (provincia de Jujuy) y llega hasta Susques, en la frontera con Chile.
“Las fotos de El pasajero están tomadas desde un colectivo que recorre la Puna. El sentido de la serie lo da el camino que hace el colectivo y la forma de fotografiar es como mi forma de ver: no trato de describir, ni de mostrarle a otro nada, ni de decirle “el camino es tal”, sino “cómo me pega el camino a mí cuando viajo, cómo me pegan los personajes, cómo son mis encuentros con un perro, con el camino mismo, con lo que sea”. Ni siquiera es que lo haya buscado.
Lo que intento hacer con mis fotos es ver y guardar en la cámara la sensación, el espíritu del viaje, más que lo concreto o lo objetivo. Muchas veces es eso lo que me queda en la memoria: una sensación, una especie de paisaje con neblina.
Todos mis trabajos personales los hago en blanco y negro. Me da mucha libertad, puedo concentrarme en lo que estoy viendo sin tener en cuenta cosas que a mí, particularmente, me distraen, como el color mismo. El blanco y negro representa más la esencia de lo que estás viendo porque es irreal, una visión un poco onírica. A pesar de haber sido un encargo, mi capítulo en el libro tiene que ver con lo que soy yo, hacia dónde voy en mi trabajo o cuáles son las imágenes que me llegan más”.