Dom 25.04.2004
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PLáSTICA 1

Toy story

¿Está todo pintado? Tal vez. Entre el agotamiento de la historia de la plástica y una débil esperanza de renovación, María Pinto revisita un puñado de Grandes Éxitos de la pintura universal –La maja desnuda de Goya, las Meninas de Velázquez, El baño turco de Ingres, entre otros– pero protagonizados por la pareja más despareja: Barbies y PlayMobils.

› Por María Gainza

No importa quién lo hizo primero. Aunque, pensándolo bien, probablemente al libro Guinness de los Records sí le importe, y también a los cholulos de la historia del arte, y a los profesores enciclopédicos, y a todos esos alumnos irritantes que se jactan de recitar fechas de memoria. Allá ellos: el arte no es una competencia por ver quién tira primero y más alto la cañita voladora. Es algo menos pirotécnico, definitivamente. De ahí que para apreciar las pinturas de María Pinto haya que desembarazarse antes de la fastidiosa compulsión a preguntarse: “¿Quién hizo esto antes?”. Una compulsión que busca familiares, padres y madres, como si ahí estuviera la clave de la obra. El tic a veces suena demasiado a crítico fatigado; otras, a comentario de señora gorda que antes que mirar lo que tiene adelante prefiere la comodidad del latiguillo: “Y decime, tesoro, ¿quiénes son tus padres?”.
Pequeño Museo, la muestra que María Pinto presenta en la galería Atica, no pretende colgarse de un árbol genealógico ni descubrir la pólvora. Pinto trabaja (decir “Pinto pinta” es un chiste demasiado servido en bandeja) a partir de una reconstrucción de cuadros clásicos, una selección de Grandes Éxitos de la historia del arte: La maja desnuda de Goya, El despertar de la criada de Eduardo Sívori, las Meninas de Velázquez, El baño turco de Ingres, Los síndicos de la corporación de pañeros de Rembrandt, la Ninfa sorprendida de Manet. Sólo que los protagonistas de las versiones Pinto son muñecas y muñecos; más precisamente Barbies y PlayMobils. Es verdad: Pinto trabaja la apropiación, la idea de crear una obra nueva tomando una imagen preexistente. El mecanismo es antiquísimo, pero el posmodernismo lo condimentó con una connotación ideológica al entenderlo como un desafío al valor absoluto otorgado a lo “original” y a lo nuevo. Pero el gesto de la apropiación pasa a segundo plano apenas advertimos que lo que Pinto hace, en realidad, y principalmente, es darse un lujo: pintar lo que más le divierte. Y punto.
En esa provocación, que Pinto maneja con pinceladas despreocupadas, las imágenes conservan una atmósfera de película clase B, deliciosas en su falta de pretensión y desparpajo. Hace unos días pasaron en el cable El ataque de la gente Marioneta de Bert I. Gordon, donde un excéntrico fabricante de muñecas, el Dr. Franz, desarrollaba un arma secreta que al ser disparada sobre los seres humanos los reducía al tamaño de unos muñequitos de 20 centímetros. Es inevitable pensar en ese científico delirante al ver cómo Pinto va teletransportando a sus juguetes por la historia, en especial cuando una foto del catálogo de la muestra la sorprende en un rincón de su taller, con su corte de pelo taza (inevitablemente parecido al de sus PlayMobils), mirando absorta las paredes atiborradas con sus creaciones.
Entonces queda claro: María Pinto va por la vida transformando los míticos personajes de la historia del arte en un rejunte de muñecos de torta. Y el resultado es encantador. En especial lo que hizo en esa pintura épica que es La vuelta del Malón de Angel Della Valle, en la que convirtió a los indios bravucones en PlayMobils en cueros, montados en caballitos de plástico que marchan a todo galope. Y después, para desplegar el kit completo de muñequitos y accesorios (uniformes, carpas, fogatas, barcos...), se apoderó del célebre campamento de soldados de Cándido López.
Ahora bien: si las Barbies son lo más sexy que hay sobre la Tierra -cinturitas avispa, piernitas aguja, pechos antigravitacionales, articulaciones hiperlaxas que les permiten alcanzar las poses descuajeringadas de los desnudos rosados de Boucher–, los PlayMobil, en cambio, son de caucho, torpes, paticortos y cero dúctiles como modelos. La pareja no podría ser más despareja; quizá por eso se vean tan lindos juntos. Nunca más pertinente la vieja curiosidad que se pregunta: ¿qué tendrá el petiso? Porque a veces, con esa sonrisa fija de medialuna y losojos sin pupilas, PlayMobil parece un enano psicópata. En su autobiografía Dream Doll: The Ruth Handler Story, en cambio, Ruth Handler, la creadora de las muñequitas, escribió que “la mente de Barbie está llena nada más que de citas para el sábado a la noche y/o planes de casamiento y cosas por el estilo”. Es cierto: poner a la tilinga de Barbie en la historia del arte es como poner a Paris Hilton en una granja. Tiene el maravilloso don de volver todo superficial. Y si no véase el Sin pan y sin trabajo de Ernesto de la Cárcova y compárese a su protagonista, esa madre enjuta y desmoronada, con la Barbie espléndida, recién salida de la peluquería, de la pintura de Pinto.
Y al final se vuelve inevitable preguntar: cuando el chiste se acabe, ¿hacia dónde irá la pintora? Dejemos que ella lo averigüe. Y que después vuelva para contarlo.

Pequeño museo, de María Pinto.
En Atica, Libertad 1240, PB 9.
Hasta el 15 de mayo.

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