CINE
La venganza será terrible
Se estrena la segunda mitad de Kill Bill y llega la hora de la verdad: ¿encontrarán su razón de existir todos los chistes, las intrigas y la catarata de citas que plagaban la primera parte? ¿Iba para algún lado esa historia que quedó a medio camino? ¿Será el Volumen 2 la media naranja de una obra completa? ¿Podrá Quentin Tarantino liberarse de su propio mito de nerd bizarro? ¿O está quemando todo por seguir siendo canchero?
› Por Mariano Kairuz
Cinco, seis meses atrás, cuando el “Volumen 1” de la previsiblemente excesiva Kill Bill se estrenaba alrededor del mundo, Quentin Tarantino hacía una serie de afirmaciones en entrevistas que deberían ser puestas en perspectiva. Decía: 1) Que él, freak del cine, cinéfilo incurable, jamás había visto La novia vestía de negro, de François Truffaut, referente casi ineludible para su Novia enfundada en amarillo, bajo el débil pretexto de que siempre fue un fan de Godard, pero no de Truffaut (aunque sí reconoció conocer el relato de Cornel Woolrich en la que está basada). 2) Que en el proceso de escritura había recurrido a su archivo mental de infinidad de películas de artes marciales, pero que las escenas citadas luego fueron absorbidas por su guión y transformadas en algo nuevo, desapareciendo así las comillas de la cita. 3) Que la partición en dos volúmenes de su postergado regreso como realizador, aunque fue propuesto por Harvey Weinstein (productor de Miramax famoso por sus supuestas intervenciones en el “remontaje” de las películas producidas o adquiridas por su empresa), no era el burdo ardid comercial que parecía sino que él mismo (Tarantino) lo había considerado desde antes de terminar el rodaje. 4) Que de esa partición resultarían dos películas distintas, de las cuales la primera concentraba la acción, el cruce de las infinitas películas chinas de artes marciales devoradas por su autor adquiriendo la forma de un cine de puro movimiento, mientras que la segunda se dedicaría a los personajes y al desarrollo argumental, devolviendo a sus fans ese artefacto pop conocido como “diálogo tarantinesco” que había convertido a Q. T. en el personaje más cool de Hollywood diez años atrás. Y 6) Que quienes así lo quisieran podrían tomar los dos volúmenes y verlos como una sola película cuando se la editara en dvd.
Bueno, Kill Bill - La venganza, Volumen 2 está aterrizando por estos días en los cines de todo el mundo y, aun cuando permite verificar algunas (y sólo algunas) de esas cosas que su director y guionista dijo medio año atrás, se trata de una resolución absolutamente anticlimática.
La novia no vestirá de negro a lo Woolrich/Truffaut, pero la referencia al film noir parece volverse ineludible para ese citador compulsivo que es Tarantino y así el “Volumen 2” comienza con una escena a lo El cartero siempre llama dos veces (en blanco y negro, como en la versión filmada en 1946, con Lana Turner, de la novela de James M. Cain), título que además es mencionado en la película. La escena marca a fuego una división irreversible, la separación definitiva del “Volumen 2” respecto del primero, que era el capítulo asiático y marcial de Kill Bill y con el cual ya será casi imposible generar una unidad. Aquella abría con el logo de los Shaw Brothers, mítica productora china; ésta, con sus créditos impresos en una tipografía que remite al cine negro de los años 40. Kill Bill termina de convertirse en algo que parece menos un ejercicio de navegación libre y ligera entre géneros y subgéneros que en un acto de esquizofrenia narrativa, compuesto de saltos abruptos. Es cierto que las katanas (los sables) están de vuelta y su descontextualización (una batalla en El Paso, Texas, por ejemplo) resulta uno de los elementos más absurdos y a la vez atractivos de la película. La anarquía estilística tiene su valor, por supuesto, pero ese monstruo frankensteiniano de películas vistas y citadas por Tarantino termina por darles la razón a los críticos que seis meses atrás le echaron en cara que se había “saturado de autoconciencia”, aniquilando “toda espontaneidad”, y se preguntaban “¿en qué redunda todo (su sistema de referencias) más que en decir que Q. T. ha visto muchas películas?”.
Durante la larga producción de Kill Bill, a Tarantino también le preguntaron qué experiencia había “contribuido más a su éxito: si los años de su vida que pasó aprendiendo cine en un videoclub o la vida en las calles”. En otras palabras: ¿de dónde proviene la inspiración: de las películas o del mundo real? A lo cual el director de Pulp Fiction tuvo eldescaro de contestar que “de ambos lados, cincuenta y cincuenta; la mitad de mi vida y la otra de esas películas que he visto: las películas generan pasión para crear, así como la vida sigue iluminándome y proveyéndome de ideas”. Después de Kill Bill Vol. 2, donde surfea impunemente entre el noir, el western texano, los flashazos de cine de artes marciales y extensos e inconducentes diálogos de marca propia que van del melodrama familiar a la historieta de superhéroes, le va a ser difícil convencer a alguien de que la ecuación no está en realidad más cerca del 80/20. Como un estudiante de cine cebado que quiere mostrarle al mundo cuáles son tooodas las películas que de verdad le gustan, incurre en arbitrariedades tales como mostrarle al espectador atento un afiche de Charles Bronson, guiño que no contribuye en nada a la descripción de Budd, el pobre diablo, white trash, que vive en una casa rodante en medio de la nada (y a quien interpreta el genial Michael Madsen, lo mejor de la película, con absoluta convicción). La máquina de referenciar no se detiene ni ante los créditos finales, que se ofrecen no una sino dos veces, una sobre otra –la que correspondería al volumen “chino” y otra que cierra el capítulo noir– sin solución de continuidad.
Los diálogos prometidos para el “Volumen 2” están efectivamente ahí; son “tarantinescos” en el mejor y en el peor de los sentidos (así como aquellas líneas de Pulp Fiction, tan celebradas, sobre la hamburguesa “cuarto de libra con queso” eran un verdadero despropósito, hay que recordar que los diálogos de Jackie Brown eran brillantes). “Volumen 1” resistía las acusaciones de vacuidad absoluta que recayeron sobre ella porque se trataba de un vacío perfectamente entretenido que alcanzaba momentos emocionantes, en parte gracias a la banda sonora de Ennio Morricone, que acá no desaparece del todo pero que ya no llega a ser una marca fuerte y distintiva como antes.
La resolución “contenida” (en términos de acción) que plantea “Vol. 2” en su secuencia final no tiene razón de ser en una película que será entretenida o no será nada. Tarantino abusa de algunos detalles ingeniosos, como la caricatura del maestro chino Pai Mei (que está tomado con el zoom de la cámara para replicar un efecto técnico característico del cine de la década del 70 y que es simpática y efectiva, pero sólo la primera de la media docena de veces que repite la morisqueta) o como cuando no se puede dejar de notar que el sanguinario Bill (David Carradine) le saca la corteza al sandwich de pan lactal que tan dedicadamente prepara para su hija mientras habla con La Novia. De hecho, QT parece estar tan preocupado por ser ingenioso (y por retener su corona de Rey del Cine Cool) que prácticamente se olvida de contar una historia. Incluso algunos apuntes divertidos que provienen del primer volumen quedan reducidos a chistes sin propósito, tal como lo señaló un crítico norteamericano tras descubrir, en el momento en que finalmente se revela el nombre de La Novia, que en su ocultamiento no residía ninguna clave funcional a la trama y que sólo estaba citando un recurso utilizado por Godard en su película Made in USA.
Kill Bill Volumen 2 parece aspirar a apretujar todo aquello que “no podía quedar afuera”, aunque así deba durar media hora más que “Vol. 1”. Lo cual desinfla las expectativas que pudiera haber desatado el proyecto, largamente anunciado, de Inglorious Bastards, el film bélico que Tarantino tiene programado estrenar el año que viene, o cualquiera de las posibles secuelas de Kill Bill con las que ha venido amenazando en las últimas semanas, como si todavía le quedara algún subgénero por explotar en una saga que tal vez quiso ser, al principio, una película sobre una chica americana con katana y terminó convirtiéndose en una máquina devoradora de películas de un director de 40 años con acné juvenil.