PERSONAJES
Liniers, parando en todas
Cálido, amable, inocente, perverso, heredero de una larga tradición que celebra el misterio y la sorpresa; capaz de conjurar ancestros dispares e influencias de lo más variadas (del gato Félix y Tim Burton a Schultz y Krazy Kat), Liniers publica por estos días Macanudo (Ediciones de la Flor), una recopilación de esas tiras que despiertan la ternura y la alegre melancolía de un pingüino con bufanda.
› Por Juan Sasturain
Bienvenido, Liniers. Macanudo es un libro para agradecer. Son 270 y pico entregas –páginas de tres pisos, un hallazgo de formato– de la tirita diaria que sale hace unos años en la última página de La Nación, abajo, como de postre compensatorio después de haber comido pesado o vegetariano, un menú repetido, de régimen. Lo que hace Liniers no se parece a nada de lo que lo rodea y eso es bueno. Se ha hecho un espacio de libertad, un ventiluz siempre abierto, en un territorio –los diarios masivos, y más precisamente ése– en el que suele haber lugar para el talento ocasional pero no siempre para la innovación, el cambio de registro en el humor. El facilismo, el peso del costumbrismo y la necesidad de responder a las coyunturas informativas del contexto suelen acotar y achatar la creatividad. Liniers ha agarrado saludablemente para otro lado. Macanudo –un rótulo que connota amable y ligeramente retro– es una tira abierta, un espacio virtual donde puede suceder cualquier cosa. La convención se permite, de arranque nomás, plantando una escenografía teatral con actores y/o participantes, la libre circulación de personajes, temas y tratamientos. Esa elección del todo vale responde en Liniers a una necesidad genuina: como una versión light pero no inocente del gesto pionero de Rep en su terraza postrera de Página/12, Macanudo apuesta por la sorpresa y el misterio. No por nada el acápite de Bill Watterson –autor de la maravillosa Calvin & Hobbes– postula: “La sorpresa es la esencia del humor. Así que al hacer una tira diaria el desafío es sorprenderse a uno mismo”; y en el cierre Liniers pone en boca de un conejito las palabras de Buñuel: “El misterio es el elemento clave de toda obra de arte”. De eso se trata entonces.
La obra de Liniers –cuyo talento despuntara en sus colaboraciones de Radar y el No durante algunos años– es a la vez rara y accesible. Maitena lo prologa con acierto y cariño: “Sus personajes solitarios, con una inocencia pop a veces algo perversa, se mueven con elegancia entre la tristeza y el asombro, como actores anónimos de pequeñas películas artesanales de clase B”. Menciona también evidencias de “la poesía y el absurdo” y señala que su arte consigue que “ese gato, esa nena y ese hombre con sombrero (que cualquiera puede dibujar) sean diferentes a todos los que habíamos visto antes”. Y es cierto. Porque además de disponer de una imaginación sin red, el gran mérito de Liniers es que ha sabido conjugar raíces muy dispares, procesar influencias múltiples y reconocibles para hacer lo propiamente suyo. Hay mucho background detrás de tanta ingenuidad de trazo y acuarela sutil. Homenajes, vía pingüinos —aparatosa marca de fábrica–, a Hopper y The Beatles; citas de Chaplin, Folon y Matisse; pataditas a políticos, pintores y medios masivos; y, sobre todo, una delicada red para pescar trazos y mecanismos de los maestros y darles una vueltita.
En ciertas zonas, Liniers tiene afinidades gráficas con Fayó, el desaforado Podetti o el increíble Max Cachimba, pero su espíritu es serenamente otro; las relaciones de la pequeña Enriqueta con el osito de peluche Madariaga y el gato Fellini (un Félix con nariz de Silvestre) se resuelven en mecanismos a veces mafaldianos, a veces muy cercanos a Watterson. No dudo que Liniers ama como yo a Lulú cuando dibuja una nena y admira al Tim Burton de El extraño mundo de Jack. Me atrevo a suponer que los antagónicos Robert Crumb y Mariscal son dibujantes de cabecera para un Liniers que los hace complementarios y la sombra de la melancólica Krazy Kat del gran George Herriman se confunde con la de más de un pingüino con bufanda. Schultz aparece en un tatuaje. Liniers ama lo que hace y sin duda ama a los que han hecho que lo ame. Por eso es literalmente amable.
“La poesía es el diario de un animal marino que vive en la Tierra y anhela volar por el aire” dijo el vigoroso y a veces un poco cursi Carl Sandburg. Vale para los absurdos pingüinos de Liniers.