HOMENAJES
El próximo 18 de julio se cumplen diez años del atentado que voló la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). Mientras la justicia sigue sin dar con los culpables, diez directores de cine argentinos –ocho consagrados y dos que debutan: Adrián Suar, el coreógrafo Mauricio Wainrot– se reunieron para rendir tributo a las víctimas y denunciar una escandalosa década de impunidad. El proyecto, titulado 18-J, incluirá diez cortos de diez minutos realizados por los diez directores. Ocho de ellos cuentan por qué aceptaron participar del film y recuerdan qué estaban haciendo el día que estalló la bomba.
Por Marcelo Shapces
Poy ateo, “gracias a Dios”, como decía Buñuel. Estoy
convencido de que los atentados y las guerras ocurren por culpa de los hombres
y no por la voluntad de Dios, aunque se hagan en su nombre. La elección
de la AMIA para perpetrar un ataque no fue casual. Hubo un gobierno que operó
a espaldas de la gente y tuvo que pagar las consecuencias, que fueron atroces.
Mi corto empieza con una discusión entre una abuela, una madre y un hijo
de 13 años que no quiere hacer su bar mitzva. Igual que yo de chico.
No tengo esa cultura judía de ir a Hebraica o a Hacoaj. Mi único
contacto con la Hebraica fue a través del cine. A los 15 iba cuatro veces
por semana a la cinemateca que funcionaba en la Hebraica a ver películas
de Antonioni, Godard, Bergman, todo el cine de los años ‘50...
Mis abuelos, que llegaron de Bielorrusia en 1910 (el año del cometa Halley),
tampoco eran religiosos, pero cumplían con muchas tradiciones judías.
Mis recuerdos de la AMIA están vinculados con el cartoncito que ellos
pagaban religiosamente todos los meses. Y mi corto es un homenaje a las personas
que murieron allí.
Por Carlos Sorín
Como creo que les pasa a todos los argentinos, me acuerdo perfectamente dónde
estaba ese 18 de julio. En mi oficina, charlando con el director de un laboratorio
fotográfico. En eso a él lo llaman por celular para darle la noticia.
Ahí se terminó la reunión, por supuesto, y yo me prendí
al televisor durante unas cuantas horas. En el caso de mi corto no habrá
exactamente un “rodaje”: pienso trabajar con los cientos de fotos
familiares de las víctimas del atentado y después editarlas sin
música ni diálogos. La música sería un recurso muy
fácil, y yo quiero hacer el homenaje más austero posible. Además,
frente a una tragedia así, las fotografías tienen una carga muy
fuerte. Mirándolas descubrí, por ejemplo, que una modelo con la
que trabajé en publicidad murió en el atentado. Tenía 16
años. Ahí me di cuenta de que esa tragedia podría haberme
pasado a mí, a cualquiera, y vi que este proyecto era una forma de saldar
la deuda que tengo con éste y otros temas como los desaparecidos. Pero
no lo considero un corto sino un recordatorio.
Por Mauricio Wainrot
Pensé que cada director debía contar esta tragedia desde su poética.
Y yo elegí la danza. Espero que encontremos un buen título. 18-J
parece la chapa de un auto. O muy estadounidense. Vergüenza sería
un buen nombre. Lástima que así se llama una de Bergman. En mi
corto, que se llama “Lacrimosa”, quise contar la ausencia de un
ser querido que desapareció. Aparecen las dos primeras bailarinas del
San Martín. Una estaba embarazada de nueve meses, y así bailó:
con una panza gigante. Quería tenerla a ella representando la esperanza,
a pesar de lo terrible de toda esa tragedia. (La otra esperó que terminara
el rodaje para confesarme que estaba de tres meses: no quería preocuparme.)
Las dos bailarinas rondan los 40 años, y ser mamá a esa edad,
para una bailarina... No es sólo la esperanza y la ilusión; también
están la angustia y la incertidumbre sobre el futuro de sus carreras.
El hecho de que las dos estuvieran embarazadas le dio una carga muy fuerte a
la película. La filmación la hicimos en cuatro días, en
la Fundación Konex. Yo no tenía experiencia en cine, así
que trabajé intuitivamente y con el asesoramiento técnico del
productor y director Jorge Rocca.
Por Alejandro Doria
Mi última película fue Cien veces no debo, de 1990. Desde entonces,
las propuestas que recibí no me interesaron. Lo que veo ahora en televisión
no me da ganas de entrar a competir, ni como autor ni como director. Y a esta
altura de mi vida, sólo quiero hacer cosas que me gusten. Por eso acepté
participar de este homenaje a las víctimas del atentado. En mi corto,
el personaje –protagonizado por Inés Estévez– hace
una fuerte denuncia sobre los diez años de impunidad del caso. Lo escribí
con Aída Bortnik, con la que hice La isla, mi primera película
de autor, durante el proceso. Lamento no haber hecho más cosas con Aída.
Siempre digo que tiene un alma muy gorda y que la transmite en los guiones que
escribe. Además tenemos coincidencias ideológicas y estamos convencidos
de que hay cosas que deben decirse. En los atentados de Madrid, a los pocos
días ya se sabía quiénes eran los culpables; acá,
a diez años de la bomba, todavía se está discutiendo de
quién era la Traffic. Los gobiernos de turno han desviado y trabado la
investigación. Pero no es tan difícil encontrar la verdad. Lo
que falta es la voluntad política para hacerlo. Lo que no me convence
es el título del proyecto: 18-J parece el número de un departamento
o una americanización al estilo 11 de septiembre. Mi título sería
Vergüenza nacional.
Por Daniel Burman
claro que me acuerdo. El día que explotó la bomba tenía
20 años y estaba volviendo de la terminal de Buquebús en un taxi.
El tráfico se paralizó y tuve que bajarme en el Hospital de Clínicas
para poder llegar a mi casa, en Pueyrredón y Viamonte. Mis viejos estaban
de viaje y yo me quedé pegado al televisor todo el día para saber
qué pasaba. Diez años después, ya no vivo en Once pero
sigo sintiéndolo mío. Allá se vive distinto que en otros
barrios, que en Devoto, por ejemplo. Hay otra dinámica, otra velocidad.
Los fines de semana todo está muerto y de lunes a viernes el ritmo es
caótico. A veces ni siquiera hay lugar para caminar en la vereda. De
chico nunca jugué en la calle, pero sí recuerdo haberlo hecho
con mis amigos en las galerías comerciales de Once. El mismo barrio que
ha atravesado buena parte de mis películas y que vuelve a estar presente
en este episodio para 18-J. Allí intento retratar los efectos quela bomba
tuvo en la gente, en la vida cotidiana y en los comercios del lugar. Y recorro
el barrio a través de la mirada de un personaje de ficción, Abel
Medina, un nene de 10 años que nació en el Clínicas el
día del atentado.
Por Juan Bautista Stagnaro
Me dio mucha alegría participar en esta película. Es una causa
noble, y me parece importante que se haga. Más que para recuperar la
memoria, creo que hay que hacerla para no permitir el olvido. Los argentinos
tenemos una disposición orgánica para olvidar las cosas. No sé
por qué. Puede que no tengamos memoria, pero creo que hay un fenómeno
de negación. No es casual que a diez años del atentado todavía
no haya una resolución del caso. No me gusta del todo el título
que le dieron al proyecto: es muy frío, y está demasiado ligado
al film sobre el 11 de septiembre. El que me viene a la mente es Las cicatrices:
siempre están,pero uno las olvida. Todos los actores y técnicos
que participan de la película tienen conciencia de lo que están
haciendo y por qué lo están haciendo. No hay cachet ni sueldos:
apenas un pago simbólico para todos los que trabajan.
Por Lucía Cedrón
Me sorprendió ser la única mujer que participa de 18-J, porque
en Argentina no faltan cineastas mujeres con talento. Pero fue un privilegio
que me convocaran, y también sentí mucha responsabilidad con lo
que iba a decir. Creo que todo discurso es político, así que para
escribir el guión leí e investigué mucho sobre el atentado.
“Quien quiera escribir sus lágrimas debe tener el ojo muy claro
y seco”, dijo el escritor André Gide. Cada vez que siento que estoy
perdiendo pie, trato de recordar esa frase. Y mientras escribía hubo
varios momentos en que me pregunté: ¿sirve para algo lo que estoy
contando? Finalmente decidí plantear un tema común al pueblo judío
y a los argentinos: el éxodo y el exilio. Mi historia se centra en una
pareja de jubilados judíos que vive en Once y tiene una hija que se exilió
en Israel durante el proceso. Algo sé de ese tema, porque en el ‘76
mis viejos se exiliaron en Francia. Cuatro años después, a mi
padre lo mataron agentes de la dictadura. Yo seguí viviendo en Francia
junto a mi madre, y al terminar el secundario estudié Letras en la Sorbona.
Cada tanto volvía a Buenos Aires a visitar a mis abuelos, pero estaba
en París cuando sucedió el atentado. Acababa de conseguir uno
de mis primeros trabajos: productora y guionista de un documental sobre la naturaleza,
que en Francia tiene más rating que el fútbol. Y el 20 de diciembre
de 2001 me agarró en la Plaza de Mayo. Había regresado por la
muerte de mi abuelo, pero en ese momento, mientras la policía me tiraba
los caballos encima, sentí que tenía que estar ahí. ¿Por
qué? No lo sé. Todavía estoy buscando una respuesta. Tal
vez la encuentre en este corto.
Por Adrián Caetano
no quise hacer un corto grandilocuente. Me parece que no soy quién para
dar un mensaje moral ni nada por el estilo. Lo que pasó ese 18 de julio
del ‘94 me produce mucha indignación, como a todos. ¿Cómo
no me voy a enojar con los 10 años de impunidad que lleva el caso? (Aunque
es algo que no me asombra para nada.) Pero también me causa escozor que
tanta gente se muera de hambre o se baje la edad para condenar a los menores.
Sinceramente, no me sale el guión pensante, “progre”. Y no
puedo decir que mi corto sea un homenaje, porque no lo es. Si tuviera que homenajear
a todas las víctimas de todas las guerras y masacres, me tendría
que pasar la vida filmando. Si acepté participar de este proyecto fue
porque básicamente me gusta mucho filmar. Donde haya una cámara,
ahí quiero estar. Y para esta película elegí un tema muy
simple: meterme en pequeños objetos que lindaban con la Amia y mostrar
cómo la explosión hizo mella en cada uno de ellos. La vidriera
de una panadería que estaba frente a la mutual, el locker de un empleado
de la Amia, un escritorio, ropa colgada en una terraza vecina, la mesa de un
vendedor ambulante del Once.
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