EFEMéRIDES
Leyenda urbana
Según Dalí, construía la arquitectura del futuro. Para los anarquistas que terminaron profanando su tumba, encarnaba la corrupción de la rancia burguesía catalana. Eusebi Güell, el mecenas que financió sus proyectos por todo Barcelona, lo consideraba lisa y llanamente un genio. Para los arquitectos japoneses de hoy, es el motivo de su peregrinación a España y su conversión al catolicismo. A 150 años del nacimiento de Antoni Gaudí, Cataluña lo celebra de la mejor manera: redescubriendo los centenares de detalles del arquitecto desperdigados por Barcelona.
POR RODRIGO FRESAN (Desde Barcelona)
El japonés mira para arriba, cae de rodillas y se abraza llorando a una de las columnas de piedra. Su mujer le saca fotos y, también, se enjuga una lágrima grande como sólo pueden serlo ciertas lágrimas. Yo lo vi, es verdad: los japoneses vienen a tener orgasmos a Barcelona y este año van a tener más y mejores orgasmos que nunca. En este 2002 se cumplen 150 años del nacimiento del arquitecto catalán Antoni Gaudí, ídolo de todos los arquitectos orientales, quienes han llegado a convertirse en masa al catolicismo en nombre de su gloria y casi garantizándole una próxima bea-tificación: 150 años del nacimiento de este hombre que, mienten, murió atropellado por un tranvía cuando caminaba por la calle mirando al cielo y buscando el mejor ángulo de la Sagrada Familia, su catedral en constante crecimiento, todavía hoy en construcción, y cada vez más capaz de provocarles orgasmos múltiples a arquitectos japoneses que la abrazan como si fuera la más experta de todas las geishas o el más poderoso de todos los samurais.
El Punto G existe.
OPERACION GAUDI
El 2002 es el año, también, en que se pretende arrancar a Gaudí de las garras del peligro amarillo, de los bocetos de H.R. Giger y Tim Burton, y de la seca indiferencia de buena parte de los catalanes, para entregarlo a todo el mundo honrando su memoria y celebrando su genio. Así y ahora, un fantasma recorre Barcelona y alrededores y, de golpe, Gaudí –que siempre estuvo– está todavía más y en todas partes. El pronóstico apuesta a más de 4 millones de visitantes más de lo habitual y para ellos van esas biografías (la más rigurosa probablemente sea la del holandés Gijs van Hensbergen, editada por Plaza y Janés), libros de ensayo y guías ilustradas; suplementos especiales en todos los periódicos; ciento sesenta y siete actividades variadas –cursos, audiovisuales, rutas arquitectónicas, etc.– a lo largo y ancho de veintidós poblaciones; sesenta y cinco exposiciones (treinta y dos de las cuales tendrán lugar en Barcelona); la instalación en el Paseo de Gracia de los auténticos panots o baldosas originalmente pensadas para los interiores de la Casa Battló; y –por encima de todo eso– la pretendida reformulación a fondo y puesta a nuevo de la figura compleja de alguien que le hizo decir a Elies Rogent, director de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, en 1878, en el momento de entregar medalla y diploma: “Hoy hemos otorgado el título de arquitecto a un loco o a un genio”.
Más de un siglo después de tan magna ocasión, los especialistas no se ponen del todo de acuerdo –¿titán o alucinado?– cuando se trata de clavar alfiler y catalogar a semejante bicho raro. Los conservadores de las formas critican sus métodos poco convencionales a la hora de construir sin plano y sus “excesos escultóricos”, los anarquistas de lo lírico celebran sus edificios creciendo a fuerza de pura intuición y capricho. Los salomónicos de la conciliación dirimen el asunto hablando de una mentalidad artística más visual que intelectual. Y al que no le guste que se vaya en busca del racionalismo Bauhaus.
CARNE DE POSTAL
El disparo de largada del Año Gaudí se escuchó en toda la ciudad el pasado miércoles 20 de marzo con la ceremonia inaugural presidida por la reina Sofía acompañada de los súper arquitectos y fans Norman Foster y Arata Isozaki (Frank Gehry no pudo llegar a la cita) y el local Oriol Bohigas, quien no demoró en poner los cimientos de la polémica en su discurso de apertura a todo el asunto acusando a la crítica y a los historiadores por el tardío reconocimiento mundial de Gaudí: “Es evidente que los dos arquitectos más importantes del inicio del siglo XX fueron Antoni Gaudí y Frank Lloyd Wright, quienes dieron un paso definitivo para la superación de los academicismos y eclecticismos”. El porqué del demorado reconocimiento del llamado Arquitecto de Dios se debió, para Bohigas, al aislamiento de España con respecto a la cultura internacional de entonces; a la incompatibilidad del carácter de Gaudí (muy religioso y relacionado con aristócratas y mecenas como el conde y magnate industrial Eusebi Güell i Bacigalupi) a contrapelo del espíritu laico y bohemio de las vanguardias de entonces; y, básicamente, a que buena parte de sus exégetas que desde el vamos le han dedicado miradas conservadoras y hasta reaccionarias insistiendo más en los aspectos técnicos y constructivos que en los expresivos y artísticos. Tampoco ayudó su faceta mística, que tiene gran gancho pop, pero que rebaja a un segundo plano a sus innovaciones como la paraboloide hiperbólica que hoy por hoy se puede comprar en formato modelo para armar en la tienda de souvenir gaudianos de La Pedrera.
Foster evocó a Gaudí como alguien que “surgió en una época, en el pasado fin de siglo, que produjo muchas figuras históricas. Estoy pensando en hombres como Gustav Eiffel, Louis Sullivan o Frank Lloyd Wright, contemporáneos de Gaudí que inventaron nuevas maneras de construir y entre todos cambiaron el rostro de la arquitectura para siempre”.
Por encima de fastos y definiciones post-mortem y el exceso postalero que ha convertido a su obra más en un sitio donde descargar la cámara que en un lugar donde cargarse de conocimientos, lo que permanece por siempre vivo es esa feliz imposibilidad a la hora de delimitar al genio siempre anticipatorio de todo y de todos (Dalí alguna vez proclamó que “toda la arquitectura del futuro será como la obra del genial Gaudí: blanda y peluda y bebible”) y que –propiedad tan española– emparienta a Gaudí con Cervantes, Goya, Lorca, Picasso y Buñuel: se sabe cuándo nació, dónde murió y qué hizo.
Lo que no se sabe es cómo lo hizo.
CONTINUIDAD DE LOS
PARQUES (Y DE LAS CASAS)
Antoni Gaudí nació el 25 de junio de 1852 en la ciudad de Reus –se cree que en la casa con el número 4 de la calle San Vicente con fachada posterior al número 23 de la calle de la Amargura–, pero su huella más profunda pasó y sigue pasando por Barcelona. Y Barcelona, al menos en principio, no lo quiso mucho. Buena parte de la culpa de ello fue el haber sido entendido, en su momento, como otro de los tantos caprichos de su mecenas Eusebi Güell, quien le daba libertad absoluta para hacer lo que quisiera en terrenos clave del plano y así causar el estupor y la indignación de los ciudadanos y el éxtasis de los surrealistas franceses que llegaron más tarde. En cualquier caso, está claro que hoy Gaudí es la principal baza turística de Barcelona y que bajo la estudiada indiferencia de más de un local apenas se oculta el orgullo de saberse dueños de un milagro por el que desfallecen todos los visitantes.
Y hay una obvia ruta Gaudí por Barcelona: la compuesta por las alturas de la Sagrada Familia, las curvas de La Pedrera, los lagartos gigantes del Parque Güell (a los que no hace mucho alguna bestia atacó de noche y con martillo), la fachada casi submarina de la Casa Battló, los mosaicos de la Casa Vicens, el balcón de la Casa Calvet, la bóveda perforada y el hierro forjado en las rejas del Palau Güell. Y hay una ruta flamante y el 2002 que es la que este año nos obliga a descubrir en pequeños y decisivos detalles en los sitios menos pensados de una ciudad gaudizada hasta los cimientos; en los “nuevos Gaudí” a visitar (como por ejemplo la recién rehabilitada Nau Gaudí de Mataró, pensada entonces para el blanqueo de algodón y hoy considerada por los que saben como “una profecía de la arquitectura moderna”); en un boceto a mano alzada donde Gaudí dibujó el proyecto para un rascacielos translúcido que imaginó para Manhattan y que no pudo ser.
Tal vez el hito más atendible de este Año Gaudí sea la apertura al público de Casa Battló –el famoso edificio reformado por el arquitecto entre 1904 y 1906– y al que hasta ahora no se podía visitar ya que, en manos de una empresa, sólo se utilizaba para fiestas y convenciones de altísimo nivel.
Pero esto es sólo el principio y por ahí empecé yo una mañana de primavera. Ya había entrado una vez (aquí tuvo lugar la conferencia de prensa y presentación de Todo sobre mi madre a cargo de Almodóvar y su tribu), pero ahora se ve mejor y más tranquilo y acompañado por todos estos japoneses en estado de gracia en el Paseo de Gracia. Entrar y salir y de ahí a mi casa y asomarme a la ventana y –vista izquierda– contemplar cómo sigue creciendo la Sagrada Familia. Gaudí se murió haciéndola pero no mirándola el jueves 10 de junio de 1926. Contrario a lo que afirma el mito, Gaudí fue atropellado a unas cuantas cuadras de allí, tres días antes, por el tranvía número 30 en el cruce de la calle Bailén con la Gran Vía de las Corts Catalanes. Nadie lo reconoció, iba vestido como un mendigo, y fue llevado a un hospital para pobres. Diez años después, los anarquistas –que consideraban a Gaudí como símbolo corrupto de la rancia burguesía catalana– violaron su tumba en la cripta de la catedral en trámite y quemaron sus maquetas y arrastraron su cadáver calle abajo, por esa misma calle que cruzaba mirando para arriba, sonriendo y respondiendo, a cada vez que le preguntaban cuándo iba a terminar de una buena vez su bendita catedral, con un beatífico y travieso: “Mi cliente no tiene apuro”.
Lo último que dijo Gaudí, saliendo de su casa/estudio de la Sagrada Familia, donde vivía como un ermitaño o un santo, fueron palabras para los pocos colaboradores que seguían a su lado: “Mañana venid temprano que haremos cosas muy bonitas”, les prometió.
No cumplió su palabra; pero tampoco dijo una mentira.
Feliz año.
Toda la información sobre el Año Gaudí
–muestras, conferencias, publicaciones, etc.–
puede consultarse on-line en www.gaudi2002.bcn.es