TEATRO
Soñar, soñar
Heroína superclásica de la literatura moderna, Emma Bovary desembarcará en el teatro y tendrá los rasgos de la bellísima Julieta Díaz. Ana María Bovo, directora de la puesta, explica por qué la enamoradiza criatura imaginada por Gustave Flaubert sigue siendo hoy tan subversiva como en 1857, cuando escandalizó a la opinión pública por primera vez.
› Por Moira Soto
El cine fue tras ella muchas veces, y algunas logró alcanzarla. Ahora es el teatro el que solicita y pretende a Madame Bovary, la burguesa provinciana y soñadora creada por Gustave Flaubert (1821-1880), protagonista de una novela tan famosa que hasta los que nunca la tuvieron en sus manos creen haberla leído. La versión teatral que se estrenará el próximo 13 en el Centro Cultural de la Cooperación se llama precisamente Madame Bovary, está narrada por siete actrices (Julieta Díaz, Julia Calvo, Sandra Guadalupe, Marta Guma, Gabriela Osman, Luciana Mastromaure y Angélica Ragno) y tiene dramaturgia y puesta en escena de Ana María Bovo, conocida y aplaudida por sus unipersonales, que se declara “profundamente conmovida por la desgracia de Emma, ese mal de vivir en provincias en pleno siglo XIX, en un mundo dominado por los hombres. En el final –dice la directora–, querría transmitir que las preguntas que ella se hizo en la más absoluta soledad aún no tienen respuesta...”.
El escenario tiene un piso en damero sobre el que se juega esta partida de vida, pasión y muerte, con un piano y siete banquetas que las intérpretes van moviendo como piezas de un juego de ajedrez... o más bien de damas. Es una tarde gris con piqueteros y tránsito congestionado, y durante el ensayo, en el segundo subsuelo del CCC, transcurren dos historias paralelas que se van fusionando imperceptiblemente: las integrantes del coro de la ópera Lucia de Lamermoor llegan a ensayar y se desalientan ante las malas condiciones del lugar; la directora del conjunto intenta incitarlas mencionando la presencia imaginaria de Emma Bovary en un palco, espectadora virtual que les robará el ensayo. Porque estas mujeres, como los coreutas de la tragedia griega, presentarán y comentarán la acción, seguirán el desarrollo del drama sin salida de Emma.
Así, la protagonista es narrada por otras voces, pero con tanta intensidad que, dice Bovo, “empezando por Julieta Díaz –la más tomada por el personaje–, hay un momento en que todas se sienten Bovary. Cuando Rodolfo la seduce, por ejemplo, todas son seducidas. Entre estas integrantes del coro, vestidas con leves prendas interiores que llevan debajo de los ropajes que usarán en Lucia –enaguas y corsés, botitas en los pies–, se crea ese clima de distensión y complicidad que suele darse entre mujeres solas. A lo largo de la trama narrativa, algunas se ven atravesadas sutilmente por los otros personajes femeninos de la novela: esas mujeres que rondaron la vida de Emma y en las que ella apenas reparó, porque sus ojos estaban puestos en los hombres, en la búsqueda de romance, de esa pasión que había conocido, siendo muy joven, a través de las novelas. Al comienzo de la puesta de Bovo, Emma –primera y única vez que va al teatro– asiste a los amores contrariados de dos aristócratas, justamente en Lucia, y, todavía convaleciente del abandono de su amante Rodolfo, cree ver en la escena el eco de su propia historia”.
¿Los sentimientos extremos de la ópera del siglo XIX le provocan una identificación total, una suerte de trance?
–Claro, por eso cuando el tenor canta, Emma empieza a creerse que se dirige exclusivamente a ella, un poco como les pasa a las fans con ciertos ídolos, aunque estén rodeadas de dos mil personas. A mí me pone piel de gallina cuando Julieta Díaz cuenta que Emma, arrebatada, se agarra del antepecho del palco: es tan magnética la atracción que parece que se va a tirar. A Emma la desdicha le pega en el cuerpo: se enferma cuando Rodolfo la deja, entra en coma amoroso, cuarenta y tres días en cama. Yo defiendo absolutamente la sinceridad de su dolor, lo abismal de su decepción. Es que ella busca un absoluto a través de esos amores, con ese afán que la hace tan humana, tan vulnerable. Una actitud que todavía hoy sigue siendo peligrosa para cualquier mujer enamorada que no tenga otro deseo poderoso aparte de ese eje.
A mí me impresiona mucho que ella quiera tener un varón que encarne la revancha de su encierro, de su falta de libertad.
Un detalle bastante subversivo es que ella no sienta ningún apego por Berta, la hija. Ni una pizca del mentado instinto maternal.
–Muy subversivo. Cuando leí el libro por primera vez me causó confusión, casi rechazo. Luego me fui rindiendo a otras cosas que le pasaban, que para Emma tenían más peso. Sí: hacía falta atrevimiento para mostrar ese desinterés.
Rodolfo, el amante aristócrata, siempre está haciendo como su propia puesta en escena, casi una rutina de la seducción.
–Él planifica, ensaya, hace previsiones. Y me da mucha ternura la candidez de Emma, que no está preparada para lidiar con un seductor que se parece a los caballeros de las novelas que leyó cuando era muy joven y que –tomo la idea de Vargas Llosa– fueron un veneno para ella. Cuando supe que el arsénico tiene sabor a tinta se me ligaron las dos ideas... Hay un momento en que Rodolfo seduce a todas las mujeres del coro. Por eso, cuando él aparece, jugamos un poco a eso de componerse ante la presencia del varón.
Como dice Sylvia Plath: “Toda mujer adora a un fascista, la bota en la cara”...
–(Risas) Qué bueno... Y aquí las botas son de cuero bien flexible, él las elige para impresionar a Emma. Pero también nos reímos bastante de Rodolfo, ese estereotipo del mujeriego, siempre especulando. Porque también trabajamos el humor embozado en el texto literario, que me encanta. En la figura del boticario, en ese paseo por Rouen que los nuevos amantes dan en un carruaje bamboleante...
Además de ser tu debut formal como directora y puestista, Madame Bovary representa el lanzamiento teatral de Julieta Díaz, una estrella de la tele que sólo había hecho pequeñas incursiones hace unos años.
–Debo decir que encontré en Julieta una entrega enorme para aprender la técnica de narración. Como ella tiene que grabar en Pol-ka, hemos trabajado muchos domingos a solas. Julieta tiene muy claros los límites entre televisión –medio en el que ha demostrado su calidad de actriz– y teatro. Además está su aspecto físico, tan ajustado a la descripción de Flaubert, con sus crenchas negras y su belleza clásica. Al final, de traje y capotita, creo que tiene esa cosa vaporosa y hechicera que pide el personaje. Hace un par de años me propuso trabajar juntas. Me puse a pensar qué podíamos hacer y una noche me asaltó la imagen de Madame Bovary. Y aquí estamos. Julieta se instaló con gran fluidez en el modo de moverse, de respirar, de hablar de Emma. Y es muy fresca cuando se suma a la narración colectiva.