LOS DOCE PRECURSORES DE LA CIENCIA.
Segundos afuera
Capítulo 6 inglés, narigón, de salud débil. Le gustaban las cosas muy pequeñas y tenía un talento excepcional para los aparatos. Inventó el microscopio compuesto, un barómetro de ruedas, un termómetro perfeccionado y un higroscopio para medir la humedad del aire. A los 30 años, Robert Hooke –el “Leonardo de Inglaterra”, como lo llaman ahora– tenía todo para ser Isaac Newton. Lástima que Newton, que prefería llamarlo “el gnomo”, no estaba dispuesto a permitírselo.
por LEONARDO MOLEDO Y FEDERICO KUKSO
“Sombra terrible de Newton, quiero evocarte...” El fantasma del científico inglés Robert Hooke (1635-1703) bien podría haberle dirigido al gran Isaac palabras parecidas a las que Sarmiento dedicó a Facundo. Y con justicia, ya que el encono con que lo persiguió fue tal que hasta hace poco no había pista alguna sobre la apariencia física de Hooke: después de su muerte, Newton aprovechó que presidía la Royal Society para hacer retirar (y seguramente destruir) el único retrato que existía, y que estaba precisamente allí. Por referencias contemporáneas sabemos que era narigón y de constitución débil (debido a la viruela y, probablemente, a una temprana escoliosis). Cuenta la leyenda que Newton, que lo llamaba “el gnomo”, no podía oír su nombre sin ponerse furioso. Como presidente de la Royal Society, rechazó el legado que Hooke había dejado a la Sociedad, y se ocupó de que su biblioteca y aparatos desaparecieran. No era fácil, por cierto, padecer la enemistad del científico más importante de Inglaterra, reverenciado como un dios por todo el mundo. (Muy pocos saben que Newton, con todas sus luces científicas, era un insoportable de aquellos: únicamente la soledad era capaz de aguantar su compañía.)
Pero Robert Hooke fue uno de los científicos más notables de su tiempo. Lo cual no es poco, si se tiene en cuenta que en el siglo XVII avanzaba a todo vapor lo que hoy llamamos la revolución científica. (El proceso alcanzaría su cima en 1687, precisamente en los Principia de Newton, y de allí nacería la ciencia moderna.) Había asistido a la Universidad de Oxford y, como muchos estudiantes pobres (Newton entre ellos), se había visto obligado a trabajar como criado de algún estudiante rico para pagarse los estudios. Pronto, sin embargo, su destreza para fabricar aparatos llamó la atención de Robert Boyle, el gran renovador de la química, quien lo tomó como ayudante. De allí en más, su carrera científica estaba asegurada, y Hooke tuvo el honor de participar del desarrollo de la bomba de vacío, recientemente inventada.
A los 30 años, cómodamente apoltronado en los sillones de la Royal Society, Hooke publicó su obra maestra, Micrographia (1665), dedicada al mundo visto por el microscopio. Con ilustraciones de pulgas, piojos y otros bichos, fue el primer libro sustancial sobre lo minúsculo. Allí describió las “celdillas” que observó en cortes de corcho (y que bautizó como cells, “células”); describió la estructura de las plumas, las alas de las mariposas, el ojo compuesto de las moscas, entre otras cosas, y afirmó rotundamente que los fósiles eran restos de seres vivos.
No es extraño que sus contemporáneos lo calificaran como “el hombre más inventivo que haya existido” y que los historiadores británicos, hoy, aludan a él como al “Leonardo de Inglaterra”. A fin de cuentas, Hooke hizo de todo: inventó el microscopio compuesto, un barómetro de ruedas, un termómetro perfeccionado y un higroscopio para medir la humedad del aire (de algún modo fue el primer meteorólogo científico, y observó la relación entre los cambios de presión y los cambios en el tiempo); llegó a la conclusión de que en la combustión se absorbía algo que existía en el aire (rozando el descubrimiento del oxígeno); fabricó un reloj de bolsillo y un telescopio reflector; fue el primero en observar la rotación de Marte y de Júpiter, así como la mancha roja del planeta gigante.
Sin embargo, Hooke nunca oyó a hablar de Roberto Carlos y menos de su deseo de tener un millón de amigos. Nunca entendió por qué, pero sus descubrimientos sólo le deparaban encontronazos y canas verdes. En su Micrographia, por ejemplo, esbozó una teoría ondulatoria de la luz que le valió una desgraciada polémica con Christian Huygens, y terminó llevándolo al fatal enfrentamiento con Newton.
Era el año 1672. Newton escribió un trabajo con su demostración de que la luz blanca era un compuesto de los demás colores y lo sometió a la Royal Society. Ahora, bien: es razonable pensar que Newton, cuyos experimentos ópticos habían empezado en 1666, se había inspirado en el libro de Hooke. Pero sólo le dedicaba referencias al pasar, como cuando decía que le había llamado la atención “un experimento inesperado (sic) que el señor Hooke decía haber realizado con dos vasijas transparentes en forma de cuña”. Hooke, furioso, criticó a Newton, que no toleraba las críticas y amenazó con retirarse de la Sociedad. Como su prestigio ya era enorme, el secretario Henry Oldenburg pidió disculpas “por el ataque de uno de los miembros”, al que no nombró.
La guerra (o novela) intelectual siguió cuatro años más –con desplantes e histeriqueos irreproducibles–, hasta que se procedió a una reconciliación pública mediante un intercambio de cartas. Hooke escribió: “Considero que en el estudio de la luz, ha llegado usted más lejos que yo... Su propósito y el mío se centran, supongo, en el mismo objetivo, la verdad, y creo que ambos somos capaces de oír objeciones siempre que no lleguen en forma de hostilidad declarada”. Y Newton contestó: “Es usted demasiado generoso al valorar mis capacidades. En este asunto de la luz, Descartes hizo mucho, y usted ha añadido mucho de distintas maneras. Si yo he sido capaz de ver más allá es porque estaba sentado sobre los hombros de gigantes”.
Pero la reconciliación estaba lejos. El segundo round giró en torno a la gravitación, problema que, una vez resuelto, permitiría edificar de una vez por todas la física y pondría el mundo en orden. En 1679, Newton sugirió en una carta, erróneamente, que la trayectoria de un objeto que cae a tierra bajo el efecto de la ley de gravitación sería una espiral. Hooke se apresuró a anunciarlo a la Royal Society. Newton se enfureció, sosteniendo que Hooke no tenía derecho a hacer público un error privado, y cortó toda correspondencia. Hooke le escribió una nueva carta exponiéndole su teoría de la gravitación: “Mi suposición es que la atracción actúa en razón inversa al cuadrado de la distancia”. El contenido de esta carta fue la base del reclamo que haría Hooke para que se lo mencionara como precursor de la ley de gravitación. Pero Newton se negó absolutamente: el nombre de Hooke no aparece en los Principia. Y eso no fue todo. Siguieron el retiro del retrato, la dispersión de la biblioteca y el rechazo del legado. Incluso esta misma nota, pensada como un homenaje a Hooke, lo coloca desde el inicio como una víctima del odio de Newton, como si ese hubiera sido su mayor mérito. Nihil obstat: Hooke sigue presente en cada célula, en cada resorte y, en cierto modo, en la ley de gravitación. “En verdad –escribió–, la ciencia de la naturaleza se ha estado haciendo durante mucho tiempo sólo como obra de la mente y la fantasía: ya es hora de volver a la sencillez y la sensatez de las observaciones de cosas materiales y obvias.”