Dom 26.09.2004
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ENTREVISTAS > ESTADOS UNIDOS SEGúN NORMAN MAILER

“Bush no es un conservador”

Conspicuo observador de su país, mitólogo impenitente de su imaginario y dueño de una de las prosas más poderosas y caudalosas de la segunda mitad del siglo, a los 81 años sigue (junto a sus aliados literarios Gore Vidal y Kurt Vonnegut) dando batalla. Entrevistado por su propio hijo, Norman Mailer habló de Michael Moore, Irak, Vietnam, Bush, Kerry, las corporaciones, las diferencias con los ’60 y la tibia esperanza que todavía abriga.

Por John Buffalo Mailer

Comencemos con Fahrenheit 9/11. La he visto tres veces, y cada vez noté más los trucos de Michael Moore. Yo diría que el 50 por ciento de la película es irrefutable, sobre todo el segmento sobre Irak, pero en la primera mitad usa demasiados trucos innecesarios.
–Estoy de acuerdo. La vi por primera vez anoche y la primera mitad me decepcionó. Uno no prueba nada mostrando a George W. Bush y a los jeques sauditas estrechándose las manos. Ante la oportunidad de una foto, los políticos importantes son capaces de darse la mano con el Diablo. Moore parece pensar que si uno consigue que la gente se ría de la derecha, ganará por el ridículo. Se equivoca: ahí es donde perdemos. Por otro lado, el material sobre Irak es poderoso, ahí no necesitó trucos baratos. La historia real estaba en los rostros del equipo de Bush, en quienes uno ve un tremendo vacío espiritual. Bush tiene uno de los rostros más vacíos de Estados Unidos. Quizás el crimen personal más incisivo de George Bush sea no haberse dicho jamás a sí mismo “No merezco ser presidente”. Uno no puede confiar en un hombre que nunca se ha avergonzado de sí. La vanidad de George W. se nota en cada sonrisa. No es capaz, literalmente, de controlar esa vanidad. Se le escapa a través de su sonrisa de labios apretados. Cada risa es un verdadero estudio sobre la autocomplacencia.
Su rostro enciende la furia de la izquierda. Nunca antes había visto hervir la sangre de tanta gente ante la imagen de un presidente norteamericano. Especialmente en Nueva York. ¿Por qué eligieron los republicanos esa ciudad para su convención?
–Yo diría que esperaban que hubiera ataques. Si yo tuviera voz en los círculos republicanos, les ofrecería este consejo: “Lo que necesitamos para Nueva York es un disturbio a gran escala. Algunos de estos chicos activistas estarán suficientemente locos como para hacer bastante por su cuenta, pero nosotros podemos hacerlo mejor con unos pocos de los nuestros, bien ubicados, listos para orinar sobre la bandera norteamericana”.
¿Quién tiene mejor propaganda? La izquierda está dándose cuenta de que no puede vencer a la derecha con una argumentación inteligente. Necesita de slogans y frases contundentes que lleguen al corazón del norteamericano medio. Si es así, ¿qué futuro tiene nuestro país?
–Ésa no es mi principal preocupación en este momento. ¿Saben los activistas en qué se están metiendo? Eso me preocupa. ¿O asumen que expresar su furia es lo mismo que hacer que Kerry sea elegido? Podría tener el efecto contrario. El mejor método podría ser frustrar a los republicanos haciendo manifestaciones ordenadas. En mi juventud, la sugerencia de que fuéramos moderados apestaba. ¿Una manifestación ordenada? ¿Qué éramos, ganado? Uno debe expresarse con su furia. Pero deberíamos darnos cuenta de que ahora hay cosas más importantes que un buen estallido de furia. Me gustaría poder recordarles a quienes marchan hoy en día el viejo dicho italiano: “La venganza es un plato que se sirve frío”. Alcanza con pensar en lo mucho que quieren los republicanos que haya anarquía en las calles: no marchemos directamente hacia esa trampa.
Uno de los problemas de este movimiento es que carece de líder. Hay voceros de cada grupo, pero es un movimiento que ha crecido orgánicamente y ha confiado casi con exageración en la bondad de la naturaleza humana. Y creo que, sin alguien que dirija a la multitud, que diga “Esto es en lo que el movimiento cree”, el norteamericano medio no verá nada excepto anarquía.
–Me recuerda a la marcha sobre el Pentágono en 1967. La lideraron un tipo maravilloso llamado David Dellinger y un viejo anarquista llamado A. J. Musteque, ambos fallecidos. Se juntaron y se dieron cuenta de que debían encontrar algún tipo de organización a la que pudieran aportar todos los grupos activistas. Y lo lograron. La marcha sobre el Pentágono fue el principio del final de la guerra de Vietnam, y por una razón muy simple: Lyndon Johnson vio a 50.000 personas, mayormente de clase media, que llegaban a Washington para manifestar cara a cara frente a la policía y tropas de choque. LBJ conocía bien a la gente. Desde su punto de vista, la mayoría de la clase media apenas disponía de coraje físico. Si iban a pagar de su bolsillo la nafta o los pasajes para marchar directamente hacia la posibilidad de que les rompieran la cabeza, entonces debía haber millones detrás de ellos.
No sé si podremos sobrevivir a otros cuatro años de Bush.
–Sí, vamos a sobrevivir, aunque no sé cómo vamos a quedar. Pensemos en el lavado cerebral de los últimos cuatro: en televisión, Bush enjuaga cientos de miles de cerebros norteamericanos con cada frase que pronuncia. Para hablar, sólo usa clichés. Ralph Nader, tal vez el hombre más amable que haya conocido en la política, dijo que “tanto Kerry como Bush están a favor de la corporación”. Y es verdad. Ambos candidatos trabajan para la corporación, y estoy de acuerdo en que la corporación es el Mal mayor. Pero Bush es el obstáculo inmediato. Es una colección de desastres. Lo que le hace al idioma inglés es una catástrofe en sí misma. Bush aprendió hace mucho tiempo que ciertas palabras claves, “Mal, patriotismo, bandera, nuestra-lucha-contra-el-terrorismo”, tendrán a la mitad de los norteamericanos agitados. Y sólo trabaja con eso. Kerry será mejor de muchas maneras, aunque trabajará junto a muchas de las corporaciones que, en mi no siempre modesta opinión, gobiernan los Estados Unidos. Pero no veo cómo algún político podría hacer otra cosa. Lidian con fuerzas demasiado poderosas.
Volvamos a la protesta del ‘68. ¿Cuáles fueron sus logros?
–Muchos chicos descubrieron que tenían las pelotas necesarias para protestar. Porque cuando lo hacés, tenés que superar tus miedos. Después de todo, te pueden moler a golpes. No todos pueden enfrentar esa posibilidad.
¿No te parece que fue gracias a las protestas, en buena medida, que terminó la guerra de Vietnam?
–Ésa fue una muy buena razón. Pero siempre sentí que los empresarios que gobernaban buena parte de Norteamérica se pusieron nerviosos cuando vieron que ya no podían confiar en todos esos chicos que trabajaban para ellos, ni siquiera en los salidos de las mejores universidades. En ese sentido, las protestas contra la guerra fueron serias y efectivas. Pero ésa no es la situación actual.
Con Irak, ¿no estamos en el mismo tipo de pantano que con Vietnam?
–Por muy malo que haya sido lo de Irak hasta ahora, Vietnam fue peor. Estuvimos allí diez años. Murieron cincuenta mil soldados norteamericanos y dos millones de asiáticos. Lo comparable es que el argumento para estar en Vietnam resultó falso. La teoría del dominó no se cumplió. El sudeste asiático habrá sido un desastre, pero sólo Vietnam se volvió comunista, y eso ocurrió mucho antes de que llegáramos nosotros. La diferencia principal es que en Irak hemos exarcebado a las dos principales ramas de una religión que ha tenido poder sobre sus seguidores por más de trece siglos. El comunismo tenía sólo cincuenta años de existencia, sus raíces históricas no eran tan profundas. No es tanto el tamaño de las bajas en Irak lo que nos pesa, sino vislumbrar un siglo de interminables actos terroristas que no sabemos cómo terminar militarmente. No sé si este temor funcionará a favor de Kerry. No sé si el norteamericano medio verá el hecho de que Kerry fue un héroe de guerra. Va a ser interesante ver cómo los republicanos intentarán empañar su expediente de guerra. Aunque no todos los republicanos: creo que sólo una minoría de los conservadores están listos para saltar sobre Kerry.
¿En serio?
–Desde hace un par de años vengo diciendo que Bush no es un conservador. Es lo que yo llamo un “conservador de bandera”, un flag-con. No está tan interesado en los valores conservadores como en ser un constructor de imperios. El conservador clásico, alguien como Pat Buchanan, cree que ciertos valores de la sociedad deben ser conservados, cree en la estabilidad, impulsa cambios con gran prudencia. Para ellos, la sociedad es un conjunto de acuerdos y equilibrios que sólo podrán mantenerse en funcionamiento con sabiduría y prudencia, sin lanzarse en direcciones nuevas y salvajes. Nada de esto caracteriza a Bush. Como el flag-con que es, está rodeado de magnates petroleros, de neoconservadores y de militaristas fervorosos, y todos creen que ya que tenemos la maquinaria de combate más grande de la historia, es una verdadera pena no usarla. Creen que cuando terminó la Guerra Fría era el deber de los Estados Unidos gobernar el mundo, creen que Dios lo quiso así. Demasiados norteamericanos lo creen. Alcanza con mirar la fiebre patriótica cada vez que la gente tiene la ocasión de mostrar sus banderas. Muy pocas naciones fascistas fallaron a la hora de hacer que la gente flamee sus banderas. No estoy diciendo que Estados Unidos sea “fascista” –todavía no llegamos a las puertas del fascismo–, pero yo diría que está acercándose a una condición prefascista. La noción básica detrás de tal ímpetu, lo que los flag-cons temen, es que Norteamérica pierda su preeminencia en el mundo a menos que se tomen medidas drásticas. Tales como, por ejemplo, apoderarse del petróleo de Medio Oriente y acrecentar nuestra reputación de superpotencia a tal grado que China, India, Japón y Europa no se sientan listos para hacernos frente. Creen que si no se embarca en tales acciones, Norteamérica perderá el control de la economía mundial para siempre. Hay muchos indicadores de que los chinos y los japoneses están mejor preparados que nosotros para vivir en un mundo tecnológico. Nuestra larga prosperidad lleva incorporada una ironía en su interior: nos hemos convertido en una nación amante del placer. Cincuenta años atrás, los norteamericanos eran más trabajadores. Todavía creían que trabajar la mayor parte de tu vida era algo bueno de por sí. Esto ya no es así. La mayoría de los chinos no ha tenido las mismas oportunidades, y tal vez pueden tolerar la monotonía, el aburrimiento y los crueles y repetitivos ambientes de trabajo mucho mejor que nosotros.
A partir de la protesta durante la cumbre de la Organización Mundial de Comercio en 1999, en Seattle, se ha formado una cultura alrededor del movimiento anticorporativo, antiglobalización y anti Bush. ¿Hacia dónde se dirige? ¿Hacia dónde debería dirigirse?
–Mucha gente de derecha, los conservadores verdaderos, estarán de acuerdo con la izquierda en un sentimiento profundo: que las corporaciones están sofocando nuestras vidas. No sólo en lo económico, un terreno en el que las corporaciones pueden alegar, discutiblemente, que ellas traen prosperidad; la corporación es mala para nosotros estética, cultural y espiritualmente. Basta contemplar su arquitectura de masas vacía, su masivo énfasis en los comerciales televisivos y su masiva complacencia respecto de sus virtudes. Tienden a achatarlo todo. Son el Gran Vacío. Uno de los fuertes de la película de Michael Moore es que uno puede ver todos los rostros de la administración actual, esos rostros vacíos, esos sirvientes y guardaespaldas del Gran Vacío. Y luego Moore los contrasta con los rostros de los soldados norteamericanos: inocentes, fuertes, idealistas, o feos, pero rostros de verdad, gente de verdad. Además de todos esos iraquíes que sufren. La gente que gobierna este país es toda un poco detestable. No se ven tan humanos como nosotros. La única excepción es Donald Rumsfeld. Podré no estar de acuerdo con él en nada, pero él cree en lo que dice. Le interesan sus ideas. Por eso es real.
Volviendo a Seattle, ¿hacia dónde se dirige el movimiento de protesta?
–¿Qué podemos esperar de estas elecciones? Si gana Kerry, podrá reparar algo del ilimitado daño que Bush ha provocado en la opinión internacional. Pero Kerry seguirá siendo esencialmente procorporativo. Ningún político norteamericano importante puede darse el lujo de no serlo. De hecho, si prohibieran las corporaciones mañana, Estados Unidos tendría una escalofriante pérdida de trabajos, incluso hambrunas. Están instaladas por las décadas que vendrán y no podemos esperar resultados rápidos.
Estamos librando una guerra espiritual contra la corporación. Y lo que nos falta en este momento es la capacidad de decir “podemos asegurar trabajo y alimento”. Ellos ofrecen estabilidad. Lo que nosotros ofrecemos es una calidad de vida más profunda.
–Ganar esta guerra llevará por lo menos cincuenta años y una revolución profunda en los valores norteamericanos. Tendríamos que sacarnos de encima la manipulación. Padecemos un lavado cerebral económico, político y espiritual, vastamente superior al de los viejos Soviets. Nuestros gobiernos y líderes corporativos son mucho más sutiles. Años atrás, cuando tenías unos quince años, usabas una remera que decía stüssy; yo te decía: “No sólo gastaste dinero para comprarla sino que además le hacés propaganda a la empresa que te la vendió”. Y vos me decías: “Papá, vos no entendés”. Tenías razón, yo no entendía. Pero ahora me doy cuenta de que ya no usás logos en tus remeras.
Hago lo posible por no usarlos, pero hoy es muy difícil encontrar una que no tenga un logo.
–No quiero terminar con un comentario tan positivo. Es mejor recordarnos a nosotros mismos que la sabiduría está lista para alcanzarnos desde los sitios más inesperados. Cito a un hombre que se volvió sabio un poco tarde en la vida: “Naturalmente, la gente común no quiere la guerra, pero después de todo, son los líderes de un país quienes deciden, y siempre es cuestión de arrastrar a la gente, ya sea en una democracia como en una dictadura fascista, con Parlamento o en una dictadura comunista. Con voz o sin voz, la gente siempre puede ser convocada por el llamado de los líderes. Es fácil. Todo lo que hay que hacer es decirle que está siendo atacada, y acusar a los pacifistas de falta de patriotismo y de exponer a la nación al peligro. Funciona igual en todos los países”. Así habló Hermann Goering en Nuremberg.

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