Dom 17.10.2004
radar

CIENCIA

El top 10 de mañana

¿Cuáles son las revoluciones tecnológicas que amenazan con modificar nuestras vidas como lo hicieron la PC y la genética? Radar se asomó al futuro y volvió para contarlo.

› Por Federico Kukso

El terror de los caminos: Segway

Nadie olvida cómo el mundo conoció a “It” (“eso”) primero, “Ginger”, después, y finalmente a “Segway”, algo así como un monopatín eléctrico: de boca en boca, a través de mails anónimos, noticias sin firmas y por último en las tapas de los diarios del 4 de diciembre de 2001 bajo el lema: “El invento que cambiará la civilización tal y como la conocemos” (es más: Steve Jobs, capo máximo de Apple, lo consideró “el invento más revolucionario después de la PC”). Por el momento, el artefacto del excéntrico físico-millonario estadounidense Dean Kamen no puso en jaque a la industria automovilística mundial. Pero tal vez lo haga. Sólo habrá que darle más tiempo: este transporte unipersonal que pesa 36 kilos, viaja a una velocidad máxima de 20 km/h, carga a un único pasajero de hasta 114 kilos gracias a un sistema de cinco giróscopos electrónicos y diez minicomputadoras, todo movido por dos pilas de níquel recargables, no contamina, no ocupa mucho espacio y no perturba el tráfico. Kamen no baja los brazos, aunque se arrepiente del día en que para quedar bien con el presidente (Bush Jr.) le regaló dos Segways. Bush, mucho no lo disfrutó: lo único que conoció fue el suelo. No es para lamentarlo.

A.L.: vida artificial

Quienes deseen ser el alma de fiestas y cócteles pasajeros deben dejar de gastar saliva en la atascada noción de A.I. (o sea, inteligencia artificial) y pasarse al barco de la A.L. (es decir, “Alife” o vida artificial) que quita al sueño a más de un programador y se perfila como el humus de una nueva biología... artificial. Por ahora, y sólo por ahora, la vida artificial es la etiqueta estampada a cierto tipo de software especial cuyas partes compiten entre sí, se reproducen y evolucionan (a través del mecanismo de selección natural) con relativa autonomía. Ya andan dando vuelta dos de estos programas (Tierra y Avida) y se presume que no falta mucho para que empiecen a asomar “máquinas bio-inspiradas” (robots con comportamiento de hormiga o araña) y sistemas complejos capaces de aprender de sus errores y adaptarse a los caprichos del usuario, sin la soberbia de la computadora HAL 2000.

Tinta roja: la impresora de órganos

Junto al despertador y la ducha helada de las 7 de la mañana, la impresora de chorro de tinta debe de ser uno de los inventos hogareños modernos más detestados... cuando no funciona, claro. Ahora, los ingenieros Vladimir Mironov y Thomas Boland (Univ. Carolina de Sur, Estados Unidos) pretenden –con el apoyo de la NASA y las empresas Canon y Hewlett-Packard– devolverle su trono tecnológico rediseñándola ni más ni menos para que hagan órganos. Así es: en vez de hacerlo con tinta, se llenan los cartuchos con un gel biodegradable o solución de células que imprime vasos sanguíneos y capas tridimensionales alternativas de órganos que se solidifican cuando alcanza los 32C, todo gracias a un software que controla la descarga de fluidos y su viscosidad. Para no despertar (todavía) ilusiones, los ingenieros de tejidos aún no le removieron al “invento” la etiqueta de experimento, ya que por ahora no consiguieron que a través de uno de sus órganos hechos a medida pueda circular sangre. Obviamente, algún defecto debían tener.

La pasarela electrónica: ropa inteligente

Primero vino la hoja de parra. Luego el taparrabos, la toga, el traje, la corbata, el corpiño, los calzoncillos, la pollera y los jeans. Y ahora llega la nueva moda tech: ropa inteligente y wearable computers (algo así como computadoras prêt-à-porter). Mientras la primera combina microfibras biométricas, hilos conductores, sensores (que captan temperatura, transpiración, ritmo cardíaco, presión, peso y hasta estado de ánimo del que la luce, como la SmartShirt de la empresa Sensatex), las otras (inventadas en el Media Lab del MIT) fusionan chips y tejidos para ofrecer una computadora transportable (con reproductor de mp3, minimodems para mandar y recibir e-mails, monitores en anteojos, y más)... metidos en la misma ropa. Como hizo Marty McFly en Volver al Futuro II, sólo basta apretar un botón y chau manchas.

El libro infinito: papel y tinta electrónica

Es cierto: nada suplantará la simplicidad del lápiz y el papel. O siquiera la del libro, aunque los tecnófilos de siempre se empeñen una y otra vez en mandarlo al exilio. Sin embargo, sería un poco zonzo hacerse el ciego ante la llegada en tropel del libro electrónico (ebook) y las inagotables posibilidades que ya ofrece. La mayoría de ellos –porque hay muchos: norteamericanos, holandeses y sobre todo japoneses– cuentan con laminillas compuestas de millones de bolitas de 0,1 mm que se vuelven blancas o negras al aplicarles cierta cantidad de corriente eléctrica y ¡oh maravilla!, en vez de hacerse la luz se hace la palabra. El último modelo en salir es el LIBRIé de Sony, con el que se pueden descargar 500 títulos (entre novelas, cuentas y diarios) y leer 10.000 páginas antes de que las pilas digan basta. Como en todos lados, dentro de los adictos a los ebooks hay un loco. Dick Brass, director de tecnología de Microsoft, por ejemplo, una vez predijo: “La última edición en papel de The New York Times aparecerá en 2018”. Próximo misterio: ¿con qué se envolverán los huevos en el futuro?

La ensalada de la felicidad: vacunas comestibles

Todavía no pasan los ecos de la batahola levantada por los alimentos genéticamente modificados y ya se viene la segunda generación de cultivos transgénicos: los alimentos funcionales (o vacunas comestibles). Banana, tomate, papa, lechuga y zanahoria son las frutas y vegetales favoritos de los científicos para llevar en su interior –mediante ingeniería genética– pequeñas dosis de antígenos contra la diarrea (que mata cada año a 2 millones de personas en el mundo) y enfermedades como el cólera, la hepatitis, el virus de Norwalk y el virus del papiloma humano. Aunque el biólogo estadounidense Charles Arntzen (Universidad de Texas) encabeza estas investigaciones, ya hay casi 48 laboratorios en el mundo trabajando en esta no tan publicitada revolución silenciosa.

La llamada interior: el dientófono

La última idea del ingeniero irlandés James Auger (Media Lab Europe) no tiene nada que envidiarle al zapatófono de Maxwell Smart ni al teléfono pulsera de Dick Tracy. De hecho, el “phone tooth” (teléfono dental o dientófono) les pasa el trapo en las tres máximas del recontraespionaje: discreción, extravagancia y pequeñez. Apenas implantado en la muela elegida, el chip –corazón de este miniaparato fabricado con materiales que no producen rechazo en el organismo– está listo para recibir sonidos a través de una señal de radio digital que luego sube por medio de vibraciones que, a su vez, viajan a través de los huesos del maxilar hasta llegar al oído interno. Allí, el nervio auditivo las recibe y automáticamente las envía en forma de impulsos eléctricos al cerebro que las decodifica y transforma en palabras sólo escuchadas por el usuario. Sobre los usos de su invento, Auger comentó: “Fácilmente podría ser usado por los entrenadores para comunicarse inmediatamente con los jugadores en un partido de fútbol”. De todos modos, aún no tiene fecha de salida al mercado. Ni se sabe si para un arreglo en la línea habrá que pasar por el torno.

Rainman: lluvia artificial

Leon Brenig, especialista en modelado atmosférico de la NASA, sabe la importancia de un buen nombre. Por eso, antes de dejarle la tarea a algún agente de marketing, se encargó él mismo de bautizar a su nuevo (y delirante) proyecto de crear lluvia de forma artificial. Le puso “Geshem” (lluvia, en hebreo) y lo presentó a principio de año en Madrid: sin revelar muchos detalles, explicó que lograría su cometido gracias a la reproducción de las denominadas “islas de calor”, o sea, colocar en una superficie de 2 km2 unas planchas oscuras que absorben el calor del sol y favorecen la dilatación del aire. Al ascender, el vapor de agua resultante se enfría, luego se condensa a los mil metros de altura, y entonces, sólo entonces, provoca precipitaciones. El experimento comenzará en cualquier momento en el desierto del Neguev en Israel y si tiene éxito llevará alivio a los habitantes de la aridez total.

Elige tu propia oveja: la máquina del sueño

Todo comenzó una noche de verano cuando uno de los dos mil empleados de la compañía japonesa Takara Toys empezó a dibujar y dibujar planos para aguantar el insomnio. A la mañana siguiente, cansado y sin afeitar, llegó a la empresa y le contó la idea a su jefe. Antes de terminar con el speech, el anónimo inventor se había convertido en el empleado del mes por obra y gracia de lo que sería su gran (y único) invento: el “Yumemi Kobo” (fábrica de sueños, en japonés), una cajita chillona de unos 40 cm de alto que permite al usuario –a través de grabaciones, luces, música y olores– elegir qué y con quién soñar. Según cuentan sus creadores, el dispositivo está programado para activarse periódicamente siguiendo el sueño REM del usuario. “Estamos todavía experimentando con los empleados de la compañía”, confesó Kenji Hattori, ejecutivo de Takara Co., quien, para calmar a los desesperados insomnes, prometió que para fines de este año pondrá su producto a la venta a 14.800 yens (140 dólares) la unidad.

La ventana indiscreta: Tholos

Por más interconectado que se encuentre el mundo, nunca está de más contar con un nuevo medio para estar cerca. Y si tiene un nombre griego que le dé cierta aura chic, mejor. Tholos, una pantalla cilíndrica de 25 metros de diámetro envuelta por una compleja red de cámaras de alta definición, proyectores ultramodernos y micrófonos direccionales, promete romper otra vez con los grilletes del espacio físico y las distancias geográficas. Basta pararse enfrente del aparato, mirar atentamente la pantalla y hablar a la otra persona (a cien o miles de kilómetros de ahí) como si estuviera justo ahí, al lado. La empresa austríaca que las vende al modesto precio de dos millones de euros cada una ya tiene todo listo para emplazar un par de estos aparatos en el corazón de Viena y Londres para que sus habitantes puedan estar más juntos que nunca.

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