Dom 24.10.2004
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LUGARES - LA CASA DE HEMINGWAY EN FLORIDA

Fiesta

Sorpresa: la casa de Key West en la que Ernest Hemingway vivió durante los ‘30 y donde escribió algunas de sus libros más pletóricos de testosterona (Muerte en la tarde, Las verdes colinas de Africa y Tener y no tener) es, en estos días, hogar de una nutrida comunidad gay y lesbiana. Felisa Pinto ofrece una visita guiada por el lugar y su historia.

Por Felisa Pinto

A fines de los ‘60 (quizás en el ‘68), entrevisté para la revista Confirmado, a Mary Hemingway, de paso por Buenos Aires, invitada por el Pen Club o algo así. Entonces, ella era portavoz de la Fundación Hemingway, fundada por esta viuda en 1965. De ese reportaje breve y nada literario, recuerdo su cara saludable, con ojos vivaces y modales suaves, que comunicaban a través de su voz, discreta, una gran sensatez. También anoté entonces su propensión a consejos sabios, casi de autoayuda, como: “Preocuparse un poco, cada día de la vida, conlleva a perder, por lo menos dos años en total, al finalizarla. Por lo tanto si algo anda mal, es mejor arreglarlo, si se puede. Pero hay que entrenarse para no preocuparse. La prevención nunca arregla nada”. Hacía reflexiones de este tipo a la vez que difundía con pasión las bases de la Fundación Hemingway ideadas para “despertar y sostener el interés en promover, estimular, desarrollar, mejorar y enriquecer la literatura y todas las formas de la composición literaria y su expresión en todas las áreas de la escritura”. A estos principios se suma la asistencia y coordinación de becas a quienes estudien la vida y obra de Ernest Hemingway. Actividades que comprenden la vida activa de la Fundación hasta hoy. En junio pasado, se organizaron con gran despliegue importantes conferencias y seminarios. Destinados desde ya a la infinidad de intelectuales y escritores amateurs que pueblan Key West. Tentados muchos de ellos por los mil dólares de un premio a los mejores escritos sobre la vida de Hemingway, según lo estipulara su última viuda desde los comienzos.
Sin embargo, mi visita a Key West no se debió a razones académicas, sino quizás al cholulismo que profeso por el escritor. Una curiosidad de esas que tantas veces nos empujan a husmear en las casas de escritores, músicos o pintores y hacia allá nos dirigimos mezclados a una turística y gregaria manada.
La villa entera de Key West, santuario que antes fuera del escritor, ha sido en estos tiempos elegida como tal por una nutrida comunidad gay y lesbiana. Al menos así lo indican las banderas del arco iris características que flamean por doquier, anunciando una convivencia singular. Siendo Hemingway una figura emblemática de lo que muchos consideran “un exhibicionista del machismo”, reflejado en su gusto por el riesgo, ya sea como corresponsal de guerra, con la misma audacia que practicando caza mayor o pesca de altura. Además de su pasión por los toros y las mujeres, símbolos de la virilidad clásica.
Su prosa, ya se sabe, era de alguna manera, la masculinidad esencial, según muchos opinan. Siempre alerta a desprenderse del sentimentalismo, la verbosidad y el adorno, su escritura se componía preferentemente con verbos y sustantivos. Ezra Pound, según el propio Hemingway, le enseñó a desconfiar de los adjetivos. “La prosa es arquitectura, no decoración de interiores y el barroco, ya fue”. O: “La dignidad de movimientos del témpano se debe a que éste sobresale solamente un octavo sobre el agua”.

Un toque burgués
La casa del escritor no es menos incoherente que toda la villa de Key West ahora, para los que llegan dominados por presunciones esquemáticas. Se trata de un hábitat sorprendentemente burgués. Quizás para sustraerse un poco a ese clima, el escritor descubrió, en una carta a Harvey Brett, que “escribir y viajar ensanchan el culo, cuando no la mente, y a mí me gusta escribir de parado”. El living room está poblado de muebles anodinos (ingleses o early american) que logran una atmósfera convencional.
La disposición de los muebles, y las pinturas, nada fuera de serie, como obvios retratos del escritor junto a hipotéticos “viejos y el mar” en las paredes y poca presencia de trofeos de caza mayor hacen del salón, iluminado por abat-jours simétricos y clásicos, el refugio de un burgués típico de los años 30.
También es verdad que la casa deriva de una construcción preexistente que les fuera regalada en 1931 a los Hemingway, por un tío de Pauline, sucónyuge de entonces, con la cual estaban casadísimos por el rito católico, en París, al final de los ‘20, ya que él se había hecho bautizar de apuro bajo las bombas de la Gran Guerra en el norte de Italia.
Quizás el toque o la señal del escritor, y nadador empedernido, se perciba en la pileta, mandada a construir por Pauline durante la ausencia de Hemingway en uno de sus frecuentes viajes. De vuelta en Key West, el escritor encontró ese hecho consumado. En su casa se había cavado la primera pileta de toda la villa, costando la fortuna de 20 mil dólares. Cuenta la leyenda típica de folletos de casa-museo que Hemingway, azorado, se metió la mano al bolsillo, y buscando una moneda de un centavo la tiró al agua, proclamando: “My last penny”. Su último centavo. Probablemente lo que más caro hayan salido son los tres elefantes exóticos de cerámica que flanquean un costado de la pileta, colocados como para apoyar tragos (daiquiris o martinis, y el cóctel que con su nombre hasta hoy se sirve en el Ritz de París). Seguramente comprados en algún país exótico y suficientemente excéntricos como ornamento si se tiene en cuenta que la pileta es casi como las que eligen los atletas, larga y angosta, destinadas a practicar natación más que a retozar o hacer sociales en el agua. En esos ámbitos, escribió Muerte en la tarde (1932), Las verdes colinas de Africa (1935) y Tener y no tener (1937) que pasaría a ser el libro de unos de los films favoritos por los cinéfilos, con la pareja Bacall-Bogart. Por otro lado, Key West se había convertido en un refugio distante, pleno de amigotes con los que pescaba y compartía charlas y tragos interminables. Los biógrafos han registrado entre sus contertulios preferidos por su amistad y capacidad de proporcionar buena materia prima para sus libros, a Bra Saunderson, un guía profesional de pesca y al dueño del bar Sloppy Joe, y a Charles Thompson, compañero de caza mayor. A propósito de estas tertulias regadas de alcohol, el escritor confiesa: “He bebido desde que tenía 15 años y pocas cosas me han dado más placer. Cuando has trabajado todo el día con tu cabeza y sabes que debes trabajar al día siguiente, ¿qué cosa puede hacerte cambiar las ideas y correr en una línea diferente, sino el whisky?”, decía en una carta. En Key West se entregaba a una escritura casi obsesiva como su disciplina en soledad y silencio. Detestaba la perturbación de periodistas y fotógrafos. A esas interferencias, las vivía, como contaba en una carta al general Dorman O’Gowan, como “a little like being interrupted in fornication”. Un poco como ser interrumpido durante la fornicación.

Hemingway y la guerra
Para muchos de sus biógrafos Hemingway era un profesional, pero no un escritor comprometido. Nada más lejos de él que el engagement político o ideológico. Estaba en las guerras porque le excitaba la proximidad del combate, porque era allí “where the action is”. Estuvo en la Gran Guerra, en la Civil Española, en China cuando la invasión japonesa y en la Segunda Guerra Mundial. Y además creía que ése era el tema supremo de un novelista, una situación en la que la realidad se daba con una intensidad única. En 1925 le escribía a Scott Fitzgerald: “La razón porque estás tan irritado por haberte perdido la guerra del ‘14 es porque ése es el mejor tema de todos. Reúne el máximo material y apura la acción, además de traer toda clase de sustancia que normalmente tendrías que esperar una vida para conseguir”. Y, en Las verdes colinas de Africa, escribe: “La guerra civil es la mejor guerra para un escritor. Stendhal ha visto una guerra y Napoleón le enseñó a escribir”. También creía que la guerra había hecho grande a Tolstoi, mucho más que sus impulsos moralistas. Por otra parte, sostenía que los escritores están forjados en la injusticia: “Dostoievski se hizo en Siberia. Los escritores están forjados en ella como se templa una espada”.
En cambio, le parecían fuente de oportunismo para los escritores, las ideologías: “Si los muchachos giran a la izquierda en la literatura, puedes hacer una apuesta que lo próximo será girar a la derecha, y algunosde esos mismos bastardos van a girar hacia los dos lados. No hay izquierda ni derecha en la escritura. Sólo existe escribir bien o escribir mal”, decía en los años de Key West a Paul Romain. También afirmaba en esos años que el patriotismo podría ser bueno para la leyenda del escritor, pero malo para su prosa o su poesía.
Cabe preguntarse hoy qué pensaría Hemingway de las guerras que siguieron a su muerte y en las que las intervenciones militares de su país fueron haciéndose más odiosas y perdiendo justificación ética. Una respuesta podría conjeturarse a partir de que no ignoraba lo que ellas significan. En una carta al crítico ruso Ivan Kashkin, decía: “Sabemos que las guerras son malas. Sin embargo, a veces hay que pelear. Pero aun así, la guerra es mala y cualquier hombre que lo niegue miente”.
Cabe preguntarse también hoy que hubiera pensando Ernest Hemingway de la negativa de Bush, como parte del embargo, a autorizar el envío de 2 o 3 millones de dólares a Cuba para restaurar la casa Vigía donde vivió. Está situada en San Francisco de Paula sobre una ladera frente al mar en los alrededores de La Habana.
Según el New York Times de hace unos días, una fundación norteamericana ha ofrecido esa ayuda millonaria para salvar la casa en ruinas, adonde todavía hay una biblioteca de 9000 volúmenes, muebles, trofeos de animales africanos y posters de corridas de toros. Los cuidadores luchan para mantenerla con gran esfuerzo desde hace cuatro décadas. Es un lugar típicamente hemingwaiano: atestado de libros, con botellas de ron y Cinzano en el bar, y un disco de Glenn Miller en el fonógrafo. Como mise en scene cordial la mesa está servida para los invitados, entre los cuales nunca figurará Bush.

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