ARQUITECTURA - LOS úNICOS SUPERMERCADOS QUE NO SON CAJAS DE ZAPATOS
Un paseo en góndola
Hasta ahora, entre los arquitectos hacer supermercados era un quemo. Pero, gracias a la cadena austríaca MPreis dejaron de ser cajas de zapatos sin luz y se convirtieron en las vedettes de las bienales de arquitectura. Sepa por qué.
› Por María Gainza
Los nombres han sido cambiados, pero la historia es real. Cuentan en la Facultad de Arquitectura que hace unos años, en un coqueto restaurante de Puerto Madero, un profesor de prestigio intelectual y alcurnia vio pasar por la vereda a un viejo compañero de estudios y exclamó: “Ahí va Zavaleta, ése que mucha medalla de oro, pero terminó construyendo supermercados”. Ya por entonces la anécdota iluminaba no sólo el esnobismo que rodea a la profesión sino también cómo ciertos edificios urbanos han quedado relegados, marginados por los arquitectos como construcciones menores. Hasta ahora, el diseño de los supermercados parecía empezar e inmediatamente agotarse en un molde de cocina que se duplicaba inmutable –sin cambios, sin mínimas alteraciones ni ajustes al terreno– de lugar en lugar. Pero desde hace quince años, los MPreis han comenzado a sacudir los conceptos. Al punto que este año la empresa se vio convertida en la primera cadena de supermercados en ser elegida como el envío nacional a la Bienal de Arquitectura de Venecia. Y el mundo se despabiló.
Pasen y vean, y de paso, comparen productos.
Seamos honestos, es sabido que el paseo por entre las góndolas de un supermercado nos deja secos: de bolsillos y de espíritu. Siempre poseídos por lo que los arquitectos llaman el efecto “sáquenme rápido de acá”, que parece drenar todas nuestras energías ni bien pisamos el lugar, como experiencia estética la visita a estos espacios es nula. Por lo visto, ni en Buenos Aires ni en la China las cadenas de supermercados se distinguen por sus búsquedas experimentales ni se erigen como modelos de arquitectura contemporánea. Por el contrario, desde los años ‘80, sus construcciones se vienen consolidando como monstruosas cajas de zapatos incrustadas en el paisaje urbano con la brutalidad de un meteorito que cae del espacio sin avisar. La posibilidad de generar un diálogo entre la arquitectura y el paisaje ha sido, para los codiciosos empresarios y sus anónimos arquitectos, en el mejor de los casos un dato menor, y en el peor, algo absolutamente desatendido. Lo que con el tiempo dio como resultado una legión de mamotretos construidos sobre principios rigurosos e inalterables: los supermercados establecieron un modelo arquitectónico básico que se podía multiplicar al infinito sin perder identidad. Así, las ciudades vieron crecer construcciones aparatosas de fachadas surcadas por nombres que recuerdan juegos de parque de diversiones y nadie se preguntó quiénes serían los padres de semejantes criaturas.
“Muerte al supermercado. Muerte a su arquitectura tipo Disney World, a sus pasillos tenebrosos, a sus carritos como cavernas, a sus precios siempre más bajos, a sus espléndidas ofertas del día y a sus estacionamientos desangelados.” Esto escribía en The Times el enconado Mangus Linklater en un artículo caprichoso pero hilarante sobre por qué odiaba tanto a los supermercados. MPreis nació un poco sobre las bases de esta idea cuando, a finales de los ‘80, los primos austríacos Hans-Jorg y Anton Mold, dueños del negocio familiar, comenzaron una relación con el arquitecto Heinz Planatscher. Fue éste quien los convenció de encarrilar a la compañía en una nueva dirección: les aseguró que se podían diseñar edificios interesantes, innovadores, hasta experimentales, y a la vez proponer el concepto de marca como una identidad escindida, fragmentada y múltiple. Pronto se contactaron con un puñado de arquitectos que habían salido de las filas de la Escuela de Arquitectura de Innsbruck y comenzaron a pergeñar MPreis. Lo histórico de esta movida era que por primera vez un grupo de empresarios y arquitectos se había puesto a reflexionar no sólo sobre el diseño interior de los supermercados (algo que sí se venía desarrollado con esmero) sino también sobre su exterior. Pensaron, sobre todo, que mientras el logo –un cubito rojo con el nombre en letras blancas que, sostenido por un mástil, flota en el aire como la bandera dela Cruz Roja– permaneciera estable, las construcciones podían cambiar e incluso, mejor aún, adecuarse a sus distintos contextos. Entonces, MPreis buscó profesionales que se destacaran por sus proyectos delirantes y les pidió que propusieran diseños que lograran convivir –de una buena vez por todas– en armonía con el paisaje austríaco. Y allí, en flor de paisaje, se lanzaron a construir. Quince años después, con 120 supermercados desparramados como puntitos de varicela sobre el valle del Tirol, la compañía ha trabajado con más de 30 arquitectos, en su mayoría locales aunque últimamente han contratado a figuras como el francés Dominique Perrault responsable, entre otras cosas, del edificio de la Biblioteca Nacional de París y del velódromo y la pileta olímpica de Berlín.
Perrault, quien sostiene que la arquitectura debe aceptar el principio de su propia desaparición, construyó su primera sucursal en las afueras de la ciudad industrial de Wattens: es una estructura sosegada, transparente, lo suficientemente elevada del piso al punto de parecer ingrávida, que está cubierta por una piel de acero que permite regular la luz a lo largo del día y que, desde el interior, bloquea la vista a la calle. Hay un bar con una de las mejores barras de tragos del lugar donde la gente empina el codo antes de llenar los carritos y vaciar los bolsillos. La fachada que da a la calle presenta un edificio reservado pero una vez adentro el paisaje, literalmente, irrumpe, cuando un altísimo techo y una fachada posterior de puro vidrio ofrecen su mejor producto: los picos nevados, majestuosos, de montañas que al caer la tarde quedan rodeadas por una corona de nubes grises. Es un paisaje tremendo como el de un cuadro de Caspar David Friedrich, sin más primer plano que el marco del edificio y, como le escribía Heinrich von Kleist al pintor, “algo así como si nos hubiesen quitado los párpados”. ¿Cómo empezar a comparar estos edificios con nuestros torpes y adormecidos supermercados?
Es la insistencia en no casarse con un tipo arquitectónico fijo lo que le ha dado a MPreis la flexibilidad para adaptarse a los suelos más escarpados y la posibilidad de llegar a lugares a donde otras compañías habrían pensado dos veces antes de ir. El resultado es una cadena de supermercados deliciosa: cada edificio con su propio quiebre con el pasado, con su desvío de los cánones tradicionales, con su ruptura con el debe-ser del diseño corporativo. En olas de vidrio el techo de Wolfgang Poschl refleja el paisaje arrugado de la sucursal de St John; una estructura baja y alargada, parte madera parte vidrio, de Armin Kathan y Eric Strolz, parece un establo perdido en Kematen, de una austeridad y un silencio apabullante; la de Peter Lorenz en Telfs Puite recuerda una nave espacial aplanada que se esconde entre las montañas a la espera de la señal de despegue. Quizás el MPreis más famoso, el edificio de Rainer Koberl y Astrid Tschapeller en las afueras del pueblito de Wenns, es una construcción de techo plano y bajo, hormigón blanco y vidrio que cuelga elegante de la ladera de la montaña. El vidrio, un material que generalmente se evita porque dificulta el control de la luz interior, hace que al caer la noche las luces de la ciudad se cuelen hacia el interior, y así, flanqueado por granjas tirolesas e iglesias de influencia otomana, el supermercado se vuelve una cajita de luz o una joya diseñada por Fabergé.
Los Molks sostienen que los costos de construcción no son disparatados, apenas un poco más elevados de lo habitual. Pero que incluso así, la satisfacción que les da apoyar experimentos arquitectónicos y a la vez ver su negocio prosperar, es enorme. Al ser una empresa familiar las direcciones se han podido tomar con rapidez sin tener que soportar las tediosos y burocráticas reuniones de accionistas. Lo que les ha dado velocidad de ejecución y cintura. Sin planes de cruzar las fronteras de su país, los primos admiten que “en Austria nuestros arquitecturas han tenido un efecto dominó sobre el resto de los edificios. Hemos visto a loscompetidores lentamente empezar a mostrar su mejor perfil. ¿Por qué no invertir un poco más? ¿Por qué apilar todo el dinero que entra? ¿Qué mejor que devolverle algo a nuestra ciudad?”.
El mayor acierto de los supermercados MPreis es que éstos han sido creados en constante diálogo, tanto con la arquitectura alpina tradicional (el chalet clásico de madera, techo a dos aguas y balconcitos atiborrados de Edelweiss blancas) como con el terreno abrupto del Tirol. Sin darle la espalda, ni a la tradición ni al suelo, los MPreis han creado espacios que, más que nunca, se han vuelto esculturas públicas, como el de la sucursal de Weissenbach diseñada por Giner y Wucherer, donde una gran ola de acero parece emerger de la montaña y romper sobre la ciudad. Al rechazar la arquitectura corporativa –un denominador de diseño común y bajo– MPreis trabaja como un modisto que le ajusta la caída del traje a cada cliente. Son construcciones formuladas para la vida diaria y a la vez espacios sensuales que han terminado por erguirse como una contribución fundamental para que la arquitectura contemporánea termine por asentarse en el paisaje –mental– de nuestro tiempo. Y como dice el curador del envío austríaco a la Bienal: “Por sobre todo, hay algo que no debería olvidarse: es un concepto que rinde”.