Dom 23.01.2005
radar

INEVITABLES: 4 DISCOS RECOMENDABLES

Escuchá

Una cuestión de actitud
El trío de Spencer retoma la buena senda a fuerza de soul, aires vudú, hip hop y un toque de arrogancia.
POR ROQUE CASCIERO

“¿Podés captar a mi banda?”, se planta arrogante Jon Spencer en el comienzo de la canción que da nombre a su nuevo disco. Pura actitud neoyorquina, el track es una especie de declaración de principios del ex Pussy Galore y sus secuaces: “Vamos Detroit, que el blues todavía es número uno”, grita justo antes de que una especie de fiebre breakbeat se apodere de la procesadísima batería de Russell Simins. Una apertura como para volver a regocijarse, después del sabor agridulce que dejó Plastic Fang, su álbum anterior. Es que aquí Spencer, Judah Bauer y Simins retoman el camino que emprendieron con el magnífico Acme, en el que cada canción pasaba por el tamiz de productores de hip hop y electrónica antes de imprimirse en CD. Con la ayuda de grossos como Dan “The Automator” Nakamura (Gorillaz) o DJ Shadow, aquí avanzan en la buena senda. Ojo: la energía que despliega el trío en vivo no queda opacada sino que cambia de forma para atacar. Además, Spencer parece haber crecido como compositor, porque si antes se conformaba con vociferar “Blues Explosion”, en Damage muestra canciones hechas y derechas. Que los White Stripes (“Vamos Detroit”, je) se queden con el truco del blues sin bajo y con actitud punk: Blues Explosion rockea como deberían hacerlo los Rolling Stones y se mete como nunca con el soul, el aire vudú del delta del Mississippi, el pop (“Crunchy” es un gran hit de la mano de Nakamura) y el hip hop (con Chuck D en la excitante y politizada “Hot Gossip”).

Blues Explosion,
Damage, Ultrapop.


Yendo de la discoteca al living
Del remix como una de las bellas artes
POR R.C.

Admitámoslo de entrada: la mayoría de los álbumes de remixes nunca deberían ser publicados. Les sirven a los DJs, claro, para trasladar a las pistas canciones con potencial pop, pero sin la marca del bombo en negra que hace mover multitudes. Pero en el discman dejan que desear: por un lado carecen de la cohesión de un disco-disco, y por otro siempre hay alguno de los remixadores que peca por demasiado jugado o demasiado respetuoso. Afortunadamente no es el caso de este álbum, que agrupa doce remezclas de tracks de toda la carrera de Depeche Mode y, aunque va de la discoteca al living, ha sido ensamblado con notable gusto.
Es obvio decir que la materia prima con la que trabajaron DJs y productores –las canciones de DM deconstruidas en sus partes– es de primera calidad. Y buena parte de los músicos, productores y DJs que le metieron mano hicieron un trabajo impecable. La verdadera joyita que guarda este álbum es la versión de “Halo” a cargo de Goldfrapp, que más que un remix es una verdadera apropiación: va a costar volver a escuchar la canción sin esos coros de hada. No es lo único, sin embargo: la mezcla made in 1987 de los propios Depeche junto a Dave Bascombe de “Never Let Me Down Again” abre el disco con fuerza épica, y los franceses Air le ponen su toque de sutileza a “Home”. Lo único para lamentar es que la edición local no haya sido la de tres CDs que salió en el primer mundo.

Depeche Mode,
Remixes 81-04, Mute/EMI


Belleza terrible
Canciones sobre flores, animales, amor, canibalismo y obsesión en un gran disco de madurez de Nick Cave.
POR MARIANA ENRIQUEZ

El nuevo álbum doble de Nick Cave luce como una obra maestra antes de la primera escucha: un packaging elegantísimo y las letras orgullosamente impresas en papel grueso. Como si Cave supiera que es un gran disco, casi un renacimiento, y merece ser presentado como tal. Con Blixa Bargeld fuera de la banda y Warren Ellis (el genial violinista australiano líder de The Dirty Three), Abbatoir Blues / The Lyre of Orpheus está a la altura de genialidades como Let Love In o Your Funeral, My Trial. Cave es uno de los pocos artistas que mejoran con la madurez.
La división en dos CDs es engañosa: Abbatoir Blues es un poco más brutal que The Lyre..., pero ambos contienen la colección más impresionante posible de canciones sobre flores, animales, mitos griegos, amor, canibalismo y obsesión. Con coros gospel que parecen cualquier cosa menos celestiales, Cave está cerca de conseguir la banda sonora perfecta para el gótico sureño: “Cannibal’s Hymm” y “Hiding All the Way” son las canciones más amenazantes y románticas que haya escrito jamás, y eso es mucho decir. Las letras son cada vez más extrañas y malignas; en “Messiah Ward”, canta: “Ordenaron que la luna deje de brillar/ Y yo estaba tan preocupado/ Porque siguen levantando a los muertos/ Y ha sido un día largo y extraño”. Cada tema de este largo disco tiene humor, misterio y esa belleza terrible que sólo Cave puede conjurar. Está su furia de siempre (“Get Ready for Love”), su densidad (“Easy Money”) y hay incluso un momento jovial de romanticismo exaltado (la hermosísima “Breathless”, casi ¡calipso!). No se editará en la Argentina y cuesta una fortuna, pero puede ser el gasto más gratificante del año.

Nick Cave & The Bad Seeds:
Abbatoir Blues / The Lyre of Orpheus, Emi


El excéntrico Wainwright
El canadiense se mete con el cabaret, el country, el folk y hasta el latín, y se sale con la suya.
POR M.E.

La idea original de Rufus Wainwright era lanzar un álbum doble llamado Want con sus composiciones más ambiciosas hasta el momento. Pero como el canadiense no es todavía un supervendedor, su sello decidió separar la edición. Want One fue un disco enorme, emocionante, ecléctico. Su segunda parte, Want Two, es más íntimo, y bastante más curioso. Rufus es un verdadero excéntrico y un desprejuiciado completo: sólo él puede comenzar un disco con un tema de casi seis minutos, con arreglos sinfónicos y en latín (“Agnus Dei”) y salirse con la suya. Es decir: desconcertar tanto que es compulsivo seguir escuchando. Enseguida, el clima cambia hacia el pop melodioso (“The One I Love”) y luego hacia la dulzura acústica (“Peach Trees”), hasta que de pronto vuelve la influencia clásica en “Little Sister”, con orquesta y un pequeño piano con influencias de... ¡Mozart!
Wainwright llama a su música “popera” y es una definición tan buena como cualquier otra, pero hay que sumarle sus credenciales en música de cabaret, country, folk y esa voz límpida, de afinación impecable, que luce con desparpajo. Nadie está trabajando en el terreno de Wainwright. Puede incluir letras escandalosas (en “Gay Messiah” habla de un salvador “bautizado en semen”) y canciones de frágil tristeza (“This Love Affair”), escribir en primera persona femenina (“The Art Teacher”), dedicarle un tema a su Montreal natal (“Hometown Waltz”) y hacer que todo funcione con coherencia gracias a la fuerza unificadora de su personalidad. Want Two está acompañado de un DVD grabado en vivo en el Fillmore de San Francisco: verlo es envidiar a los presentes hasta el paroxismo. Sólo cabe rogar que algún empresario se atreva a invitarlo al Gran Rex o, al menos, a editar sus discos.

Rufus Wainwright,
Want Two, Dreamworks

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