FENóMENOS > LEMONY SNICKET, LA SAGA QUE AMENAZA A HARRY POTTER
Antes de convertirse en el formidable éxito de Hollywood protagonizado por Jim Carrey, la saga de los desdichados huérfanos Baudelaire fue un fenómeno literario de culto, alimentado por los temas más sombríos del siglo XIX –villanos persiguiendo a niños, parientes benéficos pero inútiles, finales al borde de la catástrofe– y un autor timidísimo que juega a las escondidas con la prensa. Con los once primeros libros de la serie ya publicados, algo está claro: Harry Potter ya puede empezar a preocuparse.
› Por Rodrigo Fresán
Mientras que uno de los síntomas distintivos de haber alcanzado cierta ¿madurez? sea quizás el soñar cada vez más seguido con un paraíso donde se esfumen y/o tengan prohibidísima la entrada buena parte de las personas que conocemos (“El infierno son los otros”, dictaminó Sartre), está perfectamente claro que uno de los primeros y más universales terrores infantiles es la temible e inesperada y trágica desaparición de los padres.
Recuerden el drama de esas salidas nocturnas de nuestros progenitores todavía frescos y jóvenes. Y nuestra angustia solitaria e insomne bajo temblorosas frazadas, fantaseando y sufriendo (¿y de algún modo gozando?) con la posibilidad de su muerte en el camino de regreso a casa. Y nuestra inmediata entrega a un orfanato o, lo que es peor, a algún familiar monstruoso.
La culpa, claro, la tenían y la tienen y la seguirán teniendo, siempre, las sufridoras profesionales del tipo Cenicienta & Blancanieves Inc., las psicóticas hermanas Brontë, el tenebroso Mr. Dickens, la neurótica señorita Alcott y –por supuesto– esas siniestras telenovelas mexicanas que nos obligaba a ver la mucama (sucedáneo de institutriz) cuando los señores de la casa estaban ausentes. Agregar a todo esto –a modo de remedio homeopático que acabará fortaleciéndonos a partir de dosis controladas del miedo y del mal en cuestión– la espeluznante saga de los sufridos huerfanitos Baudelaire.
Son, hasta la fecha, once peripecias –ya se ha anunciado que acabarán al alcanzar el fatídico número 13– narradas con exquisito y desopilante sadismo por el misterioso escritor Lemony Snicket y su “portavoz” Daniel Handler. Y ahora, por fin, las desventuras de los Baudelaire llegan al cine en una luminosa y oscura película con Jim Carrey, que se ha convertido en uno de los grandes éxitos de la temporada norteamericana. Así que Harry Potter –comparación inevitable: otro huerfanito– puede irse preocupando. Ya era hora. Aunque la diferencia es atendible: mientras los fans del niño brujo sólo desean que venza al final de cada aventura, los seguidores del trío huerfanito sólo quieren que los Baudelaire la pasen cada vez peor y sólo sobrevivan, para así poder enfrentar una desgracia aún más grande que la anterior. Siempre lo supimos: los niños son malas personas. Y está bien que así sea.
¿Y quién es Lemony Snicket? Buena pregunta y varias respuestas todavía mejores:
1) Lemony Snicket es el alias con el que Daniel Handler, que lo creó como escudo protector mientras realizaba una investigación sobre grupos extremistas, se ha hecho rico y amenaza con desalojar a J.K. Rowling de los difíciles y duros corazones de los niños lectores del mundo. Handler es también autor de dos novelas muy interesantes y perversas para adultos: The Basic Eight (una feroz parodia de la “cultura adolescente”, las series de Aaron “Beverly Hills 90210” Spelling y la novelística “de campus” con formato de diario de Flannery Culp, adolescente acusada de asesinato y satanismo) y Watch Your Mouth (una tortuosa fantasía operística y/o saga familiar donde no faltan las obsesiones cabalísticas –golem incluido–, la condena a la new age, el sexo desatado y el incesto enredado). Handler ha declarado que la novela que más le ha impactado es Lolita. Y se nota.
2) Lemony Snicket es un escritor misterioso y recluso que se vale de Handler como fachada pública y muy de vez en cuando concede una entrevista. Las pocos fotos que se le conocen lo muestran siempre de espaldas y de pie junto a un acantilado. Sus respuestas a las contadas y eventuales preguntas periodísticas llegan por correo y son igualmente difusas e inquietantes. Ejemplos: Usted ha sido definido como alguien “altamente elusivo”. ¿Por qué esa timidez? Respuesta: “Ser tímido significa preferir quedarse mirando desde un rincón en lugar de bailar; ser elusivo es bailar con disimulo hasta acercarse, paulatinamente, a una de las ventanas y descolgarse por allí huyendo así de tus enemigos”. ¿Cuál es la mejor pregunta que ha recibido de parte de un joven fan? “¿Hay algún otro poema de Swinburne que debería examinar con particular cuidado?” ¿Qué opina del gran éxito de público y crítica con que acaba de estrenarse la adaptación cinematográfica de las aventuras de los huerfanitos Baudelaire? “No me preocupa que los Baudelaire hayan llegado al cine; pero me inquieta la posibilidad de que no puedan salir de allí.” ¿Nunca ha sentido la necesidad de, para variar, escribir acerca de personas felices y afortunadas? “De ser posible, prefiero no discutir mis necesidades con representantes de la prensa.”
Para mayor información, conseguir ya mismo y sin dudar un ejemplar de Lemony Snicket: The Unauthorized Autobiography. Un libro formidable que revela múltiples misterios de la saga, a la vez que propone numerosos nuevos enigmas a partir de una panoplia de fotografías, mapas, jeroglíficos, recortes de periódicos, extractos de un journal íntimo, criptogramas, un intimidante índice onomástico, frondosos árboles genealógicos y hasta un falso obituario del sujeto en cuestión. Y un detalle encantador: la edición en tapa dura viene con una sobrecubierta reversible que permite camuflar un material tan classified y “extremadamente peligroso” bajo el inofensivo y empalagoso título de The Pony Party, novela de un tal Lenoy M. Setnick, autor de la popular y muy feliz serie de libros The Luckiest Kids in the World! (¡Los chicos más afortunados del mundo!), donde los niños son felices y la vida es linda y el mundo desborda de colores y caramelos.
Qué aburrido.
Está demostrado que hay pocos materiales más ricos en posibilidades narrativas –como bien revisitó y honró el neodecimonónico John Irving a la hora de Las reglas de la casa de la sidra– que la marioneta de un hijo súbitamente liberada de los hilos de sus padres/titiriteros y arrojada al escenario de un mundo rebosante de trampas escenográficas y actores tramposos.
Lo que hace Lemony Snicket, entonces, es acelerar a fondo y elevar el síntoma y el estigma a la novena potencia a través de “las cavernosas profundidades de las vidas de los huerfanitos Baudelaire, tres auténticos imanes de infortunios”. A saber: Violet Baudelaire (14 años), la mayor, inventora extraordinaire que antes de alumbrar un nuevo y maravilloso artilugio siempre se ata el cabello con un lazo; Klaus Baudelaire (12), el del medio, lector voraz y de memoria ortográfica y la bebé Sunny Baudelaire, dueña de una dentadura a la que nada se le resiste, creadora de un lenguaje que sólo sus hermanos mayores están capacitados para decodificar (de ahí que, en la película, sus sarcásticos balbuceos estén subtitulados para el público).
El primer libro de Lemony Snicket apareció en 1999, y fue fácil comprender que era algo diferente ya desde la dantesca dedicatoria –“Para Beatrice: querida, amadísima, muerta”– y, enseguida, desde la advertencia incluida en su primera oración: “Si están interesados en una historia con final feliz, mejor búsquense otro libro”. De hecho, la cosa ya perturbaba desde el título: El mal comienzo.
Recientemente reunidos en inglés en una hermosa caja con el título general de The Cumbersome Collection, los hasta hoy once títulos de la serie –los primeros de los cuales ya fueron traducidos a nuestro idioma– gozan de las barrocas y amenazantes ilustraciones de Brett Helquist y de títulos tan escalofriantes como El carnaval carnívoro, El hospital hostil, La academia austera, La villa vil, El molino miserable... Todos y cada uno de los libros insisten en una rutina inalterable: villano persiguiendo a niños (que van creciendo a lo largo de los libros), finales abiertos siempre al borde o en lo alto o en el fondo de una catástrofe, sucesivos parientes benéficos pero cada vez más excéntricos e inútiles, los insistentes catalejos dorados y las omnipresentes iniciales VFD, cuyo verdadero significado siempre se escurre y se escapa. Y –por encima de todo y de todos– la figura metaficcional del difuso Lemony Snicket: un hombre inexplicablemente obsesionado con los huerfanitos Baudelaire, que llora sin cesar la muerte de su Beatrice, interviene en las tramas con su mantra/muletilla –“palabra que aquí significa...”–, hace guiños/tics nerviosos a obras maestras de la literatura (por ahí, por ejemplo, aparece un submarino llamado Queeqeg) y nos advierte, siempre, que lo peor está siempre por llegar. Y está visto y leído –más allá de las reticencias de algunos padres asustadizos y escandalizables, para quienes Snicket es “una mala influencia” o un “provocador de pesadillas”– que a los pequeños y no tan pequeños lectores de la serie les encanta que así sea.
Alguna vez, interrogado sobre cuál había sido la peor mentira que había dicho, Daniel Handler respondió: “Mi peor mentira ha sido decir demasiadas veces: ‘He disfrutado mucho de su película’”. Buenas noticias para Handler: aquí y ahora no tendrá que mentir.
La formidable película dirigida por el alguna vez mediocre –Ciudad de Angeles– y ahora más que atendible y noble Brad Silberling reúne y adapta los primeros tres libros de la serie bajo el título de Lemony Snicket, una serie de eventos desafortunados. Y lleva la gracia y la desgracia todavía más lejos. En el guión –co-escrito por Handler– hay un falso principio en el que un elfo dulzón y primoroso se ve violentamente interrumpido por un paisaje triste donde los hermanitos Baudelaire, desde ahora eternamente desafortunados, son arrancados de las playas de un mar gris para visitar los restos todavía humeantes de la mansión donde acaban de perecer sus progenitores. Todo esto narrado con la voz en off entre amable y sinuosa de Jude Law, como se nos informa recién en los imperdibles créditos finales. Y, sí: la cuidada y demencial dirección de arte de Rich Heinrichs, que combina lo victoriano con la retromodernidad de los fifties, a Londres con Nueva York, lo dice todo. Pensar en el neogótico de Tim Burton, los cartoons de Charles Addams (“familia muy normal”), el desprecio por la idiotez de los mayores de Roald Dahl, el ingenio de Edward Gorey, los extravíos psicotemporales de Peter Hook y el sentido de lo absurdo de los Monty Phyton.
A continuación, en poco menos de dos horas, asistiremos a varios intentos de asesinato (y varios asesinatos consumados) con la ayuda de locomotoras, serpientes, explosiones, sanguijuelas (¿o eran anguilas?), lentes de aumento flamígeros, una boda macabra y varias disquisiciones acerca del mejor modo de cocinar spaghetti puttanesca. Todo esto y mucho más condimentado con las formas aparentemente infinitas de sufrimiento para los hermanitos Baudelaire, a medida que, entregados una y otra vez por Mr. Poe, un albacea tan bondadoso como estúpido, van pasando de pariente en pariente, siempre seguidos de cerca por la sombra monstruosa de su tío, el megamediocre actor Conde Olaf, siempre dispuesto a ser lo que sea para recibir la tutela de los Baudelaire, despacharlos velozmente al otro mundo y quedarse con su cuantiosa fortuna.
Olaf, por supuesto, es Jim Carrey en uno de sus mejores trabajos: interpreta varios personajes y consigue por fin lo que siempre quiso hacer, lo que hacían Alec Guinness en Kind Hearts and Coronets y Peter Sellers en Dr. Insólito: ser muchos. Ser, por ejemplo, un ordeñador de serpientes y un absurdo marino con pata de palo. Y Carrey está muy bien acompañado: Meryl Streep como la sollozante Tía Josephine, Billy Connolly como el audaz Tío Monty, Catherine O’Hara como la ingenua Jueza Strauss, Timothy Spall como el obtuso Mr. Poe, y el nunca del todo bien ponderado Luis Guzmán, aquí calvo, parecen estar pasándola genial ahí adentro. Y –por supuesto– los huerfanitos Baudelaire, más que a la altura de las circunstancias, ya no podrán tener otros rasgos a la hora de leerlos y releerlos en los libros: la bella Emily Browning como Violet, Liam Aiken como Klaus y –por disposiciones laborales– el dueto de bebés de Kara y Shelby Hoffman (¿será este apellido la explicación para el breve pero sabroso cameo de Dustin H?) como Sunny se entregan con pasión y cejas enarcadas a esta fábrica de desgracias. La fotografía de Emmanuel Lubezki y la música entre marcial y absurda de Thomas Newman son el moño de este paquete envuelto para regalo. Con una bomba adentro, por supuesto.
Escribo todo esto lejos, en un sitio al que se aproxima a toda velocidad una portentosa ola de frío. Se pronostican máximas de 0 grado y mínimas de 15 bajo cero. Un clima ideal para huerfanitos con tío asesino y para compaginar el miedo con el frío. Y todo parece indicar que la temperatura seguirá bajando para que siga subiendo el temblor: no hace mucho, con motivo del estreno de la película, Lemony Snicket volvió a pronunciarse y dijo que, faltando apenas dos entregas de los Baudelaire, “los acontecimientos se precipitarán”, “todo quedará debidamente claro y explicado” y –por supuesto, como nos lo había sido advertido desde el mismísimo comienzo– “las cosas acabarán muy mal” y será “el final más infeliz que jamás se haya escrito en toda la historia, no sólo de la literatura infantil sino de la literatura a secas”.
Qué horror.
Qué bueno.
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