CASOS Un monasterio medieval en la cima de una montaña escarpada. Una biblioteca con una puerta impenetrable. Centenares de incunables que desaparecen sostenidamente. Y una única pista: una rosa de plástico en los anaqueles vacíos. Radar transmite desde la escena del crimen.
Por Eduardo Febbro, desde el Mont Sainte-Odile, Alsacia
a montaña más alta de Alsacia, el monte Sainte-Odile, tiene tantos misterios como años acumulados los muros de este monasterio cuyas primeras piedras fueron colocadas en el siglo VII. Una de sus numerosas leyendas cuenta que el monte Sainte-Odile constituye una de las cumbres de un gigantesco triángulo energético del que emergen las energías secretas de la tierra. Otra le atribuye orígenes paganos al muro de 10 kilómetros que protege el acceso al emplazamiento del monasterio y que, desde hace siglos, es objeto de cultos extraños donde se mezclan prácticas telúricas de todo tipo. Arqueólogos y expertos de varias disciplinas siguen sin ponerse de acuerdo sobre los orígenes de esa muralla única en Europa construida durante el primer milenio antes de Jesucristo; es decir, mucho antes que el monasterio. Los arqueólogos aducen que protegía los accesos a un recinto sagrado, lugar de cultos y celebraciones desconocidas. El padre Alain Donius tiene el hábito de escuchar estas historias y otras tantas explicaciones proféticas y sobrenaturales sobre este monte donde convergen 6000 años de historia. Nada, sin embargo, se asemeja al misterio que absorbió sus días y sus noches a lo largo de dos años seguidos. Alain Donius, director del monasterio del monte Sainte-Odile, tuvo que resolver primero solo y luego con la ayuda de Dios, la policía y la tecnología un enigma que, en ciertos momentos, le pudo haber parecido de orden divino: ¿cómo explicar la paulatina pero constante desaparición de cientos de libros preciosos de la biblioteca del monasterio del monte Sainte-Odile?
Horror vacui
La única referencia en la materia
que existía pertenecía al orden de la ficción. Umberto
Eco, en El nombre de la rosa, ya había tratado esas cuestiones que hacen
de los libros los depositarios de un arcano más poderoso que la vida
misma. Pero el padre Alain Donius estaba enfrentando un problema real: en un
monasterio con más de 15 siglos de antigüedad, construido a 763
metros de altura sobre una montaña escarpada y asomado a las planicies
de Alsacia, los libros desaparecen por centenas de una biblioteca cuyas puertas
y ventanas no presentan ni la más mínima fractura o signo de forcejeo...
y una cautivante flor artificial descubierta en la escena del crimen, como si
una mano invisible la hubiese depositado allí para decir “he estado
aquí”. Cuando en diciembre del 2001 Alain Donius descubrió
un pequeño agujero sobre la puerta de la biblioteca todavía no
se había dado cuenta de que el primer robo de libros databa de agosto
del 2000. Pensó que “alguien” había hecho el agujero
con la intención de saber “si la puerta de la biblioteca estaba
blindada”. Por precaución, Donius procedió al cambio de las
cerraduras y se quedó tranquilo. Como había asumido su cargo apenas
un mes antes, el padre no se percató de que ya faltaban decenas de incunables,
esos libros únicos publicados desde la invención de la imprenta
hasta el siglo XVI.
Donius pensó que la amenaza de robo estaba descartada hasta que, en la
primera quincena de enero de este año, advirtió la desaparición
de 40 volúmenes. Situado en el primer piso de una capilla romana, en
el sector más antiguo del convento, el recinto de la biblioteca no presentaba
huellas de violencia. Pero los libros se habían esfumado como por arte
de magia. Donius no tuvo tiempo de hacerse demasiadas preguntas. Dos semanas
más tarde, no fueron 40 los libros esfumados sino cientos de volúmenes.
El padre recorrió azorado las estanterías vacías constatando
que el “fantasma” vaciaba los estantes “según un orden
que únicamente él conocía”. Fue en el curso de esa
“segunda desaparición constatada” que el director del monasterio
dio con la rosa artificial: había sido colocada en el agujero hecho sobre
la puerta de la biblioteca. “Alguien se está burlando de mí”,
se dijo el padre antes de cambiar no una sino todas las cerraduras de acceso
a ese sector del convento. Donius perdió el sueño y empezó
a sospechar de los 50 empleados del establecimiento que hoy funciona como un
hotel restaurante visitado por decenas de miles de peregrinos. La situación
llegó a un punto tal que el director de Sainte-Odile reconoce que “en
un momento las sospechas se dirigieron hacia el mismo director”. Razones
no faltaban para sospechar hasta de las mismas sombras: “Era imposible
comprender cómo se esfumaban los libros. No había nada roto pero
la biblioteca se vaciaba. Llegué a soñar que abría la puerta
y no encontraba ni un solo libro”, dice Donius. La desaparición
de los libros se volvió una obsesión. Donius empezó a observar
a todo el mundo con ojos desconfiados, recorrió tanto de día como
de noche los pasillos del monasterio buscando un indicio o una explicación.
Lo único que encontró, repetida, puntualmente, fueron los estantes
cada vez más vacíos de su biblioteca.
Divino
misterio
Ni siquiera Borges hubiera imaginado una solución tan compleja. ¿Quién
hubiese adivinado que el autor del robo no era otro que un joven de 32 años
residente en Alsacia, ingeniero mecánico de profesión y apasionado
de los libros antiguos al punto de hurtar los incunables de un monasterio sin
dejar otra huella más que la voluntaria rosa de plástico? En ese
momento el padre Donius ignoraba que el joven coleccionista había procedido
en dos tiempos. Primero obteniendo una copia de las llaves de la biblioteca
y luego, cuando el director cambió las cerraduras, gracias a un plano
del monasterio en el que se describía con lujo de detalles un pasaje
secreto de cuya existencia ni el mismo Alain Donius estaba al corriente. Luego
del segundo robo, Donius hizo firmar un documento a todo el personal, incluidos
los tres curas y las cuatro religiosas, certificando que nada tenían
que ver con el robo de los libros. “El enigma era tal que ni siquiera me
animaba a poner los pies en la biblioteca. Nadie sabía cómo Él
salía y entraba. Por lo tanto, era legítimo pensar que Él
siempre estaba entre nosotros.”
Presencia divina, etérea y constante cuyo único interés
eran los libros de esa biblioteca de austeras columnas, de ventanas con vitrales
y baldosas rústicas. El rigor y la armonía de la arquitectura
romana estaban simbolizados en ese espacio a cuyo corazón llegó
el ladrón después de haber consultado en la biblioteca de Estrasburgo
un documento de 1099 que revelaba la “presencia” de una habitación
secreta que conducía a la biblioteca del monasterio. Junto al texto estaban
las explicaciones detalladas: su localización, sus dimensiones y el plan
de acceso. El título del documento publicado por los Cuadernos alsacianos
de arqueología, de arte y de historia era más que elocuente: “Observaciones
arquitecturales sobre la parte romana del convento del monte Sainte-Odile: una
pieza ciega inédita”. La historia es tan aliada de las paradojas
como de las repeticiones. ¿Cómo no pensar, ante semejante título,
en la historia del monte? Odile, la hija del duque Adalric, nació ciega.
Su padre, ofuscado por no tener un hijo varón y por la enfermedad de
su hija, siempre la negó. La madre de Odile la entregó a una abadesa,
que la educó a escondidas para evitar la ejecución ordenada por
su padre. Desde entonces, los eventos de su vida son extraordinarios. Durante
su bautismo, recupera milagrosamente la vista. Cuando ya era adolescente, su
hermano Hugues le revela al padre que la hija está con vida, que ve,
que es bellísima. Lejos de perdonar, el padre, Etichon, mata al hijo
con sus propias manos. Arrepentido, busca a su hija para casarla con un caballero
de renombre. Pero Odile, empapada de vocación devota, huye. Etichon la
persigue y Odile se salva gracias a la milagrosa apertura de una roca, en la
que se esconde. Etichon, vencido, admite la vocación de Odile y le entrega
el castillo de Hohenburgo, donde se levantará luego el monasterio de
Sainte-Odile. Tras su muerte, en el año 720, se forma una gran corriente
mística y, con el transcurso de los siglos, el lugar seconvierte en una
cita de peregrinos devotos. Santa Odile es la patrona de Alsacia y de todas
las enfermedades que afectan la vista.
Oyendo monjas
Entre enero y abril del 2002, una
tercera parte de los libros habían desaparecido. Pero todo misterio,
por más divino que parezca, termina por tener una explicación
y el padre Donius tuvo que resignarse a buscarla en el mundo de los vivos. Muy
a pesar suyo, el director tuvo que llamar a la policía. Los investigadores
judiciales y la gendarmería iniciaron una detallada exploración
de la biblioteca y no tardaron en encontrar “ciertas pruebas” de una
presencia humana: restos de cuero provenientes de la encuadernación de
los libros antiguos aparecieron esparcidos por el piso. “Un signo pequeño
pero valioso, una huella humana al fin”. Con esa pista, la policía
siguió buscando las piezas del rompecabezas. Los restos de papel y cuero
hicieron pensar en un animal, pero los animales pueden rasgar los volúmenes,
no llevárselos de a cientos. Unos tras otros, gendarmes y policías
exploraron las estanterías y los muebles y terminaron advirtiendo que
en el fondo de uno de los cinco armarios de la biblioteca, algo sonaba hueco.
Vaciaron los armarios, desmontaron cada uno de los estantes y al fin, en el
fondo del mueble recubierto con papel madera, encontraron una suerte de compuerta,
una escotilla que daba a una de esas piezas calificadas como “ciegas”
o escondidas. “Fíjese –dice hoy el padre Donius– éste
es el pasaje por el que el ladrón accedía al recinto.”
La pieza ciega está situada justo encima de una iglesia del siglo XVII
en la que, desde el 5 de julio de 1931, 24 horas al día y durante los
365 días del año, grupos de fanáticos perpetuos rezan incansablemente.
Pero esos adoradores de la plegaria no oyeron ni vieron nada. El eco de sus
plegarias cubrieron el otro eco, más terrenal e interesado: los pasos
del intruso. El padre Donius especula con la idea de que, como “la biblioteca
ocupa el lugar que antaño servía de sala de reunión de
las hermanas del convento, se puede imaginar que alguien arregló el pasaje
secreto para espiar a las hermanas, o para obtener informaciones que no hubiesen
debido salir de los muros del monasterio”.
Si en el recinto de la biblioteca estaba la primera parte de la solución,
la segunda se encontraba en la pieza ciega. Allí, la gendarmería
encontró una suerte de pasaje estrecho que conducía a otra escotilla
ubicada dos metros más arriba. Ésta desemboca en un granero contiguo
a los pasillos de las habitaciones del convento que sirven de hotel. Juntos,
los elementos del rompecabezas mostraban los contornos de una figura aún
difusa. En vano, los gendarmes buscaron la escalera o la cuerda que le permitían
al intruso desplazarse de la pieza secreta hasta el granero. En lugar de escaleras
o sogas cayeron sobre otra pista que revelaba parte del “montaje”
del ladrón: un rollo de bolsas de basura que, presumen con acierto, sirve
para que Él transporte los libros a lo largo del pasaje sucio y estrecho
hasta la segunda escotilla. También deducen que el ladrón debió
utilizar una copia de las llaves del convento para mezclarse entre los clientes
del hotel que van y vienen con valijas durante todo el día. 140 habitaciones
suman mucha gente y, según cuenta el padre Donius, “nosotros no
tenemos derecho a abrir las valijas de nuestros clientes”. Tenían
el método; sólo les faltaba detenerlo.
El fin de la aventura
El último acto de la investigación
es tecnológico. La gendarmería instaló un sistema de video
vigilancia. Y Él volvió. El desenlace ocurrió el 19 de
mayo, un domingo de Pentecostés. Los gendarmes identificaron al “fantasma”
en plena acción. Él es un hombre joven, trabaja solo y se toma
todo el tiempo que necesita para seleccionar sus libros preferidos. Él
ingresó a la biblioteca a las siete de la tarde y pasó varias
horas eligiendo su botín. En total, separó unos cien libros para
llevarlos a su domicilio de Illkirch-Graffenstaden, en las afueras de Estrasburgo,
donde vive, soltero, con su madre. Entre las obras seleccionadas hay de lo mejor.
Ese último domingo de su intervención apartó, entre otras,
una Histoire de France en varios tomos, algunos volúmenes de Cicerón
y un puñado de incunables en latín. Alain Donius acota que “es
una biblioteca típica de convento: hay un poco de todo y muchas de las
obras están anotadas, a mano, por los religiosos que las leyeron”.
La biblioteca de Sainte-Odile se fue haciendo a lo largo de los siglos. Obras
teológicas, filosóficas, libros en latín, griego, alemán,
incunables de un valor inestimable mezclados con volúmenes menos apreciables.
“Se trata de un fondo considerable en cuyo seno, alguien con olfato, puede
hacer hallazgos sorprendentes.”
En 15 siglos de existencia, el monasterio y su biblioteca corrieron diversas
suertes. Sainte-Odile fue atacado o incendiado 17 veces y reconstruido en no
menos de 12 ocasiones. El llamado “fondo antiguo” de la biblioteca
es un baúl de tesoros que el ladrón de Illkirch-Graffenstaden
exploró y vació a su antojo. Sin embargo, la pieza más
célebre de ese fondo no está en sus estantes. El Hortus delicarium
(“Jardín de las delicias”) es un manuscrito del siglo XII considerado
como una de las obras más excepcionales de la encuadernación.
La noche del 24 al 25 de agosto de 1870, las llamas consumieron el original
durante el incendio de la biblioteca nacional de Estrasburgo. Pero sus huellas
nunca se perdieron. Copiado abundantemente, el Jardín de las delicias
se conservó bajo forma de copia. Un rumor insinúa que algunas
de las miniaturas que lo componen se salvaron de las llamas porque fueron arrancadas
por coleccionistas independientes. Pero nunca nadie las vio. Es apenas un rumor.
Seguramente, si se hubiese conservado completa, ésa hubiese sido la primera
obra que el ladrón se habría llevado de la biblioteca del convento.
En ese domingo de Pentecostés, cuando los gendarmes arrestaron al fantasma
de la biblioteca, el hombre no opuso ninguna resistencia. Se limitó a
explicar que no había vendido ninguno de los volúmenes “extraídos”
(sic) y que, como enamorado de los libros antiguos, le dio a esas obras el mejor
de los tratos. También reveló que si no fuera por la publicación
de Cuadernos alsacianos de arqueología, de arte y de historia, jamás
hubiese podido llevar a cabo semejante robo. Los planos reproducidos por la
revista le mostraron el camino para llegar a los libros. Tres páginas
de planos y esquemas detallados bastaron para que accediera a uno de los vértices
del paraíso.
En su casa, la policía encontró poco más de 1500 libros.
Sobre el ex libris de cada volumen (Ex libris biblioteca montas sanctar Odiliae
in Alsatia) el joven ingeniero en mecánica había pegado una etiqueta
con su nombre. Hasta el director del monasterio le rinde hoy un homenaje: “el
trabajo que efectuó es excepcional, fantástico, y además
lo hizo solo. Fue un verdadero desafío”. La Justicia tiene un caso
inédito entre las manos: “El móvil del robo no era el dinero,
es decir el lucro. Si hubiese sido así, en dos años tuvo tiempo
suficiente para vender las obras, pero no lo hizo. Los conservó todos
en su departamento”. Los jueces, con todo, lo procesaron bajo los cargos
de “robo mediante picardía”. El ladrón de Sainte-Odile,
que corre el riesgo de pasar cinco años tras las rejas, ha sido dejado
en libertad. Alain Donius respira aliviado. El misterio de los libros que desaparecían
de su biblioteca ha quedado resuelto y hasta el autor del robo lo llamó
por teléfono: “Me llamó para pedirme disculpas. Imagínese
qué coincidencia, según me dijo, estuvo conmigo en las clases
de catecismo cuando yo era vicario”. El ladrón le devolvió
a Alain Donius la conciencia de algo olvidado: en los monasterios existen montones
de pasillos y pasadizos que se tardan siglos en descubrir. Y ahora Donius comprende
mejor estas líneas de El nombre de la rosa: “Siempre me pregunté
si, en este edificio de múltiples pasajes, no existía otro acceso
al finis Africae. Desde luego, existe...”
Con el caso resuelto, el padre promete estudiar la historia del monasterio,
explorar el edificio en busca de “otros pasajes secretos” y llevar
a cabo un exhaustivo inventario de los tesoros de la biblioteca. Mientras espera
su proceso, la Justicia le ha prohibido al ingeniero visitar el monte Sainte-Odile
o cualquier otra biblioteca que atesore libros antiguos. El padre Donius, ecuánime,
sugiere que cumpla su sentencia mediante una “serie de tareas de interés
general a realizarse en el mismo monasterio de Sainte-Odile. Desde luego, será
en la cocina, en la recepción o en el jardín, en cualquier otro
lugar que no sea la biblioteca”.
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