CINE Autor de El arpa birmana –lo único que Occidente supo de él durante años–, el japonés Kon Ichikawa es tan prolífico como Ozu o Kurosawa y más longevo que Rohmer o Resnais. Sólo que indescriptiblemente más deforme. En su filmografía se agolpan alegatos pacifistas, comedias, adaptaciones literarias, experimentos de género, sagas humanistas, melodramas eróticos, thrillers y hasta un film de muñecos protagonizado por el Topo Gigio. Una notable retrospectiva de la sala Leopoldo Lugones permite conocer el talento de este cineasta ecléctico y desbordante, experto en perversiones, artificios y juegos de espejos.
› Por Horacio Bernades
Socio de
la Natto
Las diez películas que integran el ciclo Kon Ichickawa: Una retrospectiva
(del miércoles 3 al domingo 14 de julio: ver detalle al pie) permitirán
descorrer parte del velo que aún nubla una obra semejante. Con colaboración
del Centro Cultural e Informativo de la Embajada de Japón, los programadores
de la sala Lugones y de Cinemateca Argentina prefirieron evitar el pantallazo
demasiado abarcativo y se concentraron en lo que se considera el corazón
de la obra del autor. El ciclo se inicia allá por 1956, con El arpa birmana
(que el propio Ichikawa reconoce como la primera película que realmente
tuvo ganas de hacer) y se extiende hasta comienzos de la década siguiente,
cuando entrega La revancha de un actor, supelícula más audaz tanto
en términos formales como de género (y la palabra “género”
debe leerse no sólo en su acepción narrativa o cinematográfica
sino también sexual).
Todas estas películas tienen un denominador común: sus guiones
fueron escritos por Natto Wada, esposa y brazo derecho del cineasta desde principios
de los años 50 hasta mediados de los 60, cuando se retiró, dicen,
disgustada con el cine contemporáneo. La fuerte impronta que Natto dejó
en los films, sumada al ascendiente que tenía sobre su marido, vuelve
problemática, en esos casos, la identificación cierta de la autoría.
Una cosa es segura: poniéndola en perspectiva, la obra general de Ichikawa
nunca alcanza el interés que cobra durante el “ciclo Natto”.
Con los bruscos virajes de género y tono que le son propios, el “ciclo
Natto” se caracteriza por una mirada oblicua que prefiere lo indirecto
antes que lo literal, la distancia antes que la emoción. Y tiende a encontrar
mediaciones, ironías o paradojas aun en los relatos a primera vista más
lineales, como el díptico antibélico integrado por El arpa birmana
(1956) y Fuego en la llanura (1959). Ese gusto por la ironía y el distanciamiento
da por resultado un puñado de sátiras feroces (El tren está
lleno, 1957; El hijo, 1960, y Diez mujeres oscuras, 1961), convierte en comedia
negra lo que originalmente era denso drama erótico (La llave, 1959),
produce miradas fuertemente críticas sobre el Japón contemporáneo
(el film de jóvenes nihilistas El cuarto de los castigos, 1956, y Conflagración,
versión Ichikawa de la devastadora El pabellón de oro de Yukio
Mishima, 1958) y, sobre todo, tiende a contaminar lo trágico y lo cómico,
originando verdaderos espejismos cinematográficos de complicada apreciación
(el perverso melodrama de geishas Nihonbashi, 1956, y esa verdadera apoteosis
de la mascarada y el juego de espejos que es la insólita La venganza
de un actor, 1963). Estas diez son las películas que integran la retrospectiva
de la Lugones. Acaso una mirada panorámica sobre ellas sirva para detectar
algunas constantes de este cineasta aparentemente inconstante.
Cínicos,
voyeurs y tartamudos
Casi todas las películas del ciclo echan una mirada sobre el Japón
contemporáneo, y no una particularmente piadosa. El protagonista de El
arpa birmana es un soldado que, finalizada la segunda guerra, decide quedarse
a enterrar a los muertos en vez de regresar a su país. En sincronía
con las “películas de jóvenes” que el cine estadounidense
producía a montones a mediados de los 50, El cuarto de los castigos presenta
a un héroe que descarga su nihilismo no sólo sobre el mundo de
los adultos sino sobre su propia novia, a la que violará después
de narcotizarla. En El tren está lleno, las autoridades de una gran corporación
le piden a un empleado –un graduado universitario lleno de entusiasmo por
su futuro y el de su país, en pleno despegue económico– que
no haga nada, pero que haga de cuenta que está muy ocupado. Unico miembro
varón de una familia de tradición matriarcal, el protagonista
de El hijo no puede tener hijas mujeres, como se lo exigen su abuela, su madre,
sus sucesivas esposas y hasta sus amantes. En Diez mujeres oscuras, la esposa
y las nueve amantes de un productor de TV –ese producto de la modernidad
nipona– deciden conspirar para asesinarlo; y además se lo hacen
saber.
Hay un aire de perversidad, o una perversidad explícita, en la mayoría
de estas películas. En Nihonbashi, un médico joven y apuesto se
enamora de una geisha que le hace recordar a su hermana, con quien se siente
en deuda. La geisha, a su vez, está impedida de amarlo por sus ataduras
con la casa de té donde trabaja y el hombre mayor que la sostiene. A
su vez otra geisha, rival jurada de la anterior, seduce al médico, pero
no porque lo quiera sino para joderle la vida a la otra. Cuando el médico
hayamordido la carnada, se aparecerá ante él el antiguo amante
de su nueva novia, a quien ésta convirtió en un despojo humano,
y el encuentro entre ambos refuerza la sensación de que uno no es otra
cosa que el reflejo del futuro del otro. Para escapar de ese destino, el médico
deja a la geisha, que se vuelve loca, literalmente.
Tampoco es perversidad lo que falta en las dos más notorias adaptaciones
literarias que componen este ciclo, La llave y Conflagración. Basada
en la novela de Tanizaki que años más tarde el inefable Tinto
Brass traduciría a su clásico soft-porno-kitsch (con una Stefania
Sandrelli ya bastante entrada en kilos y en años), La llave es la historia
de una retorcida maquinación erótica. Un hombre mayor —irreprochable
profesor universitario— decide que la cura para su impotencia sexual consistirá
en conseguirle un joven amante a su mujer para así poder excitarse como
voyeur. El elegido, para más datos, es el novio de la hija.
Fiel a la novela de Mishima en la que se basa —El pabellón de oro—,
Conflagración narra la obsesión de un joven tartamudo por un templo
zen en el que, siguiendo a su padre, ve la representación última
de la belleza en su estado más puro. Fracturado entre ese ideal, la deuda
filial y la seducción que en él despierta un joven cínico
y nihilista, el principiante terminará prendiendo fuego al templo. Por
las dudas, la pareja Ichikawa-Wada agrega un elemento que no estaba en la novela:
el protagonista pasa a odiar a su madre apenas descubre que ésta tiene
un amante.
Kimono Kabuki
Es frecuente que en estas películas la identidad se disuelva en una vertiginosa
sucesión de máscaras, mutaciones y juegos de espejos. El protagonista
masculino y una de las geishas de Nihonbashi dicen ser marido y mujer aunque
no lo son; el ex amante pasa de ciudadano respetable, con esposa e hijos, a
mendigo arruinado y suplicante, y al mismo tiempo funciona como espejo de lo
que el actual amante —médico de origen aristocrático—
puede llegar a ser si se enamora demasiado de la geisha. El trabajo del joven
graduado de El tren está lleno consiste en fingir que trabaja, y hasta
el soldado de El arpa birmana —en apariencia mucho más transparente—
se hace pasar por monje, primero para no ser reconocido y luego para poder enterrar
a los muertos sin que nadie sospeche. En La llave, el novio de la hija se convierte
en amante de la madre, y en Conflagración el amigo disoluto del protagonista,
que cojea de una pierna, exagera su defecto para ganarse a una chica a la que
luego despreciará cruelmente.
Todo este sistema de simulaciones, intercambios y dobleces alcanza el summum
en La revancha de un actor, sin ninguna duda la película más asombrosa,
lúdica y demencial del dúo Ichikawa-Wada, que significativamente
clausura la colaboración profesional entre ambos y remata con un broche
de oro el ciclo de la Lugones. En Cinemascope y restallantes colores, la película
que hizo delirar a Susan Sontag y Nicholas Ray narra una historia de venganza
familiar. El vengador es un actor de teatro kabuki que se infiltra en el seno
del grupo de despiadados comerciantes que tiempo atrás llevaron a sus
padres a la quiebra, la locura y el suicidio. Pero tiene una particularidad:
es un onnagata, nombre que en la tradición del kabuki reciben los actores
especializados en papeles de mujer. A diferencia de los onnagata tradicionales,
que fuera de escena se sacan sus ropajes de mujer, éste se los deja puestos,
y sus preferencias sexuales nunca quedan del todo claras. Lo curioso es que,
así vestido, seduce no sólo a la hija del comerciante sino a una
segunda mujer, que caen rendidas a sus pies apenas lo ven luciendo su arrobador
kimono azabache. Pero, además, el juego de mediaciones y duplicaciones
se completa con un ladrón que va siguiendo los movimientos del actor,
y unsegundo ladrón que compite con el primero para ver quién es
mejor. El actor que hace del ladrón y el actor que hace del actor son
uno y el mismo. En realidad... ¡es el mismo actor que había hecho
ambos papeles en una primera versión de la película, treinta años
atrás! La revancha de un actor es, por otra parte, la película
donde Ichikawa lleva al extremo dos de sus constantes más marcadas: el
carácter laberíntico del relato, que avanza y retrocede, se dispersa
y se disgrega, con la intención de inocular en el espectador las ideas
de artificio y representación, y una estética acorde, cuyos decorados
son siempre artificiales, cuyos encuadres persiguen la más acusada geometría
y cuyos colores no le deben nada a la naturaleza. Para sumar arbitrio y distanciamiento,
Ichikawa prende y apaga luces en el interior de las escenas (Coppola tiene que
haber visto La revancha de un actor antes de filmar One from the heart) y combina
música tradicional con pasajes jazzísticos, saturando las escenas
de aparente romance con violines que chorrean sentimentalismo.
Y después dicen que los japoneses son gente muy tradicionalista.
Kon Ichikawa: Una retrospectiva
Miércoles 3: El arpa birmana; jueves 4: La llave; viernes 5: El cuarto
de los castigos; sábado 6: Nihonbashi; domingo 7: El tren está
lleno; miércoles 10: Conflagración; jueves 11: Fuego en la llanura;
viernes 12: El hijo; sábado 13: Diez mujeres oscuras; domingo 14: La venganza de un actor. Todas las funciones a las 14.30, 18 y 21.
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