PINTURA > FABIáN BURGOS: “QUIERO CAMBIAR LA HISTORIA DE LA PINTURA ARGENTINA”
En su nueva muestra, Fabián Burgos se propuso “copiar” nueve clásicos recientes de la historia de la pintura argentina. Pero tras ese manto de homenaje se esconde una idea mucho más ambiciosa: comenzar a cambiar la historia de la pintura argentina. A continuación, él mismo lo explica: “Quiero hacer un cover de ‘Yesterday’ y que se olviden del original de Los Beatles”.
› Por Santiago Rial Ungaro
El caso de Fabián Burgos es peculiar: tarda muchísimo en pintar cada obra... y poquísimo en venderlas. ¿El amor? Probablemente. El amor probablemente es justamente el nombre de la muestra que se podrá ver en Dabbah-Torrejón hasta fin de este mes. Y habrá que aprovechar, porque ya está prácticamente toda vendida. Teniendo en cuenta que Ilusión de ver (presentada en el Annina Nosei Gallery, en Nueva York) fue del 2000, es evidente que Burgos tiene otros tiempos: se diría, al ver este nuevo cuerpo de nueve obras, que tanto tiempo invertido en el taller se traduce en pinturas abstractas en las que cada frágil línea deviene en espacialidades inmensas, en un juego de ilusiones ópticas cálidas desde la materialidad de la pintura y a la vez frías en su rigor geométrico.
“Por primera vez en mi vida estoy contento”, dice Burgos y su alegría casi infantil lo delata. Burgos aún sigue creyendo en el poder que pueden generar algunos trazos frágiles y ubicuos de su pincel: “Soy lerdo como pintor y a la vez soy terco: en cada muestra siempre quiero presentar una estética totalmente nueva, aunque para eso tarde veinte años. No me quiero apurar”. Quizá por eso, Burgos termina al borde de la invisibilidad: las tres primeras pinturas pensadas para esta serie se vendieron de inmediato, así que tuvo que volver a empezar de cero: “Soy como Peter Gabriel, que tarda cinco años en hacer cada disco. Sé que en el medio me conocen, pero creo que no hay una idea global de mi producción; siempre me encuentro con que me hablan de un cuadro que vieron en algún lado. Por eso, esta vez quería que se pudiera absorber una estética”. En esa estética de la que habla Fabián Burgos, las formas puras y las estructuras “duras” características en el arte concreto sólo potencian la sutileza de cada trazo: la mano del pintor, el pulso frágil de este pintor exquisito.
“La copia es una de las tantas manifestaciones de lo frágil”, dice en un momento el Manifiesto Frágil, texto firmado en su momento por Ernesto Ballesteros, Gachi Hasper, Fabio Kacero y Pablo Siquier que, según Rafael Cippolini, fue el último de los manifiestos visuales del siglo XX. El probable amor al que alude el título de la muestra hace referencia a la operación estética que realizó Burgos en estas obras. En ellas, Burgos “copió” clásicos recientes de la historia de la pintura del siglo XX para modificarlos, con una actitud en la que se mezcla la arrogancia de quien pretende mejorarlos y la humildad del que desea homenajear las obras que más lo seducen. Fabián Burgos prefiere ser menos eufemístico: “Se trata de un robo. En realidad, lo que quiero es cambiar la historia del arte en Argentina, que es algo que suena ridículo y pretencioso, pero que es el único juego que me motiva para ponerme pintar. Sé que es una cursilería, pretender que el arte puede cambiarle la vida a alguien, pero si no creo en eso, ¿para qué pinto? Me pongo una verdulería y me voy a trabajar a la ferretería de mis viejos”. Esa probabilidad amorosa a la que hace referencia el título de la muestra es el amor por la pintura; claro que en realidad se trata de un amor por “ciertas” obras de “ciertos” pintores: tal es el caso de Raoul de Keyser (1930), pero también de Max Bill, Joseph Albers, Bridget Riley, Jesús Soto y Daniel Buren. Estos nueve cuadros reformulan cuadros de estos maestros más o menos contemporáneos, a la vez que sugieren también su propia maestría como pintor abstracto, que cualquiera que haya visto sus obras de Op art puede atestiguar. El amor entonces, pero con algunas reservas. Sobre todo porque del amor al odio hay un solo paso: “El amor me sirvió como punto de inicio para ver la obra de otros, pero a la vez cuando la empezaba a hacer terminaba queriendo destruirla: terminé queriendo superar a Riley, a Soto. Empecé por devoción a sus obras, pero también por empatía. En un momento te das cuenta de que querés destruir a los originales. Con Soto empecé a hacerlo por amor, pero terminé queriendo destruirlo, desplazarlo. Que la gente recuerde el Soto mío en vez del original. Yo soy totalmente consciente de que les estoy sustrayendo el alma a estas obras. Para mí todos estos tipos son grandes maestros, y meterme con ellos es algo muy ambicioso, es un desafío. Pero más que una competencia, para mí esta ambición es una variable que te puede permitir un crecimiento espiritual. Y cuando digo que quiero cambiar la historia del arte argentino creo que también tiene que ver con que en esta muestra estoy haciendo ese cambio, quizás en forma figurativa, ya que estoy robando algunas obras que son íconos de la historia. Me meto con la historia para cambiarla”.
Si en MC5-Misceláneas (una muestra de 2003 que constituyó una excepción en la obra de Burgos, que sorprendía citando a MC5, banda de rock de Detroit de finales de los ‘60, a la vez que uno de los grupos más expresionistas y desmesurados de la historia del rock, pioneros del punk y del heavy metal) los recortes de ilustraciones de colecciones de Historia del Arte que empapelaban la amplia sala del C. C. Recoleta convivían en igual número que los músicos “clásicos” del rock, cuando Burgos habla de su obra las referencias musicales surgen en forma inevitable. Por un lado, cuando da su explicación de cuál es el concepto pop de su muestra: “En los cuadros me interesa mucho conjugar sensibilidad y potencia, que es algo que relaciono mucho con las buenas canciones. A mí me puede gustar John Cage, pero los últimos discos que me compré fueron el de Paul McCartney y un CDR trucho de Franz Ferdinand. Yo escuchando ese disco rastreo la historia del pop, detecto a The Fall, a Elástica, a The Jam, y a la vez me doy cuenta de que son de Glasgow. A mí me encanta cuando sucede eso. A la gente no le gusta la palabra tradición, porque lo malinterpreta como algo reaccionario, pero a mí me interesa como idea, aunque no sé si fue muy consciente”.
Por otra parte, cuando Burgos explica el origen de estas obras habla de la idea de “hacer un disco de covers”. “Es como hacer una versión de ‘Yesterday’ y querer que se olviden de la versión original y superarla.” Burgos habla de robo, pero en realidad el proceso es mucho, muchísimo más complicado. “La verdad es que la paradoja es que todo esto me llevó a querer volver a técnicas que usaban los Van Eyck o que se usaban en el Barroco español; la idea de pintar capas y capas de transparencias. Todos los cuadros que ves tienen una base azul y diferentes capas de ocres”. Así, en El amor, probablemente hay un cruce con el arte modernista óptico de Riley y Soto de los ‘50 y ‘60 tratado con una paleta que define un marco óptico cercano a Morandi, pero tratado con técnicas del siglo XIX. “La verdad es que me siento incómodo con la palabra creador. Sintonizo con aquellos que desarrollaron un trabajo basado en el encuentro con la belleza a partir de la búsqueda del concepto de verdad como medida espiritual. En otras muestras he trabajado con revistas de ciencia y de geografía, y recién ahora estoy tomando esta autoconciencia como pintor. Lo esencial es captar esa experiencia metafísica que a mí me generaron esas obras, rescatar ese vínculo que yo tengo con estas obras más allá de lo conceptual y de la historia del arte. No me interesa el proceso historicista. Más bien creo que lo que logré fue desarrollar mi autoconciencia del pintor, y de ahí sí, conectarme también con la Historia del Arte. Yo odio la provocación. Para mí, cuando buscás provocar lo único que lográs es fijar ideas. Para mí, el arte verdaderamente revolucionario es silencioso.”
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