Dom 23.10.2005
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CINE > EL CINE ADOLESCENTE DE EZEQUIEL ACUñA

Adolescer

Con su debut Nadar solo, Ezequiel Acuña le dio al cine argentino una película en la que la adolescencia era la única protagonista: los tiempos muertos, la amistad inquebrantable que se resquebraja, el amor desde lejos, los hermanos mayores y esa sensación irrepetible de adolescer sin saber de qué. Ahora, vuelve a sumergirse en esa atmósfera con su segunda película: Como un avión estrellado. El escritor chileno Alberto Fuguet presenta el mundo según Acuña.

Vi Como un avión estrellado a fines de febrero de este año, con Ezequiel a mi lado, en el living de su casa (de la casa de sus padres, lo que sube los bonos de Acuña: retrato de artista adolescente notan-adolescente), frente a un hospital gótico por la avenida Las Heras. El film de Ezequiel está ambientado en Valdivia (aunque filmado en Mar del Plata). Fue en Valdivia donde me tocó presentar, como uno de mis últimos gestos como crítico de cine, Nadar solo. El año antes, me tocó hacer lo mismo con 25 Watts, luego de quedar severamente impactado y entusiasmado con La ciénaga, de Lucrecia Martel. Me acuerdo que a la salida de Nadar solo, mirando el río Calle-Calle, en medio de una llovizna (siempre asocio a Acuña con lluvia y sus películas son de aquellas que uno tiene que ir a ver con bufanda y chaleco) y como se me acercaron un par de personas para felicitarme por Nadar solo (como si yo la hubiera dirigido) y otros, que de inmediato los puse en mi lista negra, me insultaron como si el film hubiera sido mío.

“Cómo te pueden gustar estas huevadas donde no pasa nada.”

En el mundo de Acuña llueve, no pasa nada y todo el mundo, incluso los grandes, tienen 17. El mundo de Acuña es adolescente pero no en el sentido teenage y colorido de los avisos publicitarios, sino que es un mundo donde todos adolescen de lo primordial. En las películas de Acuña, y sobre todo en esta nueva, todos son tristes, distímicos, incompletos y nadie la pasa del todo bien. Esto, por cierto, convierte a Acuña en un verdadero héroe para cierto tipo de adolescentes. Sobre todo para los adolescentes que no viven como supuestamente deberían vivir los adolescentes. El mundo de Acuña es quizá demasiado adolescente, pero ésa es su gracia. En esta supuesta debilidad, la del chico ostra, el chico flaco y melancólico que siente demasiado, está la fortaleza de su cine. Acuña en el fondo es un músico a lo Jeff Buckley (obsesión en Como un avión estrellado) que, para no sucumbir al suicidio, filma películas cortas y unplugged que conforman un álbum extremadamente triste, ideal para escuchar en un día nublado, donde cada película es un track que tiene títulos insuperables. ¿Cómo no quedar intrigado por películas que se llamen Nadar solo o Como un avión estrellado?

Llegué al mundo según Acuña por un afiche azuloso donde un adolescente está sumergido bajo el agua, a lo Nirvana, aguantando la respiración. El afiche no lo vi en un cine sino que me lo pasó el botones de mi hotel. Yo estaba invitado como periodista-crítico al Bafici y andaba con un guión bajo el brazo. Acuña quería conocerme porque, según él, es fan de Martín Rejtman (al igual que yo) y porque había leído todos mis libros y sentía que yo debía ver su película.

“Tenés que verla porque, en el fondo, es culpa tuya: tu libro Mala onda es una de las inspiraciones.”

La nota casi me hizo tomar la decisión de no asistir. Mala onda es mi libro adolescente y si bien sé que le gusta a cierto tipo de adolescentes, adolescentes que adolescen, lo cierto que a estas alturas es uno de esos libros que uno desea olvidar porque siente que ya no es el mismo ni tiene esa edad aunque quizá sigue adolesciendo de ciertas cosas.

Nadar solo me pareció ese tipo de debut con que uno sueña. El tipo de debut de un tipo que prefiere más Los 400 golpes que Snatch, que sabe quién es Rohmer y Kitano y Téchiné. Pero Acuña también ha leído a pesar de lo poco que hablan sus autistas personajes. La cercanía del autor con sus protagonistas es casi impúdica. Piensan tan fuerte –y piensan tanto– que podemos escucharlos sin tener la necesidad de escuchar la voz en off.

Me gusta el cine de Acuña y me gusta su mirada adolescente del mundo, una mirada donde los protagonistas no caben en su cuerpo, donde más que andar buscando amor se andan buscando a sí mismos. Vi Como un avión estrellado en su casa en una pasada por Buenos Aires luego de aislarme, post rodaje, en el salteño hotel de La niña santa. Necesitaba estar solo, aislado, lejos de la adrenalina de mi rodaje. Me encontré con Acuña y ahí me dijo que quería mostrarme su nueva película. Tenía dudas del título. Quería que la viera porque quería que se la comentara antes que hiciera su corte final y porque deseaba que le recomendara títulos. Los hice. Le envié diez. No utilizó ninguno, lo que habla bien de él. Como un avión estrellado es el mejor de los títulos para un film sobre un tipo tan perdido y desangelado como Nico.

Yo aproveché de desahogarme ante un tipo mucho más joven que yo, pero con más rodajes en el cuerpo, de lo que recién me había tocado: Se arrienda, mi debut cinematográfico (ópera prima como le dicen). Acuña me escuchó y, de una manera muy poco adolescente y totalmente madura, me calmó y me dejó más centrado. Aproveché para mostrarle imágenes que tenía en mi portátil. A veces uno necesita alguien que te diga algo preciso en el momento preciso. Lo que me dijo fue lo preciso. Lo que necesitaba escuchar para regresar a Santiago a montar la película. Ahí capté que quizá los cineastas son más generosos que los escritores. Por eso le doy las gracias al final de mi película. El dice que me da las gracias al final de la suya.

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