El lado oscuro de Corín Tellado.
Por Carolina Prieto
Cuatro amigas se reúnen a leer novelas de Corín Tellado en Esta vez no voy, una pieza que acaba de reestrenarse en la sala La Tertulia. Lo hacen con devoción y de la lectura pasan enseguida a dar vida a los distintos personajes de los libros que, durante décadas, millones de lectoras de habla hispana devoraron en forma más o menos secreta. Las chicas lucen enjutas, algo reprimidas, también sexies pero torpes y hasta desaforadas, con un halo muy años ‘50. Más allá de matices y diferencias, un denominador común las engloba: el ansia irrefrenable de alcanzar un amor que dé sentido a sus vidas. Pero ¡atención!: lo que podría sonar a folletín rosa y acaramelado tiene sus aristas. Es que la directora Cecilia Rainero, una joven cordobesa de 29 años, no se centró en la producción más purista de María del Socorro Tellado López (verdadero nombre de la escritora española cuyas novelas se vendieron a escala mundial tanto o más que la Biblia o El Quijote) sino en una zona más densa y hasta atrevida para la época, que trenza los romances con homosexualidad, bisexualidad, drogas, orgías y bajo fondos. El cuarteto de actrices es impecable: transmutan en heroínas ingenuas o rebeldes, hombres despechados y padres autoritarios con total fluidez y mínimos cambios de vestuario. Componen criaturas rígidas, otras más endebles y sufridas que enternecen hasta al espectador más duro en un marco sencillo, habitado por sillones en tonos pastel, trajecitos sastre, polleras a media pierna y algún toque de glamour típico de las chicas Almodóvar. Hay mucha ridiculez y humor absurdo pero nunca suena a menosprecio hacia estas féminas que fantasean con el matrimonio como salvación eterna.
Esta vez no voy. Viernes a las 21 en La Tertulia (Gallo 826, reservas al 6327-0303).
La poesía de Adelia Prado en unipersonal vestido de novia.
Por C. P.
“El amor, el amor, el amor.../ te toma, te come, te moja”, repite una mujer en la silenciosa quietud de una tarde de verano, sentada frente una máquina de coser mientras da algunas puntadas a la larguísima cola del vestido blanco que lleva puesto. Repite la frase buscando el tono justo hasta crisparse. Así comienza Siesta, unipersonal que se presenta los sábados por las tardes en No Avestruz, una sala hippie-chic que invita a sentarse en escalones y cómodos almohadones, como en el living de una casa. Durante poco menos de una hora, Paulina Rachid (la adolescente del film El mundo contra mí, de Beda Docampo Feijóo, trabajo que le valió el premio Cóndor de Plata a la revelación femenina), revela los deseos de sexo, amor y compañía de la protagonista con la transparencia típica de los chicos. Quiere que la quieran, quiere amor, y lo expresa casi como si fuera un capricho, como un tesoro que le corresponde pero le fue vedado. La dramaturgia se basa en poemas de la brasileña Adelia Prado y alcanza imágenes de una belleza potente y juguetona. “Soy de barro, soy loca, soy barroca/ Me desmayo sólo de estar viva”, pronuncia como suspendida en un cosmos irreal. Finas capas de gasa color marfil nacen de su cintura, interminables; y ella las trabaja en la máquina formando una figura que a pesar de su liviandad se cierra sobre sí misma. ¿Acaso está atada al universo solitario de la costurera? Pareciera, pero ello no le impide dibujar y escribir con plasticolas de colores en el vestido de hada creado por el diseñador top Martín Churba. Muy expresiva y bonita, la intérprete deshoja la intimidad de una chica desmesurada en su impulso vital (“Para el deseo de mi corazón, el mar es un gota”, confiesa) en un viaje alrededor de sí misma.
Siesta. Sábados a las 19 en No Avestruz (Humboldt 1857, reservas al 4771-1141).
Otro unipersonal, esta vez con grabador, canciones y desconsuelo.
Por C. P.
Otra mujer sola en su casa o en lo que queda de ella, ya que todo indica la inminencia de una mudanza. Cajas de cartón, casetes acumulados, ropa doblada a punto de ser guardada en una valija. En esa soledad en que los días se apagan para comenzar en otro lugar, una veinteañera ordena sus pertenencias mientras bailotea, fuma un cigarrillo y canta con suavidad un puñado de deliciosas melodías que emite un grabador. Son canciones de amor y algunas inflexiones en la voz denotan acaso emociones enquistadas en el personaje de Pilar Gamboa, una actriz que conviene seguir muy de cerca. El escenario le calza como un guante: parece ser su marco natural y su presencia es allí contundente. En el espacio de ElKafka donde esta experiencia se realiza, no se respira el mínimo artificio. Como si los pocos espectadores que se dan cita por función oficiaran de voyeurs de un episodio con instantes exquisitos, fugaces y aparentemente simples. Sin mirar al público en ningún momento, ella juega a mujer sensual frente al espejo con su vestido rojo, o disfruta de las canciones que calaron hondo en su vida. Placeres mínimos pero también confesiones dolorosas: ¿Qué fue de las palabras que su enamorado le dedicó una tarde? ¿Qué sentido tenían para uno y otro? ¿Cómo hacer para que el rostro del chico no se desdibuje en su mente? Lorena se pregunta todo esto y más entre sollozos. Lo graba en un casete que quizá vaya a entregárselo. Y por momentos, frente a sus intentos por recuperar una ilusión que se perdió, dan ganas de saltar de la butaca para abrazarla.
Remitente Lorena. Jueves a las 21 en ElKafka (Lambaré 866, reservas al 4862-5439).
Un hombre abandonado y transformado en insecto (no es Kafka).
Por C. P.
Intenta incorporarse en un espacio muy reducido y choca inevitablemente contra el bidet, el inodoro, el lavabo y un piano. En este extraño baño que ocupa unos pocos metros del escenario, un hombre de aspecto común (pantalón y camisa marrón) se mueve de manera poco común y metafórica. De a ratos, parece un animal que lucha por ponerse de pie, explora las posibilidades más absurdas sin asustarse por los golpes, las caídas ni los ángulos inestables. Al contrario, parece buscarlos. Todo funciona como un punto de apoyo, hasta el instrumento que toca de maravillas. El director e intérprete de esta rareza es Pablo Rotemberg, un bailarín y músico prodigioso que trabajó con los grandes de la danza independiente local antes de probar suerte con un unipersonal de su autoría. Del clima poético al humor más directo sin avisos: en calzoncillos y con guantes de plástico para lavar los platos, se lanza a sacar brillo a su bunker usando un trapo ya mancillado. Y todo se pone oscuro, mientras se escucha una suerte de bolero que reza “Al perderte, me perdí”. Si antes el humor tenía mucho de desconcierto, en este momento se aclara: el muchacho fue abandonado y el encierro en el baño acaso sea su refugio tras la pérdida. Un Gregorio Samsa para disfrutar a pleno, que recuerda que no sólo el trabajo deshumanizado aliena, también el desamor.
El lobo. Viernes a las 22 en El Camarín de las Musas, (Mario Bravo 960, reservas al 4862-0655).
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