Dom 07.07.2002
radar

Orgullo criollo

En medio del impresionante número de homenajes que se le rinden por estos días a Astor Piazzolla, Julio Nudler para la pelota y recuerda que hoy se cumplen exactamente treinta años de la muerte de Pedro Laurenz, el bandoneonista y compositor que inauguró la era más esplendorosa del tango y creó una escuela de interpretación de la que el mismo Piazzolla es uno de sus alumnos más dilectos.

› Por Julio Nudler

Por Julio Nudler
Quiero elogiar en el bandoneón toda la bronca de ‘Mala junta’...”, escribió Roberto Arlt en una de sus “Aguafuertes porteñas”, en referencia a ese impresionante tango –uno de los himnos del género– compuesto por Julio De Caro y Pedro Laurenz. Hoy se cumplen 30 años del día en que éste fue ayudado a bien morir por quien había sido violinista de su orquesta, Samy Frieden-thal, cuya muerte sobrevendría seis años más tarde, hace ya, también exactamente, 24 años. Aunque estos días la evocación de Astor Piazzolla ocupe todos los espacios, no puede olvidarse que Laurenz —nacido en Villa Crespo el 10 de octubre de 1902— no fue menos, ni como bandoneonista ni como compositor (aunque de obra no tan frondosa), teniendo en cuenta el defasaje de dos décadas entre sus vidas. Además de forjar toda una escuela de interpretación, de la que el propio Piazzolla sería tributario, creó un lenguaje musical nuevo, con eje en el fueye, para expresar aquella Buenos Aires entrañable de las décadas del ‘20 al ‘40 y el alma de su gente.
Su inspiración se entreveró primero con la decareana: proveniente del conjunto del pianista Roberto Goyeneche, ingresó al sexteto de Julio De Caro en 1925, y escribió con este violinista dos obras fundamentales, como la mencionada “Mala junta” y “Orgullo criollo”. Pero Laurenz ganó pronto altura propia, con tangos imprescindibles como “Mal de amores”. Muerto de miedo, había aceptado incorporarse al revolucionario sexteto, hoy mítico, para suceder a Luis Petrucelli. Ello suponía sentarse junto a Pedro Maffia, su ídolo, con quien compondría otro tango célebre: “Amurado”. Eran dos temperamentos opuestos: aplacado e introvertido el de Maffia, fogoso y exaltado el de Laurenz. En dos años grabaron, en dúo de bandoneones, cinco discos de pasta, de dos caras. A ese binomio clásico y fundacional dedicó Astor su tango “Pedro y Pedro”.
Una probable fecha de inicio simbólico de la tanguísticamente apoteótica década del ‘40 es el 24 de setiembre de 1937, cuando Laurenz graba con su orquesta en los estudios de la RCA Victor su segundo disco. De un lado, “Arrabal”, un tango decisivo del pianista José Pascual, que muestra esa intención acuarelística que impregna toda la escuela decareana (¿no sería igualmente adecuado llamarla “laurenzeana”?). Del otro, “Abandono” (previamente denominado “Amarguras”), de Maffia y Homero Manzi, cantado por Héctor Farrel. En aquella placa se anunciaba la era de esplendor musical que se aprestaba a vivir el tango, así como Juan D’Arienzo excitaba con su estilo el frenesí danzante.
Hoy, tantos años después, ¿sobrevive en algún rincón de Buenos Aires ese idioma musical que imaginó Laurenz para la ciudad, o ha sido definitivamente olvidado? El cronista se planteaba esta melancólica pregunta días pasados, mientras pensaba en proponerle al editor de Radar la publicación de este homenaje, necesariamente breve, dadas las circunstancias, a aquel gran artista. Viajaba entonces en el tren cotidiano cuando un bandoneonista veterano irrumpió en el vagón, abrió el estuche, instaló un cajoncito, se sentó sobre él, apoyó el instrumento sobre su falda y anunció: “Milonga de mis amores”, de Pedro Laurenz. Simple casualidad, ¡pero qué casualidad! Cuando pasó el sombrero de paja, muchas monedas cayeron en él. ¿Un indirecto tributo al compositor?
Uno de los tangos más frecuentados en los últimos años, tal vez gracias a su exhumación por Roberto Goyeneche, es “Como dos extraños”. Pedro Blanco Acosta (Laurenz era el apellido del primer marido de su madre y lo llevaban sus dos hermanastros bandoneonistas, Eustaquio y Félix, por lo que De Caro se lo aplicó también a él) lo escribió en 1940, con letra del prolífico y refinado José María Contursi. Juntos ya habían entregado, en 1938, “Vieja amiga”, una pequeña pieza maestra que logró su mayor impacto en la versión de Floreal Ruiz con la orquesta de José Basso. Las contribuciones destacadas de Laurenz al tango con letra no fueron muchas, pero sí notables, sin excluir la citada “Milonga de mis amores”, tambiéncon versos de J.M.C., grabada magistralmente por Charlo con guitarras el 2 de junio de 1937. No puede soslayarse “De puro guapo”, con letra de Manuel A. Meaños. En cuanto a “Amurado”, fue la única obra que le grabó Gardel, a quien Laurenz y Julio De Caro secundaron en la película Luces de Buenos Aires cuando el Morocho cantaba conmovedoramente “Tomo y obligo”.
La huella más profunda la dejó Laurenz como artífice de tangos instrumentales, serie que comenzó con “La revancha”, en 1924, obra que se instaló con permanencia en los repertorios. La serie incluye piezas como “Berretín”, “De antaño”, “Risa loca” y “Esquinero”, que es el tango que interpreta en solo de bandoneón en la película Fueye querido, de Mauricio Berú, de 1966. Nacido en Villa Crespo, había actuado durante su adolescencia en Montevideo, junto a sus hermanastros. En la orquesta de Luis Casanovas se paraban detrás suyo los violinistas Edgardo Donato (que escribiría “A media luz”) y Roberto Zerrillo. También formó parte de la orquesta de Eduardo Arolas. Pedro tocó en el café Au Bon Jour, en el cabaret Moulin Rouge y en diversas “pensiones”, como los uruguayos llamaban a los burdeles.
Tras ser durante ocho años primer bandoneón de De Caro, Laurenz formó orquesta propia en 1934 para debutar en Los 36 Billares, café de Corrientes 965, enfrente del Germinal, en cuyo palco tocaba el prodigioso sexteto de Elvino Vardaro. ¡Vayan tiempos! Llevó consigo al cieguito Armando Blasco (remplazante de Maffia en el sexteto De Caro), y confió el piano a Osvaldo Pugliese, de corta permanencia. Sí prolongada fue la actuación del pianista Héctor Grané. Mario Soto, el letrista de “Pasional”, fungía de animador y glosador. Esa magnífica formación gravitó marcadamente, pero sin alcanzar nunca un primer plano de popularidad. Quizá porque, salvo en el caso de Alberto Podestá (son estupendas sus versiones de “Paisaje”, “Garúa” y “Nunca tuvo novio”), no tuvo cantores de gran impacto, pese a su alta calidad. Los de mayor relieve fueron Juan Carlos Casas (“Al verla pasar”), Carlos Bermúdez (“La madrugada”) y Jorge Linares (“Naranjo en flor”).
En 1960, como balsa que recoge a las víctimas de un naufragio, se formó el Quinteto Real, cuando era ya muy difícil sostener a toda una orquesta típica. Laurenz militó en él junto al violín de Enrique Mario Francini y el piano de Horacio Salgán, quien marcó a la formación con su impronta. Fue, si se quiere, el último fulgor en la órbita del bandoneonista de quien Oscar Zucchi, el máximo investigador de este instrumento hoy universal, resalta “su brillante sonoridad, su toque enérgico, su vehemente fraseo y el sonido cabrero de sus cerrandos”.

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