ARQUITECTURA > LA OBRA VANGUARDISTA DE RUDY RICCIOTTI
Primero ganó un concurso para remodelar una iglesia construida por los nazis, y ubicó los baños donde antes estaba el atrio. Ahora, ganó el concurso del Louvre para refaccionar la sala de Arte Islámico del museo: su propuesta es cubrirla con una tela al mejor estilo burka. Y en el camino, el francés Rudy Ricciotti se ha convertido en uno de los arquitectos más vanguardistas del mundo a fuerza de... tratar de no ser francés.
› Por Gustavo Nielsen
El arquitecto Rudy Ricciotti, de Marsella, Francia, dice que a él se le ocurren cosas originales porque tiene las oficinas sobre el Mediterráneo. Si viviera o trabajara en París, asegura, no estaría tan relajado. Su pueblo es, para él, como un porro urbano: siempre verde, siempre suave, siempre dispuesto a contribuir a que las ideas salgan.
Su hacer me hace acordar al decir de Damián Tabarovsky en el libro Literatura de izquierda: “La vanguardia, que a primera vista aparece como afirmativa, programática y prescriptiva, como una cadena de certezas, es, de hecho, un a tientas, un zigzag, un merodeo siempre precario, una verdad siempre en proceso de abandono”. La vanguardia literaria de la que habla Tabarovsky se propone enfrentar al lenguaje, desafiarlo, hacerle morder el polvo; es una vanguardia que se topará con la cuestión de sentido, con la ambición de doblegar el peso de la sintaxis y de cuestionar el poder de las palabras. “La condición de vanguardia consiste en llevar una posibilidad hasta su extremo”.
Rudy Ricciotti nunca leyó a Tabarovsky y, sin embargo, mientras saborea un Jim Beam sin hielo, declara: “La arquitectura fue y sigue siendo un objeto estético, pero es también histeria, deseo, esquizofrenia, revolución, voyeurismo, romanticismo y pornografía. Todo superpuesto y simultáneamente”. Es sorprendente que dos tareas tan disímiles como arquitectura y literatura tengan puntos en común en la misma médula de su estructura vertebral.
Rudy Ricciotti sabe que, en Francia, el contexto –esa palabra que los arquitectos respetamos tanto– no es el mismo de Latinoamérica. En la Francia actual no hay deseo, salvo para las minorías étnicas, que no son representativas de lo francés. Para ellas sólo hay, desde el Estado, agresión y prohibiciones. Las minorías aún cogen. Los dinosaurios, ya no. Los dinosaurios sólo realizan intentos inútiles para apagar todo ese fuego.
Rudy Ricciotti, arquitecto, prefiere el fuego.
La obra es en Postdam, Berlín. Un primer premio que gana Rudy. El llamado a concurso se hace para realizar una sala de conciertos en lo que era una iglesia de 1934, construida por los nazis. Es una iglesita de planta simple, con una sola nave, sin crucero y un atrio semicircular al fondo. Comparable a la que le tocó reciclar a nuestro Clorindo Testa en el convento del Pilar, ahora Auditorio del Buenos Aires Design Recoleta. ¿Cómo restaurar un edificio nazi sin hacer una reivindicación del nazismo? Respuesta de Rudy: “Cortándole la cabeza”.
La intervención es una pared negra (más negra que los perros negros del libro de Ian McEwan), hecha en pizarra, que separa definitivamente la nave del atrio. En la nave, que ahora ha quedado solamente rectangular, habrá una sala de conciertos. Y en el atrio, antes espacio sagrado y cerebro del recinto, solamente los servicios. Baños, depósitos, guardarropas. Inodoros y mingitorios.
El lugar del Reich.
Otra cita del libro de Damián Tabarovsky: “La abstracción, desde origen, a diferencia de las otras vanguardias, siempre estuvo más cerca de lo último que de lo primero, del final que del comienzo; la abstracción fue la vanguardia que quiso terminar con todas las vanguardias, la pintura que quiso acabar con todas las pinturas. A diferencia del ready-made, que induce a preguntarnos “¿esto es arte? ¿qué es el arte?”; la abstracción da por sabida la respuesta (obvio que es arte: hay un lienzo, un marco, colores, firma, precio)...”.
Otro ejemplo de la originalidad de Ricciotti: en el edificio de la Gran Administración para la Salud de Saint’Ettienne, decide encarar el proyecto no como francés, sino como minoría. El siente que los románticos, en el mundo capitalista, somos minoría. Es un centro de salud inscripto en medio de un barrio muy pobre, una barriada de inmigrantes. Rudy sabe que debe hacer algo que sobresalga sin molestar, algo que todos reconozcan sin agredir, y no puede jugar al contexto (porque lo que hay alrededor no es arquitectura). Decide embellecer con obra de arte. Y para eso recurre a un artista: Simón Hantaï.
Hantaï es el padre del simbolismo biológico. Nacido en 1922, empezó a exhibir sus pinturas en París hacia 1953, introducido por Bretón. “Blanca” (Les Abattoirs, Toulouse), el cuadro que se reproduce junto a las fotos del proyecto, es de 1973.
El edificio de Rudy está recubierto por una piel de hormigón que reproduce los cuadros abstractos de Hantaï. Donde allí había pintura, aquí habrá vacío. La superficie de vacíos corresponde a la necesidad de ventilar e iluminar el edificio, de perímetro libre. La fachada norte precisa diferente luz que la sur, para lograr una iluminación pareja dentro de las habitaciones. Actualmente está en construcción: es una belleza. Un Hantaï gigante fuera de galerías.
Tabarovsky descree de la literatura como bien cultural junto a todo lo que él llama “literatura de izquierda”, simplemente porque descree de la “cultura”. Ricciotti descree de la arquitectura como bien cultural, simplemente porque descree de la “cultura francesa”.
Por eso se presentó al concurso internacional para hacer la sala de Arte Islámico en el Louvre. Lo hizo junto a su amigo italiano Mario Bellini y nuevamente obtuvo el primer premio.
La propuesta se va de la caja pensada por el Louvre para contener al islamismo, y termina ocupando un patio completo. El proyecto es un techo ondulado, “como una sábana sacudida en el aire”, según el propio arquitecto. Sencillo y moderno. “Y no se trata de comunicar nada; la obra islámica será la que deba comunicarse con el público, no yo. Mi yo está en otra parte.”
A Ricciotti le hacen un reportaje para www.archiworld.tv. Decide aceptarlo si puede poner las condiciones. Quiere pronunciar su discurso arquitectónico ante un micrófono, sin que nadie le pregunte nada, mientras una modelo desnuda lo manosea sin cesar. Ponen la cámara, la modelo. Le presto una corbata. Lo que dice es parecido a esto, que tomé de Tabarovsky con el atrevimiento de cambiar la palabra literatura por la palabra arquitectura, cada vez que Damián la escribe:
“De arquitectura es difícil discutir. No porque en la discusión se cuele el gusto, el aburrimiento o la mala fe. Esos son detalles. Sino porque la arquitectura se opone al consenso, al diálogo, a la argumentación. Esa arquitectura es acto, se impone, procede como el terror revolucionario: disuelve las jerarquías y, como verdadera revolucionaria, se disuelve ella misma cada vez que alcanza a descubrir el secreto. El secreto nunca lo supe, y si alguna vez lo supe, lo olvidé. Apenas recuerdo la consigna: transformar lo contingente en necesario”.
En el video completo (se puede ver un fragmento en el sitio web, buscando en la semana 10 y después clikeando sobre el nombre del arquitecto), Ricciotti terminará gritando, en chiste:
–¡Je suis un architecte catolique!
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