Dom 08.01.2006
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PERFILES > C. S. LEWIS, EL AUTOR DE LA SAGA DE NARNIA

El león de Dios

Huérfano de madre, torturado como pupilo, sobreviviente de la Primera Guerra, profesor de Literatura Medieval y Renacentista en pleno auge modernista, casto durante años, fervoroso converso, apólogo del cristianismo y compañero de charlas de J. R. R. Tolkien, C. S. Lewis fue una de las imaginaciones más extrañas de la literatura inglesa. Y ahora que Peter Jackson demostró que se podía hacer una obra maestra con El Señor de los Anillos, Hollywood parece dispuesto a darle una oportunidad a Las crónicas de Narnia, la otra gran saga de fantasía que quedaba por adaptar. Acá, un indispensable retrato de su autor.

› Por Mariana Enriquez

C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien compartían algo más que el uso de las siglas para acortar sus nombres. Entre las décadas del ’30 y del ’60, ambos fueron profesores en Oxford y parte de un grupo informal de escritores que se juntaban en aulas y pubs para leer y comentar sus obras, llamado los Inklings. No fueron los miembros fundadores, pero sí los más activos. Tolkien leyó allí partes de El Señor de los Anillos y C. S. Lewis de Las crónicas de Narnia. Cincuenta años después, las populares sagas de los excéntricos amigos están entre las películas de fantasía más taquilleras de los últimos años –sólo comparables a Star Wars y Harry Potter–. Es una curiosa reivindicación, sobre todo porque durante años se creyó que era imposible trasladar alguna de las dos sagas al cine. El propio Lewis abominaba de una versión cinematográfica de Narnia: “Los personajes animales antropomórficos, sacados de la narrativa y llevados a lo visual –decía–, siempre se transforman en chistes o en pesadillas”. El tiempo no le dio la razón.

DE PAGANO A CRISTIANO

La trayectoria biográfica de C. S. Lewis es muy peculiar, tanto que ha dado lugar a numerosas y contradictorias biografías, sumadas a detractores acérrimos y devotos entre los que se contaba el papa Juan Pablo II; claro que nada importaría si no hubiera escrito un clásico como Las crónicas de Narnia: el resto de la producción de Lewis no está a la altura de su leyenda, pero se trata de uno de los corpus literarios más extraños del siglo XX. Escritor de ciencia ficción y fantasy, después de su repentina, definitiva y espectacular conversión, también escribió libros autobiográficos y polémicos ensayos sobre el cristianismo. Irlandés nacido en Belfast en 1898, tuvo una infancia idílica junto a su hermano Warren; desde chico, Lewis (a quien llamaban “Jack”) tenía pasión por los animales, y junto a su hermano crearon el reino de Boxen, habitado y controlado por animales parlantes, cada cual con su propio lenguaje. Fascinado por los cuentos de hadas y la magia, encontró un término para la sensación que le provocaban las leyendas y los mitos: “Joy” (“Alegría”). Más tarde escribiría una autobiografía centrada en la búsqueda de esta sensación, llamada Searching for Joy. Además, Lewis se autodenominaba un “devoto de la Flor Azul”, inspirado en un cuento del poeta alemán Novalis, donde un joven sueña con una flor azul y se pasa la vida tratando de encontrarla.

En 1908, Lewis perdió a su madre. La relación con su padre era pésima, y fue enviado pupilo a una serie de colegios ingleses. Sus años allí fueron tétricos. El crítico Adam Gopnik escribe: “Fue golpeado, atormentado y traumatizado incluso más allá de lo esperable para la escolaridad adolescente británica. Las palabras del propio Lewis sobre estos lugares son prácticamente leninistas. Recuerda a un director que corría a un chico de clase baja con un bastón por los pasillos, furioso por sus pretensiones de ascenso social. También escribe sobre su último colegio, Malvern, con más horror e intensidad de lo que jamás escribió sobre sus experiencias en la Primera Guerra Mundial. Está claro que el trauma, a la edad del despertar sexual, fue profundo y duradero. Tuvo los resultados usuales: Lewis desarrolló lo que incluso sus biógrafos cristianos –como Jacobs– llaman ‘leves fantasías sadomasoquistas’; en cartas a un amigo homosexual, nombraba a las mujeres que le gustaría ‘darles nalgadas’ y durante un tiempo firmó sus misivas como ‘Philomastix’, es decir, amante de los látigos”.

Para 1913, Lewis había abandonado la fe protestante de sus padres, y se había entregado a una suerte de neopaganismo relacionado con el Renacimiento Celta (admiraba profundamente al poeta irlandés W. B. Yeats) y los mitos nórdicos. Encontraba allí esa alegría que consideraba ausente por completo en el severo cristianismo. Ni siquiera la guerra lo devolvió a la religión, aunque le ganó una relación complejísima que aún hoy es tema de debate: cuando peleó en el Frente Occidental, se hizo muy amigo de un joven soldado irlandés, Paddy Moore. Se prometieron que, si alguno de los dos moría, el otro se haría cargo de su familia. Paddy murió, y Lewis fue dado de baja, herido. No bien se recuperó, fue en busca de la madre y la hermana de su amigo, a quienes cuidó hasta que murieron, y con las que mantuvo una relación que, según algunos biógrafos, rozaba la tortura psicológica. Para entonces ya estudiaba en Oxford –había dejado la universidad durante un año para servir voluntariamente en el frente, porque como irlandés no había sido reclutado– y dividía sus días entre tratar de mantener a su familia adoptiva, cuidar de su hermano –ahora alcohólico– y su trabajo académico. Janie Moore, la madre de su amigo caído, era una mujer obsesiva y posesiva, y Lewis hasta rechazó buenas oportunidades laborales para no mudarse de Oxford y así no cambiar de colegio a la niña Maureen. En sus últimos años, Janie Moore, senil y agresiva, convirtió el hogar que generosamente le había ofrecido Lewis en un infierno. Pero él jamás la abandonó.

Mientras tanto se hacía amigo de Tolkien en Oxford. Ambos se dedicaban a materias tradicionales y “duras” como académicos, y eran famosos por ser antimodernos: Tolkien se dedicaba a la Filología y Lewis fue profesor de Literatura Medieval y Renacentista en Cambridge. Pero Lewis era bastante más amplio que su amigo: le gustaban Kafka y Virginia Woolf, por ejemplo, mientras Tolkien creía que nada de valor se había escrito después del 1100.

Pero fue a través de Tolkien que Lewis reencontró el camino hacia el cristianismo. La leyenda dice que una noche de otoño de 1931 los amigos compartieron una caminata nocturna, y conversaron hasta la madrugada.

Tolkien le dijo que sus creencias estaban equivocadas, que su distinción entre mito y hechos, entre una “alegría” atemporal y la creencia en una religión histórica, era falsa. Le dijo que toda existencia era intrínsecamente mítica. Si alguien estaba atraído por la magia de los mitos, como lo estaba Lewis, debía aceptar el mito cristiano, así como aceptaba los mitos nórdicos. Más tarde, Lewis diría que esa noche descubrió que la historia de Cristo “era sencillamente un mito verdadero, un mito que trabaja sobre nosotros de la misma manera que los otros, pero con la tremenda diferencia de que realmente sucedió”.

LA LLEGADA DE ASLAN

Poco después, Lewis se convirtió a la Iglesia de Inglaterra –para amargura del católico Tolkien– e inició su carrera como teórico del cristianismo con gran entusiasmo. Incluso participaba de debates públicos, y era conocido por su ortodoxia, mucho más extrema que la de Tolkien. Se lo conocía popularmente como “El apóstol de los escépticos”, porque asegura haber sido convertido por la “evidencia”. En consecuencia, sus libros más famosos sobre el cristianismo (Mere Christianity y The Problem of Pain) argumentan sobre las dificultades a la hora de aceptar la fe. Pero el cristianismo también está presente en su obra de ficción: la Trilogía del Espacio –el libro más famoso es Planeta Silente– tiene más que ver con su humanismo, pero Las crónicas de Narnia –siete libros en total– son casi evidentemente una alegoría cristiana.

El más popular de la serie es El león, la bruja y el ropero, el mismo que acaba de llevarse al cine. Aunque toma elementos de los mitos griegos, romanos y celtas, además de cuentos de hadas ingleses e irlandeses, es claramente cristiano en trama: cuatro niños descubren una tierra encantada del otro lado del ropero. Es Narnia, controlada por la Bruja Blanca, que ha castigado al país con el Invierno Eterno. Los animales parlantes que viven allí esperan desesperadamente el regreso de Aslan, el rey león, que restaurará su libertad. Y Aslan vuelve. Pero la Bruja conspira y lo mata. Sin embargo, se produce el milagro: Aslan vuelve a la vida, y le devuelve la primavera a Narnia. Tolkien, amigo fiel pero crítico, detestaba Las crónicas de Narnia: aunque él mismo era un católico devoto, consideraba que la alegoría no debía mezclarse con la literatura, menos aún a la hora de crear mitos modernos.

Lewis escribió Las crónicas de Narnia entre 1950 y 1956, inspirado en los niños huérfanos a causa de la Segunda Guerra Mundial que recibía en su casa. Pero, al mismo tiempo, tuvo su propia epifanía. Hasta ese momento, su vida personal había sido casi la de un recluso; pero con la muerte de Janie Moore, llegó providencialmente una mujer mayor que él, casada, judía conversa al cristianismo, llamada Joy Davidman. Allí, Lewis pareció encontrar encarnada esa joy que venía buscando. Apasionada y bocona, poco adecuada para esposa de un académico, Joy enamoró hasta la locura a Lewis. “Celebrábamos el amor. No hubo corazón ni cuerpo que quedara insatisfecho”, escribió. Joy murió de cáncer de huesos poco después, y en su inmenso dolor Lewis escribió A Grief Portrayed, considerado uno de los más sentidos libros biográficos sobre el duelo jamás escritos. Aquí, Lewis no reniega de su fe, pero confronta a Dios al estilo del Libro de Job; y por fin se aleja del dogmatismo para reanudar otra búsqueda, diferente, otra vez llena de dudas, pero quizá por eso más rica.

Lewis murió pocos años después que su amada Joy, en noviembre de 1963, en la casa de Oxford que compartía con su hermano Warren. Pero casi nadie le prestó atención a su muerte. Ese mismo día también murió Aldous Huxley y fue asesinado John Fitzgerald Kennedy. El interés por su vida y obra recién se avivó en 1993, cuando se estrenó la película Shadowlands, retrato de su vida con Joy Davidman. Y esta semana, la primera entrega de Las crónicas de Narnia acaba de sacar del primer lugar de la taquilla a King Kong, la película dirigida por Peter Jackson, el mismo que consiguió una obra maestra con la saga de Tolkien. Los excéntricos y conservadores amigos están de moda. Y se puede presumir que ellos estarían muy asombrados.

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