NOTA DE TAPA
Igual que los Beatles con Anthology hace un par de años, los Rolling Stones han decidido publicar un libro en el que cuentan su propia historia. Pero lejos de la remembranza cálida, la elegía al amigo ido y la complicidad fraternal, According to the Rolling Stones (Planeta) es una desenfadada, perversa, escalofriante y sincera desmitificación: de su música, de su mística, de sí mismos, de los que dejaron la banda, del secreto de su éxito y del motivo que los hace seguir adelante.
› Por Mariana Enriquez
Es curiosa la actitud de los Rolling Stones ante la tarea de emprender su biografía personal, narrada por ellos mismos, a la manera de Anthology de los Beatles. Se llama According to The Rolling Stones y es un relato desapasionado y apasionante precisamente por su falta de romanticismo. ¿Qué banda de rock se atreve a, o cree que es una buena idea, incluir entre los invitados a escribir pequeños ensayos sobre su carrera a su contador personal, por ejemplo? Bueno, los Rolling Stones lo hacen, y allí está el banquero Príncipe Rupert Loewenstein, encargado de las finanzas del grupo, escribiendo sus recuerdos; y no sólo eso: su hija Doris es la editora. Los Stones se piensan, claramente, como una empresa, pero sin ambages ni dudas; todos sus recuerdos, además, están teñidos de un escalofriante darwinismo. Verlos hoy, con más de sesenta años, montados a giras que serían extenuantes para hombres treinta años más jóvenes, es una especie de aborto de la naturaleza, o un acto pionero como de hombres en Plutón. Y en sus recuerdos encarnan esa selección natural trasladada crudamente a la cuestión económica; dejan claro que no sólo hace falta suerte, talento y físicos privilegiados, sino una comprensión cabal del capitalismo y el funcionamiento inexorable del negocio del espectáculo, por decirlo de una manera ampulosa. Así, los Stones son más sinceros que nunca, aunque no sea una sinceridad que los enaltezca ante sus fans –lo curioso es que no parecen desear ese enaltecimiento–. Por supuesto, Keith Richards aporta anécdotas encantadoras e inquietantes, pero Mick Jagger se encarga de corregirlo y bajarlo a tierra de un piedrazo con frecuencia, en un juego perverso donde ambos –qué relación más rara tienen– construyen y destrozan su propio mito. Charlie Watts emerge como un hombre de cruel lucidez y Ron Wood, como un verdadero apóstol de paciencia infinita. ¿Y los que se fueron? No están. Bill Wyman pasó veinticinco años con ellos, fue miembro fundador, y sin embargo no fue invitado a participar de este libro, sus compañeros apenas lo mencionan, y entre las inéditas y hermosísimas fotos que se incluyen, Wyman aparece sólo lo necesario. Más generosos son con Brian Jones, e incluso con Mick Taylor, pero el racconto está atravesado de un extraño concepto de traición, o como declara Keith Richards, “nadie se va de esta banda si no es en un ataúd”.
La biografía definitiva de los Rolling Stones todavía está por escribirse. Ellos ni siquiera se molestan en ofrecer pan y circo: poco hay en el libro sobre sus epopeyas de drogas, sus problemas con la ley, su fama de forajidos; del desastre de Altamont sólo habla escuetamente Charlie Watts. Los compañeros de ruta –Gram Parsons, Marianne Faithfull, Anita Pallenberg, Jimmy Miller– aparecen lo estrictamente necesario. Eso sí, para los interesados en el aspecto musical, aquí hay muchísimo material: los Stones prefieren ese terreno más seguro, y es fabuloso leerlos. Las entrevistas se hicieron durante apenas un período de un año, lo que denota cierta desidia y, nuevamente, una pasmosa ausencia de solemnidad. Hay una declaración de Keith Richards que, quizá, permita vislumbrar qué hay detrás del complejísimo fenómeno de los Rolling Stones: “Hemos escrito muy pocas cosas que tengan que ver con lo que nos sucede de verdad, por la simple razón de que tenemos muchísimo que esconder”. Ahora que han decidido contar su propia versión, se esconden más que nunca. Y al mismo tiempo, aparecen como reyes desnudos.
Keith: A principios de los ’60, Harold MacMillan solía decir: “Nunca se ha vivido mejor”. No estoy seguro de que eso fuese así, pero lo que es cierto es que antes uno vivía rodeado de los escombros de la guerra. Londres tenía enormes edificios, pero doblabas la esquina y te encontrabas con una hectárea sin urbanizar, y las calles estaban llenas de excrementos de caballos porque apenas había coches. Son cosas que extraño de Londres: caca de caballo y humo de carbón, mezclados con un poco de diésel aquí y allá. Una mezcla terrible. Probablemente eso es lo que me llevó a las drogas. Crecí en un mundo donde el racionamiento era el pan de cada día. Recuerdo que en el colegio nos daban una botella de jugo de naranjas una vez al mes, y los profesores nos decían: “No se olviden de su vitamina C”. Había muchos chicos con raquitismo. Apenas había caramelos. Pero de repente, un buen día, se abrieron las puertas y aparecieron ante nuestras narices todo tipo de bienes de consumo. Otra novedad de mi generación es que dejamos de tener que ir al servicio militar obligatorio. Y la música irrumpió en nuestras vidas, y de repente sentí que el mundo estaba cambiando. Las cosas pasaron del blanco y negro al tecnicolor, el servicio militar desapareció, llegó el rocanrol y con un poco de dinero podías comprar de todo sin necesidad de hacer cola.
Charlie: Recuerdo muy bien estar en el Ealing Club tocando con Brian y Keith. El cuero de la batería quedaba como un felpudo porque, con tanta gente, el techo empezaba a soltar agua. Nos pusieron una especie de toldo arriba, pero a medida que avanzaba la noche se desprendía, y fue un milagro que no muriéramos electrocutados.
Keith: El Ealing Club era un sótano que quedaba por debajo de la estación de metro de Ealing. El techo estaba hecho de un material de cristal que rezumaba asquerosamente, y la condensación allí era la peor que he visto en mi vida. Supongo que por eso ahora puedo tocar en cualquier lado, debido a la práctica que conseguí allí. Chapotéabamos en cinco centímetros de agua con todos los cables eléctricos a nuestro alrededor. El club pertenecía a un libanés o un sirio, un auténtico hurón, pero a nosotros nos trataba bastante bien. En Londres, los propietarios de los clubes no eran gente demasiado recomendable. Te decían cosas como: “¡O tocan ahora, o les rompo el cuello!”. Y eran capaces de hacerlo.
Charlie: En el Crawdaddy no había mucho espacio para los músicos. Por eso Mick solía menear la cabeza para bailar, no tenía mucho espacio. Sus movimientos de cabeza se convirtieron en una especie de broma, pero lo cierto es que tenía que moverse en el espacio de una mesa. Me gusta pensar que tuvimos éxito porque tocábamos música para bailar.
Keith: Lo que nunca dejaré de agradecerle a nuestro manager Andrew Oldham es que nos convirtiese en compositores. Nunca habría sucedido si no nos hubiese obligado. No dejaba de decirnos: “Miren a los demás. Escriben sus propias canciones”. Y nosotros le respondíamos: “Pero nosotros no somos ellos”. Durante un tiempo, Mick y yo pensamos que teníamos que hacer el intento de componer para contentar a Andrew; pero entonces, casi sin quererlo, las canciones empezaron a surgir. La primera que escribimos fue “As Tears Go By”, y se puede decir que fue producto de que Andrew nos encerrase en la cocina de mi departamento de Mapesbury Road en Willesden. Dijo: “Chicos, tienen que intentarlo”. Nos dejó una guitarra en la cocina y trabó la puerta. Nos pasamos allí toda la noche. Seis semanas más tarde, el tema estaba en los Top Ten.
Mick: A Keith le gusta contar la historia de la cocina, Dios lo ampare. Creo que Andrew dijo algo así: “Los debería encerrar en una habitación hasta que compongan una canción”. Y supongo que nos encerró mentalmente en la tarea, pero no fue algo literal.
Charlie: El papel de Brian, cuando fundamos la banda –o cuando él fundó la banda–, era realmente el del líder, pero no tuvo la capacidad de ir más allá, o quizás el grupo fue en una dirección en la que él ya no podía ser el líder. Brian podía ser un showman en cuanto al uso de aparatos nuevos y cosas así. Nadie había oído hablar siquiera de la guitarra slide cuando él empezó a usarla. Recuerdo que John Lennon la vio y dijo: “¡Qué cosa más rara! Está muy bien”. Pero poco a poco Mick fue tomando las riendas, especialmente cuando actuábamos en televisión. En los clubes tenías tiempo de sobra para adaptarte al ambiente, pero en televisión tenías cuatro minutos y estabas en escena. Mick era muy bueno en eso. Es cierto que Brian se labró una personalidad como artista, pero en el fondo no era más que un tipo rubio que tocaba al lado de Mick. Era un tipo muy inseguro y eso lo afectaba. Le hubiera gustado ser el centro de atención. Y no lo era. Quería ser el líder, pero no tenía lo que hay que tener para serlo.
Keith: Nosotros estábamos más que contentos con que Brian no diese señales de vida en las sesiones de Banquete de pordioseros (1968), porque cuando no estaba se podía trabajar mucho más. Y por supuesto, estaba el asunto de Anita –había sido su novia, pero ella se enamoró de mí, y yo de ella–, que probablemente fue la gota que colmó el vaso en la relación entre Brian y los Rolling Stones. Creo que él ya había decidido que no quería formar parte de lo que estábamos haciendo. Se le iba la cabeza con sus ideas grandiosas: “Voy a componer y producir, voy a hacer películas”. Eran todos cuentos de hadas. Era una pesadilla, para ser sincero. No teníamos tiempo para acomodar a un pasajero tan difícil. Esta banda no podía soportar ningún peso muerto –ninguna banda puede– y al mismo tiempo era como si Brian intentase joder a los Rolling Stones no presentándose a las sesiones de grabación. Se creía tan importante... Quizá debido a su baja estatura.
Ronnie: Recuerdo que en la gira del ’81 vino un día Mick Taylor a tocar con nosotros, pero tocaba muy fuerte –no sé qué le pasaba– y Keith estuvo a punto de retorcerle el pescuezo. Tuve que ponerme un par de veces entre ellos durante el concierto. Decía: “¡Voy a matarlo!”. No entiendo cómo pudieron convivir tanto tiempo.
Charlie: Durante los ’80, yo estaba hecho un desastre y no me daba cuenta de los problemas entre Mick y Keith, y del peligro que corría la banda. Estaba en muy mal estado, tomando drogas y bebiendo mucho. No sé qué me hizo comportarme así, cuando nunca lo había hecho antes.
Keith: Charlie estaba muy fuerte físicamente y te aseguro que no es agradable que la mano de un baterista te agarre del cuello. En una ocasión, en Amsterdam, se la agarró con Mick. La cosa fue así. Mick y yo nos pasamos de copas. Por cierto, le había dejado mi chaqueta de boda. Mick estaba en pedo, y cuando Mick se mama, se puede poner pesado. Volvimos al hotel y Mick quiso hablar con Charlie. Le dijo por teléfono algo como: “¿Dónde está mi baterista?”.
Charlie: Me hizo enojar, así que subí las escaleras corriendo y le dije que no volviera a llamarme así.
Keith: Llamaron a la puerta y era Charlie Watts vestido con un traje de sastre, corbata, perfectamente peinado, afeitado y perfumado. Se dirigió a Mick, lo agarró de las solapas y le dijo: “No me vuelvas a llamar ‘tu baterista’ en lo que te queda de vida”. Y bum, le puso una piña. En la mesa había una gran fuente con salmón ahumado. Mick se cayó hacia atrás, y al ir a dar sobre la fuente, resbaló y estuvo a punto de caerse por la ventana. Yo estaba sentado cerca, así que pensé: “¡Mierda, es mi chaqueta!”. Y lo agarré antes de que cayese.
Keith: Mi amistad con Mick depende de un espacio permanente que hay entre los dos. Yo tengo la sensación de que se supone que no puedo tener ningún amigo, excepto él. El no tiene muchos amigos, aparte de mí, y me mantiene a cierta distancia. Y es que Mick puede ser muy cerrado, tiene la mentalidad de una fortaleza asediada. Lo primero que piensa Mick al ver a alguien es: “¿Qué querrá de mí?”. Pero la única manera de averiguar si alguien vale la pena es arriesgándose. A veces los amigos te decepcionan, pero a veces no, y hay que jugársela. Pero Mick es muy difícil de acceder y de conocer.
Charlie: Ellos son muy distintos. Por ejemplo, Keith rara vez usa el teléfono, ni cuando estamos de gira ni en casa, sino que te manda un fax. A Mick, en cambio, le gusta estar siempre en contacto.
Ronnie: Mediados de los ’80 fue una etapa horrenda, en la que parecía que Mick y Keith no iban a dirigirse más la palabra; pero me las arreglé para que hablasen por teléfono. No iba a permitir que la institución de los Rolling Stones se fuese a la mierda. Cuando me di cuenta de que había estado más tiempo en la banda que Brian Jones y Mick Taylor juntos, me dije a mí mismo que eso significaba algo. Yo nunca hice de mediador en mi vida, pero no me gusta que lo bueno se acabe. Mick me llamó y me dijo: “Woody, Keith no quiere hablar conmigo. Me odia”. Le respondí: “Acabo de hablar con él. No te odia. Es todo un malentendido”. Mick: “Claro que es un malentendido pero, ¿cómo lo arreglamos?”. Yo le dije: “Quedate donde estás durante quince minutos y te garantizo que Keith te llamará por teléfono. Después llamame para decirme cómo fue todo”. Llamé a Keith y después de un rato de charla, le dije: “Mick tiene la estúpida idea de que lo odiás”. El dijo: “Bueno. ¿Y qué?”. Le respondí: “Bueno, hablá con él”. Keith dijo: “No pasa nada, es cosa de los diarios que exageran todo”. Y entonces añadí: “Entonces llamalo y decíselo”. Y Keith: “¿Qué número tiene?”. Yo se lo di y añadí que llamara de inmediato. Me dijo que lo iba a hacer. Mick me llamó al rato y me dijo: “Funcionó, Woody”. Y yo pensé: “Bien, Woody, ya hiciste tu buena obra de este decenio”.
Mick: Durante esa pelea, Keith fue muy maleducado. Los modales de Keith no son los más exquisitos. Más bien, carece de modales por completo. Yo intenté callarme lo que pensaba sobre Keith porque sólo habría empeorado la situación. Uno no va por ahí diciendo: “Mi hermano es un idiota pero tengo que aguantarlo”. Al menos no públicamente. Creo que Keith armó un escándalo innecesario. Pero no le guardo rencor. Puedo olvidar todo para que las giras salgan bien. Tengo que ser más democrático y no imponer mi autoridad. Aunque me cuesta ser diplomático, porque es muy aburrido.
Keith: Mick es mi esposa, pero sin que podamos divorciarnos. Incluso si no quisiéramos volver a vernos nunca, todavía tendríamos que ocuparnos de lo que hemos hecho juntos, de todos nuestros bebés.
Ronnie: Los Rolling Stones no participaron como grupo en Live Aid (1985), pero Mick hizo una pequeña contribución con Tina Turner y el video con Bowie. Keith y yo terminamos tocando con Bob Dylan. Poco antes del Live Aid, Bob me llamó para preguntarme si quería participar. Le respondí que sí sin imaginar en qué iba a convertirse. Bob vino a mi estudio en Nueva York y me mostró algunas de las canciones que quería tocar. Ya las conocía, pero nunca las había interpretado, y le dije: “Mirá, ya que nos metemos tanto en el asunto, ¿te importa que llame a Keith para que venga?”. Bob me dijo: “Como quieras, aunque nosotros dos seguro que nos las arreglamos”. Yo le respondí: “Tengo que tener a mi compañero de guitarra al lado”. Así que llamé a Keith y él me dijo: “¿Qué mierda querés?”. “Tengo acá a Bob Dylan”, le respondí. “¿Bob qué? Andate a la mierda”, replicó él. Seguí diciéndole: “Está trabajando en un proyecto y ahora está conmigo en el estudio”. Volví con Bob y él me preguntó: “¿Qué hacemos, Woody?”. Y yo le dije: “Lo que quieras, Bob”. Nos sentamos a tocar y dos horas más tarde llegó Keith. “Qué mierda querés”, me dijo. “Espero que esto valga la pena porque si no te rompo la cara.” Le dije a Keith: “Sé agradable: es Bob Dylan después de todo”. Y Keith: “Bueno. ¿Y qué mierda está haciendo con mi guitarrista? ¿Qué mierda hace con mi Ronnie?”. “Unite a nosotros y basta, hombre”, le dije. Keith bajó y saludó a Dylan diciéndole: “Hola Bob, te quiero, amigo”. No pude evitar decirle: “Tenés dos caras, hijo de puta”.
Ronnie: Antes de ir a Japón, en la gira de Steel Wheels (1989-90), mis amigos Charlie y Bill tomaron la decisión de defender mis derechos. Me preguntaron: “Ronnie, ¿estás ganando lo mismo que nosotros?”. Y yo respondí: “No”. Me comunicaron que iban a plantearlo al resto de la banda y que, a no ser que eso cambiase, ellos abandonarían la gira. Bill y Charlie me apoyaron sin que yo se los pidiese. Fueron y dijeron: “Ronnie trabaja igual que los demás, pero no cobra lo mismo. No es justo”. Y entonces se tomó la decisión: “Vale, Woody, ha terminado tu período de aprendizaje. Ya eres uno de la banda”. Yo llevaba quince años con los Rolling Stones.
Keith: Al final de la gira Urban Jungle (1995), Bill (Wyman) anunció que iba a dejar la banda. Me enojé muchísimo con él. Lo amenacé de todas maneras, incluso de muerte. Yo siempre digo: “Nadie se va de esta banda si no es en un ataúd”. Pero ya lo había decidido.
Ronnie: Lo que ocurrió es que Bill se plantó. “Váyanse a la mierda, no usaron ninguno de mis temas”. Recuerdo que Keith le respondió: “Pero, ¿todavía no te has dado cuenta de que no valen nada?”. Extraño a Bill como compañero de escenario. El siempre buscaba las mejores tetas entre el público.
Mick: Para ser honesto, diré que el show de Hyde Park (1969, después de la muerte de Brian Jones) no me pareció tan difícil en ese momento. Era un reto tocar delante de tanta gente, pero también era un placer tocar con un nuevo guitarrista porque durante mucho tiempo habíamos ido con un caballo con tres patas. Esa fue la parte buena. Lo malo era que Brian ya no iba a estar más con nosotros. Era realmente triste.
Ronnie: Mick Taylor siempre subestimó su talento. Pensaba que era un mal guitarrista. Y sigue pensándolo. En la gira Forty Licks (2002) recibimos en los camarines una carta suya que decía: “No tengo confianza; estoy deprimido y necesito dinero. Un abrazo para Ronnie”. Keith lo resumió bien cuando dijo: “Esto es lo que pasa cuando se abandona la banda”. ¡Porque Mick es una de las pocas personas que ha abandonado la banda y ha sobrevivido!
Charlie: Hay varias razones que explican por qué los Rolling Stones siguen desde hace cuarenta años. Personalmente, yo no podría haberlo hecho sin mi esposa, Shirley. Otro factor es que uno necesita el dinero, o más bien, quiere el dinero. Así me gano la vida, aunque sólo lo haga una vez cada cuatro años, y ésa es la razón principal de que siga. Sé que a la gente no le gusta oír eso, pero es la verdad. Y por supuesto que hay más motivos, como ver a la gente disfrutar de nuestra música. Miro la lista de canciones y pienso: “Mick y Keith han escrito todas las canciones que canta esa gente”. Es alucinante.
Mick: Mi instinto dice que una de las razones de que los Rolling Stones estén vivos no tiene que ver con lo que la gente cree: que somos grandes músicos, que los temas son clásicos, etcétera; tiene que ver con la espectacularidad de nuestros shows. Hay que tener en cuenta que trabajamos en los recintos más grandes y allí es fundamental llegar al tipo que está más lejos del escenario. Creo que músicos como Charlie, Keith y Ronnie no lo querrán admitir nunca, y si lo hacen será a regañadientes. Cada vez que empezamos una gira afirman que prefieren un escenario sencillo, que lo importante es la música y todo eso. Pero yo creo que la clave es la espectacularidad.
Keith: Siempre me he sentido muy afortunado. No he tenido que volver a decir “sí, señor” desde que dejé la escuela. A veces uno siente que le han dado la oportunidad de vivir esa vida que todo el mundo desearía vivir. Sé que hay gente que pagaría mucho dinero por ponerse en mi pellejo.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux