CASOS > LOS INESPERADOS Y SOSPECHOSOS INéDITOS DE CIORAN
En 1997, una comitiva de figurones inventarió el legado inédito de Cioran y concluyó que no era mucho. Pero en diciembre pasado, una prestigiosa casa de remates parisina anunció la subasta de casi treinta cuadernos, entre borradores, versiones escritos inéditos y hasta un diario intelectual. Hoy, con el remate suspendido, el caso es tan sanguinario como digno de un policial: una casa cerrada, un grupo de notarios y una señora que hizo la limpieza esconden la verdad sobre esos cuadernos aparecidos de la materia misma de la obra de Cioran: la nada.
› Por Eduardo Febbro, desde Paris
A Cioran le gustaban las largas caminatas. En las tardes de otoño, invierno o primavera, iba hasta su casa de la Rue de l’Odeon y caminábamos juntos a lo largo de los senderos del Jardín de Luxemburgo. Cioran se extasiaba con los árboles, la sonrisa de los niños y aquellos peculiares habitantes del Jardín que eran los “lectores”. Entre todos los parques públicos de París, el de Luxemburgo ofrece una suerte de escena romántica, como una celebración religiosa compuesta por decenas de lectores que, sentados en las pesadas sillas de hierro, desafiando el frío, se consagran a la lectura bajo los árboles. Cioran veía en aquella secuencia una isla milagrosa, seres aún dispuestos a abstraerse de la realidad material para refugiarse en esa otra doble realidad de un parque y un libro abierto entre las manos. A veces exclamaba, mirando los árboles a lo largo de los senderos, su silencio potente: “Ah, es una victoria contra la vida”.
Después de la caminata solíamos subir a su modesto departamento. Cioran tenía allí otros motivos de éxtasis: el diálogo, siempre vivo, inteligente, Mozart, a quien consideraba el “hombre más completo, el más frívolo, el más profundo, que permaneció tan puro en la alegría como en la desolación extrema”, Borges, que para él era “el último de los delicados”, y el tango. La música de Buenos Aires había entrado en su vida de forma tardía. La conocía, desde luego, pero no el contenido de las letras. Una de esas tardes le traduje “Naranjo en flor” y se quedó pasmado. Leyendo la letra, Cioran había concluido que el tango aportaba la prueba irrefutable de que el espíritu humano, sea cual fuere su cultura, se interroga sobre las mismas cosas y llega a conclusiones similares. Para Cioran, la frase de “Naranjo en flor” que dice “primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamientos” podría haber sido escrita por un budista. No sin cierta incredulidad pero con mucha emoción Cioran decía que si no le hubiesen dicho que era un tango habría situado su origen en algún gran maestro budista de siglos pasados.
El departamento del 21 Rue de L’Odeon, quinto piso, escalera izquierda, está ocupado hoy por otro locatario. ¿Sabrán sus habitantes que en esas dos habitaciones vivió uno de los espíritus más exquisitos del siglo pasado, uno de los hombres que supo combinar la lucidez sobre la incierta vida con la necesaria conciencia de que vivir no tiene ningún sentido y que, precisamente por ello, es necesario vivir? Lo cierto es que, desde hace algunos meses, la casa de Cioran y lo que en ella había es objeto de un copioso misterio digno de una novela policial. Se podría decir “un enigma existencial” en torno del cual se enfrentan notarios, abogados, herederos, un conservador y hasta una humilde mujer que se ocupa de recuperar objetos inservibles de los departamentos cuyos peregrinos residentes abandonaron esta tierra. También se “enfrentan” los recuerdos de quienes conocimos esa casa y nunca vimos en ella los “objetos” que el pasado 2 de diciembre fueron puestos a la venta en la célebre casa de remates Drouot de París. De pronto, surgidos de la nada, aparecieron en la vida de Cioran 12 cuadernos manuscritos con cinco versiones de una de sus obras maestras, Del inconveniente de haber nacido, 18 cuadernos que componen una suerte de diario intelectual íntimo, otros 4 cuadernos que constituyen la matriz de Descuartizamiento y otros 3 en cuyas páginas se esboza el futuro Confesiones y Anatemas. Ni su compañera, que murió dos años después que él, en 1997, ni sus amigos, ni sus legatarios, ni la biblioteca a la cual habían sido legados sus “papeles”, Bibliothèque Littéraire Jacques-Doucet, sabían de la existencia de esos documentos sagrados. El total había sido estimado en unos 200 mil dólares.
El remate debía comenzar el 2 de diciembre a las dos y cuarto de la tarde. Este, sin embargo, no tuvo lugar. Dos horas antes de la venta pública, la Corte de Apelaciones suspendió la venta de los manuscritos luego de que las autoridades de las Universidades de París, que se estimaban propietarias del lote desconocido, interpelaran a la Justicia. La pregunta que se planteó entonces consistió en saber quién era el propietario de todos esos cuadernos puestos a remate. Nada menos que Simone Baulez, una señora humilde cuya profesión consiste en “desocupar” los departamentos.
Para aproximarse a lo que aún nadie entiende hay que retroceder las agujas del reloj. En octubre de 1997, Henri Boué (hermano de la compañera de Cioran y legatario universal), Jean-Sebastian Dupuit (director del Libro y la Cultura en el Ministerio francés de Cultura), Yannick Guillou (representante de las ediciones Gallimard que cuentan con un derecho moral sobre la obra de Cioran), y un notario se dieron cita en la casa de Cioran a fin de llevar a cabo el inventario de lo que quedaba del autor luego de la muerte de su mujer. La tarea era simple, a la medida de la vida modesta de Cioran. El departamento, apenas 50 metros cuadrados, no contenía muchas cosas: algunas mesas, una televisión, música, utensilios de cocina... En suma, muy poco. Unos 8000 modestos dólares como única propiedad de uno de los escritores franceses más leídos en el mundo. Una vez hecho el inventario, el notario contrató los servicios de Simone Baulez para que vaciara el domicilio de Cioran de lo que resultaba inservible. La señora, la “botellera”, no tenía ni la más mínima idea de quién era Cioran. Al parecer, recién descubrió que se trataba del domicilio de un escritor durante la “mudanza”. En principio, no había nada de valor... Salvo que, según la versión de uno de los empleados de Simone Baulez, detrás de un estante descubrió un jarrón de porcelana fechado en 1975. Así se dio cuenta de que “Cioran era un escritor” y decidió mirar todo con más cuidado. Entonces descubrió cajas llenas de papeles, manuscritos esparcidos por el piso, libros y un no menos misterioso busto de Cioran hecho de yeso que jamás nadie había visto antes. ¿Imagina el lector la existencia de un busto de Cioran?... El, para quien sacarse una foto era una tortura.
Los manuscritos, el busto, el jarrón y otros tantos objetos encontrados habían escapado a la contabilidad del ejército de expertos y abogados que revisó el domicilio de Cioran. ¡Y ni hablar del busto en yeso! Lo cierto es que todos esos objetos permanecieron guardados en el galpón de la señora Baulez hasta que, un día, un notario amigo le contó que estaba por organizar un remate con cartas y manuscritos de Louis-Ferdinand Céline. La mujer se acordó de su hallazgo y saltó sobre la ocasión. Además, también tenía “congelados” una serie de manuscritos. Es así como esos manuscritos desconocidos de Cioran llegaron al remate público organizado por Drouot.
Pero el misterio no se resuelve. Yves Peyré, director de la Biblioteca Literaria Jacques-Doucet a la cual Cioran había legado todos sus papeles, recuerda haber “pasado tres días enteros en la casa de Cioran sin haber jamás visto esos objetos, ni el busto, ni los cuadernos. Además, cuando se hizo el inventario removí cada objeto de la casa y tampoco encontré nada semejante”. Pero la señora que vació la casa dice que “los cuadernos estaban desparramados por el piso, en desorden. Y yo nunca tiro nada, sobre todo los papeles. Nunca se sabe. Yo, por principio, guardo lo que encuentro. En una de esas tiré algunas cartas, pero nada más. Por ejemplo, me acuerdo de que la máquina de escribir de Cioran la vendí en el mercado de las pulgas de Montreuil, al igual que las cacerolas”. La versión de la botellera parisina es contradicha por Sebastian Dupuit, el enviado especial del Ministerio de Cultura el día en que se realizó el inventario: “Todo estaba en orden”. Todos los que se encontraron esa tarde de octubre de 1997 en la casa de Cioran confirman la misma versión. La frase final del inventario oficial es elocuente: “No se han encontrado obras manuscritas de Emile M. Cioran”. ¿De dónde surgieron tantos objetos que ni siquiera aparecen mencionados en el inventario escrito? Ah, tal vez de aquel tentador “néant” al que Cioran buscó e interpeló con un empeño tan romántico como inútil. La nada. La impredecible nada.
Y el misterio contiene más misterios. La mesa o el “mueble” sobre el que supuestamente trabajaba Cioran. Sus legatarios aseguran que se llevaron el famoso mueble, pero la señora Baulez insiste en que está en su negocio. Habría entonces “dos muebles” de Cioran o dos versiones del mismo objeto. Y una tercera. Quienes lo conocieron y estuvieron en su domicilio saben que Cioran escribía encima de una mesa cualquiera. Pero la posteridad agranda las cosas y cambia los hábitos de la gente. Los abogados se enfrentan ahora para saber a quién pertenecen los famosos manuscritos, es decir: a quien Cioran los legó o a la persona que los encontró “por el piso”. La autora del hallazgo sabe lo que tiene entre las manos. Cuando se enteró de que hace unos años un mero cuaderno de Cioran de apenas 17 páginas se había vendido a 15 mil dólares hizo rápidamente la cuenta. Ella tenía miles de páginas del autor. Los abogados, sin dudas, resolverán el enredo de la propiedad de los manuscritos. Pero quién explicará la aparición, en el minúsculo departamento del 21, Rue de l’Odeon, de los manuscritos de un genio... ignorados –los cuadernos– por los expertos. Un enigma cioranesco. La nada, siempre “le néant”. Es preciso agregar que el “inventario” también menciona los objetos presentes en la baulera: una cama y algunas “cositas” que ni siquiera merecieron la contabilidad oficial. Pero la baulera, la “cave”, es el único territorio que puede contener parte de la verdad. Tal vez nadie vio las cajas, uno de los empleados de la empresa de mudanza las subió al quinto piso, las abrió y las vació en el suelo. Tal vez, sólo tal vez. A Cioran le hubiese gustado la historia. El, que detestaba las fotos, los bustos, los homenajes, el comercio con las ideas y las insignificantes ilusiones humanas, se encuentra ahora propulsado al centro de la escena por unas propiedades suyas surgidas de su espacio favorito, la nada. Yannick Guillou reconoce hoy que sin la señora Baulez “los manuscritos se hubiesen perdido para siempre”. A ella, el misterio le ha cambiado la vida. “Antes no –dice– pero ahora me he puesto a leer a Cioran. Al menos le debo eso. Ellos deberían estar agradecidos. He salvado un monumento de la literatura francesa ¿no es cierto?”
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