Dom 12.02.2006
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MúSICA > RICHARD ASHCROFT: ENTRE JESUCRISTO, NOSTRADAMUS Y SHAKESPEARE

Amargo y dulce

Es uno de los pocos contemporáneos que los hermanos Gallagher de Oasis alaban. Para el cantante de Coldplay es “el mejor cantante del mundo”. Para algunos periodistas, es un “Bono humilde”. Para otros, “alguien capaz de cantar sobre los males del mundo de un modo hilarante”. Y en lo que todos coinciden es en que –después de aquel inmenso disco con que se despidió The Verve y dos discos solistas vapuleados– Richard Ashcroft ha editado el disco en el que destila lo mejor de sí mismo.

› Por Rodrigo Fresán

La sonrisa de la Gioconda, el bigote de Adolf Hitler, los ojos de Bette Davis, la nariz de Pablo Picasso, la voz de Orson Welles, las manos de Perón, el cuello de Audrey Hepburn o la mirada marca Magnum de Derek Zoolander son elementos que ayudan a definir a una persona o personalidad según parámetros más o menos lombrosianos. Agregar a esta muy incompleta lista los pómulos de Richard Ashcroft, suerte de encarnación contemporánea de poeta maldito à la Chatterton, hombre que cree por encima de todas las cosas en el poder redentor y curativo de la música. Y si la música es su música, mejor todavía. Keys to the World –tercer trabajo solista luego de la disolución y suicidio de The Verve– vuelve a presentarlo predicando sobre lo mismo de siempre, canciones de autoayuda para su propio y exclusivo uso, pero con más gracia que nunca y la misma solemnidad de siempre.

HE AQUI AL HOMBRE

Y en los últimos tiempos –todo sucede cada vez más rápido– Richard Ashcroft parece estar gozando de la revalorización y elogios de sus pares que hasta hace poco sólo recibían veteranos listos para la reedición arqueológica o el relanzamiento bajo la tutela del Rick Rubin de turno. Así, uno de los hermanos Gallagher lo elogió hooliganescamente con “hot shit”, mientras que Chris Martin lo invitó a unirse a Coldplay en el megaconcierto Live 8 y lo presentó como “el mejor cantante del mundo”. Luego del muy anticipado y muy desilusionante Alone with Everybody (2000) y el casi invisible y tan poco oído Human Conditions (2002, que el mismo Ascroft se encargó de relacionar con “lo mejor de Marvin Gaye” y que está a la altura de What’s Goin’ On pero que la prensa comparó a “un funeral de estado soviético”), llega ahora Keys to the World, el mejor de los tres y el único que se acerca a la grandeza de Urban Hymns, definitiva despedida número 2 de The Verve: siete millones de copias vendidas, gran álbum psicodélico del fin de milenio y tanto más poderoso y sentido y logrado que el sobrevalorado OK Computer de Radiohead, esos otros chicos intensos.

Recordar sin ira pero con cierto asombro: The Verve como esa banda trippy-jazzy-acid-darkie-cosmic-muzak que –abundaban los rumores sobre problemas de drogas– anunció su separación luego del éxito de A Northern Soul (1995) para reformarse dos años después y conquistar el mundo con el grandioso single “Bitter Sweet Simphony” y, enseguida, perder un pleito multimillonario con los Rolling Stones y Andrew Loog Oldham por uso sin autorización del riff orquestal que elevaba a la canción a las alturas siderales del hit-parade y el karma mántrico eléctrico shamánico. Separación otra vez y Ashcroft –por entonces señalado como el nuevo gran bardo del brit-pop, un equivalente inglés de Jim Morrison más cerca de la pompa y de la circunstancia cortesana que de los rituales navajos– se lanzó, solito, a demostrar que él era el más grande y el más genial. El problema es que nadie se tomó en serio al pequeño. Y fue humillado y ajusticiado en público. Lo que –a una personalidad centrífuga y ego/concéntrica como la de Ashcroft– no sólo no le afectó demasiado sino que, por lo contrario, lo reafirmó en sus creencias. Es decir: hoy Ashcroft cree todavía más y mejor en Ashcroft. Y en una de sus últimas entrevistas –la edición especial de Keys to the World viene con un DVDinterview incluyendo varios brotes mesiánico-patológicos por el estilo– no vaciló en compararse con Jesucristo, Nostradamus y Shakespeare.

SER O NO SER (CRUCIFICADO)

Y es que Richard Ashcroft es uno de esos artistas a los que se ama o se odia. Quien firma esto propone una tercera opción: considerar a Ashcroft como un personaje fascinante a secas, sin sentirse obligado a dotarlo de polaridad positiva o negativa. El año pasado lo vi en vivo, en una sala mediana que no se había llenado, flaquito y expuesto, intentando en vano que su música sonara en directo como en cd y comprendiendo que era imposible –todas esas capas de voz que son su voz– y aun así sacando pecho y predicando la buena nueva.

Pero, claro, no es fácil mostrarse apenas fascinado en el planeta pop donde se adora o se escupe. Y Keys to the World ya está generando respuestas en ambos extremos de la escala. “Antes de escuchar Keys to the World jamás me habría imaginado que Bono era humilde... Antes de Keys to the World jamás supuse que los problemas del mundo podían presentarse de una manera tan hilarante”, sentenció la influyente Pitchfork Review. “Las cualidades que alguna vez hizo a The Verve el mejor constructor de himnos de la nación aparecen intactas en el nuevo trabajo de Richard Ashcroft”, bendijo la también influyente revista Uncut otorgándole cuatro estrellas sobre cinco. Mientras que The Guardian advierte que “su sentido filosófico está más cerca del de un taxista que de Kierkegaard” pero también se rinde ante la fe incombustible de un músico que “ha sobrevivido a la furia de los críticos y al colapso comercial de su carrera para alcanzar la conclusión de que toda la culpa la tienen los demás”.

En algún lugar entre tanto viento, Keys to the World –vulgar y sofisticado, racional y delirante, absurdo y admirable, infantil y complejo en partes iguales– insiste en abundantes “c’mons”, “yeahyeahyeahs”, “awwwws”, “mahmmahmahs”, “firefirefire” y propone lindas y más o menos deshilvanadas canciones como la muy dylaniana y electrificada “Why Not Nothing?”, la mansa y oscura “Sweet Brother Malcolm” (en la que Ashcroft suena como un clon del actual Paul Westerberg de sótano y cocina), la hipnótica y líquida “Music is Power” (con sample de Curtis Mayfeld y todos los permisos en regla, a no preocuparse) y, finalmente, las muy pero muy The Verve (y herederas directas de “The Drugs Don’t Work” y “Lucky Man” y “One Day” y “Velvet Morning”) “Simple Song”, “Words Just Get in the Way” y –felicidades, mi resucitado dulce señor– el ya single de éxito con ecos de Lennon “Break the Night with Colour”. Hit donde se oye que “He estado transitando por los corredores del desencanto en una solitaria búsqueda de la verdad” y “Esos tontos piensan que no conozco la ruta que he tomado; pero si me ves dudando por el camino, es porque estoy seguro de la dirección que tomaré”.

Pero, sin embargo, algo ha cambiado y una foto y un video-clip a veces dice más que mil palabras. En el de “Bitter Sweet Simphony” aparecía Ashcroft suelto en la calle y llevándose a todo y a todos por delante (en la portada de Keys to the World aparece cabizbajo y encogido bajo la lluvia); mientras que en el video de “Break the Night with Colour” lo vemos en una cárcel, sentado frente a un clavicordio, seguramente dudando entre fugarse o esperar que lo rescaten o cumplir la sentencia. Igual que Jesucristo a la hora del desayuno, después de la última cena y antes del gran final donde, en realidad, empezó todo.

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