FOTOGRAFíA > CONSUMO Y CLASE SEGúN MARTIN PARR
Con más de treinta años de trayectoria y un número similar de libros publicados, el británico Martin Parr es uno de los más célebres fotógrafos documentales del mundo, miembro de la mítica agencia Magnum desde 1994. Pero su trabajo no es predecible: ni guerras ni pobreza ni hambrunas, sino una mirada corrosiva sobre el consumo, la clase media, las taras nacionales, la homogeneización global y el éxito de la cultura norteamericana como niveladora de gustos y prácticas. Y todo con mucha flema, y más humor.
› Por Mariana Enriquez
Martin Parr supo que iba a ser fotógrafo a los 14 años, cuando su abuelo lo sacaba a pasear con una cámara Kodak. Entre viajes al campo y a la playa –Parr nació y creció en Bristol, Inglaterra, donde vive todavía hoy– empezó a reconocer los sujetos que serían los protagonistas de su obra: paisajes y gente, pero no en situaciones a las que llama “extremas”, sino más relacionadas con la vida cotidiana de la clase media, su clase. Así, su trabajo se aleja de la habitual fotografía documental que se ocupa casi de forma excluyente de guerras, pobreza y hambrunas, para acercarse más a una suerte de biografía personal, de reconocimiento, con una motivación política mucho más sutil, irónica y por momentos directamente relacionada con la comedia.
Después de varios años de fotografiar en blanco y negro, como debía hacerse durante los años setenta si uno pretendía ser un fotógrafo serio, Martin Parr descubrió el trabajo de autores norteamericanos como Willian Eggleston y Stephen Shore, y se pasó al color. Logró su primera serie reconocida, Resort, que se publicó como libro en 1986. Un trabajo que llevó a cabo durante tres años en Brighton, una playa popular inglesa, y se ve a chicos y grandes divirtiéndose entre la basura y el concreto, en una mezcla de simpatía y vulgaridad. Las fotos espantaron a algunos, y otros acusaron a Parr de reírse de sus sujetos. “Esas fotos tuvieron una motivación política, pero como el acercamiento era diferente, nadie lo notó”, explica Parr. “Pocos fotógrafos trabajan con la comedia: el humor es una de mis principales influencias. En cualquier caso, era la época de Thatcher, y yo estaba muy disgustado políticamente. Brighton era un lugar sucio y pobre, la evidencia perfecta de que Gran Bretaña no era ese país maravilloso que Thatcher decía que era, o que pretendía que fuera. Pero la atmósfera era amigable y simpática, no se trataba de fotos de denuncia. Yo no me burlo de la gente más de lo que me burlo de mí mismo. Es claro, muchos creyeron que era un trabajo condescendiente, pero sería estúpido si a todos les gustara lo que hago; me criticaron mucho, cosa que me gusta, porque me aburriría si a todos les gustase mi trabajo.”
INGLATERRA ME HIZO ASI
Una breve revisión por la carrera de Parr ayuda a comprender su visión, que él explica así: “Mi principal sujeto es la riqueza, y ciertas formas de consumo homogéneas que se pueden encontrar de la misma manera en Japón, Argentina y Estados Unidos. Quizá lo que documento es la historia de un éxito que todos compramos: el éxito de la cultura norteamericana, incluso por los enemigos naturales de EE.UU. No digo que esta homogeneización sea buena o mala, sino que es un escenario que vale la pena explorar. Mis sujetos son gente como yo: no muy ricos, pero sí con las características del confort y la riqueza de Occidente, y definidos por lo que consumimos. Soy un hipócrita, y mi misión es explorar y mostrar mi hipocresía”.
Pero, en un principio, el sujeto de Martin Parr fue Gran Bretaña. Primero un país rural o de pueblos pequeños, en blanco y negro. Mostró la nostalgia y la tradición en el norte de Inglaterra, tratando de capturar un estilo de vida que estaba desapareciendo. De la misma manera, se ocupó de la obsesión nacional por el clima en Bad Weather (Mal Tiempo), una serie sobre lluvias y paraguas, pero sobre todo sobre la rutina y el aburrimiento. “En ese momento, me propuse fotografiar lugares aburridos en oposición al exotismo; me parecía un desafío mayor”, explica Parr.
Después entró el color a su obra. No fue casual. Parr es coleccionista con un gusto especial por lo kitsch: le gustan y tiene cientos de postales, bandejas con fotos coloridas, relojes con la imagen de Saddam Hussein (fabricados en Irak y EE.UU.), platos con la imagen de Margaret Thatcher (“los junté quizá por perversión”), además de libros de fotografía. Después de las clásicas fotos de Resort, su foco, alimentado por su furia contra Thatcher, se trasladó al interés en el consumo. La serie acabó en un libro llamado The Cost of Living y las imágenes muestran fiestas tupperware organizadas por amas de casa de pueblo, niños en carros de supermercado, compradores observando atentamente artesanías (que Parr odia, pero, tal como asegura, “creo que debo trabajar con mis prejuicios”). Luego pasó directamente a las clases medias, y especialmente a los votantes de Thatcher. Así, fotografió a los conservadores en eventos del partido organizados en casas particulares, pero también en clases de aerobics. Es un festival de mal gusto que no está exento de compasión, aunque la mirada es brutal en su ironía. “En general –explica–, la fotografía documental se ocupa de las clases altas o bajas. Yo decidí trabajar con mi propia clase como un medio de conocerme a mí mismo.”
MUNDO AGRADABLE
En los años ’90, Parr expandió su interés hacia el turismo y la homogeneización global. Y decidió ser protagonista de sus series conceptuales. Así realizó una serie de retratos realizados por profesionales de la foto turística, en diferentes lugares del mundo, desde Jamaica hasta La Habana, pasando por Corea del Norte y Georgia (ex Unión Soviética). La única regla: nunca sonreír en los retratos. Así parece una suerte de Benny Hill serio y delgado, vagamente burlón, completamente británico. Y volvió a su vieja obsesión sobre la decoración de interiores de la clase media, en una serie que también se expuso en los subterráneos de Londres. Las fotos iban acompañadas de un texto: así, la imagen de un papel higiénico con flores rezaba: “Sue le dio al baño su toque femenino”; y otra donde se ve a una señora encantada con el papel de su living, dice: “Cuando nos miramos con el empapelado, nos enamoramos mutuamente”.
La serie global de Parr es inquietante. Desde Common Sense, con imágenes de clichés nacionales (una mujer holandesa frente a un molino, fast food en EE.UU., cerezos artificiales en innumerables negocios japoneses), hasta “The Phone Book”, donde hombres y mujeres africanos, japoneses, rusos o franceses hablan por celular en casi exactamente las mismas posiciones, y con gestos muy similares, todo revela una nivelación, un paisaje humano homogéneo que causa gracia pero también angustia por su fondo de aburrimiento. Lo aburrido es central en el imaginario de Parr, al punto de que encontró una ciudad norteamericana llamada “Boring” (Aburrida) y fotografió una serie que recuerda al Proyecto Cartele: “Boring Fire and Rescue” (“Fuego y Rescate Aburridos”) dice un camión de bomberos de la ciudad de nombre desdichado. En estas dos últimas líneas (las del avance de la cultura norteamericana y los espacios urbanos o sociales aburridos) está trabajando actualmente: por un lado, con la iconografía de frontera en México –donde lo mexicano y lo norteamericano logran una curiosa síntesis con trasfondo imperialista pero cierta resistencia– y “Parking Spaces”, sobre los únicos lugares vacíos en estacionamientos de autos.
Hoy, Parr sigue interesado en política, pero no renuncia a su particular enfoque: “En este momento estoy en contra de Tony Blair, me siento decepcionado por su apoyo a la guerra de Irak. El laborismo es mi partido natural, pero todos los intelectuales de clase media británicos estamos enojados con él. Y voy a trabajar con eso. Me interesa lo social, pero no directamemte. No trabajo con lo extremo, no trabajo con la pobreza”.
Esta postura hizo que le costara bastante integrarse a la prestigiosa agencia Magnum, de la que forma parte desde hace años. “Fue controversial que me uniera a ellos, porque un tercio de los miembros estaba en mi contra, y para ingresar hace falta una estricta mayoría de dos tercios. Lo logré, pero la razón por la que se discutió mi membresía fue que consideraban que mi trabajo estaba en contra de la tradición humanitaria de la agencia. Pero yo hago el trabajo que creo es correcto hacer. Hoy sería menos controversial, porque la gente puede apreciarlo con más objetividad; puede disgustarles, pero ven el punto. Las cosas que fotografío se han vuelto más extremas: el consumo, el turismo, la homogeneización global. Y no está retrocediendo, se está volviendo algo más extenso y claro y obvio. Por eso, mi trabajo es relevante. O al menos, espero que así lo sea.”
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