MúSICA > QUBAIS REED GHAZALA, EL LUTHIER ELECTRóNICO
Había una vez un músico fascinado con el avant-garde electrónico, que desarmando un sintetizador descubrió que el ruido de un cortocircuito podía ser tanto o más fascinante que un acople de guitarra. Desde fines de los ’60, Qubais Reed Ghazala construye sus curiosos instrumentos y graba discos con ellos, y sus sonidos han fascinado a figuras como los Rolling Stones, Tom Waits, Nine Inch Nails e incluso a los curadores de las colecciones permanentes del Museo de Arte Moderno de Nueva York, el Guggenheim y el Whitney.
› Por Santiago Rial Ungaro
Hasta ayer nomás, en el colegio nos enseñaron que un cortocircuito electrónico era algo destructivo, algo que había que evitar a toda costa. Hoy en día, gracias a la inclasificable obra de Qubais Reed Ghazala, un cortocircuito es una posibilidad creativa, a la vez que una experiencia sonora que nos hace suponer que todas esas películas sobre juguetes asesinos y satánicos pueden llegar a ser proféticas. Si este hombre con nombre de profeta musulmán y cierto aire del Aunque usted no lo crea de Ripley (tan americano y bizarro como estimulante) logra su cometido, dentro de poco vamos a sufrir (o quizá disfrutar) de una invasión de sonidos aleatorios, un verdadero Apocalipsis de juguete proveniente de cualquier cachivache a pilas o tecladito barato intervenido por este simple juego que se basa en abrir los aparatos y soldar y conectar hasta encontrar el sonido que, a partir de entonces, caracterizará a este nuevo instrumento.
Esto es (a muy grandes rasgos, aunque las explicaciones están al alcance en su sitio web) lo que Ghazala llama circuit bending, que sería algo así como doblamiento de circuitos, pero que se trata más bien del arte de buscar en los cortocircuitos sonidos novedosos. O de aprovechar lo que en principio fue sólo un accidente técnico para crear una nueva corriente estética. Porque a cualquiera le puede haber pasado, al tratar de arreglar mal algún circuito electrónico, de encontrar que el artefacto en cuestión tiene algo que decirnos. El chillido de un juguete roto es un sonido único. Algo indescifrable y demencial, pero también fascinante y divertido. Porque, más allá de las palabras, estos sonidos hay que experimentarlos. Porque, más allá de este pequeño hallazgo, lo cierto es que de este juego (que de alguna forma está relacionado con las teorías y los experimentos de John Cage o Harry Patch) Qubais Reed Ghazala hizo toda una serie de discos (entre ellos My Secret Garden, de 1982, que sedujo a Sonic Boom, uno de los músicos de rock más interesantes de esa misma década junto a Spacemen 3) y cientos de instrumentos/esculturas, todos (los que quedaron en stock, al menos) en venta y en exposición permanente en www.anti-theory.com, su sitio web, en el que se puede escuchar de qué se trata todo esto.
Genio o chanta, Ghazala lo hizo. Y basta con ver los talleres de circuit-bending para niños o los precios a los que vende algunos de sus instrumentos para entender que detrás de sus juguetes enloquecidos palpita el sentido artístico de alguien que empezó explorando un punto sonoro accidental y terminó dándole forma a una obra peculiar e inclasificable: imposible no hablar de multimedia después de ver y oír y después de volver a ver y escuchar su sitio web. Hay plástica ahí, y, de manera deliberadamente aleatoria, también hay música. Hoy en día sus creaciones forman parte de las colecciones permanentes del New York City Museum of Modern Art, del Guggenheim y del Whitney, nada menos.
Un largo y sinuoso camino
La de Ghazala es una teoría de la antiteoría, pero se basa en una práctica y en una técnica: “La técnica que yo llamo circuit bending es una forma de hackear un hardware, pero con dos pequeñas diferencias: primero, que donde los hackers usualmente saben algo sobre electrónica, vos no necesitás tener ningún conocimiento sobre electrónica para intervenir un circuito. Y segundo, que cuando la mayoría de la gente que hackea un instrumento tiene una intención particular en mente (ya sea incrementar rangos de frecuencia o limpiar un output), el que hace circuit bending trabaja improvisando, y no tiene ni la menor idea de dónde lo va a llevar ese camino”.
El camino de este inventor fue largo y sinuoso, como lo son también los sonidos que emiten sus instrumentos. En 1968 lo encontramos tocando covers de los Rolling Stones en una batería con forma estrafalaria, decorada con destellos de burbujas de champagne. Más de 30 años después, Keith y Mickle compraron algunos de sus instrumentos para deleitarse con las exquisiteces de sus Aleatron & Incantor y su música stone aleatoria, decorada igual que la batería que usaba en la época en que Brian Jones estaba vivo. Pero la principal influencia de Ghazala fueron los sonidos: a mediados de los ’60, algo lo llevó a explorar los sonidos escondidos entre los circuitos. Para 1967 (no casualmente el año del cenit de la psicodelia) ya había descubierto, de casualidad (tal como explica en su sitio) el arte del circuit bending y le había puesto nombre: el Odor Box. “Imaginame a mí en los ’60, un adolescente sin un peso, escuchando a un grupo como los Silver Apples y sus primeros Moogs y con los megasintetizadores Columbia-Princeton. Yo sabía que esas cosas eran lo más cool que había, pero para mí estaban totalmente fuera de mi alcance. Y de repente hago un corto con el amplificador de un juguete y esos sonidos, e incluso otros muchísimos más salvajes, estaban inmediatamente al alcance de mis dedos. Quedé pasmado.”
Abrazando el caos digital
Con el tiempo, Ghazala tuvo sus Moogs y sus sintetizadores, y hasta llegó a construir una computadora controlada con un teclado polifónico. Pero ya no había caso: los sonidos de sus circuitos intervenidos habían eclipsado todo. El demiurgo era víctima de sus alegres y sonoras mutaciones: el Vox Insecta, el Morpheum, el Trigor Incanton son algunos de los más célebres instrumentos que llamaron la atención de artistas como Tom Waits, King Crimson, Sonic Boom (el genio que acompañaba a Jason Pierce en el grupo Spacemen 3), Nine Inch Nails, los ex Devo o Blur. Ghazala también se encarga de decorar, pintar y bautizar, convirtiendo así unos baratísimos (y, si los analizamos desde lo musical y tonal, casi inútiles) Casio SA2 o un sintetizadores Yamaha en esculturas capaces de ofrecer sus extrañas sorpresas sonoras. Todo mediante una simple operación de circuit bending.
“Yo los amo a todos. Están llenos de sorpresas: el rango sonoro puede ir de extrañas aberraciones a profunda música aleatoria experimental. Mi Vox Insecta es un fantástico y surreal simulador de orquesta. El Trigon es un mundo en sí mismo que surge cuando movés las bolas de acero alrededor de su ‘piel de lagarto’. El Photon Clarinets es muy cool: vos lo podés tocar con sombras mientras movés tus manos en el espacio. El Morpheum también es sensible al contacto corporal. Creo que la palabra clave aquí es misterio. Los instrumentos Bent son muy misteriosos, como los animales: todos son únicos, hermosos y misteriosos.”
Claro que, durante décadas, estos experimentos eran parte de una búsqueda personal de la que pocos, poquísimos se enteraban. Hubo que esperar hasta 1992 a que Bart Hopkin invitara a nuestro amigo a escribir en Experimental Musical Instruments (EMI), para que el término circuit bending cobrase impulso público. A través de 20 artículos publicados en la revista (el último coincidió con el último número de EMI, en 1997), Ghazala expuso todo lo concerniente a su descubrimiento: los potenciómetros, los switchs, los capacitadores y demás componentes son para Qubais Reed Ghazala como elementos de un lienzo invisible en el que cada uno puede pintar sus cuadros de sonidos abstractos digitales y, en sus palabras, “abrazar el caos digital”. Pero sin dudas fue la creación de Internet y la posibilidad de abrir su propio sitio web lo que posibilitó que su obra y sus ideas estuvieran al alcance de la gente. Y en cierto sentido el invento tiene razón cuando afirma que la música electrónica nunca estuvo más al alcance de cualquiera que con el arte del circuit bending. De hecho, siguiendo sus explicaciones y reciclando juguetes con buen sonido, lo que se abre realmente es la posibilidad de diseñar sonidos electrónicos, los que no necesariamente tienen que ser musicales, pero que, en definitiva, aportan un nuevo tipo de generador de sonidos. Los sonidos de estos juguetes son de otra categoría. Y en ese sentido, cualquier músico puede llegar a incorporar a su paleta sonora estos raros instrumentos nuevos.
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