PERSONAJES > NUESTRO (OTRO) HOMBRE EN EL OSCAR
Pablo Helman es argentino, vive hace 25 años en EE.UU., y está nominado al Oscar por mejores efectos visuales por Guerra de los mundos de Spielberg. Fue uno de los pioneros en efectos digitales para la TV y el cine norteamericanos, y hace 10 años que es parte de ILM, la empresa de George Lucas. Pero no sólo se dedica a marcianos y catástrofes: recreó las Torres Gemelas al final de Munich de Spielberg e hizo arder los pozos petroleros en Medio Oriente para Soldado anónimo, de Sam Mendes. Y aquí charla con Radar diez días antes de los premios de la Academia.
› Por Mariano Kairuz
Puede ser que el mayor de los efectos especiales de Hollywood sea, después de décadas y décadas de cine de marcianos y de naves espaciales y de catástrofes, el efecto “normal”. Es decir, no tanto la capacidad de hacer pasar por verdaderos esos terremotos, esas odiseas siderales o invasiones extraterrestres, sino de hacer que el mundo que vemos en la pantalla se parezca al mundo real en el que vivimos los que vamos al cine. Pablo Helman, argentino nacido hace cuarenta y seis años en Buenos Aires pero radicado desde hace casi veintiséis en los Estados Unidos, está nominado al Oscar por Guerra de los mundos –es decir, por ser uno de los principales creadores de esos trípodes de apariencia orgánica que llegan en la penúltima película de Steven Spielberg para arrasar con todo–, pero también es quien le devolvió las Torres Gemelas al perfil de Nueva York en ese nada sutil plano final de la última película del mismo director, Munich, y que hizo lo suyo para Soldado anónimo, la película de guerra sin guerra de Sam Mendes que acaba de estrenarse esta semana. Es decir, es un tipo que hace efectos especiales, de los espectaculares, pero también de los considerados “invisibles”, para que todo parezca un poco más normal que especial.
Lo de los efectos especiales tuvo que ver con una serie de vueltas no previstas en los planes de Helman, quien asegura que, desde que tiene memoria, lo que siempre quiso hacer fue dedicarse a la música. “Desde que tenía más o menos ocho años quería ser baterista”, cuenta en entrevista telefónica con Radar desde California. Ni bien terminó el secundario, recuerda, esa carrera pareció estar encaminada. “Fui al Conservatorio Manuel de Falla, estudié musicoterapia, y a los diecisiete años ya tocaba en un grupo que se llamaba Los Moros; con ellos grabé cuatro discos, estuvimos cinco años de gira y grabando con RCA. Una experiencia increíble: cuando me fui, en el ‘80, mi situación personal no era mala. Pero me interesaba hacer música para películas. Era una cuestión de oportunidades y en la Argentina no había una industria cinematográfica grande en la que pudiera trabajar. Pensé que si estudiaba y conseguía una licenciatura en composición en EE.UU. me ayudaría. Incluso creí que quizás algún día volvería.”
En Los Angeles obtuvo su licenciatura y un master en tecnología pero, recuerda, no fue suficiente para conseguir un trabajo como compositor de soundtracks, y se dedicó a la docencia para poder pagar las cuentas. “Durante tres años fui maestro de tercer grado, y al mismo tiempo enseñaba y escribía música para la televisión educativa. Hasta que en un canal de TV de Los Angeles les gustó lo que yo hacía como músico para documentales y me ofrecieron un trabajo de compaginador por computadoras: recién se empezaba a trabajar con estas tecnologías.” Una cosa llevó a la otra y unos años después se encontraba trabajando en efectos visuales del tipo de los “especiales espaciales”, para la serie Viaje a las estrellas: Nueva Generación, que era pionera en el uso de tecnologías digitales, al menos en la televisión. Su primera película importante fue también un trip estelar: hizo Apolo 13 cuando trabajaba para Digital Domain –en ese entonces, un estudio enorme de James Cameron– mientras miraba hacia Industrial Light & Magic (ILM, la compañía de George Lucas) como a “un templo inalcanzable”. Después de su trabajo para otra con marcianos (Día de la independencia) tuvo un almuerzo con Dennis Muren, una de las leyendas del rubro FX, que tardaría un par de años más en convocarlo para trabajar en ILM. Ya lleva diez años en la empresa de George Lucas.
Ahora, Helman no sólo se encarga de poner un trípode gigante pisándole los talones a Tom Cruise sino también de mover o poner o quitar esa montaña que no estaba en un paisaje perfectamente terrícola, o de agregar, si fuera necesario, esas nubes intensas que no se hicieron presentes en el rodaje justo aquel día en que hubiera sido apropiado para los requerimientos emocionales de la escena. “Mi trabajo en películas comoMunich debe ser completamente invisible. Investigamos mucho. Si uno presta atención, verá que arriba de las Torres se ven una grúas, porque todavía las estaban construyendo”, cuenta Helman. Pero la invisibilidad de estos efectos es relativa, en especial en casos que, como éste, aportan a la dimensión ideológica de la narración de una manera más evidente quizá que en una película de marcianos. Lo que en el futuro –mientras ILM sigue investigando la posibilidad de crear actores digitales creíbles– debería plantear nuevos cuestionamientos a los expertos en FX. “Me encuentro en un momento en el que puedo elegir qué trabajo quiero hacer y cuál no; por eso creo que si no estuviera de acuerdo ideológicamente, no lo haría”, aclara Helman. “Pero eso no quiere decir que esté totalmente de acuerdo con las películas en las que trabajo.”
Uno de los próximos proyectos de Helman podría consumar ese regreso hipotético en el que pensaba cuando se fue de la Argentina hace un cuarto de siglo. Su primera película como director lo traería a fin de año, para filmar una historia que transcurre acá, con personajes y actores argentinos, ambientada por la época de su partida. “Es una coproducción norteamericana-argentina; un proyecto personal con guión mío sobre una historia verídica del año ‘76. Pero no puedo contar mucho, sólo que es un relato de amigos, de gente joven que crece en esa época.”
Veinticinco años viviendo fuera del país terminaron por afectar el acento en castellano de Helman, que incluso a veces olvida algunas expresiones. Por eso resulta un poco extraño que se lo esté convocando permanentemente como uno de los candidatos argentinos (junto a Gustavo Santaolalla) reconocidos por Hollywood con las nominaciones al Oscar de este año. De hecho, Helman despoja el asunto de toda lectura o significación política. “No creo que las nominaciones latinoamericanas tengan nada que ver con una ola política”, dice. “En EE.UU. cuando te dan un trabajo es porque piensan que lo podés hacer. Y creo que yo tuve mucha suerte. Lo hablamos con Santaolalla: ninguno de los dos espera más de lo que la suerte nos ha dado, y el 6 de marzo, más allá de lo que pase, ninguno de los dos va a ser una persona distinta.”
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