NOTA DE TAPA
La velocidad a la que se agotaron las entradas para cuatro recitales en el Gran Rex (y para los otro cuatro que se agregaron enseguida) hizo evidente la devoción que despierta Joaquín Sabina en la Argentina. Pero no por evidente el fenómeno es nuevo. Si no, ahí están para atestiguarlo las seis bandas tributo que ya desde hace años tocan todos los fines de semana a pub lleno, homenajeando al cantautor de Ubeda frente a un público de turistas, hombres de levante, inminentes casadas, flamantes divorciadas y hasta fans que los siguen a todas partes.
› Por Juan Pablo Bertazza
Y ya que preguntan lo diremos: los centenares que se quedaron afuera de los conciertos de Sabina, porque (aun ante la tentación de las 4 funciones extra) decidieron con altivez no acampar una temporada en las cercanías del Gran Rex para conseguir los benditos tickets, y que desde entonces se plantean, llenos de frustración, si el latente boom sabinero responde a una moda repentina, deberían aceptar –todos ellos– la justicia poética de haber quedado afuera. Es más, tendrían que llorar desconsolados y asqueados de sí mismos en alguna cantina, ordenando un maratón autoflagelatorio de whiskies on the rocks. Porque algo estaba pasando pero ustedes no se dieron cuenta, ¿no es cierto? Y es que el fenómeno Sabina lleva un extenso y cargado prontuario, que termina de verse (de manera definitiva) gracias a la cantidad de bandas tributo que ahora, lejos de la clásica moda de imitar la música anglo de Los Beatles, los Stones, Queen y Pink Floyd, alzaron los ojos a la vieja Europa para homenajear al más poeta de los putañeros y viceversa.
Claro que las causas del boom de las bandas tributo a esta altura son bastante obvias: la crisis económica, el empobrecimiento musical y creativo de las últimas generaciones y otros trágicos y, a veces, sospechosos etcéteras. Pero en el caso de los sabina locales esas explicaciones no son suficientes. De hecho, Sabina viene siendo homenajeado desde hace varios años por artistas consagrados, como en el disco Entre todas las mujeres, en el que Rosario, Ana Belén, Chavela Vargas y Adriana Varela (entre otras) recrean sus clásicos. Lo mismo sucede, desde hace tiempo, con Andrés Calamaro, quien se ha vuelto un verdadero reclasificador del canon de nuestra música popular a fuerza de sus gustos y disgustos. Allá por comienzos de los ‘90 participó en “Pastillas para no soñar”, la última canción de Física y Química. Después le puso música a una letra de Sabina en el tercer disco de Los Rodríguez (“Todavía una canción de amor”, en la que el argentino rompía su rito de no cantar la palabra “muerte” por ser parte de una letra de su admirado). Y volvió a participar en otro disco de Sabina cantando “Viridiana” en Yo mi me contigo. En numerosos conciertos, Calamaro interpretó la magnífica “Contigo” y –además de homenajearlo en “Valentina” y en la larga ristra de rimas de “Con Ina”– en el tema “Las estaciones” de Deep Camboya, el disco que colgó en Internet, lo dice todo y, por cierto, muy bien: “Sabina tiene los abriles”.
Hablando de abriles, la primavera de las bandas tributo a Sabina se dio hace unos 5, 6 años atrás, cuando algunos de los actuales integrantes de Pongamos que hablo de Joaquín se acercaron a la dueña del Saint’s Bar para promocionar el proyecto de la banda. Parece que la idea no resultaba muy convincente, y entonces apareció, con toda la fuerza, la osadía sabiniana: “Déjanos probar dos veces y hablamos”, y las dos veces hubo gente hasta en la orilla de la chimenea. Eso sí: hay que tener en cuenta que los tributos a Joaquín no son una mera consecuencia del boom. De hecho, todos los homenajeantes entrevistados coinciden, sin querer pecar de soberbios, en que también ellos contribuyeron (aunque más no sea, con un granito de su garganta de arena) a desatar el fenómeno que hoy parece no tener límites. Osvaldo “el Indio” Gómez Arce, voz de La del pirata cojo, vuelve muy gráfica la idea: “En los primeros shows, un montón de pibes que venían de levante porque abundaban las chicas, nos terminaban agradeciendo porque habían descubierto, por nosotros, un montón de canciones grosas de Sabina que nunca habían escuchado, o lo habían hecho sin prestarles atención. Y lo mismo pasa con gente que se cree fanática, y termina encontrando en nuestros recitales un montón de canciones inéditas iguales o mejores que las de sus discos”. Y, tal vez, la clave de las bandas tributo sea ésa: no pueden hacerse homenajes de cualquier músico, sino de aquellos gigantes con una obra tan amplia que excede su propia discografía. Con lo cual, la tarea de los homenajeantes radicaría en desarrollar y mostrar las facetas menos célebres de los elegidos que, como Sabina, se ven desbordados por su propio poder de creación. “Es muy loco, porque nosotros tocamos, por ejemplo, ‘Siete crisantemos’, que él nunca hizo en vivo; y también ‘No puedo enamorarme de ti’, una canción que dejó afuera de Dímelo en la calle porque musicalmente es igual a “Golpeando las puertas del cielo” de Dylan”, reflexiona Osvaldo Gómez Arce. Y es que a los integrantes de las bandas tributo no les basta solamente con ser músicos: deben ser también intérpretes, críticos, coleccionistas (para encontrar material para recrear las canciones inéditas) y, hasta por momentos, parecen enamorados obsesivos de la figura de Sabina. “Le he dedicado mi vida a Joaquín y él me la ha resuelto”, dirá Atilio Amir, otro de los sabineros de la primera hora, que llegó a tocar con su banda en el Coliseo y en el Astros.
“No me angustia no poder ir a su próximo recital porque seguro me enfermarían de celos las pendejas que van a verlo sin conocer su obra. ¿Si me preocupa quedarme pegado a su imagen? Es lo mejor que podría pasarme en la vida”: No son palabras de Jimena, la joven novia peruana de Sabina desde hace 8 años, sino de Cristian Paz, voz de Peces de ciudad y verdadero apasionado del cantautor.
Y tal vez haya algo de eso, un amor descomunal y quizá no correspondido por Sabina (como sucede en varias de sus canciones), aunque en rigor de verdad, muchas de las bandas supieron robarle algún que otro beso a gente de su entorno, y alguno hasta estuvo cerca de conocerlo. Es también el caso de Atilio Amir: “La verdad es que tengo varios amigos que lo son de Joaquín, sólo me falta conocerlo a él, y es una cuestión de arreglar horarios. El año pasado me invitaron a cantar en una muestra de pintura que se hacía en San Telmo, donde había muchos españoles. Después de cantar ‘Pongamos que hablo de Madrid’, se me acercó un hombre mayor para felicitarme porque sentía que era como estar por segunda vez en su bar, donde lo había escuchado tocar a Joaquín esa misma canción por primera vez. Imaginate lo que sentí cuando me enteré de que el tipo era nada menos que el dueño de La Mandrágora, donde Joaquín empezó a hacerse conocido. Después, a través de nuestro amigo en común Luis Cardillo (autor del libro Los tangos de Sabina), quien le envió mis grabaciones, me llegó un mensaje suyo: “Dile a ése que siga currando con lo mío, que está bien, pero que me deje de joder con su música”. Enrique Torrente de La del pirata cojo, por su parte, recuerda con emoción cuando en el 2004, en el Downtown Matías, Antonio García de Diego, arreglista y coautor musical de gran cantidad de temas desde Mentiras piadosas, subió para tocar tres canciones con ellos. “Todo lo anterior a la época en que empiezan a trabajar él y Pancho Verona nos parece musicalmente paupérrimo. Las letras son buenas, pero las grabaciones de Inventario y los otros primeros discos son desastrosas. Fue increíble para nosotros tocar con él. Además, antes de irse, nos tiró la frase infaltable, el broche de oro para redondear la anécdota: ‘De esto va a enterarse Joaquín’.”
Historias de amor. Pero, como todo amor, tal vez con una dosis de odio. Uno de los músicos confesó que llegó a soñar que se moría Sabina, y Jorge Dundo, de los Conductores suicidas, si bien está contento, dice que ya no compone canciones propias y que se siente esclavo de la imagen de Joaquín. Es que hay algo así como un vaivén esquizoide o hasta kafkiano en la idiosincrasia de las bandas tributo: por un lado, tienen que ser lo más parecidas posible a su homenajeado; pero, por el otro, tienen que aportar algo distinto: soñar que matan al padre. Quizás hasta exista cierta actitud rebelde inconsciente de las bandas para con Sabina, y es lo único que podría explicar por qué la mayoría de los homenajeantes, que conocen en detalle la vida del español más porteño, ignoran a uno de sus máximos referentes: Leonard Cohen, quien además de ser homenajeado en la tapa de 19 días y 500 noches, le aporta a Alivio de luto la canción “Pie de guerra” y es prácticamente clonado por Sabina en “Ay Rocío”, la canción que le dedica a su hija adolescente. “Ni siquiera lo escuché nombrar”, responde la mayoría, y sorprende. Pero bueno, volviendo a la disyuntiva entre la voz propia y la voz del otro, Lucas Davis de Pongamos que hablo de Joaquín aporta una opinión interesante: “Yo no trato de imitarlo porque mi voz no se parece y porque creo que es inimitable, pero por otro lado esa obligación de que hagamos nuestras propias composiciones es característica del rock, y no de otros géneros: Goyeneche, por nombrar a alguien importante, no cantaba temas de su propia autoría y, sin embargo, nadie lo criticaba por eso”. Por supuesto, hay que tener en cuenta que el Polaco, en general, cantaba temas creados por poetas que no interpretaban, a su vez, esas canciones, como es el caso de Homero Manzi.
Y sí, les guste o no, es evidente que ser una banda tributo no es ser una banda más. Sus shows tienen ciertas características idénticas. Son muy extensos y tienen un intervalo para fomentar el consumo de los clientes en los bares; y, por otro lado, prima en ellos mucho más la diversión que el tecnicismo. Todos coinciden en que la gente va a alegrarse la noche con ellos, hasta llevan cotillón para festejar cumpleaños, despedidas de soltero y, sobre todo, divorcios. Por momentos, parece que se borrara la jerarquía del escenario, como si todos estuvieran en el mismo nivel: “Es muy loco porque no vienen tanto a escucharnos como a cantar. Somos como médiums entre Sabina y la gente. Cantamos todos: nos convertimos para ellos en una especie de máquina karaoke gigante”, explicó con toda claridad Jorge Dundo de Conductores suicidas. Y así como a algunos les cuesta más que a otros desprenderse del personaje Sabina, también en el público surgen serias confusiones: “Una vez, a Jorge, una chica le mandó una carta con instrucciones para mejorar la letra de una canción, ¡como si la hubiera hecho él!”, cuenta Sebastián Espósito, otro de los Conductores suicidas. Y a propósito del público, cada banda tiene su grupito de 40 o 50 personas que los siguen incondicionalmente. Los integrantes de La del pirata cojo recuerdan el caso de Cintia, una fanática incurable que en una semana fue a verlos miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo, “y lo más llamativo es que el sábado habíamos tenido función en Bragado, ¡a 200 kilómetros de Capital!”. Y sí, en algunos shows pasan cosas extrañas, como en el último de los Conductores suicidas, cuando alguien del público le regaló una entrada de 80 pesos al cantante para ir a ver a su ídolo en común.
Pero, después de todo, ¿por qué Sabina? Por lejos, y aunque le pese a él y a su billetera, el español tiene el privilegio de contar con la mayor cantidad de bandas tributo en la Argentina, por lo menos en el terreno de la música hispana. Y les pasa el trapo a los clones de Silvio Rodríguez, Arjona, Sanz y Calamaro, que recién ahora están siendo probados. “Me llega por su ser urbano, su apego al tango y ese humor tan particular. Además, musicalmente te da un abanico de posibilidades muy grande: tocar un rock, salsa, boleros, canciones, tangos, y todo eso sin perder la coherencia. Silvio y Aute me encantan pero son un poco monótonos”, dice Lucas Davis de Pongamos que hablo de Joaquín, mientras que Rubén Abruzese también hará hincapié en la diversidad musical. Como si de un titán se tratara, Sabina va derribando a su competencia (aunque se trate de amigos o primos): “Su poesía es directa y no deja margen a confusión, no tiene la grandilocuencia de un Silvio Rodríguez” dice Atilio Amir. “Serrat es bueno, sí, pero ya es un poco más burgués. En cambio, Sabina tiene letras callejeras y hasta porteñas. Es un reo, te cuenta cosas, historias que si no te pasaron, te van a pasar seguro”, dice Osvaldo de La del pirata cojo. Y los halagos siguen: “Representa la noche, los bares, la vida exacta que tenemos nosotros, los músicos. Tiene una obra extensísima sin repetir ideas. Y encima no es burdo: hasta puede putear, pero siempre con estilo”, expresan los chicos de Conductores suicidas. Cristian, voz de Peces de ciudad, lo resume en una frase: “Es maravilloso, porque es masivo, y al mismo tiempo, de culto”.
Por momentos, la admiración de los homenajeantes de Sabina hace recordar a la que profesa Ion en aquel hermoso diálogo de Platón. El rapsoda que le da nombre al texto le cuenta a Sócrates, con cierto aire de preocupación, que solamente puede interpretar y comentar la poesía del gran Homero, y no la de otros poetas como Hesíodo y Arquíloco porque estos últimos lo aburren. Con sólo escuchar el nombre de Homero, en cambio, su atención crece hasta el punto máximo. Sócrates, con la mala leche que lo caracteriza, le responde que el problema es que Ion no sabe hablar de Homero en virtud de una técnica ni de una ciencia, porque si no podría hablar de todos los poetas en general. Para Sócrates, Ion es un eslabón más en la cadena que, partiendo de la Musa, llega a los oyentes. Y es que los rapsodas como Ion tienen solamente un don divino, una especie de entusiasmo o delirio que reciben de las divinidades. Un don misterioso, del que ellos no son dueños ni conscientes, y que supone incluso una pérdida momentánea de la facultad de razonar.
Pensándolo fríamente, algo de irracional tienen también los amantes de Sabina: “Cuando viajo en el bondi y ponen un tema de Joaquín, te juro que por dos segundos, antes de darme cuenta de que es de él, siento que es mío”, dice el guitarrista de los Conductores suicidas. Mientras uno de sus compañeros trata de regresar un poco al raciocinio: “Hace poco entendí la clave de este tipo de bandas. No se trata de imitación ni tributo: tomamos la obra de alguien y la transmitimos, que es lo mismo que hacen las bandas de jazz o folklore, pero con muchos autores. Desde que supe eso, toco más relajado”. De la misma banda, Jorge Dundo vuelve a mostrar sin tapujos su pasión: “Gracias a Sabina resucité, dejé de ser un cuadrado, y veo la vida desde otros ángulos”. Técnica, pasión, diversión, identificación existencial. Tributo, imitación, homenaje, interpretación. Las palabras y las razones se multiplican. Pero bueno, como dice Atilio: “El día que Joaquín empiece a venir más seguido, seguramente esto se acaba. No hay que olvidarse que nosotros somos en función a él. Igual, te soy sincero: si finalmente algún día deja de cantar, yo le acercaría mi número de teléfono encantado”.
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