CINE
El año pasado fue una suerte de insinuación, pero a partir del próximo jueves 9 y hasta el domingo 20 de marzo, período de la XXI edición, quedará confirmado: el Festival de Cine de Mar del Plata está nuevamente en forma, y recuperó el interés por mostrar aquellas películas que la distribución comercial suele escamotearle al público a lo largo del año, un poco en la senda de lo que viene haciendo el Bafici (el festival porteño de cine internacional con centro en el Abasto) desde hace ocho años. Aquí una guía de imperdibles, que va desde documentales porno hasta lo nuevo de Park Chan-wook (Old Boy), cine de bajo presupuesto nacional y una sección latinoamericana que presenta, por ejemplo, la primera película del escritor chileno Alberto Fuguet.
› Por Mariano Kairuz
Una mosca posada sobre unos labios vaginales, tomados por la cámara tan de cerca que prácticamente los hace cobrar vida. Incluso en un momento de inactividad; como si estuvieran durmiendo la siesta, descansando en un alto de una intensa jornada de trabajo. De cierta forma, es el plano detalle en el que se concentra el espíritu de la película: la naturalidad absoluta, la cotidianidad de lo que para la mayoría de los espectadores es un tema absolutamente pudoroso; de lo que en el cine, a pesar de ser un enorme negocio, se sigue consumiendo marginalmente. Algo así es lo que logra Homero Cirelli (director que el año pasado presentó en este mismo festival Los Buenos Aires) en Porno: el backstage del rodaje de una película XXX a lo largo de unos pocos días en el único ámbito de una casaquinta. La convivencia del equipo, los intentos de actores y técnicos por hacerlo todo más llevadero mientras cumplen con un laburo “casi como cualquier otro”. Sin discursos reivindicatorios, apenas acentuando –quizá por demás– lo bucólico de la escenografía, pero básicamente confiando en la imagen: lo que se ve es lo que hay.
Porno forma parte de la sección Documental Latinoamericano, que este año concentra varias propuestas recomendables del Festival: Fusilados en Floresta, que pone en escena el asesinato a quemarropa de tres chicos a manos de un agente federal mientras el país se incendiaba en diciembre del 2001; y Hotel Gondolí, historias de marginación y supervivencia de una comunidad de travestis y transexuales en pleno Palermo.
Hecho con un presupuesto ínfimo, de manera radicalmente independiente, el video The Joy of Life es, según su directora, Jenni Olson, una obra menos militante dentro de su larga obsesión con la representación de gays y lesbianas en el cine, que una rarísima, muy personal, casi caprichosa combinación de dos argumentos aparentemente inconexos. Primero, un relato en off, en primera persona, acerca de lesbianas enamoradas de chicas heterosexuales, sobre una sucesión de imágenes estáticas de San Francisco. Luego, una mirada sobre el “peligroso magnetismo” del puente Golden Gate, desde el cual se han arrojado innumerables suicidas (entre ellos, un amigo de la directora, a quien está dedicada la película). Y a modo de aglutinantes de esta secuencia nada convencional, un comentario sobre la película Meet John Doe, de Frank Capra, y la lectura de unos versos de Lawrence Ferlinghetti encontrados durante una investigación en el Centro de Poesía de la ciudad de los puentes suicidas (además de una cita a Goethe que incluye el título de esta película pero que, dice Olson, no la inspiró sino que apareció durante su edición como una mágica coincidencia).
The Joy of Life es uno de los hallazgos de la sección Ventana Documental de este año, junto con Paralelo 10 (corto sobre una mujer que todos están dispuestos a tomar por una delirante, pero que tal vez conozca la respuesta ancestral a varios enigmas del universo) y Black Sun, raro experimento del director Gary Tarn que explora las posibilidades de crear imágenes a partir de la ceguera de un artista.
La película más conocida del director japonés Shinji Aoyama hasta ahora era Eureka (2000), un angustiante relato de más de tres horas y media sobre los sobrevivientes de un incidente traumático. El último film de Aoyama, Eli Eli, Lema Sabachtani?, quizá comparta con aquélla su tono sombrío y sus tiempos (no su duración), pero plantea el Apocalipsis de manera más literal, con recursos de la ciencia ficción futurista. Sus protagonistas son Mizui y Asahara, miembros de un dúo musical experimental que tuvo su momento de gloria y que hoy viven recluidos en el campo, donde se dedican a sus ruidosas creaciones. Mizui y Asahara generan su arte a partir de la basura ambiental, de objetos abandonados, que encuentran entre pilas de cadáveres humanos, víctimas de un virus llamado “el síndrome de Lemming” que está exterminando la vida sobre la Tierra. Hasta ellos llega un misterioso millonario que, convencido de que la música que hacen los ha mantenido con vida, les exige que salven a su hija adolescente. En otras palabras, un film con una declaración radicalmente rockera: la salvación del mundo tal vez provenga de un tema ruidoso, estridente hasta lo insoportable. O como, escribió un crítico del sitio especializado en cine oriental Midnight Eye, la armonía buscada a través del caos.
Otras imperdibles de la sección Heterodoxia de este festival: A travers la foret, drama fantasmagórico del director Jean-Paul Civeyrac; y los cortos Tuned y The Conquest of Happiness, eléctricos montajes de planos y escenas “drogones” del cine de Hollywood y alrededores.
Con Sympathy for Lady Vengeance, la historia de una mujer que ha preparado su vendetta durante trece años de cárcel, el surcoreano Park Chan-wook cierra, aparentemente al menos, su “trilogía de la venganza”, compuesta por Sympathy for Mr. Vengeance (que fue proyectada en el Bafici un par de años atrás) y Old Boy (estrenada comercialmente en la Argentina). Presentada en competencia oficial en Cannes, Old Boy había obtenido los mayores elogios de Quentin Tarantino, que presidía el jurado y que le comentó personalmente, como un fan psicópata –cuenta Park– cada escena que le había gustado de su película. Pero el director surcoreano quiso que algo quedara claro antes de seguir suscitando comparaciones ligeras con Kill Bill, en particular para aquellos que hablaron de un cine caracterizado por el sadismo: “Sadismo significa obtener placer por el sufrimiento de otros”, dijo Park en entrevistas posteriores a la première de Lady Vengeance en el último Festival de Venecia. “Yo nunca obtengo ese tipo de placer haciendo mis películas. Mi intención es mostrar el dolor, y quiero que mi público lo sienta. La violencia debería ser mostrada como algo doloroso, no como algo bello.” Y hablando de un cine físico, que se esmera en hacer sentir carnalmente al espectador cada golpe, cada hueso destrozado, cada diente expulsado con violencia, la otra gran película de la sección Cerca de lo Oscuro de este año es Haze, del japonés Shinya Tsukamoto (director del film de culto Tetsuo). Un film breve que aloja, en especial en sus primeros veinte minutos, algunas de las imágenes más convulsivas del cine oriental reciente, lo que no es decir poco.
El director, los técnicos y los actores de una película slasher (esos films de achuramiento serial de adolescentes al estilo Martes 13, las Pesadilla de Freddy Krueger y la trilogía Scream) se reúnen para ver un primer corte del film recién terminado. Al rato se encuentran presenciando en pantalla, algo perplejos, escenas que ninguno recuerda haber filmado. Apenas después, los asesinatos de esta ficción inesperada se están reproduciendo entre los espantados participantes de la producción. Con este punto de partida argumental, Director’s Cut, película de producción argentina pero hablada enteramente en inglés del director Hernán Findling, aspira probablemente a llamar la atención del mainstream hollywoodense, dando una vez más la gran lección del cine clase B: a pocos recursos, buenas ideas narrativas.
Casi en otro extremo del panorama nacional que propone la sección Vitrina Argentina, Si fuera yo un helecho, del corresponsal en Latinoamérica de la revista Cahiers du Cinema radicado en Buenos Aires, Nicolás Azalbert, filma las calles porteñas (y a su protagonista femenina) en blanco y negro y en un recorrido circular con el espíritu de la Nouvelle Vague, como si fuera París alrededor de 1968, como parte de un experimento por momentos patafísico, de absoluta libertad, al que no conviene buscarle demasiado un hilo narrativo.
Dos más de Vitrina para no perderse: Mujer sin n destino, ópera prima de la misteriosa Rocío Fernandes: una desarmante comedia de romances desafortunados e impronta trágica. Y TV Service, de Cohn-Duprat, los creadore s de Televisión abierta.
“Lo ideal sería desenchufarlo y ponerle una multa”, explica el atribulado y esmirriado Basilio a su flamante jefe, el “inspector de ruidos molestos” de la capital uruguaya, que se dispone sin más a arrojar por la ventana un viejo lavarropas, de esos que “caminan”, y que ha resultado ser la fuente de un tremendo barullo. A lo que recibe por toda respuesta: “Esto es Montevideo y de ideal no tiene nada”. Ruido es la rara, por momentos absurda y casi siempre melancólica y desesperanzada comedia (y segundo opus) del ex estudiante de Ingeniería, dramaturgo independiente y crítico de cine Marcelo Bertalmío (Montevideo, 1972). Tal vez con un ritmo un poco desparejo, pero repleta de pequeños-grandes hallazgos (como su protagonista Jorge Visca, en perfecta sintonía con ese pobre tipo maltratado por su esposa, su perro, sus jefes, su vecino y por la vida en general), y consecuente con su propia propuesta hasta el último minuto, es una de las grandes apuestas de la sección América Latina XXI, y una de las dos uruguayas del seleccionado, junto con Orlando Vargas. Casi como su opuesto absoluto (por tono, intenciones y pretensiones) se suma la mexicana Batalla en el cielo, anticipado segundo largometraje de Carlos Reygadas (Japón), que compitió en Cannes el año pasado.
Otro de los estrenos notables entre las latinas de este año es Se arrienda, opera prima absolutamente “generacional” del escritor chileno Alberto Fuguet, autor de las novelas Tinta roja y Las películas de mi vida.
Ante tanta oferta, imposible no agregar una breve cosa. En esta XXI edición del Festival de Mar del Plata habrá, como siempre, entre rarezas y hallazgos, retrospectivas (una de cine africano reciente y otra dedicada a José Martínez Suárez con la presencia del director) y homenajes (Homero Alsina Thevenet), unas cuantas funciones destinadas a cineastas y títulos ya consagrados, entre los que se destacan: The Wild Blue Yonder (improbable fantasía “espacial” de Werner Herzog); Les amants reguliers (de Philippe Garrell, ambientada en el Mayo Francés, filmada en un contrastado blanco y negro, y por un décimo del presupuesto de Los soñadores, de Bertolucci); las últimas de Kim Ki-duk, Marcelo Piñeyro y Daniel Burman; El mundo nuevo, de Terrence Malick; A Cock and Bull Story, de Michael Winterbottom (una suerte de detrás de escena del rodaje de la novela considerada quizá como la más “infilmable” de todas: el clásico inglés de Laurence Sterne Tristram Shandy) y la que puede llegar a ser la revelación de la competencia oficial: Edmond, con guión de David Mamet y el actor “mametiano” por excelencia William H. Macy.
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