PERSONAJES > JONATHAN RHYS-MEYERS Y CILLIAN MURPHY, DOS ACTORES MUY RAROS EN LOS CINES ARGENTINOS
Uno se dio a conocer con Velvet Goldmine y ahora protagoniza el glorioso retorno de Woody Allen. El otro deslumbró como villano en Batman inicia y ahora protagoniza Desayuno en Plutón, la nueva de Neil Jordan. Y los dos son irlandeses, tienen 28 años, cara de ángeles en desgracia y componen algunos de los personajes más inquietantes del cine actual.
› Por Mariana Enriquez
Qué curiosas son las vidas paralelas de Jonathan Rhys-Meyers y Cillian Murphy, los actores irlandeses que esta semana protagonizan películas en la cartelera local. Los dos tienen 28 años y nacieron en el sureño condado de Cork. Los dos tienen rostros de ángeles corrompidos, que apenas se veían en el cine desde que cayeron del estado de gracia bellezas perversas como las de Terrence Stamp o Malcolm McDowell. Rhys-Meyers empezó su carrera con Neil Jordan, como un joven guerrillero en Michael Collins, pero se hizo casi famoso por su papel de estrella de rock andrógina de los años ‘70 en Velvet Goldmine de Todd Haynes; Murphy protagoniza la última de Neil Jordan, Desayuno en Plutón, con otro personaje andrógino setentista, la travesti Patrick “Kitten” Braden, en un papel dickensiano que Rhys-Meyers rechazó porque lo llamó Woody Allen (y porque, seguramente, se hubiera repetido demasiado). Los dos trabajaron con Scarlett Johansson (Cillian en The Girl with the Pearl Earring de Peter Webber y Jonathan en Match Point) y Colin Farrell (Cillian en Intermission de John Crowley y Jonathan en The Dissapearence of Finbar de Sue Clayton y Alexander de Oliver Stone). Y ambos se especializan en villanos, aprovechando sus apariencias celestiales pero vagamente aterradoras: Murphy es El Espantapájaros de Batman inicia; Rhys-Meyers, el amoral y esquivo Chris Wilton de Match Point.
Y, sin embargo, no son intercambiables. Se puede decir sin caer en injusticia alguna que Cillian Murphy tiene un cuerpo de trabajo mucho más sólido que su compatriota: desde su debut en Exterminio de Danny Boyle, brilló en cada personaje, con impecable versatilidad. A Rhys-Meyers le costó más: después de 32 películas, muchos papeles olvidables y actuaciones penosas, por fin pudo demostrar que hay algo más detrás de sus pómulos filosos. Sobre todo desde que le birló el Globo de Oro a actores enormes como Donald Sutherland y Ed Harris por su interpretación de Elvis Presley en una miniserie biográfica para televisión. Pero no sólo los separa la diferencia talento natural vs. empeño: Cillian Murphy es un chico bien educado, famoso por su afabilidad, recién casado, con un hijito, por completo diferente al sufrido y un poco loco joven abandonado por todos que compone en Desayuno en Plutón; en cambio, la historia personal de Rhys-Meyers es Dickens puro: abandonado por su padre, criado por una madre alcohólica en la pobreza, fue adoptado en la adolescencia por un rico hacendado gay que pronto capitalizó el histrionismo del adolescente descarriado. Rhys-Meyers es bocón y exhibicionista, como su amigo Colin Farrell, pero bastante más extremo. Hace poco trató de “jodido idiota” a Oliver Stone después de pasarla mal en el rodaje de Alexander, dijo que Ewan McGregor odió hacer de gay en Velvet Goldmine porque “está incómodo con su sexualidad”, y que Scarlett Johansson es “una ingenua”. Además les cuenta a las revistas sobre sus años en la calle, su vagancia en los pools, una violación callejera de la que fue víctima, sus viajes a Marruecos con su padre adoptivo gay, relación que fue blanqueada como completamente filial, pero que levanta más de una suspicacia. “Me dediqué a actuar sólo porque me mantiene lejos de la calle y de la cárcel. Si no fuera por esto estaría muerto, o vendiendo drogas, o robando autos”, dice. Directores y actores lo describen como “fascinante e imposible”. Sus arranques de furia e inseguridad en el set son conocidos por todos. El interrogante sobre su sexualidad es constante y él lo alimenta. Pero, aparentemente, el éxito de Match Point, sobre todo entre la crítica, logró tranquilizarlo un poco. En sus últimas apariciones en revistas (Vanity Fair, Esquire, Interview, Vogue: el chico está en todas partes), aseguró que acaba de dejar los vicios, y que se la pasa en el gimnasio. “Pero a lo mejor todo cambia en un mes. A mi edad y en esta posición, lo extraño sería que no me descontrolara.” Mucho tiene que ver, claro, el salto al blockbuster: Hollywood por fin lo descubrió, y comparte cartel con Tom Cruise en Misión imposible 3. Pero no cree que la limpieza le borre la mugre original: “Creo que Woody vio algo de mí en Chris. Porque yo sé lo que es ser muy pobre y lo que es tener mucho dinero. Y sé que cuando sospobre, tenés que ser un poco maquiavélico; y en este negocio, con tanta política, también”.
Cillian Murphy –que estudió Derecho durante varios años antes de dedicarse a la actuación, y es hijo de profesores en una familia de clase media– se toma la industria como un trabajo fino: “Creo que puedo hacer buenos trabajos en películas de estudio, y también en indies. Pensar de otra manera es prejuicioso”. Pero, a diferencia de Rhys-Meyers, detesta la exposición, y la noción de que es parte de una nueva camada de extravagantes actores irlandeses: “Siempre vuelvo a Cork, donde todavía la gente se toma una cerveza conmigo en el pub. Pero no creo estar condenado a hacer de irlandés. Y aunque conozco y tengo buena relación con Colin y Jonathan, no somos íntimos amigos”. Jonathan piensa igual: “Mi relación con Colin es más cercana porque nos conocemos hace mucho tiempo, y nos emborrachamos juntos seguido. Pero no es un club. No somos el rat-pack irlandés. Los tres somos tipos raros, retorcidos. Como todos los actores. La verdad es que es preferible relacionarse con gente más normal”.
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